martes, 29 de diciembre de 2009

No pesan los versos vividos, de Marta Antonia Sampedro

Tengo cuarenta y siete años
y no significa sino aniversarios
algunos tristes otros amargos,
el último no fue tanto,
me regalaron poesía completa,
antes de ser divorciada
me sorprendían o eso decían
con anillos de oro o aspiradoras
que nunca usaba y arrinconaba
era mujer en una lista reproductiva,
estaba más sola que acompañada,

así que voy avanzando a mejor,

mi historial de desastres tiene ya
tantos archivadores de reproches
que he decidido desordenar el orden
para que cada cual viva
según su instinto indicado
desparramando sensaciones
por las paredes sin lamentaciones,

en los derrames oculares pienso
la sangre está en los partos
nunca en los entierros,
llorar no inunda sino silencios,

trabajo desde que me asiste memoria,
tengo pluriempleo de recuerdos
vendo tabiques usados o frescos,
y soy poeta obrera roja
por llevar la contraria dicen los sabios
con títulos de recortes falsos
y los fieles seguidores de sectas
mientras bendicen trigos robados,

eso me produce un bienestar tremendo,

comprobar que puedo declararme
atea compulsiva o creyente a secas,
inmadura adulta o adolescente perenne,
libre atada o amnistiada presa,
desnutrida rica arena
sin que sometida deba justificar

que solamente soy estos años
y sus vueltas,

ahora visito la oficina de empleos
y deseo figurar
que no sé hacer nada ni quiero
excepto tener cuarenta y siete años
bien o mal puestos en los datos,
me hace ilusión pensar
que nací sólo por nacer
y mirar pasar los barcos
luchando en las olas
del mar en pensamientos,

busco en la tinta ajena y propia
los misterios de haber tomado
caminos equivocados
sin haberme protegido la cabeza
ni bajo el sol o bajo luna llena,
imaginando que son personas fugaces
aviones que trasiegan
repletos de pasajeros sonámbulos
que sueñan que no se estrellan,

soy una oferta para cualquier hombre
de letras o ciencias,
sé coser, llorar, escribir, cocinar,
lo que debe saber una esclava adecuada
por escuela pública o privada,
entonces dicen cuenta conmigo
y unamos iniciales y las letras
y amémonos con el roce diario,
pero también sé contestar, reír,
leer, inventar, amar, pensar,
aquello que se sabe en las raras,

entonces la isla crece y las palmeras
en nuestra sola presencia,

y no es que me queje,
tengo en cuenta que el libro
de reclamaciones está en el cielo
o en el tajo de los mineros
y se ofrece cuando una muere
el conserje san pedro selecciona el sello
y lo envía urgente a dios pensante
en caso de no haber
acuerdo tácito con satanás
por convenio antidialogante
y tenga a mano las llaves
del purgatorio para poetas
mientras se firma y sea vigente
con el sindicato de la buena suerte,

estoy en la ruina de varios frentes,

pero mi casera me da cómodos plazos
que no debo cumplir por ahora
y me visita y dice me encanta tu casa,
es un detalle no mostrar que mi techo
es prestado en su nombre y cuenta,
el nido de golondrinas no está incluido
en el uso y disfrute ni el ipecé anual
aunque lo disfrute y use con mirarlo

como se vive un ajeno vuelo y feliz,

me engañaron una sola vez,
solamente tengo conciencia de ésa,
en la que se dijeran

qué inocente la poeta,
qué ojos tan grandes tiene
para mejor agrandarme,

una sombra que anda por las urgencias
padeciendo infartos, colapsos hipotecarios,
diarreas espirituales o intrínsecas,
en cambio aquí está la convaleciente,
durmiendo sola a pata suelta y corazón
tras muchas transfusiones de letras,

qué salud ofrece la paz del verso
ser valiente amén que consecuencia,

observo con la vida
que los trenes que vemos y cogemos
temiendo no haya más transporte anímico
a veces quedan detenidos
en las mismas estaciones,
donde palomos tontorrones
se desean y juegan aburridamente
en las vías suicidas
y los guardias de seguridad duermen
rezando un rosario de piedras
cuando los ladrones de versos
se alimentan de esperanzas o ilusiones,
y sin embargo vemos paisajes y oasis
porque nos dicen los nombres de lugares
a los pintados y nublos horizontes

y a nadie se le ocurre dudarlo
o decir mi mundo se acaba
salgamos corriendo yo primero,

así que no me quejo,
aún soy capaz de creer en milagros ateos
apeada de los miedos divinos,
las nuevas tecnologías
me traen el amor inesperadamente
con rezos de porvenir y poemas,
bautizándome el buen monte sensato
con otro raro que me escuche y piense
encontré mi alma gemela rara,

las mariposas invisibles también procrean,

todos se ríen y callan las sospechas,
cualquier hombre por serlo
es mejor hombre que ese raro jinete
por el simple hecho escénico
de tenerlo físicamente presente,
está claro que no soy nada práctica

las declaraciones de derribo social
las voy llevando dignamente,

que la vida es muy rara
es algo que nunca me dijeron en casa
aunque verdad es que algo extraño notaba
con tanta gente embriagada cantando,
en realidad no me decían sino rebelde,
con ello me dieron por educada suficiente,
lo bueno es que nunca me regalaron la opción
de ser sumisa, oyente o ama de casa corriente,
y rebusco en Freud, Carlos Cano, en Goytisolo

o en voladora santa paciencia poética

qué representa la vida a los cuarenta y siete,
resumiendo, qué más sinceramente se acomete
sino la libertad y su capacidad de formarse,
para qué nos crean adictos a los sueños
y nos negamos a jugar a las casitas barrientes
o aceptar compañías nada recomendables,

ya me cansé de preguntarme o responderme
en cada vela añadida a la tarta metafórica
por qué una es oveja solitaria o colorida
y en cambio observa perpleja
cuán inconscientes son los pastores
y no digamos sus perros guía.

Tengo cuarenta y siete años
y represento treinta y seis
por genética de soñadores,
pongamos que los tuviese,

recumplir pasados no es de mi interés
como aceptada insomne,

o mejor ochenta o diecisiete,
acarreo estupendamente cada fuego
y cada gota que apague la llama
donde me protege una luz que lleve,

aunque el pago de las facturas tengan
atrasos y atrasos pendientes

no pesan los versos vividos,

es mejor ser morosa con la muerte,
si hay préstamos de vida
que se nos ofrecen
y ni con remorir devolvemos
sus altos y acumulados desintereses...


De la obra de la autora, "Recuerdos y otros inventos".

jueves, 24 de diciembre de 2009

¡FELIZ NAVIDAD!


Hay una Navidad
que siempre está en crisis:

La Navidad del explotado,
la Navidad del hambriento,
la Navidad de los cautivos.

La Navidad de los seres compraventa.

Sus Nochebuenas son cadenas
de bombillas que jamás revientan
y los deslumbran de indigencias.
Tras sus esperanzas perdidas se quiebran
en aguas agrias y desolados desiertos
por la señal insistente de las miserias.

Hay un deseo eterno
entre ideas y más ideas
de quien lucha por todas las Nochebuenas:
Buena voluntad para con los hombres,
ese ángel anunciador tan inocente;
pero ellas y ellos protestan y agregan:
De buena voluntad... sin etiquetas.

Desde Los Andes a las selvas,
en las callejuelas de los mundos
clasificados por rentas y sus crestas,
donde las criaturas yacen en gritos
en mercancías de la maldad
que pocos frenan ni en Nochebuena.

La Navidad que está en milenaria crisis,
la que se esconde en las cuentas
de las injusticias y las globalizaciones,
esa es la Navidad que preside
tantas y tantas caídas mesas...

Nació Jesucristo en un pesebre,
es por todos conocido
que es lugar para bestias.
Pero no fue el único que naciera pobre,
suerte tuvo de criarse con dignidad de hombre.

¿Quién luchó antes de nacer Cristo?
Para que su Nochebuena
también fuese de crisis...,
aunque no sus ideas.

