lunes, 28 de octubre de 2019

Allan dentro del sueño de otros, de Marta Antonia Sampedro

                 
                   Es imposible que Allan conozca a estos dos. Bueno, digamos que casi improbable. Hay dos encerrados en una habitación. Él es alto, moreno, entrado en los cuarenta, está vestido extrañamente. Ella es rubia de tez clara y está sentada sobre varias pilas de libros y demasiado estampado su vestido. También parece de esa edad. Él sujeta una gran puerta blindada, grisácea, similar a las puertas de seguridad donde los bancos guardan los tesoros. Allan sabe poco de tesoros, aunque su mayor riqueza es escribir disparates. También ahora está demostrando que es capaz de entrar en el sueño de otros que pertenecen a otro siglo. Está junto al hombre, mirando la puerta. Ella le pregunta Quién es usted y qué hace aquí, en nuestro sueño, vestido de otro tiempo. Él no le contesta. Qué habrá fuera de esa puerta, o dentro de esa puerta. El hombre le pide que la empuje para que nada pueda acceder a su aire, ningún resquicio ha de quedar. Allan lo ayuda, empuja y revisa el marco. Es también observado, qué vestimenta es esa, y ese bigote absurdo y ese peinado ridículo. Allan también piensa quiénes son estos dos y a qué sueño pertenecen, porque no recuerdo haberlos soñado ni si alguna vez los he inventado. A pesar de la fuerza de dos hombres dentro de tiempos distintos, la puerta no se puede cerrar. Se miran, niegan con la cabeza. El hombre comienza a gritarle a la mujer ¡Vámonos a otro sueño! ¡Piensa en otro sueño donde marcharnos! Ella le contesta Estoy en ello, espera, espera… Allan les habla por primera vez y les pregunta Quiénes son ustedes, qué hacen en este mi sueño. Hombre y mujer lo miran con extrañeza y él contesta Es usted quién se ha metido en el nuestro y ahora tenemos este problema. Allan piensa Qué ingratitud humana, si no fuese por mí no podrían cerrar esta maldita puerta y tal vez ni a pesar de mí. El hombre insiste a la mujer ¡Vámonos a otro sueño! ¡Concéntrate! Ella cierra los ojos insistentemente, ¡No me pongas nerviosa! ¡Estoy en ello! ¡Tampoco yo quiero estar en el sueño de este ridículo hombre! Los dos hombres continúan con gran esfuerzo cerrar la puerta. Y Allan ve imposible que esa puerta, que no sabe qué pretende aislar, es una resistencia que no se dejará vencer. Cierra los ojos y olvida que está en un espacio desconocido con dos desconocidos que para más suplicio no saben valorar a personas que pueden verse implicados en cosas que ni les van ni les vienen. Piensa en un campo lleno de amapolas. Siempre que puede, lo hace, ir a soñar en ese lugar. Ya está en el sueño, no ve la puerta, sólo un cielo con nubes blancas. Qué paz y silencio. Por fin ha podido salir del sueño de otros o que los otros salgan de su sueño. Se incorpora. Qué bonito sueño. Quiénes serían esos dos. Por qué estar dentro de un sueño sin nada más que una puerta que no hay modo de que ceda y para qué cerrarla, por qué no abrirla y mirar qué hay dentro, o fuera, pues es verdad que sin opciones no se pueden conocer cuestiones importantes de los sueños. De pronto escucha decir su nombre ¿Es usted Allan? ¿Edgar? Una voz de mujer. Y la mira. Y también al hombre. Qué hacen aquí. Está claro que se lo han vuelto a llevar con ellos a otro sueño suyo. La vestimenta de ella se confunde entre tantas amapolas. ¿Me han seguido? ¿O soy yo quien los ha seguido a ellos? Les pregunta ¿Por qué no eligen su propio sueño? Es usted quien nos ha traído hasta aquí, contesta el hombre. Allan les dice enfadado Está bien, elegiré yo otro sueño donde ustedes no me puedan perseguir. Tengo derecho a estar soñando que sueño y soñar solo. Y la incógnita Qué pasaría con la puerta, ¿conseguirían cerrarla, abrirla? Y les pregunta Cómo consiguieron salir de la estancia. No era ninguna puerta, le dice ella, Era un sueño muy pesado del que no podíamos salir y gracias a usted nos liberamos, su sueño era más fuerte que el nuestro. Y cómo es que saben mi nombre, no les dije quién soy, a nadie importa el nombre de alguien que va de sueño en sueños propios y ajenos. Contesta ella Ponía su nombre de usted, Allan Poe, Edgar, sin fecha ni nada ni cruz ni pájaros negros ni nada, sólo su nombre. Y al leerlo aquí estamos con usted, no es lo que hemos querido soñar pero aquí nos ha traído su sueño, ¿dónde estamos? Allan no contesta. Mira las nubes enormes del cielo, parece que lloverá, eso quiere soñar, que llueve. Y ve alejarse al hombre y a la mujer cobijados por un paraguas, ya sólo ve sus figuras, de espaldas, entrelazadas.



(C) Marta Antonia Sampedro Frutos (2019)