domingo, 26 de abril de 2020

Santiago en los brazos de la tarde, de Marta Antonia Sampedro


La tarde apareció en las nubes delicadas
y se llevó entre los reflejos a Santiago

le dijo ya no sufres más vine a sanarte
tengo para ti el brillante amor de los tiempos
y todos los cuidados de las estrellas a tu alcance

tomaron su mirada alegre y la sonrisa de inocente
le abrió la tarde las manos que no pudo abrir jamás

sus pies que caminaron nunca
ya en la luz de la tarde anduvieron
sin temor sin miedos tan ligeros

en el lenguaje del cielo el niño habló
madre padre tío primas abuelos
ya puedo andar todos los senderos
no hay dolor ya ni miedos

vino ayer la tarde a por Santiago
y lo llevó lejos a los brazos eternos
ya cesó el dolor y los años quietos

vino ayer la tarde a por Santiago
el niño que siempre amó.


© Marta Antonia Sampedro Frutos.
26 de Abril de 2020.

miércoles, 8 de abril de 2020

Relato breve de una epidemia, de Marta Antonia Sampedro


Si nos dijeran que García Márquez ha escrito que durante una epidemia los muertos se amontonaban en las calles de la ciudad y las familias los guardaban en sus casas hasta que el olor era insoportable a pesar de que aquella enfermedad dejaba sin olfato ni gusto y por muchos ventiladores el hedor invadía la ciudad y secaba las lágrimas y que el mandatario para paliar la desesperación les regaló ataúdes de cartón para que cada cual introdujese al muerto en él y lo llevase al cementerio pero que debido al avance de la muerte se mojaba y también por la lluvia y de nuevo caían al asfalto los muertos desbaratadas sus mortajas y los volvían a introducir con los ataúdes deshechos y así poco a poco conseguían a llanto y gritos comprobar que estaban completamente solos ante la epidemia y no es una novela de un premio nobel porque tantas veces las desgracias superan a la ficción eso lo saben a la fuerza los pueblos y aunque lo pudiera parecer para quien poco haya sufrido esto no es por lo tanto un relato de Gabriel García Márquez sino la historia cruel y triste que están viviendo estos días los ciudadanos de Guayaquil, en Ecuador.


© Marta Antonia Sampedro Frutos.
8 de Abril de 2020.

sábado, 4 de abril de 2020

Morir solo sobre la acera, de Marta Antonia Sampedro


Ayer murió en las calles, tan lejos de su hogar. Había escuchado mil veces en diarios de fuera que su patria era la peor patria del mundo. Y atravesó la frontera un día. Era raro que no pidieran visado, Qué país tan hermano, la misma lengua tenemos. Con sus valores de escuela, formado para el socialismo, haría fortuna trabajando. Con los escasos ahorros compró un coche-casa. Y comenzó a trabajar de todos los oficios que cualquier hombre sano y fuerte soporte con ganas.
Anoche murió en las calles. Con su mascarilla para prevenir cuanto no pudo evitar, el aire ya no cabía en su pecho. Le rodearon muchos policías y ninguno se acercaba, pusieron cintas de No pasar, Stop. Las farolas a su lado fue la única compañía sentado en el suelo sin poder respirar. Llegó la ambulancia. Pero al ver su aspecto de pobre siguió sonando la alarma, pero sin él, Atrás, atrás. Gritaban auxilio ajeno las gentes desde sus ventanas. Él quedó sobre la acera, cerró los ojos y murió ayer. Quién sabe si pensando que Venezuela, su patria, jamás lo habría dejado morir en el asfalto por no tener dinero, y su familia tampoco. Tan lejos ir a morir.
Morir solo sobre la acera.

© Marta Antonia Sampedro Frutos.
4 de Abril de 2020.

miércoles, 1 de abril de 2020

La palabra no es propiedad privada, de Marta Antonia Sampedro



Cuando dar tu opinión va contra ti. Pero quien domina no cesa.
-Yo soy como tú, un trabajador- llevaba años diciendo-. Estás muy equivocada. Los dos somos obreros, no hay diferencia.
No cesa, porque si contestas como piensas, hay consecuencias.
Callar no es otorgar cuando sales perdiendo si contestas. Esos que provocan lo saben perfectamente. Que callas. Pero necesitan saber si otorgas. Te atan la palabra como quien echa el cerrojo a su propiedad privada y queda registrada en exclusiva. Y siguen.
Viajes por aquí, comilonas por allá, salario de limosna, esclavizar, venga a molestar con Somos iguales, los dos obreros.
Pero un día de esos en que nada perdemos pues nada tenemos excepto la palabra, nos visitan los límites, Hola, estamos aquí, ¿no harás nada, ni siquiera palabras? Este sigue, aún no contestas, tanto penar para callarse una, Miguel Hernández ayuda.
-Yo soy como tú, un trabajador. Estás muy equivocada. Los dos somos obreros, no hay diferencia.
Qué hartura. Ese se piensa que el siglo XXI sólo ha dado tecnología pero ninguna claridad a un mundo harto de padecer injusticias. Porque quien domina considera también suyas las palabras. Propiedad privada, el lenguaje y las gargantas ajenas, todo suyo. Sin embargo, además de Karl Marx recordándonos ser decididos, y el poeta con su lema Nos queda la palabra, Otero y los otros insisten a cada segundo. Que la palabra pertenece mucho más a los cansados de callar.
-Tú y yo no somos iguales- mecha encendida-. Yo soy la trabajadora. Tú, no. No eres un obrero. Tú eres un burgués.
Ahí fue la bomba. Quedó quieto. Esta quién se ha creído que es, para no darme la razón. La razón es mía, lo dice la palabra misma, propiedad privada igual que el sudor de los demás.
-La diferencia entre ser obrero y no serlo, es que cuando no se tiene empleo el obrero tiene que recurrir a las ayudas sociales, pues se queda sin nada. Por lo tanto tú no eres un obrero, la obrera soy yo. Los servicios sociales es nuestro socorro, el tuyo tu gran patrimonio conseguido.
Siempre consideró que había que verlo un obrero. A ese explotador de seres humanos.
Desde entonces nada volvió a ser igual. Porque no hay nada más que enrabie a quien se sabe poderoso, que saber que a quien domina no lo hace por convicción. Y debe dar sus rondas de provocación para comprobarse a sí mismo. Que a quien somete calle no entra en sus planes ni principios de abuso. Pero callar no significa otorgar, pues ninguna libertad se le dio al otro para contestar. Que también tiene de propiedad suya, la palabra.


© Marta Antonia Sampedro Frutos
1 de Abril de 2020.