¿Quién lucha después de Cristo,
para que las noches sean para todos buenas?


FELIZ NAVIDAD OS DESEO DE AMOR

martes, 22 de diciembre de 2009

Alma mundana y gris, de Marta Antonia Sampedro

Si llama un poeta,
ábrele al solitario
que ni sabe que está llamando.

Si ríe un poeta,
sospéchale triste,
guarda en la risa un llanto...

Si bebe un poeta,
acompáñale en su duelo
de su verso aciago
y mal tragado.

No lo arrincones en tu alma
mundana y gris.

Cuando te des cuenta
de tu obscuridad,
tal vez ya no haya
poetas para entrar,
o meses y abril para nacer,
ni llantos para calmar
tu nerviosa risa contemporánea
que te obliga a reír
negándote las lágrimas,
ni vino que te libre
de tus esclavos pies
pisoteando sueños
que no aprendiste a creer.

Que todos tus caminos sean
los dejados por tu agonía mundana,
cabal, manipulada y lejana
para un alma que no siente ya
ni cuando estás contigo
en diálogos con tu soledad.

Y el poeta no estará.

domingo, 13 de diciembre de 2009

La ciutat dels sants, de José Joaquín Sampedro Frutos



Fin de siglo revienta
le clava su lanza el tiempo
la carcoma nos salpica
con ciudades cementerios.
Allí claman los poetas
como el viento del desierto
y por grises avenidas
entre hierro y frio acero
sobre la ciudad dormida
marcha el fúnebre cortejo...


La sombra de la sotana
del poeta Verdaguer
se extiende por la Plana
cuando cae el atardecer.


Callejones sin mendigos
callejuelas sin borrachos
sólo en las esquinas lucen
las estatuas de los santos.

Venid los que no tengáis
el alma cercenada.
Vuestros sueños, congelados
que por fin despierten.

Venid…

Una luz se intuye
tras este largo ocaso.
Venid que las sombras huyen
como ladrones por los campos.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Tu casa no era especial, pero..., de Marta Antonia Sampedro



De todas las casas que recuerdo
está apartada la tuya.

No era especial
-cimiento puerta ventana
ficus jazmín pensamiento-.

Porque estaba yo
-las otras siguen en pie
mas se cayeron-.

De la obra de la autora, “Reverso Calamitas”.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Sortilegio de Itaca, de Marta Antonia Sampedro


En la carretera dijo decidida, Para en cualquier palmo, que ya te voy a decir adiós, por qué ese beso de voz a otra que no soy yo, ya me tienes harta esperando tus pocas palabras, no me pidas más ser Penélope, con este Ulises del siglo cero que no tiene ni espada, mírate bien el atuendo, ¿no vas a decir nada? Y él paró despacio, tan callado de costumbre, sin estudiar qué día era, si quince o trece, qué más daba, y enseguida subió el volumen a las canciones, como siempre, y persuadirla con ternura con las frases de otros, pero nada, sólo mirándola coger su bolso, dejándola por el horizonte con fondo a Sierra de Cazorla.
Vaya amores ésos, lo de los cuentos; Penélope era mujer ilógica, y yo del siglo veintiuno, lloró esa noche incansablemente quebrando regalos campestres, mientras él cenaba a su salud tanta mala suerte vertida, filtrando por vino aguado sus lágrimas de oyente, contestando ausente, sin sentido, Sí, cariño, sí, cariño…, pensando en la exigencia a Ulises de la mujer que tanto amase, el cumplimiento de promesas.
Decidió olvidarlo inmediatamente, y amante tras amante los expulsaba al primer beso, de la cárcel de amor que otros corazones codiciaban de su esencia, escupiendo con náuseas la savia que de otras bocas le repugnaban, desde que lo amara. Hasta que comprendió en su historial de desastres, que en el adiós a su hombre era día trece, y trece las horas, y sintió un sortilegio traspasándole el sentido sexto, y se plantó, Bien, mediocre Ulises, estarás contento espantándome hombres; que no soy Penélope, te digo, y ahora me toca a mí, mi réplica a tu amor cobarde, que estos ojos ya no son para ti.
Y entonces sospechó que algo grave y extraño había ocurrido con Penélope, viendo un partido subtitulado para olvidos, y no sabía ni de qué juego, su pensamiento único era ella, la mujer que lo quería presente, ni qué plato le servía indiferente la mujer que no quería ni ver. Solamente el perro oyó decir, No te bajes, no me dejes, vuelve aquí… Amargo Ulises porque alguien la besaba, desde hacía un día con tres minutos…, aproximadamente.

Del libro de la autora, “Cuadernos de Penélope”, en “Cuaderno de Marta Antonia”.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Arsenito y su linterna, de Marta Antonia Sampedro


“No le respondió. Una sensación de vértigo lo tenía sumido en la indiferencia. El policía le ofreció un trago, al verle en aquel estado. Le pareció un sorbo. Repitió.
-Gracias, mi capitán- le dijo agradecido-. No sabe usted cuánto frío he pasado allá dentro.
-Como le decía, no nos dé más problemas- continuó el policía-. No queremos verle más en la puerta del Corte Inglés pidiendo. La próxima, lo encerramos un año, como mínimo. ¿Comprende?
-Sí, mi capitán.
-¡Y no soy su capitán, leche!
-No, mi sargento.
La humedad del aire lo impregnó de salitre. La petaca, vacía desde el mediodía anterior, le devolvió el olor a ron canario. Entró en un barezucho del Parque de Santa Catalina. Recobró las fuerzas y se dirigió a pie hasta su casa.
La luz tenue de la mañana de marzo la descubría, inesperadamente, en incógnitas de muchas vidas. En una víspera de fiesta, el mundo se transforma alrededor de todos, desfigurando la faz de todas las clases. Pobres o ricos, felices o resignados, santos y pecadores mecidos en el globo terráqueo del universo de las aceras. Desde el cuello hasta la punta del pelo se limita el pálpito de las gentes en la mente de un solitario.
Y así se sentía Arsenio, observando aquel amanecer fresco y pegajoso. Las piernas parecían sostenerle un cuerpo recio y varonil, y no la esbeltez enfermiza de su figura. Pero, a esas horas, el autobús nocturno no le parecía seguro; transitaban jóvenes de diversas categorías, que dejaban tras de sí una noche de parranda. No podía arriesgarse, entregarse a la aventura de un posible vacío de diversión en ellos. Y no conocía a los conductores nocturnos, que, en un apuro, podían sentir compasión por un pobre lleno de noche en sus ojos.
El trayecto era eterno, salpicado de temores y ansia por recorrerlo. La Avenida de Escaleritas le pareció Las Palmas entera; sentía que los edificios se desmoronaban a su paso en su cansancio.
Llegó al barranco y sin percatarse de que ya se encontraba en él, le sorprendió la luz del sol. Recordó la linterna, pero no la necesitaba. Los tiempos de la vida le sorprendieron en un segundo y sintió confusión.
Recordar a sus hijos no era frecuente en él; sin embargo, la contemplación del campo de fútbol arenoso, que ocupaba un gran espacio en el barranco, les hizo reaparecer jaleando un gol. La vida junto a ellos absorbía en la añoranza los motivos de la sinrazón, cuando, en ocasiones, aquella isla se hacía tan estrecha que sentía ahogarse en sus orillas. En muchos niños veía sus sombras, sus manos en las esquinas le culpaban de su propio dolor.
Tosió hasta el vómito. Un lagarto verde le observaba sobre una piedra.
-¿Y tú qué miras, reprecioso?- le dijo al escupir los últimos restos de su boca.
El barrio descansaba aún. Su silencio transformaba la realidad en un sueño extraño y terrorífico. Por momentos, le pareció un inmenso buque abandonado por las manos de todos los dioses, dejándoles enfermos del escorbuto de la pobreza.
Dos chuchos se olfateaban en el portal.
-¡Hala, a olerse mucho!- los sacudió con un puntapié-. ¡A olerse mucho, que todo esto va a ser entero para vosotros!
Subió al ascensor. El fétido olor a vinagre de los orines que impregnaban sus puertas lo enfurecía. Pero apenas lo percibió. El deseo por dormir bajo su techo se convertía, súbitamente, en una necesidad.
-¡Por fin en casa, carajo!- dijo al abrir la puerta.
Revolvió botellas en la cocina y con las sobras se sirvió un buen trago.
Descansaba en el sillón escuchando insomne los jadeos de su respiración, pasmado por la tardanza del huésped. Abrió una botella, calmó su tos con caramelos de eucalipto y continuó la espera. El recodo de su brazo no le sustentaba la cabeza en la extremidad del sillón. Acurrucado como un polluelo destemplado arrebujó su cuerpo con una colcha y cerró los ojos.
-¡Chacho, Arsenio!- le decía una boca desdentada-. ¡Agarra la red, agárrala!
Y Arsenio intentaba recuperarse de un vahído que lo sumergía en la náusea de las olas.
-¡Ya va…, ya va…!- replicaba.
-¿Y tú te mareas, mi niño? ¡Valiente pescador!.”

