viernes, 8 de marzo de 2013

Mujer obrera, de Marta Antonia Sampedro


"Yo iba por los corredores
de la cárcel de Oviedo, gritando:
"¡Camaradas, todos a la calle!".
Dolores Ibárruri, "la Pasionaria".



                     No me alegro que quien mal haga mal acabe. ¿Quién defiende a quien bien anda y no tenga consuelo? Todos y cada uno que reían de mi dolor, toda la avaricia ajena me convirtió en acera laboral estatua sin mirada, casa sin hogar, pies de puertas, y jamás cesaban en querer más y más oyendo lo mismo uno y otro día, más, más, más, mujer obrera más, tú puedes con todo y más. Sin que me importase riqueza alguna propia o ajena ahí estaba la obrera boba, yo vagaba por las calles del toma y dale de ventas con más horas que el día tenga enseñando techos caídos o en cimientos y ellos engordando sus nidos y sus patrimonios de niños solos del todo vacíos, pero cueva rica también se desarma con ventiscas y traiciones varias. También aquellos por cuya espada afilada padecí miles de dolores y alimenté con mi sudor de mujer obrera entera sus odios sus caprichos machistas y sus cartas escondidas. Ahora doñas y doños se encuentran con otros en las camas doradas, mentiras y conveniencias y al juzgado van con sus cornamentas diseñadas, por sí solos caen sin más esfuerzo que el propio y sin que nada deba hacer sino la espera de verlo. Unos, de la botica a la cama van; otros, de los videntes a matasanos especialistas en exorcizar explotación y avaricias y el más afortunado tísico recuenta facturas para comprar la paz-codicia. Mientras yo mi sopa pobre como en este escondrijo de soledades calmas, cayendo van por sí solos y a pesar de todo qué decirles que no les suplicase entonces a sus oídos sordos ni qué lágrimas tiré como echando sal a nieve de lodo. Caen y caen y se levantan ojerosos, ni el consuelo poderoso del euro, ni la serenidad que nunca tuvieron les sirven ante el dolor que entonces de la obrera mendiga no comprendieron. En sus pañuelos rotos ahogan sus penas torpes y nunca se mojan siempre secos inmutables porque en los odios recogen sus desconsuelos. Yo mientras lo observo, caer uno a uno, aunque no me alegro, pero... pero cae la noche y tengo el mismo lecho que de niña me extendieron: mis manos de obrera, mi risa y pan duro, y tan triste o contenta me despierto a ver las nubes del día nuevo.


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