sábado, 28 de febrero de 2009

Turno de Mayo, de Marta Antonia Sampedro

Los surcos de la tierra en los sembrados
me avisan de los ojos que aún amo,
a su mirada la tierra me acerca,
en vahos de animales de carga
y soles de luz rebelde
doblegados por luna entera.

Qué tren me adentra en este destino
al que me entrego,
por desconocer sin ti qué tengo,
huyendo de llantos agotados
y versos malheridos,
vivos días que murieron...

Al besarte, perdí mi turno de mayo,
de mujer que progresa,
y dejé de ser pobre, rica,
apagado lucero, diurna luciérnaga,
nenúfar a la deriva y perdida maleta
-yerba andaluza hecha trizas-.

Búscame desde Linares,
en esta noche de Tánger,
donde recuento presencias
sin encontrarte
las arenas a tu cabello,
ni las uñas estriadas que rozaran
tus labios que me llaman,
desde cada aceituna que Jaén pariera.

Regresemos, amor de mi condena,
y plántate ante mí con tus rubias cejas
que dora Sierra Morena.
Que ni tierras, mezquitas
o cuerpos..., todo es piedra...,
harán que sea quien renuncie a amarte,
y otros ojos suplanten tu mirada perdida,
adivinándome el rumor de promesa a espera,
por las calles de Tánger.

Del “Cuaderno de Marta Antonia”. “Cuadernos de Penélope”.

jueves, 26 de febrero de 2009

En la laguna, de Marta Antonia Sampedro

Mírame.
Hoy tenemos doble luna.

Una está en el cielo,
al acecho de atrapar nubes,
visillos blancos
de los azules.

La otra en el agua,
persiguiendo aros de plata
que desprendieran un día
tus sentidos y los míos
en bailes de eucaliptos.

Mírame.
Con la mirada
sincera de quien desconociera
el paisaje de las mentiras.

Dos sombras vuelan,
una dice que me acerque,
prendida a mis brazos duerme;
la otra huye
sobre hojas de olivo,
a refugiarse en su miedo
que cree valiente.

Mírame
al capricho del viento.

Soy dos sirenas.

Una esparce por la laguna
las gotas de sudor
del hombre
que entre ella duerme.

La otra llora al que huye
mientras las aceitunas crecen,
alejándose del amor
que la fulmine
un segundo malo,
cualquiera.

Y en tu sola orilla
una luna grita
¡quitad la noche,
abrid paso
a las urgencias!

Otra luna
recoge penumbras
de un laberinto
sobre mareas
que me dirige
al lugar de Singapur,
donde nadie que haya sido
reconocido vuelve.

Mírame.
Sinceramente un segundo
antes de partir.

Con cualquiera
de tus dos hombres.


Del libro de la autora, "Días en Singapur".

lunes, 23 de febrero de 2009

Barrio alto, de Marta Antonia Sampedro



Te visité, barrio alto de la ciudad.
Vi a tus sirvientes
por las aceras anchas
rascándose los callos
y los juanetes.
La limpieza de tus calles,
tu abundancia de verde,
los contenedores de la basura
-perdón, he querido decir basura-
con el brillo reluciente.
Hombres con maletines
y el tiempo en la muñeca puesto
a grandes luces permanentes.
Una de tantas muchachas paseaba uniformada,
de la mano un niño rubio y claro,
fumándose un cigarro con los ojos apagados,
el calor entre sus manos.
Y vi a Remedios,
a Dolores y a Juanita,
a Carmen, a Rosario,
a María, a Rocío y a Encina
derramando su semilla de obreras
a cada soplo de sus vidas.
Y tras ellas nadie recogía
las espuertas de sus desdichas,
sino que una por una sobre sus faldas
al resguardo del frío las ponían,
mientras las corbatas lustrosas
meándose en los árboles,
marcando su espacio de barrio alto,
se reían.

De la obra de la autora, “Poeta en la materia”. Barcelona, 1980.

jueves, 19 de febrero de 2009

El traje del viento, de Marta Antonia Sampedro

No nos asusta ser errantes.
Desembocados por motivos de peso anotados
en diarios sin raíz, vagamos en búsqueda
de algo que desconocemos.

Hemos bailado la música de los árboles,
tocado el carbón dorado del sol más cruento.
El traje del viento nos ha vestido y calzado.
La piel del agua, la figura ha creado
de este grupo huido devorado de abrazos falsos,
vacíos vomitando.
Y sabemos ser, saber qué somos:
valentía de vuelos aleteando en la razón.
Iluminado los días, batallas desesperando.
Nuestras naciones, las nueve lunas
al capricho de mareas son.
Invadido a besos los lugares de sal o hierba mojada,
sin más rumbo permitir que el rastro de ave
en el aire dejado.
Bebido los aromas únicos de manantiales agotados
en las reservas del amor, la amistad, la familia, la ciudad.
Destrozar las losas que el destino preparado había
ahuyentando las nacidas risas.

Unos, vinimos solos. Expulsados fueron otros.
Primera luna, nacer. Fatalidad celebrada. Controlado llanto.
Luna segunda, crecer. Aprendizaje a no llorar.
Tercera luna, amar. Diálogos marcados por otros.
Correctamente besar.
Luna cuarta, el trabajo. Escaso beneficio de pies y manos.
No pensar es el contrato.
Quinta luna, esclavitud. Consumir alimentando
las cadenas de más esclavos.
Luna sexta, conflicto. Salud mental. Vivir para qué.
Séptima luna, soledad. Oveja negra. Menú, malas hierbas.
Luna octava, marginación.
En mar o tierra, distinto pájaro entre vuelos de perfectos cisnes.

