Buenas noches.
Quiero agradecer a los organizadores de
este acto, la sensibilidad demostrada por este homenaje póstumo a Frasquita,
una mujer que más que por la ciudad de Bailén, dejó sus huellas en diversidad
de corazones que no la olvidaremos.
Y digo todo esto, porque sé que, igual que
en mi casa, donde su nombre y su recuerdo se incluyen en nuestras
conversaciones con añoranza, a muchos de vosotros os ocurre lo mismo.
Y tan difícil como es decir lo que
sentimos abiertamente, es escribirlo sobre el papel. Pero es mi deseo más
sincero que este homenaje pudiera, en la esperanza y gratitud a ella, llegarle
de algún modo, a esta mujer tan digna como ella demostró serlo; capaz de
realizar, sola, obras que otros no hacemos al cerrar los ojos y dando la espalda,
o calificando de locos a quienes realizan una labor encomiable, como la que
Frasquita realizó, sin pedir nada a cambio.
En su memoria.
Te
recuerdo Frasquita, con tus cargados hombros dirigiéndote a los tejares, a las cerámicas o allá donde un ser
indefenso te llamara en su corazón abandonado; acarreando un cubo de bolsas de
plástico con comida, como si sólo aquellas pertenencias fuesen la verdad de tu
razón en la vida. Tantos días, tantos años con tu sonrisa de ángel perdedor de
lujosas batallas, acompañada por tu sombra, buscando a tus niños chicos,
llenándote de sentidos y que en el corazón son tan profundos, que aunque
sabemos que laten en nosotros no se dejan atrapar.
Hablábamos
de ellos…
El mundo
quedaba atrás. Era sólo un globo de espanto escapado hacia un núcleo de
miserias, dejado a su locura y crueldad, que no entiende para qué dar bondad si
a cambio sólo se recibe trabajo y chismes que parezcan verdades.
Blandías
tu espada de agua fresca y tus miles de besos al aire, desatando sus cuerdas y cadenas
a seres vivos que, junto a los hornos ardientes, igual que caínes pagaban
pecados que hicieran abeles escondidos detrás de los muros burlándose del
Creador.
Pero no
ríen los seres débiles. Saben, como tú, que tras las risas se ocultan más
farsas que certezas. Por eso Dios les enseñó sólo a mover los rabos, o a
enseñar los dientes cuando ya no resisten más. Colocabas bien tu pelo en un
moño, porque al ser lamida por esos inocentes condenados sin motivos, sus besos
de nube hacían que tus ojos se cerraran, anidando en tu cabello otros ojos que
vivían para tu regreso. Para que jamás olvidases que tenían esperanza sólo en
ti, Frasquita.
Una tarde
de verano, por la ventana se apreciaba la gran ventisca del desierto que venía.
Sira, mi perra, a pesar de estar a resguardo se escondió bajo la cama. El polvo
del tejar era nube sucia agitada en remolinos de aire ardiente, y los árboles
del Vivero, a lo lejos, sacudían con violencia sus ramas. Corrían los niños a
sus casas, volaban persianas y caían tejas y macetas. Pero allí, como cada día,
sin importarte qué habían decidido leyes naturales, te adentraste para ellos,
tus niños, entre sacudidas de uralitas, ladrillos y basura. A rescatar de las
más crueles de las soledades, los espantos y el hambre, a los tuyos más
débiles. Enfrentada a batallas donde las medallas se las llevan otros, “es que
en este pueblo somos muy buenos”, decían, como suelen decir los que menos
entienden de bondad, valorando una batalla que libran otros, mientras ellos
solamente tienen sillón, mando a distancia y emociones fuertes que los liberen
de la realidad y así no existe nadie más que ellos.
Otro día,
llorabas de impotencia y pena, porque no comprendías por qué se puede matar a
tiros a un perro por las calles de esta ciudad, impunemente, cruelmente,
salvajemente, y se deja en un contenedor de escombros, como un saco vacío que
gime de agonía, hasta que Dios se apiade de él y lo deja morir, después de
haber sido matado por una sociedad que permite esas y otras muchas barbaridades.
¿Quién lo puede comprender, si no es porque
está preso de ser también un humano cruel? ¿Cómo no llorar, como llorabas tú?
¿Cómo echarse a la espalda el dolor de los que nada importan, sin que hunda su
pesada carga y culpa? ¿Con qué derecho se creen hombre y mujer, más importantes
que ellos? ¿Porque pensamos? En ocasiones, el privilegio de pensar es la basura
más deshonrosa de la que pueda presumir el ser humano.
Y es que algunos creen que amar a los
animales significa tener mermada la capacidad de amar a las personas. Pero con
tus enseñanzas, Frasquita, sabemos con certeza que quien es capaz de torturar a
un ser indefenso, también tortura sin parpadeo a otro ser humano.
Desde entonces, querida y recordada
Frasquita, desde aquellos y tan cortos días para el recuerdo, en esa fuerza
tuya de andares firmes y sonrisa a medias, mezclada de dolor y de alegría, supe
que eres un ser especial, un ángel desechado en las batallas absurdas, por no
saber aplicar crueldad, y sí la más honorable de las bondades. Que viviste para
los que tan sólo piden un mendrugo y una mano donde mantener en el infierno su
esperanza, un motivo por el cual poder comprender por qué tienen patas si no
pueden caminar porque están encadenados de por vida, porque alguien se las
corta o porque la soga que los apresa también es su horca en un olivo.
Hoy te recordamos en este homenaje póstumo
que de sobras mereces, Frasquita, alma de los más débiles. Porque para ti todos
eran buenos, todos guapos, todos unos pobres animalicos que habían tenido la
mala estrella de nacer, esa mala estrella que los ató a un tabique, un segundo,
un día, una eternidad y una vida atada. Siempre ibas diciendo que necesitaban
una buena familia, que Dios se acordara de ellos, pero eran chuchos que nadie
por ellos daba nada, un gatillo sin madre, una camada esclava. Querías darles
sus alegrías sencillas, agua limpia, comida sin tierra… alguien que los
quisiera como tú los querías.
Pero un día nos dejaste y los dejaste a
ellos. Quizás el cielo necesitara un ángel rebelde como tú, para escuchar por
una boca sincera las cosas claras, el nombre de la estrella de cada cual
inocente que aquí dejas sin ti; para sancionar tanta indiferencia y tanta
crueldad, tanto dolor permitido y la maldad humana sin vacunar.
Hoy, estas palabras son un diálogo de los
días que conversábamos, mientras observábamos cómo hay miradas que lo dicen
todo y te juzgaban por tu bondad, pero enmudecen a quien habla por hablar,
igual que mata por matar.
Pero en esa esperanza de que tu esencia no
eran sólo palabras sino sentimientos del alma, y se puedan ver tus pasos de
ejemplo, Frasquita, guardados en los ojos de los que un día también habrán de
irse. Tus pies han quedado en las huellas de la lluvia y del barro, en los
aires, para que siempre puedan verte los que tanto te amaron sencillamente,
porque velaste con cariño por ellos, que estaban en el más completo de los
abandonos, la esclavitud, la enfermedad y el hambre.
En mi nombre, que me diste el gran honor
de conocerte, y en el nombre de tus niños más débiles y chicos, recibe nuestro
agradecimiento y nuestros abrazos.
© Marta Antonia Sampedro
Frutos
16 de Mayo de 1.997 Homenaje
póstumo a Frasquita.
Casa de la Cultura de Bailén
(Jaén)
No hay comentarios:
Publicar un comentario