martes, 6 de diciembre de 2016

Historia de una poeta que odiaba la luna, de Marta Antonia Sampedro


No entiendo de los demás

mi historia es ficticia igual que todo

comprendo mejor vivir bajo esa delicia

ver que el mundo tiene dos caras

y voy directamente a hablarles de la luna

cuya incógnita se refiere más a cuanto no vemos

pero esta es la que muestra para estar atentos

nací durante el día pero ahí estaba

percatándose de otro humano más

concentrados en ella el azul del cielo y el blanco

en días lluviosos el descanso

la luna fue en mi infancia espía de mi conducta

no tener que mirarla eran días de júbilo

y más de una vez advertí que no era buena

coincidiendo con el apetito de mis letras

por lo tanto nadie me hizo caso

sino el preciso para no expresarlo

comencé a sospechar en la niñez

que de noche seguía mis pasos

una estrella tres estrellas ¡ochenta estrellas!

y vuelta a contar porque su luz era molesta

los caminos tan seguros y allí estaba ella

en los charcos en los gallineros

en el quiosco en el castillo en los patios

y cuando no regresaba en días

aprendí a tener ilusiones no muchas

y aparecía en los olivares un fuego 

la luna victoriosa de regreso
 
con los años comencé a espiarla yo

estaba sobre los tejados y los vencejos

en los partos de las vacas en los sembrados

en las mareas de los pantanos en las albercas

a nadie dejaba descansar la luna
 
en las mentiras en las verdades

en el brillo de los ojos en los ratones

en las bocas en las salivas de las guerras

hacia arriba mirando la gente las bestias

qué miran si es la luna

no cantéis derrotas

ninguna ventana dejaba libre

en las vías del tren en los cristales

acompañando a los barcos

en las flores y en el humo

maldita sea la luna

merece un buen curandero

después descubrí que el odio

tenía delicado fundamento

se prometían amor los enajenados

en las plazas ella mirando la fuente

en los campos ella jugando

y luego los veías por separado

la luna en las lágrimas corrigiendo

la luna en los suspiros moviéndolos

tomé la decisión de no incluirla

en textos amaneceres noches nunca

la luna qué asequible recurso me niego

comillas puntos espacios y ahí la luna

en retratos diccionarios sellos

siempre para salir al acecho

claro que a veces la consiento

si ando sola y no está la busco

entre las nubes asoma el rostro

de vidas alegrías cementerios

esa inquietud es la luna

en ce su forma o simétrica el opuesto

una infame mancha pálida

astrónoma universal de historias

que me recompone los textos

entonces me dicen odias la luna

cómo odiarla no se deja

por los barrancos de las cegueras

entre las lentes de los muertos

en las soledades de las tragedias

o en el corazón más inocente

ahí está la luna por si alguien quiere.



© Marta Antonia Sampedro Frutos
(Diciembre de 2016)

viernes, 25 de noviembre de 2016

De tanto escribir finalmente, de Marta Antonia Sampedro


No he muerto hace días
con lo preparada que yo estaba
que de tanto escribir finalmente vives
dejé mi hogar me despedí de Humita y Nube
amarrando expresiones y sentidos
que son los más desapercibidos y vitales
por antiguos y apegados en la inocencia
los besos infantiles de niños que son nuevos
pero continúan nuestras vidas en su ley natural

la tarde en Jaén agitada la ciudad
con un viento ebrio de coraje de campo
los árboles esa arquitectura de los tiempos
hicieron que Manuel y yo recordásemos
las arboledas del Prat junto al puente de Vic
pues todo era hojas y otoños esa tarde
todo era hojas y otoños hace muchos años
hojas llenas de personas presentes que no viven
hojas vacías de personas ausentes que viven
contra los ventanales las corrientes eran rumores
y las ventiscas gritaban ecos de alegrías y de tristezas
desde Baños de la Encina nuestro pueblo

al fondo tan encima el castillo de santa Catalina
no era el impresionante Bury al-Hamma
 la mayor frontera para los temores
pero abría las nieblas del ovillo nocturno
erudito en confeccionar o quitar vidas

me quedé despierta en la noche
esperando a que la muerte llegara
ese azar de morir el lunes veintiuno
ligera de equipaje dijo Machado don Antonio
una casa de cuadernos
y cosas inservibles que llevo conmigo
por lo tanto es ligera el alma
que no tiene que ocupar tiempo
en valorar lo que guarda o ha perdido

la muerte tiene aplomo y llegó a ratos
se podría decir que iba y venía
en vendajes cápsulas y desnudeces
tinturas letras con números duermevelas
sustancias máquinas que preavisan del dolor
diafragmas gargantas y manos extrañas
que sin amarnos han de tocarnos
corazones vientres espaldas

y por la mañana del martes veintidós
una paloma grisácea descansaba
apacible en la ventana de la planta cuatro
dejándose retratar la calma
las dos mirando el castillo y nuestras caras
los árboles tranquilos las nubes dilatadas
luego voló hacia el pabellón de enfrente
con su liviano equipaje de alas.

