sábado, 31 de enero de 2009

Las hojas de otoño, de Marta Antonia Sampedro



La noche avanza
y de pronto las estrellas adivinan los pensamientos,
esos que caen, amada, como las hojas de otoño, sobre el alma.

Y metido en tus brazos no hay piedras,
y en tus andares junto a mí
encuentro las perdidas sendas
aunque en silencio sepa que mueren metas,
atajos y belleza.

Pero no lloremos. No queramos saber nada
hasta que el alba asome sus alas.

Y al despertar, con tus risas me despertaré también,
y te diré de nuevo, ¿hablas en sueños?

En la luz olvidaré qué era aquello que debí decirte,
cuántas hojas renovaron los árboles
mientras ajenos al tiempo perdimos
el galopar de nuestros años.

Me miraré contigo en los espejos,
diré que nada es verdad, que todo falso, cierto.

Al coger tus manos
volverá la tinta en nuestros cabellos,
y continuaré en tus pasos como antaño,
hace apenas un segundo, cuando al mirarnos,
tontamente nos sonrojábamos.


De la obra de la autora, “La estrella atada y otras soledades”.
Primer Premio del Certamen “Cartas de Amor”,
“Ciudad de Bailén”, 1997.
Bajo el título “El alba asoma sus alas”.

miércoles, 28 de enero de 2009

Agua de mar y lágrimas, de Marta Antonia Sampedro

Enloquecido por azules y espumas abandoné,
en búsqueda de vida y ebriedad de vacíos,
la embarcación.

Sé cuanto deseaba: observar otro mundo,
sobrellevar la carga de saberme perdido,
entretener mi grito.

Me lancé al agua, sin más oxígeno
que mi curtida piel de soñador marino.

Habían desaparecido los rostros sombríos,
las cuerdas y vasijas de nocturnos diurnos
que albas y ocasos entrelazados sentía.

Y ante mis ojos de sal bañados,
criaturas sin ruido me traían alimentos de sosiego,
recuerdos inventados de antaño que de niño me contaban,
cuando aún eran libres, trovadores y esclavos.

Y entre los seres, frente a mi cuerpo leve,
una medusa, visillo de laúdes,
tranquila danza bailaba, cuerpo de misterio,
dándome la bienvenida.

Pensé qué pruebas de guerrero, dios de mi desierto,
desear ese velo nacido,
viendo en él los gestos de mi amor,
cuando al resguardo del frío estival,
sus hombros en los cerros ocultaba ante mis besos.

Es esfuerzo de muerto llorar dentro del mar.

Surgí del agua, aún gimiendo,
escuchando mi nombre dentro de mí.

El barco me esperaba. Conocían mi nostalgia.

No era la primera vez, que no podía ahogarla.



lunes, 26 de enero de 2009

Dolor pobre, de Marta Antonia Sampedro

Vivía cuatro puertas más abajo.

Flequillo picudo, rapado el resto,
pintados cara y rodillas en sus huesos.

Su nombre era del abuelo.
Mayor de seis hermanos y aún no tenía
algunos dientes nuevos.

Una triste mañana, cuatro puertas más abajo,
su padre salía frío, cuajado esqueleto,
con los pulmones de piedra en una caja llena de astillas
apuntalada y torcida.

La campana de la iglesia almidonaba el recuerdo.

Aquel día de entierro y pena comieron gallina, jamón y queso.

Las lágrimas corrían apresuradas
hacia las bocas hambrientas, desesperadas.
Los más chicos reían.

Miseria acallando el sufrimiento.
Golpes que fijan las horas, hachas que talan árboles tiernos.

Al día siguiente, de esas cuatro puertas más abajo,
las ropas del muerto salieron.
Otra familia llevaba sus raídas blusas, su sombrero
o sus alpargatas con agujeros.

Mañana tras mañana, el sol aún no despierto,
seguía a un hombre hasta la salida del pueblo.

Callado. Ojos de lechuza. Perdido y hambriento.

Una niña vecina lo sospechó:
que el dolor pobre no se va cuando se quiere,
ni cuando no se tiene.
Barría la puerta de la riqueza que en la pobreza
sólo el viento traslada,
y desde dos puertas más arriba desveló:

-El casaco era el suyo, pero ese hombre no es tu padre.
Ya pasó el luto-.

Castigada fue por herir la ilusión de un niño más pobre.

Él se encogió de hombros, escupió a un perro
que lamía la sal de su cuerpo,
y continuó sus mañanas siguiendo al hombre.

Un día juntos llegaban al tajo, sin más talega que el silencio,
niño huérfano y minero, olor obrero.

De la obra de la autora, “Arma de pluma”.

sábado, 24 de enero de 2009

Botellas que el mar trae, de Marta Antonia Sampedro

En las horas de aburrimiento,
a mis hombres les da emoción
buscar entre las olas, botellas de mar.