Y en la novena luna nos encontramos pulso a pulso
bebedores de anhelos no cumplidos, a golpe de tierra hundidos.

No todo el mundo proclamar puede poseer libertad de acción.
Nosotros, lo intentamos.
Adelante nos llevan las nueve lunas.
Sin saber adónde. Ni qué haremos con ellas
cuando en las tormentas su capricho nos confunda.
Quién cobijará nuestros sueños más lejanos e imperfectos,
es el temor del errante.

Sabiendo que la libertad es cara.
En monedas de incertidumbre y golpes de mar se paga.
Pero sólo exige no tener nada.
Y nada tiene el errante, vestido a medida
por un erudito sastre, que a cambio pide
participar en los sueños.
Nosotros, se los entregamos. Y nacen otros.
Es el trato de errantes.


De la obra de la autora, "Bitácora de errantes".

lunes, 16 de febrero de 2009

Retrato a una muerta, de Marta Antonia Sampedro

Me pidió la muerta en vida
el deseo de su retrato.

Murió de noche,
al descubrir su alma vacía,
y decirle él padeciendo tanto suspiro
qué gorda, qué flaca, tan grande, tan chica,
al servirle la muerta la sopa de letras sentidas.


Los herederos de su tristeza
y cuatro casas hundidas,
miles de impedimentos objetaron
al color de mi tinta china
-y que a la muerta la llevase en mi coche,
a riesgo de alimañas y delincuentes
de transplantes de orquídeas-.


Registré su hora de muerte
en un envoltorio de sacarina
tomando café en la salita.
Ningún vecino acudió en mi ayuda
-acordaron nombrarla sierva ejemplar,
dispuesta siempre con su rosario de penas-.

La mujer sin alma llena conmigo venía
como una amiga de la escuela.
Yo le daba charla negando su fallecimiento,
y al escucharme sola en versos de loca,
la radio anunció un buen día.

Sabiendo gustaba contemplar las claras aguas
de los pantanos, sobre láminas plateadas
y troncos de encinas coloqué bien su cuerpo
y su alma vacía.


La miraba de perfil, de frente;
retoqué su pose para hacerla natural,
menos evidente su cara de sorprendida
por venirle la muerte al conocer su desdicha.

Durante los bocetos de su aspecto
el sol doraba su cuerpo,
huían de ella aves y reptiles
lanzando al agua ondas
de indeseados recuerdos.
Sus labios sonrosados de muerta viva,
su cabello de maniquí marchita,
todo cuanto fuere en papel de póstumo regalo
por su muerte querida, la convirtió
en la que yo conocía antes de bordar
su dote de mentiras.


Caducó su condena de veinte mil desamores
con el mismo hombre y un día.

Finalicé el retrato en sus ojos.
Y en ellos supe que había muerto.

Su sonrisa era de viva,
cruzaba sus manos sobre las rodillas;
se untaba bronceador,
colocaba la toalla de piscina,
abrió una nevera portátil con refrescos
y chocolates de Suiza.

No se estaba quieta.
Sólo su alma vacía,
tan cerrada en vuelos
que ni siquiera posar quiso para la firma.

Pero en sus ojos vi el rastro
del lamento que no quería.

Decidí ese día que en mi coche
no viajarán más muertas,
tan sólo aquéllas que proclamen
tener los ojos vencidos
y pongan de su parte
por el bien de los sentidos.

-Retratar muertas es muy laborioso,
nadie reconoce el esfuerzo
de esta vocación mía
cuando resucitan-.


(C) Marta Antonia Sampedro Frutos (2003)

jueves, 12 de febrero de 2009

El esperado colibrí, de Marta Antonia Sampedro

A los enamorados y enamoradas, y para Latinoamérica también la amistad...

De pétalos dulces y acaso dormidos
luce la flor junto al maizal
sus manos pidiendo luz.

Asoma el colibrí su manto colorido
y en su aleteo dice
Soy el viento, la nube,
quiéreme, flor.

Y nada ocurre
que no deba ocurrir.

Vuela el colibrí
luce la flor.

De la obra de la autora, "Reverso calamitas".

viernes, 6 de febrero de 2009

Carta a Miguel, senderos de la tierra, de Marta Antonia Sampedro

A Miguel Hernández, hombre y poeta.


Te fuiste Miguel durante el parto de la primavera,
hacia un invierno sepulcral y helado
de una vida injusta y seca.

No soportaron tu verso,
no quisieron tu firme pulso;
los bueyes de España se deslizan por la ley,
olvidan su peso y ejecutan el mar sangriento.

Y sin ti no volvió a España la parturienta
porque te fuiste, Miguel,
y tu cuerpo abrió la tierra a la espera de condenas
de los necios de la patria,
aquella que desprecia a sus poetas
que no aplauden las penas de tantas miserias.

Porque aún el hombre construye y ennegrece rejas;
dar la mano al fuerte es un deber, Miguel,
agonizan los cantos y lloran niños,
se va secando tanta sed.

Miguel el hombre, sangre de poeta,
fluyendo sobre las venas de la palabra,
libre en un libro abierto que alguien no cierra
mientras nazcan lirios y amapolas sin primavera.


De la obra de la autora, “Al sur de las bajas nubes” (1996).