domingo, 28 de agosto de 2011

Y sin embargo su luz de arena, de Marta Antonia Sampedro


Hay algo más grave que morir

dormir sin tiempo de soñar

preguntar a solas quién eres

responder a solas quién soy

romperse la mano
y no escribir besos
mientras ojeamos abrazos

quebrarse un pie
y mirar el campo
tras la ventanilla de un bus

hay algo más grave que morir

amar a quien sabemos
jamás nos amará
si nos quedamos sin nada

pero algo es algo

que la tierra dé directamente
en la cabecera de la cama
y no sepamos
por qué el mundo es esto
que nos aprecia número

y sin embargo su luz de arena
inspira sospechas
gusanos quemados
en las paredes tras los cuadros
haciendo cincos y ochos
y no sabemos si el mañana
está pendiente de llamarnos

hay algo más grave que morir

llenar los ceniceros
de razones evaporadas
que nos asedian

cumplir con la fianza
donde nadie nos acusó
pero somos condenados
partir días como el pan

bebiendo segundos de pozo
para sostener el estómago
y no vomitar el tiempo
que nos impedía comer riendo

hay algo más grave que morir

recordarnos ajenos en los sueños

viajar con otros pasajes
que inventamos y son cromos

ver pasar la vida
y no pararse en los verdugos
creyendo que la indiferencia
nos hace mártires perfectos
pero somos víctimas del silencio
quién soy quién eres

hay algo más grave que morirse
y dejar las fuerzas quietas

de todos modos morimos
cuando olvidamos
que el mundo es un descampado
donde las vallas se traspasan,

hay algo más grave que morirse…

y mientras el auto plateado
se aleja como una polilla sin alas
siento que cada mundo
se forma entre los viejos zapatos
aunque la muerte diga cuanto diga
el caso es seguir viviendo.


viernes, 19 de agosto de 2011

Alguna vez juntos, de Marta Antonia Sampedro

A veces la llamada es en sueños,
 -una se despierta no queriendo
el presente que nos dirige abyecto-.

Nos alegra ver con la voluntad perdida
a los seres que realmente queremos.

Cuando eran niños y su voz de niños,

ancianos y su voz de ancianos,

y cuando se les fue voz y se la ponemos.

Otras en cambio tuercen la esquina
con sus figuras huyentes
en un zas impreciso y etéreo,

la sombra se escurre
y en los ojos ciegos aún la vemos,

... la figura,

... el instante de sus cuerpos,

del tiempo quedando al borde
de los párpados y sus deseos.

Nos sentimos en la espera
el tiempo de encontrarnos.

Y nadie sabe por qué regresan
con nosotros a vivir lo que dejaron,

o es que nunca se ausentaron
y viven sus vidas
en el mismo lugar
que en nosotros fueron.