(C) Marta Antonia Sampedro Frutos (2016)


domingo, 20 de noviembre de 2016

Ama Noviembre, de Marta Antonia Sampedro


Me despierta su presencia
quiere entregarme la señal

 lleva su blusa de amanecer
 y sobre la colcha va dejando
 los núcleos de sus lágrimas

  miramos juntas la noche
-que aún somos-
 no viene a decir nada
 solamente que está

–yo la huelo-  y la busco
–la miro- y está quieta

me entrega el cofre de sus ojos
 los ojos que ya no son
 en ellos está la simiente
 las huellas de pies en la arena
 y las palabras que escuché
 mientras las nubes se rompían
 en franjas de la tarde al oeste
 donde yo caía estando en pie

 ella me abre el camino a una casa
 donde ya no hay nadie que sueñe

los pétalos van cayendo al fuego

 la estancia es ausencia
 un desierto sin cometas

 me despierta su presencia

salgo a ver el cielo de noviembre
alguna forma de las nubes
una sábana que pare el firmamento

 hace un tiempo de respuestas
 un frío de noche inmóvil

 confundo los aviones con estrellas
 las farolas con las almas

 quiero acariciar la niebla
 que desde arriba oculta la estación

 antiguas risas dulces y blancas
 suben y bajan de las nubes
 aligeran Linares de dolor

el aire no tiene agua
pero en mi rostro ha llovido

No llores hija no llores

sonrío porque vivo
me puede el miedo a vivir
y sonrío
me espanta morir
y sonrío
 no quiero perder la noche
 de este noviembre en presencia
 y sonrío

porque es la señal
 amar de vivir.


© Marta Antonia Sampedro Frutos
 (Noviembre de 2016) 

jueves, 17 de noviembre de 2016

Ayer ya no es, de Marta Antonia Sampedro


Aún no le he dicho por qué no quiero viajar a verla.
Y sin embargo mi amor a ella claudica ante todos los temores
y cada cierto tiempo la visito.
La estación primera se asemeja
a una gran fábrica
donde no hay más obreros que los empleados
de servicios de los trenes.
Barcelona se desparrama junto a la estación.
El mar también.
Lo huelo.
Después está el tren segundo,
el que me lleva al lugar donde ya no soy
pero en mi madre me reencuentro.


© Marta Antonia Sampedro Frutos (2009)

domingo, 6 de noviembre de 2016

Olvidaron juntos y eran amables, de Marta Antonia Sampedro


Había dos desconocidos que comían juntos.
Él comía en plato hondo,
 ella en plato llano.

Él era muy amable, le pasaba el pan.
Ella era muy amable, le pasaba el agua.

Ambos se miraban queriendo recordar
de qué no se conocían.

Ella no recordaba haberlo soñado.
Él no recordaba haberla besado.

Nunca un saludo anterior
voló en sus palabras.

Entre los dos había por lo tanto
una cuestión de existencia ficticia,
porque comían juntos y eran amables.

Alguna vez pensaron quién de los dos
sería capaz de abandonar la mesa aquella
de presencias sin nombres.

Él preguntaba te gustó el almuerzo.
Ella decía está exquisito.

Fueron austeros consigo mismos
porque nunca preguntaron
por qué estaban juntos
y el sol les daba al mediodía.

A pesar de no conocerse de nada
y tomar café juntos
sin las prisas de los conocidos,
comían juntos y eran amables
desde que se desconocían.

 (C) Marta Antonia Sampedro Frutos (2009)

domingo, 16 de octubre de 2016

Desmedidas, de Marta Antonia Sampedro


Querida hija
la vida no es un invento
ni una manzana que golpea
una bombilla incandescente
ingeniería técnica
o genética,

la vida nos aprieta
es calzado ajustado
camisa de fuerza
corbata que ahoga
desierto sin oasis
barco sin velas
luceros que se alejan,

los días aparecen
de sorpresa en sorpresa
y sin amor somos piedra
o arena pisada
perros salvajes
o algodón renegrido
a tientas.

