viernes, 2 de enero de 2009

Magia, de Marta Antonia Sampedro



Hay tendencia en los artistas
a creer en la magia de la vida
-pensar, alguna vez,
que no se compra la risa
y el llanto no es castigo
de ningún santo-.

A lo largo de los años,
y observando encinas,
una artista pidió
a tres bohemios sacerdotes,
expertos en fantasías,
una estufa, media manta,
dos libros de medicina,
que lloviese y las aceitunas
solas fuesen al molino
sin el sudor de sus hermanos
-tenían derecho a dormir
como niños todo un día,
aunque no estuviesen malos-.

Palmo a palmo creció
sin cumplirse sus deseos.
No había más magia
que la melodía de la pobreza,
y la desidia del desamparo.

Vencida supo,
que los anhelos tienen
honorario de mercancía.

Pero olvidó que era artista
-momento débil,
permitido en el manual
de las artes no favorecidas-,
y un deseo intenso
surgió en sus labios,
una noche que acudieran
tres magos,
con cara de hambrientos,
pidiendo aguinaldos.

Buscadme la alegría,
dijo al más moreno,
decidle que vuelva,
y éste le pidió tiempo
y un cigarrillo negro.

Cerrando los ojos
volvió a ser niña
sin estufa,
sin libros ni guías,
sin nada de cuanto pedía
creyendo en la magia
de los sueños.

Sonrió al pensarlo.

Qué milagro, la vida.
Hacía tanto que no sonreía...

Aún era artista.


Del "Cuaderno de Marta Antonia". "Cuadernos de Penélope".

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