viernes, 29 de marzo de 2013

Cuando la ciudad calle, de Marta Antonia Sampedro


Cuando la ciudad calle vendré de noche,
entre las luces tristes de la navidad perenne
veré que todo es presente y pasado la crueldad,
 puertas de pasillos gélidos entreabiertas
vendrán a un adiós translúcido y ligero,
 siempre habrá un momento de plazas,
y un segundo que recuerde un nombre
que olvidé y recordé sin treguas,
 el por qué vencida me tiembla el pulso,
y corona de lamentos agarran mi sombra
-si estoy, camino, vivo o muero, soy-,
los rastros de dolor y miseria lenta
oscureciendo colores de circo y música,
 quitará la acera un párpado lineal,
y una mirada perdida y hallada
envolverá esquinas y zaguanes,
 presentí el dolor esquivo, ciudad que mueres,
el marchitar de tu flor clorada
en las calles y en los vasos de los ebrios,
 dime, ciudad, cuándo callará humano
o qué dirá la sílaba envuelta del engaño,
 cuenta los que cayeron y reptan sin sueños,
qué hicimos en la monotonía veloz,
dónde anduvimos o qué esperamos
amando muriendo penando naciendo,
 dónde se conquista el control de la razón,
que vendré de noche, a escuchar tu silencio.
  

sábado, 23 de marzo de 2013

Escrituras en los vientos, de Marta Antonia Sampedro


Alojada en el viento
las nubes apresuradas
volaban las aves
sobre los campos
y los encuentros
el horizonte era un sueño
donde la vida es fugaz
lo importante se hundía
bajo la tierra secreta
con las celindas silvestres
en sus briznas diminutas
recuerdo en ese vaivén
que el miedo era un grabado
de dolor tan impreciso
y de un amor amontonado
una preocupación sin embargo
parpadeaba en mi alma
aunque la fuerza se iba:
plantar el prunus persica
de brotes débiles
ante mí tenía sin duda
una cuestión de vida
mejor dicho de dos vidas
las aves eran notas
de escrituras en los vientos
el futuro ocultaba
las trazas del presente
y una golondrina
me rozó el cabello
“no morirás en sábado”
lanzándose al aire
con la copia de una sombra
la lluvia vino en las nubes
con bondad de melodía
el cielo nada divino
destinó el amor como quiso
y nada pude hacer
tan sólo morir otro día
calmada y sin prisas.

  

sábado, 16 de marzo de 2013

Tres monedas y un gusano, de Marta Antonia Sampedro


¿Qué hace una persona sola en pie, en medio de un espacio tenue y con las manos pegadas al cuerpo? Sintiendo la tarde. Las tardes no son sólo un tiempo; se diría que también son un espacio que nos detiene para una finalidad. Ella está de pie, paralizada por la tarde. Qué hace ahí, en ese espacio ajeno que sin embargo muestra algunos de sus enseres en un mobiliario desconocido. Hay un ventanal que asoma la agonía del sol de la tarde y ella sigue en pie, se diría que toma la luz que se duerme. Ve jardines, ramas, troncos de árboles, hojas; están en la tarde. Observa el mobiliario, y nada le recuerda. ¿De quién es esa casa? De la tarde. A la izquierda hay un pasillo. Los espacios también llaman a las personas, excluyendo los nombres y cuanto posean. Los espacios donde lo material no importa, comparados con la luz. Un pasillo en el que asoma también la tarde en un ventanal y ve unas puertas, una de ellas entreabierta. Es una habitación oscura, donde la luz tímida que muere quiere vivir por la ventana. Hay una cama habitada, porque las camas también se habitan incluso cuando están vacías. Ella va sin conocer el tiempo, porque el tiempo es un desconocido que no entiende de sí mismo. Ese cuerpo se vislumbra bajo un ropaje. ¿Qué hace una persona durmiendo en nuestro espacio sin nuestro conocimiento? Ella descubre el cuerpo, que no duerme. Está envuelto en una cápsula de harapos, con la cara cérea y los ojos ausentes hacia su pecho. Es un gusano con cara de hombre. Sabe de quién se trata. Pero no comprende por qué está en su espacio. Tal vez muriendo antes de que la tarde se abandone al sueño y sin embargo muerto antes que todas las tardes. Lo deja descubierto; ningún muerto necesita que lo proteja nada. Sale de la estancia y ve sus ropas, un pantalón y una camisa de hombre. Registra sus bolsillos. Una cartera. No le interesa y la tira al suelo. Tres monedas de cinco céntimos. Se las guarda en su mano. Vuelve al primer espacio con las monedas entre su puño, donde prosigue hacia el sueño la tarde. Para qué necesita tres monedas de poco valor una persona que tiene de todo cuanto sus ojos descartan o necesitan, incluidos los sueños que concede a los derribados con su generosidad el tiempo. Por qué robarle a un muerto, a pesar de que la muerte no necesita sino el cuerpo que devora. Las tres monedas son un tesoro que el muerto hacía sonar en su bolsillo, el botín que robó a otros y mostraba ante todas las riquezas; las tres piezas con sonido agonizante en los pasos donde anunciaba que sólo él tenía la propiedad de esa riqueza. Tres compases de un tiempo desafinado, golpeándose una con otra en su bolsillo. Una igualdad que debe ser protegida ahora, el origen corpóreo que libera el gusano que ya es carne de tiempo. Adónde van los muertos por cuya maldad suenan a calderilla las vidas quebradas. A una cama de quien no le importas para la vida.  La tarde prosigue su dormitar imparable. Y las hojas, y las ramas, y los troncos de los árboles del jardín duermen con la tarde concentrados en una mano, y esperan la noche, que tranquiliza su sed de vida.

