sábado, 26 de septiembre de 2009

En el reloj de cien esferas, de Marta Antonia Sampedro


Tanto me costó encontrarte,
más que una semilla en mil agujas
más que el sol tras la luna
y más que un mensaje en las olas
me costó encontrarte amor,
porque mi esfuerzo fue cero
porque mi fe era ciega
porque mis razones se hundieron
porque la noche era
el reloj de cien esferas,
encontrarte fue un regreso
a borrar cuanto no era cierto.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Dos de enero obrero, de Marta Antonia Sampedro


Tal día como hoy de hace mil siglos
contados a recuerdos
yo tenía catorce rurales años
y la básica escuela
de encinas olivos y cultos variados,

con esa escueta guía
me levanté tal día como hoy
a las cuatro menos cuarto
mientras mi abuela Antonia
buscaba su casa blanca
en ese lugar tan extraño
de nieblas negras y de vahos quietos,

atravesando con mi sombra emigrada
unas calles enemigas
las piedras rezumaban tristeza
las palomas dormían en la estación
a la espera de un vagón para plumas frías,

todos los obreros en el autobús de la empresa
ausentes y cubiertos como delincuentes,

¡arriba las manos esto es un obrero!
la fábrica las máquinas el algodón
los patronos tan descontentos,

nada me sirvió ni palabras aprendidas
ni dioses justos ni las tierras amarillas,

un reloj confirmó a cómo salía mi vida
el beneficio de morir deprisa,

allí aprendí todo lo que un ser humano
es para otro ser humano
y sin constancia de que Marx escribiera
para alguien como yo
pensamientos de otros obreros,

ningún pan que pudiese comer
podría valer el peso de mi sueño
arrancarme la alegría
a cambio de negarme el derecho.

Hoy he soñado que volvía
a ese lugar de uralita y ruido prensado
de mortajas asalariadas y pan de escarcha.
Ya no tengo catorce rurales años
desde hace mil siglos contados a recuerdos
y sin embargo continúo soñando,

que mi abuela Antonia encontró su casa blanca
junto a su amor Mateo tan alto tan bello
mientras yo seguía buscándola a ella
entre los hoyos de mi deseo por verla
y a veces viene con su risa pálida,

las nieblas negras se recogieron
a golpe de olvidos pintadas
y de partidas necesarias,

y sin embargo he soñado que mis manos
apretaban aún botones de colores
las ratas mordían los hilos que yo trenzaba,

y miraban mis ojos tomillos encinas olivares
letras desteñidas de tan ausentes y olvidadas,
que monstruos habían transformado
en una batalla del Hombre
contra sí mismo y sus temores.




De la obra de la autora, "Reverso calamitas".

miércoles, 2 de septiembre de 2009

La tarde era tan hermosa, de Marta Antonia Sampedro


Alguien le había colocado
una bata azul cielo
abrochada por detrás,
y la clemencia humana
se palpaba en el espacio
al permitirle estar despeinada,
en ayunas y descalza.

Ante ella un hombre
mirando hacia abajo
hablaba solo en pie, sigiloso,
murmullo y canto
creyendo acompañar,
maldita soledad antigua.

Lástima que la ventana
por seguridad
y escapes de aire acondicionado
no pudiera abrirse,
pues la tarde era tan hermosa,
entrada en ocaso,
y parecía
que las hojas de olivo
por las puntas ardieran,
así quería verlas,
lumbres pequeñas
en Jaén, la Bella Dama.

Tenía la certeza
de haber olvidado
el lenguaje
que se comprenda,
y los sentidos
a las palabras eran
como un techo escayolado,
liso, blanco, primario.

No podía fumar su último cigarrillo,
en todas partes
lo recordaban y prohibían
en carteles similares
de aviso para condenados,
y cuántas tardes mejores
que aquella hermosa tarde,
frente al pantano
el humo de aquel sueño
formara en el cielo
versos que jamás escribiera
y sin embargo sabía completos.

El hombre continuaba
su sentencia de simplezas,
y al mirarlo supo de algo
que había pasado por alto:

A qué hora se programa
el reloj de los condenados,
para que el dios de uno
aunque insista,
no consiga despertarlo
para ninguna otra vida llamado.