La vida es un recuerdo
que aún no ha nacido
ni quiere nacer
por sí mismo
y se enfrenta
con nosotros
jugando con los tiempos
nuevos o perdidos,

la vida es fuerza
molde de ilusión
persona fugaz
espacio para ella,
y a veces se desaloja
por derribo
ante la advertencia
de elegir muerto o vivo
y hacemos lo sentido.

En las hojas caídas
se aprende de la vida,
es de humanos comprobar
adónde se van
los esfuerzos de ventiscas
el curso de los ríos vacíos,
nunca se atina
o se desacierta,
la vida no tiene color
y no precisa retoques,
solamente empuje
intuida señal de veleta,
pasión o dolor que expresa
alguna ventaja puntual
que ha de tener
ser nada excepcional
y una vez se muera.

Parecerá mentira
la verdad,
ésta quimera
pero no importa,
somos cometas sueltas,
nubes de estaciones,
guerreras intrépidas
o soldados rebeldes
desnudas de ideas,

en sus magias desmedidas
la vida es misterio
pensamiento y acción,
opciones de ternuras
y a veces nada más
que instantes secretos
de las alas benditas,

sirva este adelanto
mientras ves
mi soliloquio de fantasmas,
que los poetas somos
rompecabezas o sombras,
alguien que perdiera la razón
la cinta métrica
y se empeñe en pesar el mar
valorar la frialdad
de los polos opuestos,
diseñamos amores
en vez de obligarnos a ser
vuelos sedientos
sin horizontes,

y así dormimos a solas,
cálidamente solos,
al amparo del cartón completado
a desmedidas sílabas
con puntos y final
casi siempre momentáneos.


(C) Marta Antonia Sampedro Frutos (2006) 

domingo, 9 de octubre de 2016

Ojos de una Niña Noche, de Marta Antonia Sampedro

Eso es un avión
Las estrellas no tienen luces rojas
Pero son más rápidas
Y los aviones van llenos de gente
Las estrellas también
Cállate tonta
¿Dónde ves tú que haya gente?
Allí van, que yo los veo
Eres tonta y siempre lo serás
Mira: me saluda una niña que dice que tiene mi edad
Duérmete ya
Hola ¿cómo te llamas?
Mi nombre es Noche y tú
Yo me llamo Niña
Deja de hablar sola.

(C) Marta Antonia Sampedro Frutos (2016)

domingo, 18 de septiembre de 2016

La calle perfecta, de Marta Antonia Sampedro


Era la calle perfecta
a eso del amanecer
 en lo que la gente dice las tantas
volvíamos de los pantanos
donde las horas ocupan lunas
mejor dicho las fulmina en agua

la farola iluminaba tu cara perfecta
yo miraba tus ojos
tus ojos atentos de miradas
despidiéndome de vivir contenta
porque alegría es amar a toda costa

me decías te quiero te decía hasta mañana
-que es hoy-
me ducho y abro la oficina

en esa puerta del arquitecto callado
que renegó del amor en sus proyectos
el cielo de la ciudad era una risa de techo
porque atrás habíamos dejado la vía láctea
con los bueyes bajo las encinas
meditando la gramática de los meteoros

había sin embargo en la calle perfecta
un significado callejero
todas las señas se conjuraban
y allí la sombra nocturna de los limoneros
y las naranjas amargas para atestiguarlo
al agua maría su jalea de telarañas

las claves eran saber amar y decirlo
en las cimas de los telescopios ácidos
digamos que en esas alturas
y faltados de costumbre en coliseos
el vértigo es tremendo
una y todos podríamos decir que se tambalean
los pies de los gigantes más saludables

y en los aludes de esos puertos
la manada de besos inundaba los comercios
que estaban apagados con su medidor de euros
la calle perfecta era así de sencilla
            mundana y pueblerina
                 en  los portales menos iluminados

había una multitud buscando esa calle
tú me amas yo te amo

y en la calle perfecta
prohibieron a sanciones municipales
todas las vivencias necesarias
con sus sentidos amplios
y sus impresiones

nosotros hacíamos como si nada
en la calle perfecta
entonces nos dijeron loco y loca
en otras palabras revolucionarios
de las estrellas.

(C) Marta Antonia Sampedro Frutos (2016)