miércoles, 13 de abril de 2022

Frasquita de Bailén, de Marta Antonia Sampedro

 

Buenas noches.

Quiero agradecer a los organizadores de este acto, la sensibilidad demostrada por este homenaje póstumo a Frasquita, una mujer que más que por la ciudad de Bailén, dejó sus huellas en diversidad de corazones que no la olvidaremos.

Y digo todo esto, porque sé que, igual que en mi casa, donde su nombre y su recuerdo se incluyen en nuestras conversaciones con añoranza, a muchos de vosotros os ocurre lo mismo.

Y tan difícil como es decir lo que sentimos abiertamente, es escribirlo sobre el papel. Pero es mi deseo más sincero que este homenaje pudiera, en la esperanza y gratitud a ella, llegarle de algún modo, a esta mujer tan digna como ella demostró serlo; capaz de realizar, sola, obras que otros no hacemos al cerrar los ojos y dando la espalda, o calificando de locos a quienes realizan una labor encomiable, como la que Frasquita realizó, sin pedir nada a cambio.

En su memoria.

            Te recuerdo Frasquita, con tus cargados hombros dirigiéndote a los  tejares, a las cerámicas o allá donde un ser indefenso te llamara en su corazón abandonado; acarreando un cubo de bolsas de plástico con comida, como si sólo aquellas pertenencias fuesen la verdad de tu razón en la vida. Tantos días, tantos años con tu sonrisa de ángel perdedor de lujosas batallas, acompañada por tu sombra, buscando a tus niños chicos, llenándote de sentidos y que en el corazón son tan profundos, que aunque sabemos que laten en nosotros no se dejan atrapar.

            Hablábamos de ellos…

            El mundo quedaba atrás. Era sólo un globo de espanto escapado hacia un núcleo de miserias, dejado a su locura y crueldad, que no entiende para qué dar bondad si a cambio sólo se recibe trabajo y chismes que parezcan verdades.

            Blandías tu espada de agua fresca y tus miles de besos al aire, desatando sus cuerdas y cadenas a seres vivos que, junto a los hornos ardientes, igual que caínes pagaban pecados que hicieran abeles escondidos detrás de los muros burlándose del Creador.

            Pero no ríen los seres débiles. Saben, como tú, que tras las risas se ocultan más farsas que certezas. Por eso Dios les enseñó sólo a mover los rabos, o a enseñar los dientes cuando ya no resisten más. Colocabas bien tu pelo en un moño, porque al ser lamida por esos inocentes condenados sin motivos, sus besos de nube hacían que tus ojos se cerraran, anidando en tu cabello otros ojos que vivían para tu regreso. Para que jamás olvidases que tenían esperanza sólo en ti, Frasquita.

            Una tarde de verano, por la ventana se apreciaba la gran ventisca del desierto que venía. Sira, mi perra, a pesar de estar a resguardo se escondió bajo la cama. El polvo del tejar era nube sucia agitada en remolinos de aire ardiente, y los árboles del Vivero, a lo lejos, sacudían con violencia sus ramas. Corrían los niños a sus casas, volaban persianas y caían tejas y macetas. Pero allí, como cada día, sin importarte qué habían decidido leyes naturales, te adentraste para ellos, tus niños, entre sacudidas de uralitas, ladrillos y basura. A rescatar de las más crueles de las soledades, los espantos y el hambre, a los tuyos más débiles. Enfrentada a batallas donde las medallas se las llevan otros, “es que en este pueblo somos muy buenos”, decían, como suelen decir los que menos entienden de bondad, valorando una batalla que libran otros, mientras ellos solamente tienen sillón, mando a distancia y emociones fuertes que los liberen de la realidad y así no existe nadie más que ellos.

            Otro día, llorabas de impotencia y pena, porque no comprendías por qué se puede matar a tiros a un perro por las calles de esta ciudad, impunemente, cruelmente, salvajemente, y se deja en un contenedor de escombros, como un saco vacío que gime de agonía, hasta que Dios se apiade de él y lo deja morir, después de haber sido matado por una sociedad que permite esas y otras muchas barbaridades.

 ¿Quién lo puede comprender, si no es porque está preso de ser también un humano cruel? ¿Cómo no llorar, como llorabas tú? ¿Cómo echarse a la espalda el dolor de los que nada importan, sin que hunda su pesada carga y culpa? ¿Con qué derecho se creen hombre y mujer, más importantes que ellos? ¿Porque pensamos? En ocasiones, el privilegio de pensar es la basura más deshonrosa de la que pueda presumir el ser humano.

Y es que algunos creen que amar a los animales significa tener mermada la capacidad de amar a las personas. Pero con tus enseñanzas, Frasquita, sabemos con certeza que quien es capaz de torturar a un ser indefenso, también tortura sin parpadeo a otro ser humano.

Desde entonces, querida y recordada Frasquita, desde aquellos y tan cortos días para el recuerdo, en esa fuerza tuya de andares firmes y sonrisa a medias, mezclada de dolor y de alegría, supe que eres un ser especial, un ángel desechado en las batallas absurdas, por no saber aplicar crueldad, y sí la más honorable de las bondades. Que viviste para los que tan sólo piden un mendrugo y una mano donde mantener en el infierno su esperanza, un motivo por el cual poder comprender por qué tienen patas si no pueden caminar porque están encadenados de por vida, porque alguien se las corta o porque la soga que los apresa también es su horca en un olivo.

Hoy te recordamos en este homenaje póstumo que de sobras mereces, Frasquita, alma de los más débiles. Porque para ti todos eran buenos, todos guapos, todos unos pobres animalicos que habían tenido la mala estrella de nacer, esa mala estrella que los ató a un tabique, un segundo, un día, una eternidad y una vida atada. Siempre ibas diciendo que necesitaban una buena familia, que Dios se acordara de ellos, pero eran chuchos que nadie por ellos daba nada, un gatillo sin madre, una camada esclava. Querías darles sus alegrías sencillas, agua limpia, comida sin tierra… alguien que los quisiera como tú los querías.

Pero un día nos dejaste y los dejaste a ellos. Quizás el cielo necesitara un ángel rebelde como tú, para escuchar por una boca sincera las cosas claras, el nombre de la estrella de cada cual inocente que aquí dejas sin ti; para sancionar tanta indiferencia y tanta crueldad, tanto dolor permitido y la maldad humana sin vacunar.

Hoy, estas palabras son un diálogo de los días que conversábamos, mientras observábamos cómo hay miradas que lo dicen todo y te juzgaban por tu bondad, pero enmudecen a quien habla por hablar, igual que mata por matar.

Pero en esa esperanza de que tu esencia no eran sólo palabras sino sentimientos del alma, y se puedan ver tus pasos de ejemplo, Frasquita, guardados en los ojos de los que un día también habrán de irse. Tus pies han quedado en las huellas de la lluvia y del barro, en los aires, para que siempre puedan verte los que tanto te amaron sencillamente, porque velaste con cariño por ellos, que estaban en el más completo de los abandonos, la esclavitud, la enfermedad y el hambre.

En mi nombre, que me diste el gran honor de conocerte, y en el nombre de tus niños más débiles y chicos, recibe nuestro agradecimiento y nuestros abrazos.

 

© Marta Antonia Sampedro Frutos

16 de Mayo de 1.997 Homenaje póstumo a Frasquita.

Casa de la Cultura de Bailén (Jaén)