Fragmento del relato “Arsenito y su linterna”. Libro de la autora: “Un corazón leonado y otros relatos”, 1.995. Diputación de Córdoba.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Vía ocho, destino nieblas, de Marta Antonia Sampedro


Barcelona es un túnel
donde el mundo se concentra
en vías de sangre y maletas.

Los idiomas y sus rostros
que cada quien lleva
entre escaleras mecánicas
y puertas digitales sin dedos.

Hormigones y cementos
compañeros de un pueblo
de luces a consumo alto
apurando la crisis de las existencias.

Acude el tren y sus vértigos,
ese aroma abrumador
a soledad pendiente.

Temperatura exterior diez grados,
tren a Puigcerdá ilusiones bajo cero,
pasaje húmedo en las manos,
silencio con destino a los años.

Barcelona es un túnel pan de hierro
y paneles frenéticos sabor a rayos.

¿Adónde vamos todos?
A las nieblas de noviembre.

Sus andenes de óleo
donde alguien está ausente
y se hiela esperando.

Próxima parada la noche,
alguien en noviembre duerme.

Y pasan las nieblas
posando ángeles en los pies
en estos paisajes ya soñados
y estas ventanas de galería cerrada
donde los árboles son fantasmas blancos…

Tren a Puigcerdá, vía ocho.
Nieblas y ausencias.


miércoles, 4 de noviembre de 2009

"Epílogo", de José Joaquín Sampedro Frutos




Volvieron al parque los estorninos, en la larga travesía del tiempo, alborotadores de las frescas tardes con que inicia el otoño su deje inclinado...
En la ya conocida fuente, en los bancos salpicados junto a una estatua ya blanca de cagadas... la figura de Balmes perpleja y pétrea contemplaba... la ruta migratoria de los pájaros.
Y allí estaban, bajo el resplandor de un cielo que pinta las hojas de los árboles y las quema..., solos, en medio de aquel escándalo, los colgados de la villa de la ciudad pubilla de Vic.

-Ya han pasado quince años...- qué curioso el tiempo.

Y narraban las historias con ojos atónitos... hasta en algunos momentos tartamudeaban de ira sus palabras, en esa cita otoñal con el estornino.
Para después dormirse de nuevo bajo las ramas de los plataneros, justo tras ver cómo una hoja se queda clavada entre el aire y el cielo.
Qué curioso el tiempo, cómo en los pómulos se pronuncia la hiriente calavera... cómo en la cuenca de los ojos se asoma la amarga escama del llanto y se quedan perpetuos cristales de hielo que hacen difíciles el color de sus miradas.

-¡No es pa flipar!
-Sí, es pa flipar.

Los estorninos ya casi callaban y el color del cielo se desvanecía como un humo absorbido por la incipiente noche.
Apenas algún viandante se dejaba sentir más que aquellas voces encendidas... Retales de una historia, en el eterno banco de desidia, rebobinaba la imagen mil veces para darse cuenta de quizás otro detalle... El de cómo pasa la vida... de cómo un estigma de Caín amnistiado les ha dejado en sus caras la tarjeta de visita.

-Parece que ya refresca...
-Venga, chavalotes, hasta otra...

De la novela de José Joaquín Sampedro Frutos,
“Los estorninos”.

viernes, 30 de octubre de 2009

En las calles negras del ciprés, de Marta Antonia Sampedro


La noche era de agua y sombras,
posando el aire en mis labios
la tibieza de querer vivir
y los nombres perdidos.

Desarmados como puzzles carcomidos
y sin más timbrada voz
que un cierre de candados,
la mirada de todos los pasados
era su compañía de exilios,
para renacer tan sólo ojos
donde vivir nada vivía.

Me acunaba una anciana
perdida en las calles negras,

abrazaba yo a un hombre
perdido en las calles negras,

tomaba mi mano un joven
también perdido en las calles negras.

¿Y dónde queda la sombra
del que muere a ciegas sin amor
y sin camino?,
preguntaba en sus calabozos la noche
en las ramas de los cipreses
y el sueño de las piedras frescas.

Pero ninguna mano sujetó la razón
del suspiro ínfimo.
Toda idea o palabra se dispersaba
como las bandadas de aves blancas
de todas las calles negras.

Como el agua entre los dedos
se escurría un súbito eco
de los ahogados desnudos
y su dañada belleza.

La luna removía las aguas turbias.

Sálvame del olvido.
Acógeme en tu recuerdo.
Di mi nombre de nuevo.
Abrázame soy un niño.

Y en ese instante me alejé
de la noche de agua y sombras,
dejando tras de mí las voces
de los silencios más antiguos
y la piedad de las ausencias,
con sus alas de ciprés
y sus calles negras.

jueves, 22 de octubre de 2009

Los dioses entretienen mucho, de Marta Antonia Sampedro

Mi dios es mejor,
anda ya que el mío,

que no, que mi dios dice
yo soy el único y verdadero
el mío también lo dice,

pero el tuyo lo dijo
después que el mío,
no es cierto
el mío era antes que el tuyo,

mi dios creó la tierra
el mío también
y además ideó el universo
no el cosmos es del mío,
que no que fue el mío,
y también formó al ser humano,
mi dios creó al hombre y hembra
y el mío también al animal,
pues el mío lo mismo
e inventó la hierba,

además el mío me da
la vida eterna cuando muera,
el mío también y además riqueza,
no puede ser el mío la da,
que no, que es el mío,

entonces hay un error o qué,
tú sabrás si lo hay en tu creencia,
el mío dice yo soy tu dios único,
mi dios es mío y a todos gobierna,

pregúntale a tu corazón
me darás la razón,
lo mismo te digo,
mi dios ilumina el mundo
el mío igual el mundo,

y adónde vas tan temprano,
al templo a rezar,
yo también pero al mío,

vamos a pedir al único dios
que guíe al mundo a su camino,

yo le pediré al mío lo mismo
que os saque de este lío del mundo,

mejor le pides que te sane,
mira qué ciego estás
que no crees en mi dios
sino en el tuyo,
la ceguera es la vuestra
es que mi dios es el único
lo que le pida al tuyo ni fu ni fa,
que no, que es el mío...

De la obra de la autora, "Recuerdos y otros inventos".

lunes, 5 de octubre de 2009

Las luces de la estación, de Marta Antonia Sampedro


Las luces de la estación
descubrían los carcomidos bancos,
los fumadores de secado viento,
resumen de tesoros pobres
amarrados por claveles y espanto.

Todas la madrugada exploraban
señalando ojos tristes de jornaleros
lanzados a la ciénaga de gentes y ruido,
arrollados silenciosamente.

Yo rebuscaba signos entre sus dientes,
y al mascullar en adioses lentos
aparecían entre huecos llenos,
esparcidos y cortos en noche.

