sábado, 25 de julio de 2020

Esta noche cuidada por el cielo, de Marta Antonia Sampedro


Me bañaré esta noche cuidada por el cielo
Marte Saturno y Júpiter viejos compañeros
prefiero noche sin luna y hubo suerte 
quiero ir a dormir ligera y limpiada
dejarme inundar de noche y meteoritos
nadie tiene estrellas en el vientre de su madre
pero sí oscuridad y paz formándose de misterios
en realidad no hay malas estrellas
ninguna te dice no te quiero no me hables
todas se disponen a la compañía natural
volver al tiempo que no recuerdo
y recrearlo como me dijeron
con mis añadidos imaginados
toda la noche sufriendo una mujer
esperando la mañana de julio andaluz
Júpiter Saturno y Marte brillando quietos
pensar que son las cosas las que cambian
quisiera mis ojos más jóvenes
para seguir hacia dónde va el cometa 
que estos días se deja ver por la tierra
y el rastro del meteoro de ayer
la energía senda de la mágica fortaleza
quién sabe si regresa a esos años y más lejos
ver llegar a un hombre contento de la sierra
viene de segar porque es jornalero
también se ha bañado para estar limpio
su sonrisa es de contento y besos
ella me tiende su mano y ninguna sufrimos
así con las manos tomadas sana tanta herida
me extraña verla con el cabello blanco
pero la misma sonrisa y mirada es ella
todo el dolor se ha marchado igual que un mal sueño
la sábana es blanca con olor a cuerpo de cuerpo
que todo lo que después haya sido no sea
que este momento sea el único vivido
en cualquier edad de mis tiempos
y dormir los veranos bajo luces del cielo
las quietas las que vuelan y las que regresan
hasta la llegada cercana del lucero del alba
y estar envuelta entre los brazos de mi madre
comprobando si lloro si duermo
y a mi padre diciendo qué bonica es la nena.


© Marta Antonia Sampedro Frutos.
(25 de Julio de 2020)

lunes, 13 de julio de 2020

Alas de bronce, de Marta Antonia Sampedro


    Tan temprano como aquellas vidas echadas a perder era el tiempo de la mañana. Una mañana de domingo primaveral, estación que las aves conocen en la exactitud melódica del canto libre y el renacer de la vida.
          Sobre los céspedes y bancos de la plaza de Colón, numerosas botellas de cerveza, de güisqui y licores, jeringuillas arenosas, cartones de vino y bolsas de plástico, huellas de la generación perdida para el respeto y la simple sensatez, donde a más voces que se hagan soportar, a más ruido emitido, más pastillas para seguir con los párpados abiertos arrastrando los pies, a más alcohol urgentemente ingerido, nos recuerda que detrás de cada joven amarrado a ello uno a uno asimilan que el sentido de la razón es variable al antojo, pasajero el destino de los días y alterable al egoísmo el sentimiento de grupo humano.
            La hermosa plaza, un domingo por la mañana, en la resaca de la batalla ajena parece arrasada, humillada en su belleza, y los dos ángeles de bronce de la fuente permanecen bajo su gran concha de piedra, flor de agua, al margen de la moda de la dejadez, disfrute por el ecologismo de chatarra y celofán y gamberrismo. Son ellas, las estatuas celestiales, quienes mejor pueden revelar del abandono y el sufrimiento de sus aves, y el cómo tener alas tiernas, para el cruel, no significa nada, más que diversión, en su adicción a lo horrendo.
        -Llegó un Land Rover, echaron comida a las palomas, y cuando comían una gran red las atrapó. Así que los pichones están perdidos, buscando sobrevivir. Nosotros, solamente podemos ofrecerles agua.
            -Y sombra. Ya sabes, hermano, que la sombra es muy importante para el respirar.
            En esa mañana de domingo solitario, el perro de la mujer olisqueaba detrás del seto una bolsa doblemente anudada. Sin embargo, aquel plástico mostraba vida. “Quizá sea una rata”, se dijo con miedo. “Pero esas muerden las bolsas; a no ser que esté herida, o sea un gato”.
        Buscó ayuda; pero no había nadie, excepto unos jóvenes que continuaban su marcha de alcohol, balanceándose junto a los árboles. En aquel momento, vio un ciclista en su marcha de sudor y esfuerzo en la calzada, y en el silencio la mujer dijo “Oye”, voz que nos define con la palabra del reclamo.
              -¡Ayúdame! Mira, aquí hay algo que se mueve.
        El ciclista rompe la bolsa, con cierta prudencia. Asoman sus cabezas dos palomos chicos. Están impregnados de horror; sus escasas plumas encharcadas de sí mismos y de alcohol; y, entorpecidos, buscan cobijo, y el charco de la fuente.
            -¡Quién habrá sido el muy… que habrá hecho esto!
             El ciclista se despide de la mujer y prosigue en su jadeo de esfuerzo cortando el aire fresco de la mañana con sus alas de buena gente.
            Mientras tanto, sobre la piedra central, los pichones observan trémulos los ángeles de bronce. Hacia sus cuerpos el aire les lleva minúsculas gotas de la fuente, salpica el chorro frente a ellos materia sucia de papeles, refrescando sus vidas y limpiando de cerveza sus bellas plumas de inocentes crías.
            -Alégrate de ser de bronce- dice uno de los ángeles al otro, en un suspiro inapreciable.
          -En ningún momento dejo de darle las gracias al artesano, por no haberme formado humano- contesta, vigilando las cuatro esquinas de la plaza-. ¡Imagínate si fuésemos de sangre!
            -Pues se te oye el latir del corazón. ¿Es posible?
         -No. Eso que oyes, hermano, son los latidos de los pichones. Los conozco muy bien, porque son palpitaciones que expresan misterios realmente importantes. Pero claro, es que somos de bronce.
            -Será por eso.

© Marta Antonia Sampedro Frutos (1.998)
Publicado en “Linares Información”, 1.998.