Se encuentran muchas.
Tantas como voces apresadas
el vidrio pueda recoger en su vacío.

Pero hace días que no había suerte.

Uno de los mensajes, decía:
“Te amo. Vuelve.”
No nos dimos por aludidos.
Sólo el marino poeta,
que acercó a su pecho las palabras
y echó una lágrima por el Amor Muerto.

Otra, anunciaba:
“Tengo caracolas de oro.
Isla de Ricacholandia”.
El azar nos sonreía.
Todos corrimos a los mapas.
En ninguna parte figuraba
tal isla de la abundancia.

Broma pesada, que a los pobres nos levanta
y a sentarnos en paz nos torna
agachando la mirada.

Rompimos el mensaje de pura rabia.

Así, una y otra botella,
donde pena, amor, o ambas tragedias,
alguien echara al mar
como si éste oídos tuviera para los creyentes
-el mar sólo escucha a quien domina su lenguaje-.

Mas hubo una botella,
que nos dio felicidad nocturna y momentánea.
Qué felicidad no lo es.

No decía nada.

Al destaparla, olimos su líquido ámbar
y sus maduras algas.

Nos la bebimos. Sorbos de esperanza.

La luna cuadrada estaba.

La mar, la sombra era de nuestra casa,
más distante, aun, que cualquier estrella compañera.

Un huerto las aguas, en su calma.

Las olas cobijaban animales de carga, añorada labranza.

Qué cantidad de palabras guardaba. Nadie pudo atraparlas.

Qué gran idea es lanzar botellas al mar.

Aunque nadie te haga caso.
Aunque nadie sepa que existes,
que amas o penas en las sedas, en las cuerdas...
Que allende el corazón espere algo que no llega.

Qué gran idea es lanzar botellas,
para marineros sedientos por cambiar las horas
que se alejan.

(C) Marta Antonia Sampedro Frutos

domingo, 18 de enero de 2009

Otros cielos, de Marta Antonia Sampedro

Ante mi plato de sustancia y un vaso de agua del grifo,
el presidente del Imperio visitaba mi casa en una pantalla.

Decía palabras repetidas al español traducidas,
y alguien le obligaría a ser sincero, excelencia sea llano,
márketing de tiranos, añadiendo a su voz y justificaciones
risas enlatadas de series norteamericanas.

Qué error tan certero, descubriera tal honestidad
a la verdad señalada.

Cuánto me reí llorando ante la escena del cinismo,
qué sinceridad el azar de alguien que ya estará sin empleo
bufoneando a un payaso con guadaña
en el palacio del circo sangriento.

Mas cuánto lloré sin risas, cuando olvidaran quitarlas
en imágenes de mujeres, hombres, niños,
materia de desecho, ovillos, que aparecían despedazados
por un monstruo llamado Exterminio,

hambrientos, segados, doblegados al rezo
obligados a mirar otros cielos donde claudique una voz
bajo tierra adornada con cruces vigiladas por un carroñero armado
que por ley o sin ella los condena a vivir o morir según imperio.

Dejé mi plato y mi vaso.

Seguí riendo.

Y seguí llorando.


De la obra de la autora, “Recuerdos y otros inventos”.

miércoles, 7 de enero de 2009

De todos los suicidios, de Marta Antonia Sampedro

De todos los suicidios,

el más mortal es la Guerra.

De la obra de la autora, "Recuerdos y otros inventos".

viernes, 2 de enero de 2009

Magia, de Marta Antonia Sampedro



Hay tendencia en los artistas
a creer en la magia de la vida
-pensar, alguna vez,
que no se compra la risa
y el llanto no es castigo
de ningún santo-.

A lo largo de los años,
y observando encinas,
una artista pidió
a tres bohemios sacerdotes,
expertos en fantasías,
una estufa, media manta,
dos libros de medicina,
que lloviese y las aceitunas
solas fuesen al molino
sin el sudor de sus hermanos
-tenían derecho a dormir
como niños todo un día,
aunque no estuviesen malos-.

Palmo a palmo creció
sin cumplirse sus deseos.
No había más magia
que la melodía de la pobreza,
y la desidia del desamparo.

Vencida supo,
que los anhelos tienen
honorario de mercancía.

Pero olvidó que era artista
-momento débil,
permitido en el manual
de las artes no favorecidas-,
y un deseo intenso
surgió en sus labios,
una noche que acudieran
tres magos,
con cara de hambrientos,
pidiendo aguinaldos.

Buscadme la alegría,
dijo al más moreno,
decidle que vuelva,
y éste le pidió tiempo
y un cigarrillo negro.

Cerrando los ojos
volvió a ser niña
sin estufa,
sin libros ni guías,
sin nada de cuanto pedía
creyendo en la magia
de los sueños.

Sonrió al pensarlo.

Qué milagro, la vida.
Hacía tanto que no sonreía...

Aún era artista.


Del "Cuaderno de Marta Antonia". "Cuadernos de Penélope".