Las luces de la estación
rompían abruptamente las miradas
con gestos maduros curtidamente,
no llorar bastaba para hombre,
enfrentarse al alba suficiente.

Había niños chicos,
los ojos engalanados de lunares centésimos.

No partían quienes callaban lo sentido,
tardaba el tren,
los dedos de tierra árida asomaban
por las espinosas sandalias.

Qué áspera luna entera es testigo,
viene de frente.
Sobre la vía su estampa inocente
y el murmullo se acentúa,
agarran en sacudidas
sus hombros y espaldas endebles
del amarse desde un siempre.

Las luces de la estación
se apagan cruelmente,
derrama niños segados hacia sus casas,
jóvenes sin nada.

Yo miro tras la ventana
los adioses perdidos,
el suspirar marchito y vivo
que silencian los vencidos.

Desvanecida la estación
ya sólo hay noche,
noche,
cada rincón es sola noche,
y alguna estrella fugaz...,
atada al aciago horizonte.

De la obra de la autora, “Los adioses perdidos”. 1.996.

sábado, 26 de septiembre de 2009

En el reloj de cien esferas, de Marta Antonia Sampedro


Tanto me costó encontrarte,
más que una semilla en mil agujas
más que el sol tras la luna
y más que un mensaje en las olas
me costó encontrarte amor,
porque mi esfuerzo fue cero
porque mi fe era ciega
porque mis razones se hundieron
porque la noche era
el reloj de cien esferas,
encontrarte fue un regreso
a borrar cuanto no era cierto.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Dos de enero obrero, de Marta Antonia Sampedro


Tal día como hoy de hace mil siglos
contados a recuerdos
yo tenía catorce rurales años
y la básica escuela
de encinas olivos y cultos variados,

con esa escueta guía
me levanté tal día como hoy
a las cuatro menos cuarto
mientras mi abuela Antonia
buscaba su casa blanca
en ese lugar tan extraño
de nieblas negras y de vahos quietos,

atravesando con mi sombra emigrada
unas calles enemigas
las piedras rezumaban tristeza
las palomas dormían en la estación
a la espera de un vagón para plumas frías,

todos los obreros en el autobús de la empresa
ausentes y cubiertos como delincuentes,

¡arriba las manos esto es un obrero!
la fábrica las máquinas el algodón
los patronos tan descontentos,

nada me sirvió ni palabras aprendidas
ni dioses justos ni las tierras amarillas,

un reloj confirmó a cómo salía mi vida
el beneficio de morir deprisa,

allí aprendí todo lo que un ser humano
es para otro ser humano
y sin constancia de que Marx escribiera
para alguien como yo
pensamientos de otros obreros,

ningún pan que pudiese comer
podría valer el peso de mi sueño
arrancarme la alegría
a cambio de negarme el derecho.

Hoy he soñado que volvía
a ese lugar de uralita y ruido prensado
de mortajas asalariadas y pan de escarcha.
Ya no tengo catorce rurales años
desde hace mil siglos contados a recuerdos
y sin embargo continúo soñando,

que mi abuela Antonia encontró su casa blanca
junto a su amor Mateo tan alto tan bello
mientras yo seguía buscándola a ella
entre los hoyos de mi deseo por verla
y a veces viene con su risa pálida,

las nieblas negras se recogieron
a golpe de olvidos pintadas
y de partidas necesarias,

y sin embargo he soñado que mis manos
apretaban aún botones de colores
las ratas mordían los hilos que yo trenzaba,

y miraban mis ojos tomillos encinas olivares
letras desteñidas de tan ausentes y olvidadas,
que monstruos habían transformado
en una batalla del Hombre
contra sí mismo y sus temores.




De la obra de la autora, "Reverso calamitas".

miércoles, 2 de septiembre de 2009

La tarde era tan hermosa, de Marta Antonia Sampedro


Alguien le había colocado
una bata azul cielo
abrochada por detrás,
y la clemencia humana
se palpaba en el espacio
al permitirle estar despeinada,
en ayunas y descalza.

Ante ella un hombre
mirando hacia abajo
hablaba solo en pie, sigiloso,
murmullo y canto
creyendo acompañar,
maldita soledad antigua.

Lástima que la ventana
por seguridad
y escapes de aire acondicionado
no pudiera abrirse,
pues la tarde era tan hermosa,
entrada en ocaso,
y parecía
que las hojas de olivo
por las puntas ardieran,
así quería verlas,
lumbres pequeñas
en Jaén, la Bella Dama.

Tenía la certeza
de haber olvidado
el lenguaje
que se comprenda,
y los sentidos
a las palabras eran
como un techo escayolado,
liso, blanco, primario.

No podía fumar su último cigarrillo,
en todas partes
lo recordaban y prohibían
en carteles similares
de aviso para condenados,
y cuántas tardes mejores
que aquella hermosa tarde,
frente al pantano
el humo de aquel sueño
formara en el cielo
versos que jamás escribiera
y sin embargo sabía completos.

El hombre continuaba
su sentencia de simplezas,
y al mirarlo supo de algo
que había pasado por alto:

A qué hora se programa
el reloj de los condenados,
para que el dios de uno
aunque insista,
no consiga despertarlo
para ninguna otra vida llamado.

viernes, 31 de julio de 2009

Vuelo de abrigo y estorninos, de Marta Antonia Sampedro


A mi hermano José Joaquín,
en su memoria.


De todos los meses de julio
quedó uno en la memoria.

Mi hermano yacía perdido,
sus pestañas y ojos dormidos.

Lejos de la muerte
está el recuerdo de un niño.

Tus manos rosadas de sílabas,
tu cabello de sombras fino.

De todos los meses de julio
quedó uno en la memoria.

Amanece la palabra y su sitio,
mas nunca anochecen
las auroras blancas de los julios.

Hay libertad en la muerte
pero yo te prefiero vivo.

Y en los cielos de los sueños
aparece tu vuelo
de abrigo y estorninos.

De todos los meses de julio
vuela en recuerdos un chiquillo.

martes, 21 de julio de 2009

Ilusiones lunáticas de amor, de Marta Antonia Sampedro


Traen la luna o eso dicen
y la colocan en el techo
mientras te perfuma
un olvidar conceptos,

dicen muy seguros ahí está
si la ves redonda me amas
y por supuesto te amo
me apropié de ella acaso la robé
para sentirnos bastará el espejo.

Aunque sea una lámpara
y asomen sus tornillos oxidados
la luna se forma tal y como sabemos
con sus astronautas blancos lentos
y sus cráteres vacíos y negros.

Ni el presidente de la comunidad
de propietarios y sus actas continuas
el arquitecto que ideó los planos
los diccionarios de ciencia atípica
subrayadas las mentiras
en los libros sagrados
y sus malos versos.

Nadie en el mundo impide
que la luna quepa en la casa
de los enamorados solos,

por supuesto los oftalmólogos advertirían
miopía astigmatismo ojos tuertos.

Sospechamos que es imposible
y aun así anotamos la luna está ahí
lástima que nadie la vea excepto nosotros
los que sabemos estar muy ciegos.

Hay veces en la vida
-aclaremos que es necesaria la noche-
en que los momentos que se pierden
valen más que el tiempo que nos quede.

Luego de día mejor dicho cuando amanece
vuelve la lámpara o la escayola
ocultando desperfectos viejos,
los milagros se evaporan y la luna
ha sido detenida por los guardianes
-hay quien los siente ángeles rebeldes-,
y en realidad son nuestras razones,
que traen sin luna a quien recordemos.

De la obra de la autora, "Reverso calamitas".

jueves, 16 de julio de 2009

Entremedias, de Marta Antonia Sampedro


La muerte era
como la habitación a oscuras.

Frente a su lecho,
luz color anís aguado,
entremedias
de unas cortinas unidas
que hacían camino
de la gran penumbra negra
de la oscuridad
más rotunda.

Lloraba por ella misma,
lo sabía tan cierto,
y a falta de público de entierro
en las sombras figuras
esbeltas, gruesas,
altas y bajas acompañaban
su cadáver latiendo.