domingo, 10 de marzo de 2013

Nada más que esta lluvia, de Marta Antonia Sampedro


Caerán todas las nubes
en este cielo de marzo
tornando en marrones flores amarillas
y hace asomar bajo las tejas
a los inquilinos gorriones
-grandes gotas que no caen
color gris de poema-.
Del presente se están formando
mis dolores que se irán
y les vendrán a otros
cuando los míos ya no estén
porque también el dolor muere
un momento antes de renacer.
Al igual que cuando joven
sola debo doblar las mantas
desatascar los patios
y podar los árboles.
No bastarán los llantos
no calmará la ira mi esfuerzo
aumenta con los días
el despiadado afán del abandono.
Firmo con lágrimas
mis facturas de estar viva
y rubricará la muerte
el solo testimonio
porque no hay coraza que resista
haber parido y ser estéril.
Dirán que me conocen
y dirán que llevan mi sangre.
Nadie más que estos gorriones
que bajo las tejas observan la lluvia
me identifican por cuanto soy
y les bastan migas de pan
y comprender los días.
Se partirá en dos mi estrella
para silenciar el ruido
que debe justificar los pecados
pero nada más que esta lluvia
quedará en el recuerdo
porque sólo quien muere en vida
puede describir su melodía.
No bastarán las astillas
de los oscuros días
que sólo la noche entera
pretende quien odia la lluvia
y sus prosas de tierras.
En cualquier parte de una nube
habitará en palabras el dolor
de quien no cede al maltrato
y los segundos continuarán
en la muerte o en la vida
odiando que hablen las nubes.
Sin embargo el día de hoy
es un futuro transmitido
imperceptible en el presente.
Las nubes se ausentan
sólo cuando mueren
pero en las formas de otras
siempre permanecen.

viernes, 8 de marzo de 2013

Mujer obrera, de Marta Antonia Sampedro


"Yo iba por los corredores
de la cárcel de Oviedo, gritando:
"¡Camaradas, todos a la calle!".
Dolores Ibárruri, "la Pasionaria".



                     No me alegro que quien mal haga mal acabe. ¿Quién defiende a quien bien anda y no tenga consuelo? Todos y cada uno que reían de mi dolor, toda la avaricia ajena me convirtió en acera laboral estatua sin mirada, casa sin hogar, pies de puertas, y jamás cesaban en querer más y más oyendo lo mismo uno y otro día, más, más, más, mujer obrera más, tú puedes con todo y más. Sin que me importase riqueza alguna propia o ajena ahí estaba la obrera boba, yo vagaba por las calles del toma y dale de ventas con más horas que el día tenga enseñando techos caídos o en cimientos y ellos engordando sus nidos y sus patrimonios de niños solos del todo vacíos, pero cueva rica también se desarma con ventiscas y traiciones varias. También aquellos por cuya espada afilada padecí miles de dolores y alimenté con mi sudor de mujer obrera entera sus odios sus caprichos machistas y sus cartas escondidas. Ahora doñas y doños se encuentran con otros en las camas doradas, mentiras y conveniencias y al juzgado van con sus cornamentas diseñadas, por sí solos caen sin más esfuerzo que el propio y sin que nada deba hacer sino la espera de verlo. Unos, de la botica a la cama van; otros, de los videntes a matasanos especialistas en exorcizar explotación y avaricias y el más afortunado tísico recuenta facturas para comprar la paz-codicia. Mientras yo mi sopa pobre como en este escondrijo de soledades calmas, cayendo van por sí solos y a pesar de todo qué decirles que no les suplicase entonces a sus oídos sordos ni qué lágrimas tiré como echando sal a nieve de lodo. Caen y caen y se levantan ojerosos, ni el consuelo poderoso del euro, ni la serenidad que nunca tuvieron les sirven ante el dolor que entonces de la obrera mendiga no comprendieron. En sus pañuelos rotos ahogan sus penas torpes y nunca se mojan siempre secos inmutables porque en los odios recogen sus desconsuelos. Yo mientras lo observo, caer uno a uno, aunque no me alegro, pero... pero cae la noche y tengo el mismo lecho que de niña me extendieron: mis manos de obrera, mi risa y pan duro, y tan triste o contenta me despierto a ver las nubes del día nuevo.


jueves, 7 de marzo de 2013

Amanecer en febrero, de Marta Antonia Sampedro


Corrigiendo poemas me visitó
el amanecer de febrero
pero ninguna mañana ilumina
el sentimiento de las palabras
que escribí sinceramente
y muertas yacen entre las líneas,

escribí amor a miserables
escribí lucha para nadie
escribí errores por certezas,

me pregunto si me arrepiento
y no me respondo,
porque soy poeta
que jamás premedita
y viceversa,

estas redes de arañas
donde con mis versos caí
en las hojas resecas
son incorregibles
y entre la oscuridad
de los cuadernos cerrados
todas las palabras vanas
solas mueren
sin necesidad de olvidos,

y no recuerdo abecedario
tan desfigurado como ahora
que ajena al sucio mundo
que sin voluntad a mí vino,
pienso en las letras muertas,
pienso en las letras muertas...,

escribí historias imposibles
escribí hechos sin vida
escribí canciones sin pentagramas,

me pregunto si me arrepiento
y ya no me respondo,
porque soy poeta
que jamás piensa conveniencias
y viceversa.

(De la obra de la autora "Materia de poetisa obrera")