Entremedias de hojas de lecturas
que ya no comprendía
en su tiempo,
no estaba sola.

¡Oh, qué mujer llora
en su propio entierro!
Pérez Galdós en isa canaria
gimiendo.

¡No vale gemir
cuando mañana cantarás flamenco!
José Agustín Goytisolo animando
a un muerto.

¡Bendito el verso
que se robe al aire parado!
Miguel Hernández combatiendo.

Y Antonio Machado en silencio
se recuesta a su lado,
sonámbulo, que no muerto.

Ella sabe que el exilio de un poeta
es a veces la propia espera
de comprenderse a sí mismo
en las Letras.

El agua corre
tras la luz.

Murmuran los versos.

Las golondrinas
del patio del edificio
duermen.
Todo es quietud.

Mas las sílabas aletean
espantando tinieblas.

Duerme, niña poeta.
Entremedias de la muerte
está la vida.

Sueña que vuelas.


De la obra de la autora, "Arma de pluma”.

viernes, 10 de julio de 2009

Dónde están los gritos de los hombres, de Marta Antonia Sampedro


Miro los pájaros con sus plumas,

miro los campos con sus hojas,

miro los libros con sus páginas,

miro las aguas con sus ondas,

miro las montañas con su arena,

miro a otros niños, con sus derechos,

todos tienen cobijo y sopa.

Y miro a otros niños, con sus padres pobres,

con sus miedos pobres y sus pobres voces

que Perú consiente bajo la mano dura

de un gobierno que los ignora.

No quiero morir de frío, todos lloran escondidos.

Dónde están los gritos de los hombres,

cuando callan que no tengamos ni abrigo.

De la obra de la autora, “Reverso calamitas”.

sábado, 23 de mayo de 2009

Duerme el tiempo, de Marta Antonia Sampedro


Duerme tranquilo el tiempo
bajo la cama.

Desde el tragaluz
del amanecer
lo observo blanco,
rojo, verde,
dormir sin almohada.

Sueña intranquilo el tiempo
que vuela instante,
segundo,
días enteros,
abrazado a mi terraza
disfrazado de planta.

Despierta descansado el tiempo,
jugando a tres bandos
ser mío,
tuyo,
de nadie,
nada.

Y de palabras que fueron
reluce miradas el tiempo,
risas, calmas,
volviéndose a dormir
sin almohada.


Del “Cuaderno de Marta Antonia”, “Cuadernos de Penélope”.

lunes, 18 de mayo de 2009

Hay una vez un gran hombre que es poeta..., de Marta Antonia Sampedro


A Mario Benedetti...


Ya sabemos Mario
que no vivimos siempre
como tampoco moriremos siempre,
que el préstamo de vida es un interés
digamos que nada justificable,
tú escribiendo poemas y coherencias
y el mundo en sus mayorías
-ya sabés, esa masa que nadie conoce
pero en todas partes firma sentencias-
destruyéndolos quién sabrá el motivo
a la máxima potencia.

Vamos con el verso maestro
de la sílaba más precisa,
compañero de esta isla Mario
que flota en el espacio con salvavidas
y achicamos aguas con las tintas.

Qué solos nos dejas
ante esta confusa comedia
de gentes que transitan
con sus disfraces y sus tragedias.

Fue un placer tenerte
-vos ya me entendés-
entre mis cosas más urgentes.

Si es que existe Dios y te solicita referencias
no dudes en avisarnos,
haremos todo lo que tengamos a mano
por hacerle llegar alguna garantía
que acredite tu vida para los otros.

Adiós maestro del verso
y de las batallas menos perdidas.

Adiós pero poco adiós,
digamos que hasta la vista.


viernes, 1 de mayo de 2009

Formados para la horma del Trabajo, de Marta Antonia Sampedro


Estamos formados para ti Mundo, mundo que no avanza sin mujeres y sin hombres en la marcha, fuerza, sudor, respirar obrero, Mundo que nos aprietas duro en las bocas de los niños moribundos o en la vejez y el desamparo.
Estamos formados para ti Mundo, moldeados para el dolor del salario, los pies la mente ausente y los párpados formados para la horma del Trabajo.
Formados para ti Mundo, esclavos en tus grandes manos y utilizando las nuestras aseveras el progreso es mutuo y te agregas.
Estamos formados para ti Mundo que en tu codicia nos exprimes igual que productos que uses contra el suelo destrozados en cadena y día con día todo es esfuerzo y arterias.
Mundo del Trabajo, mundo del cansancio mundo...
En la tierra por el mar cosechando el mínimo futuro propio y a los grandes sustentando sus barreras desiguales, Mundo...
Mundo que aquí nos tienes obreros y obreras, clamando herencia en dignidad y materia, en tus horas eternas con los cuerpos descubiertos te entregamos hasta las ideas, y tú acallando penas robas derechos bendices que suframos para reventar tus cuentas.
Pero aquí estamos, sin embargo, Mundo, aquí estamos una a uno.Uno de Mayo, Día Internacional del Trabajo.

viernes, 24 de abril de 2009

Regreso al olvido, de Marta Antonia Sampedro


Y camino la tarde en silencios,
donde habla de extraños el aire,

ramas de verano crujen versos,
vuelos levanta otoño naciente
y caen las hojas de nuevo,

ante los senderos cantan
adioses viejos, lejanas bienvenidas
y orillas de recuerdos
saltan y danzan marchitas
la guía de otros vuelos,

hasta la puerta del deseo
avanza la silenciosa tarde,

donde nadie mira el río vencido
y el agua tímida transita
acogiendo la sombra del olvido,

recuerdo que estuve aquí,
mas no sé por qué regreso
a nadar entre suspiros...,

tarde de silencios torpes,
acurrucados en encinares
y olivos mueren conmigo
en el preciso instante que nace
sin miedo, quizá sin vivirlo,
un solo mañana mismo.

De la obra de la autora, "Recuerdos y otros inventos”.

viernes, 27 de marzo de 2009

Culpa por amar, de Marta Antonia Sampedro

Y qué, si te amo.
Por qué rencor, si te quiero.

Si libre nací para darme,
un corazón sin razones me late.

Todo estrella quien ama.
Todo lo comprende el amado.

Aunque lo demás explote
yo no lo veo.
Ni me importa.

Sólo tus palabras y tus besos me culpan.
Por ser dichosa entre tanta desgracia.

De la obra de la autora, “La estrella atada y otras soledades”.

jueves, 19 de marzo de 2009

La luna duerme, de Marta Antonia Sampedro


La luna se acuesta temprano,
suavemente dormida
en el aire eterno.

Tiene los ojos cerrados,
labios mecidos
en cráteres fríos.

Su cuna tiene estrellas,
luceros en duermevela
susurran;
son silbidos sordos,
acariciando sueños
escapados al vacío:

Duerme, luna.
Oscuro parece anoche,
mañana siempre.

De la obra de la autora, "Recuerdos y otros inventos".

sábado, 14 de marzo de 2009

Ley Cero, de Marta Antonia Sampedro


En Singapur,
el número mágico
es el Cero.

La boca de los besos,
los nacimientos de afecto,
los proyectos de muerte
y las lunas llenas siempre
entre nubes como vientres...

Los valores de vida
en círculo pasean
a pleno corazón redondo,
y el lenguaje está dominado
por la letra O,
vocal que impida combinar
Odio,
Orgasmo,
Otoño,
Obligación...

Todo es Cero,
y en Cero se piensa
en todos los destinos
desde el presente.

Los que habitan en el Cero
aceptan esta autoridad.

Meditan sus vidas
ante una calculadora,
y se sienten tan libres
que no necesitan valorar
el precio de su libertad,
porque éste
siempre es = 0.

Del libro de la autora, "Días en Singapur".

martes, 10 de marzo de 2009

Como alguien cercano, de Marta Antonia Sampedro



Y preguntó el maestro
de qué queréis morir,
unos dijeron yo quiero morir
como murió mi abuelo,
diciendo que estaba malo
en vez de enfermo,

otras eligieron yo quiero morir
como murió mi hermana,
murió de amor muy dulce
y ni prometido tenía
que se sepa.

Uno a uno morir querían
como alguien cercano muriese.

Y al llegar al más pobre
éste dijo
yo quiero morir de hambre.

No digas eso,
vaya niño,
discúlpate ante la clase,
no sabes ni qué dices.

Y el niño contestaba
Bueno, todos quieren eso,
que me muera de hambre
como mi padre,
que murió hambriento,
pues yo lo mismo.

De la obra de la autora, "Recuerdos y otros inventos".

sábado, 7 de marzo de 2009

Eres Mujer, de Marta Antonia Sampedro



Día Internacional de la Mujer, 8 de Marzo de 2009


Eres música, nota, eres tacto, voz.

Esencia Mujer, palabra, letra, libro, tierra, lluvia, nieve, sol.

Río, canto, misterio, pasión, risa o llanto, danza, ilusión, camino.

Luz y penumbra, valor, razón, valle, orquídea, secreto, espina.

Eres voz, ausencia, bandera, color, mirada, silencio.

Anhelo de Mujer, sudor, aroma, dolor, manantial, espejo.

Vida, alimento, calor, manuscrito, soneto, recuerdo.

Causa, origen, destino, herencia, perdón.

Eres huella, diamante, cima, calma, reflexión.

Tormenta, fuego, hierba, rocío, alborada.

Eres pulsera, tacón, volante, lágrimas, vuelo y verdad...

Y ante todo eres, Mujer,

la conquistadora de tu Libertad.


Marta Antonia Sampedro.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Los estorninos, de José Joaquín Sampedro Frutos


Aquel cuarto estaba prendido por las luces del pasado, que como estrellas muertas brillaban... o mejor, explotaban ahora mismo viajando en el espacio y en el tiempo.
Y sin embargo, aquella aparente oscuridad de la noche parecía de calma y sueño, embriagada de una antigua nostalgia simplemente... La de saberse de espaldas al destino hacia la muerte.
Todo lo pasado, todo lo vivido se mezclaba con la química amarga del desamor, en una escalera cuya cúspide era el llanto o el grito... o el silencio moribundo y abstraído de la nada.
Los recuerdos acudían a su cita exacta y desnudaban crudas realidades de mataderos.
Crecían como fantasmas los molinos de viento... y las ciudades parecían increíbles moles que trituraban un sucio trigo de humos y cementos...
Y un insoportable silencio... de raso cielo de invierno, formaba guiones tristes, de oestes lejanos y cuatreros, sin chica que le diga: “tendremos tantos hijos como vacas en el rancho”.
Y aquel final tan deseado y feliz que nunca llega... Y te empiezas a cuestionar, si acaso eres el bueno, o el rastrero.
Rosarios de desventuras pintaban de siluetas los techos... Y en el más álgido sentimiento, petaban burbujas rosas, de amores maltrechos y caídos y reventados... como los fuegos de San Juan.

De la novela de José Joaquín Sampedro Frutos,
“Los estorninos”.
Siempre en nuestro corazón, amado hermano...

Libertad y esencia, de Marta Antonia Sampedro

Cantaba el preso
y los libres envidiaban
su alegría.
Las rejas no las veía,
sólo la risa de sus adentros.
Los libres talan su cántico.
Y el preso sigue cantando...,
y los libres encarcelados.

De la obra de la autora, "Arma de pluma".

sábado, 28 de febrero de 2009

Turno de Mayo, de Marta Antonia Sampedro

Los surcos de la tierra en los sembrados
me avisan de los ojos que aún amo,
a su mirada la tierra me acerca,
en vahos de animales de carga
y soles de luz rebelde
doblegados por luna entera.

Qué tren me adentra en este destino
al que me entrego,
por desconocer sin ti qué tengo,
huyendo de llantos agotados
y versos malheridos,
vivos días que murieron...

Al besarte, perdí mi turno de mayo,
de mujer que progresa,
y dejé de ser pobre, rica,
apagado lucero, diurna luciérnaga,
nenúfar a la deriva y perdida maleta
-yerba andaluza hecha trizas-.

Búscame desde Linares,
en esta noche de Tánger,
donde recuento presencias
sin encontrarte
las arenas a tu cabello,
ni las uñas estriadas que rozaran
tus labios que me llaman,
desde cada aceituna que Jaén pariera.

Regresemos, amor de mi condena,
y plántate ante mí con tus rubias cejas
que dora Sierra Morena.
Que ni tierras, mezquitas
o cuerpos..., todo es piedra...,
harán que sea quien renuncie a amarte,
y otros ojos suplanten tu mirada perdida,
adivinándome el rumor de promesa a espera,
por las calles de Tánger.

Del “Cuaderno de Marta Antonia”. “Cuadernos de Penélope”.

jueves, 26 de febrero de 2009

En la laguna, de Marta Antonia Sampedro

Mírame.
Hoy tenemos doble luna.

Una está en el cielo,
al acecho de atrapar nubes,
visillos blancos
de los azules.

La otra en el agua,
persiguiendo aros de plata
que desprendieran un día
tus sentidos y los míos
en bailes de eucaliptos.

Mírame.
Con la mirada
sincera de quien desconociera
el paisaje de las mentiras.

Dos sombras vuelan,
una dice que me acerque,
prendida a mis brazos duerme;
la otra huye
sobre hojas de olivo,
a refugiarse en su miedo
que cree valiente.

Mírame
al capricho del viento.

Soy dos sirenas.

Una esparce por la laguna
las gotas de sudor
del hombre
que entre ella duerme.

La otra llora al que huye
mientras las aceitunas crecen,
alejándose del amor
que la fulmine
un segundo malo,
cualquiera.

Y en tu sola orilla
una luna grita
¡quitad la noche,
abrid paso
a las urgencias!

Otra luna
recoge penumbras
de un laberinto
sobre mareas
que me dirige
al lugar de Singapur,
donde nadie que haya sido
reconocido vuelve.

Mírame.
Sinceramente un segundo
antes de partir.

Con cualquiera
de tus dos hombres.


Del libro de la autora, "Días en Singapur".

lunes, 23 de febrero de 2009

Barrio alto, de Marta Antonia Sampedro



Te visité, barrio alto de la ciudad.
Vi a tus sirvientes
por las aceras anchas
rascándose los callos
y los juanetes.
La limpieza de tus calles,
tu abundancia de verde,
los contenedores de la basura
-perdón, he querido decir basura-
con el brillo reluciente.
Hombres con maletines
y el tiempo en la muñeca puesto
a grandes luces permanentes.
Una de tantas muchachas paseaba uniformada,
de la mano un niño rubio y claro,
fumándose un cigarro con los ojos apagados,
el calor entre sus manos.
Y vi a Remedios,
a Dolores y a Juanita,
a Carmen, a Rosario,
a María, a Rocío y a Encina
derramando su semilla de obreras
a cada soplo de sus vidas.
Y tras ellas nadie recogía
las espuertas de sus desdichas,
sino que una por una sobre sus faldas
al resguardo del frío las ponían,
mientras las corbatas lustrosas
meándose en los árboles,
marcando su espacio de barrio alto,
se reían.

De la obra de la autora, “Poeta en la materia”. Barcelona, 1980.

jueves, 19 de febrero de 2009

El traje del viento, de Marta Antonia Sampedro

No nos asusta ser errantes.
Desembocados por motivos de peso anotados
en diarios sin raíz, vagamos en búsqueda
de algo que desconocemos.

Hemos bailado la música de los árboles,
tocado el carbón dorado del sol más cruento.
El traje del viento nos ha vestido y calzado.
La piel del agua, la figura ha creado
de este grupo huido devorado de abrazos falsos,
vacíos vomitando.
Y sabemos ser, saber qué somos:
valentía de vuelos aleteando en la razón.
Iluminado los días, batallas desesperando.
Nuestras naciones, las nueve lunas
al capricho de mareas son.
Invadido a besos los lugares de sal o hierba mojada,
sin más rumbo permitir que el rastro de ave
en el aire dejado.
Bebido los aromas únicos de manantiales agotados
en las reservas del amor, la amistad, la familia, la ciudad.
Destrozar las losas que el destino preparado había
ahuyentando las nacidas risas.

Unos, vinimos solos. Expulsados fueron otros.
Primera luna, nacer. Fatalidad celebrada. Controlado llanto.
Luna segunda, crecer. Aprendizaje a no llorar.
Tercera luna, amar. Diálogos marcados por otros.
Correctamente besar.
Luna cuarta, el trabajo. Escaso beneficio de pies y manos.
No pensar es el contrato.
Quinta luna, esclavitud. Consumir alimentando
las cadenas de más esclavos.
Luna sexta, conflicto. Salud mental. Vivir para qué.
Séptima luna, soledad. Oveja negra. Menú, malas hierbas.
Luna octava, marginación.
En mar o tierra, distinto pájaro entre vuelos de perfectos cisnes.

Y en la novena luna nos encontramos pulso a pulso
bebedores de anhelos no cumplidos, a golpe de tierra hundidos.

No todo el mundo proclamar puede poseer libertad de acción.
Nosotros, lo intentamos.
Adelante nos llevan las nueve lunas.
Sin saber adónde. Ni qué haremos con ellas
cuando en las tormentas su capricho nos confunda.
Quién cobijará nuestros sueños más lejanos e imperfectos,
es el temor del errante.

Sabiendo que la libertad es cara.
En monedas de incertidumbre y golpes de mar se paga.
Pero sólo exige no tener nada.
Y nada tiene el errante, vestido a medida
por un erudito sastre, que a cambio pide
participar en los sueños.
Nosotros, se los entregamos. Y nacen otros.
Es el trato de errantes.


De la obra de la autora, "Bitácora de errantes".

lunes, 16 de febrero de 2009

Retrato a una muerta, de Marta Antonia Sampedro

Me pidió la muerta en vida
el deseo de su retrato.

Murió de noche,
al descubrir su alma vacía,
y decirle él padeciendo tanto suspiro
qué gorda, qué flaca, tan grande, tan chica,
al servirle la muerta la sopa de letras sentidas.


Los herederos de su tristeza
y cuatro casas hundidas,
miles de impedimentos objetaron
al color de mi tinta china
-y que a la muerta la llevase en mi coche,
a riesgo de alimañas y delincuentes
de transplantes de orquídeas-.


Registré su hora de muerte
en un envoltorio de sacarina
tomando café en la salita.
Ningún vecino acudió en mi ayuda
-acordaron nombrarla sierva ejemplar,
dispuesta siempre con su rosario de penas-.

La mujer sin alma llena conmigo venía
como una amiga de la escuela.
Yo le daba charla negando su fallecimiento,
y al escucharme sola en versos de loca,
la radio anunció un buen día.

Sabiendo gustaba contemplar las claras aguas
de los pantanos, sobre láminas plateadas
y troncos de encinas coloqué bien su cuerpo
y su alma vacía.


La miraba de perfil, de frente;
retoqué su pose para hacerla natural,
menos evidente su cara de sorprendida
por venirle la muerte al conocer su desdicha.

Durante los bocetos de su aspecto
el sol doraba su cuerpo,
huían de ella aves y reptiles
lanzando al agua ondas
de indeseados recuerdos.
Sus labios sonrosados de muerta viva,
su cabello de maniquí marchita,
todo cuanto fuere en papel de póstumo regalo
por su muerte querida, la convirtió
en la que yo conocía antes de bordar
su dote de mentiras.


Caducó su condena de veinte mil desamores
con el mismo hombre y un día.

Finalicé el retrato en sus ojos.
Y en ellos supe que había muerto.

Su sonrisa era de viva,
cruzaba sus manos sobre las rodillas;
se untaba bronceador,
colocaba la toalla de piscina,
abrió una nevera portátil con refrescos
y chocolates de Suiza.

No se estaba quieta.
Sólo su alma vacía,
tan cerrada en vuelos
que ni siquiera posar quiso para la firma.

Pero en sus ojos vi el rastro
del lamento que no quería.

Decidí ese día que en mi coche
no viajarán más muertas,
tan sólo aquéllas que proclamen
tener los ojos vencidos
y pongan de su parte
por el bien de los sentidos.

-Retratar muertas es muy laborioso,
nadie reconoce el esfuerzo
de esta vocación mía
cuando resucitan-.


(C) Marta Antonia Sampedro Frutos (2003)

jueves, 12 de febrero de 2009

El esperado colibrí, de Marta Antonia Sampedro

A los enamorados y enamoradas, y para Latinoamérica también la amistad...

De pétalos dulces y acaso dormidos
luce la flor junto al maizal
sus manos pidiendo luz.

Asoma el colibrí su manto colorido
y en su aleteo dice
Soy el viento, la nube,
quiéreme, flor.

Y nada ocurre
que no deba ocurrir.

Vuela el colibrí
luce la flor.

De la obra de la autora, "Reverso calamitas".

viernes, 6 de febrero de 2009

Carta a Miguel, senderos de la tierra, de Marta Antonia Sampedro

A Miguel Hernández, hombre y poeta.


Te fuiste Miguel durante el parto de la primavera,
hacia un invierno sepulcral y helado
de una vida injusta y seca.

No soportaron tu verso,
no quisieron tu firme pulso;
los bueyes de España se deslizan por la ley,
olvidan su peso y ejecutan el mar sangriento.

Y sin ti no volvió a España la parturienta
porque te fuiste, Miguel,
y tu cuerpo abrió la tierra a la espera de condenas
de los necios de la patria,
aquella que desprecia a sus poetas
que no aplauden las penas de tantas miserias.

Porque aún el hombre construye y ennegrece rejas;
dar la mano al fuerte es un deber, Miguel,
agonizan los cantos y lloran niños,
se va secando tanta sed.

Miguel el hombre, sangre de poeta,
fluyendo sobre las venas de la palabra,
libre en un libro abierto que alguien no cierra
mientras nazcan lirios y amapolas sin primavera.


De la obra de la autora, “Al sur de las bajas nubes” (1996).

sábado, 31 de enero de 2009

Las hojas de otoño, de Marta Antonia Sampedro



La noche avanza
y de pronto las estrellas adivinan los pensamientos,
esos que caen, amada, como las hojas de otoño, sobre el alma.

Y metido en tus brazos no hay piedras,
y en tus andares junto a mí
encuentro las perdidas sendas
aunque en silencio sepa que mueren metas,
atajos y belleza.

Pero no lloremos. No queramos saber nada
hasta que el alba asome sus alas.

Y al despertar, con tus risas me despertaré también,
y te diré de nuevo, ¿hablas en sueños?

En la luz olvidaré qué era aquello que debí decirte,
cuántas hojas renovaron los árboles
mientras ajenos al tiempo perdimos
el galopar de nuestros años.

Me miraré contigo en los espejos,
diré que nada es verdad, que todo falso, cierto.

Al coger tus manos
volverá la tinta en nuestros cabellos,
y continuaré en tus pasos como antaño,
hace apenas un segundo, cuando al mirarnos,
tontamente nos sonrojábamos.


De la obra de la autora, “La estrella atada y otras soledades”.
Primer Premio del Certamen “Cartas de Amor”,
“Ciudad de Bailén”, 1997.
Bajo el título “El alba asoma sus alas”.

miércoles, 28 de enero de 2009

Agua de mar y lágrimas, de Marta Antonia Sampedro

Enloquecido por azules y espumas abandoné,
en búsqueda de vida y ebriedad de vacíos,
la embarcación.

Sé cuanto deseaba: observar otro mundo,
sobrellevar la carga de saberme perdido,
entretener mi grito.

Me lancé al agua, sin más oxígeno
que mi curtida piel de soñador marino.

Habían desaparecido los rostros sombríos,
las cuerdas y vasijas de nocturnos diurnos
que albas y ocasos entrelazados sentía.

Y ante mis ojos de sal bañados,
criaturas sin ruido me traían alimentos de sosiego,
recuerdos inventados de antaño que de niño me contaban,
cuando aún eran libres, trovadores y esclavos.

Y entre los seres, frente a mi cuerpo leve,
una medusa, visillo de laúdes,
tranquila danza bailaba, cuerpo de misterio,
dándome la bienvenida.

Pensé qué pruebas de guerrero, dios de mi desierto,
desear ese velo nacido,
viendo en él los gestos de mi amor,
cuando al resguardo del frío estival,
sus hombros en los cerros ocultaba ante mis besos.

Es esfuerzo de muerto llorar dentro del mar.

Surgí del agua, aún gimiendo,
escuchando mi nombre dentro de mí.

El barco me esperaba. Conocían mi nostalgia.

No era la primera vez, que no podía ahogarla.



lunes, 26 de enero de 2009

Dolor pobre, de Marta Antonia Sampedro

Vivía cuatro puertas más abajo.

Flequillo picudo, rapado el resto,
pintados cara y rodillas en sus huesos.

Su nombre era del abuelo.
Mayor de seis hermanos y aún no tenía
algunos dientes nuevos.

Una triste mañana, cuatro puertas más abajo,
su padre salía frío, cuajado esqueleto,
con los pulmones de piedra en una caja llena de astillas
apuntalada y torcida.

La campana de la iglesia almidonaba el recuerdo.

Aquel día de entierro y pena comieron gallina, jamón y queso.

Las lágrimas corrían apresuradas
hacia las bocas hambrientas, desesperadas.
Los más chicos reían.

Miseria acallando el sufrimiento.
Golpes que fijan las horas, hachas que talan árboles tiernos.

Al día siguiente, de esas cuatro puertas más abajo,
las ropas del muerto salieron.
Otra familia llevaba sus raídas blusas, su sombrero
o sus alpargatas con agujeros.

Mañana tras mañana, el sol aún no despierto,
seguía a un hombre hasta la salida del pueblo.

Callado. Ojos de lechuza. Perdido y hambriento.

Una niña vecina lo sospechó:
que el dolor pobre no se va cuando se quiere,
ni cuando no se tiene.
Barría la puerta de la riqueza que en la pobreza
sólo el viento traslada,
y desde dos puertas más arriba desveló:

-El casaco era el suyo, pero ese hombre no es tu padre.
Ya pasó el luto-.

Castigada fue por herir la ilusión de un niño más pobre.

Él se encogió de hombros, escupió a un perro
que lamía la sal de su cuerpo,
y continuó sus mañanas siguiendo al hombre.

Un día juntos llegaban al tajo, sin más talega que el silencio,
niño huérfano y minero, olor obrero.

De la obra de la autora, “Arma de pluma”.

sábado, 24 de enero de 2009

Botellas que el mar trae, de Marta Antonia Sampedro

En las horas de aburrimiento,
a mis hombres les da emoción
buscar entre las olas, botellas de mar.

Se encuentran muchas.
Tantas como voces apresadas
el vidrio pueda recoger en su vacío.

Pero hace días que no había suerte.

Uno de los mensajes, decía:
“Te amo. Vuelve.”
No nos dimos por aludidos.
Sólo el marino poeta,
que acercó a su pecho las palabras
y echó una lágrima por el Amor Muerto.

Otra, anunciaba:
“Tengo caracolas de oro.
Isla de Ricacholandia”.
El azar nos sonreía.
Todos corrimos a los mapas.
En ninguna parte figuraba
tal isla de la abundancia.

Broma pesada, que a los pobres nos levanta
y a sentarnos en paz nos torna
agachando la mirada.

Rompimos el mensaje de pura rabia.

Así, una y otra botella,
donde pena, amor, o ambas tragedias,
alguien echara al mar
como si éste oídos tuviera para los creyentes
-el mar sólo escucha a quien domina su lenguaje-.

Mas hubo una botella,
que nos dio felicidad nocturna y momentánea.
Qué felicidad no lo es.

No decía nada.

Al destaparla, olimos su líquido ámbar
y sus maduras algas.

Nos la bebimos. Sorbos de esperanza.

La luna cuadrada estaba.

La mar, la sombra era de nuestra casa,
más distante, aun, que cualquier estrella compañera.

Un huerto las aguas, en su calma.

Las olas cobijaban animales de carga, añorada labranza.

Qué cantidad de palabras guardaba. Nadie pudo atraparlas.

Qué gran idea es lanzar botellas al mar.

Aunque nadie te haga caso.
Aunque nadie sepa que existes,
que amas o penas en las sedas, en las cuerdas...
Que allende el corazón espere algo que no llega.

Qué gran idea es lanzar botellas,
para marineros sedientos por cambiar las horas
que se alejan.

(C) Marta Antonia Sampedro Frutos

domingo, 18 de enero de 2009

Otros cielos, de Marta Antonia Sampedro

Ante mi plato de sustancia y un vaso de agua del grifo,
el presidente del Imperio visitaba mi casa en una pantalla.

Decía palabras repetidas al español traducidas,
y alguien le obligaría a ser sincero, excelencia sea llano,
márketing de tiranos, añadiendo a su voz y justificaciones
risas enlatadas de series norteamericanas.

Qué error tan certero, descubriera tal honestidad
a la verdad señalada.

Cuánto me reí llorando ante la escena del cinismo,
qué sinceridad el azar de alguien que ya estará sin empleo
bufoneando a un payaso con guadaña
en el palacio del circo sangriento.

Mas cuánto lloré sin risas, cuando olvidaran quitarlas
en imágenes de mujeres, hombres, niños,
materia de desecho, ovillos, que aparecían despedazados
por un monstruo llamado Exterminio,

hambrientos, segados, doblegados al rezo
obligados a mirar otros cielos donde claudique una voz
bajo tierra adornada con cruces vigiladas por un carroñero armado
que por ley o sin ella los condena a vivir o morir según imperio.

Dejé mi plato y mi vaso.

Seguí riendo.

Y seguí llorando.


De la obra de la autora, “Recuerdos y otros inventos”.

miércoles, 7 de enero de 2009

De todos los suicidios, de Marta Antonia Sampedro

De todos los suicidios,

el más mortal es la Guerra.

De la obra de la autora, "Recuerdos y otros inventos".

viernes, 2 de enero de 2009

Magia, de Marta Antonia Sampedro



Hay tendencia en los artistas
a creer en la magia de la vida
-pensar, alguna vez,
que no se compra la risa
y el llanto no es castigo
de ningún santo-.

A lo largo de los años,
y observando encinas,
una artista pidió
a tres bohemios sacerdotes,
expertos en fantasías,
una estufa, media manta,
dos libros de medicina,
que lloviese y las aceitunas
solas fuesen al molino
sin el sudor de sus hermanos
-tenían derecho a dormir
como niños todo un día,
aunque no estuviesen malos-.

Palmo a palmo creció
sin cumplirse sus deseos.
No había más magia
que la melodía de la pobreza,
y la desidia del desamparo.

Vencida supo,
que los anhelos tienen
honorario de mercancía.

Pero olvidó que era artista
-momento débil,
permitido en el manual
de las artes no favorecidas-,
y un deseo intenso
surgió en sus labios,
una noche que acudieran
tres magos,
con cara de hambrientos,
pidiendo aguinaldos.

Buscadme la alegría,
dijo al más moreno,
decidle que vuelva,
y éste le pidió tiempo
y un cigarrillo negro.

Cerrando los ojos
volvió a ser niña
sin estufa,
sin libros ni guías,
sin nada de cuanto pedía
creyendo en la magia
de los sueños.

Sonrió al pensarlo.

Qué milagro, la vida.
Hacía tanto que no sonreía...

Aún era artista.


Del "Cuaderno de Marta Antonia". "Cuadernos de Penélope".