lunes, 26 de enero de 2009

Dolor pobre, de Marta Antonia Sampedro

Vivía cuatro puertas más abajo.

Flequillo picudo, rapado el resto,
pintados cara y rodillas en sus huesos.

Su nombre era del abuelo.
Mayor de seis hermanos y aún no tenía
algunos dientes nuevos.

Una triste mañana, cuatro puertas más abajo,
su padre salía frío, cuajado esqueleto,
con los pulmones de piedra en una caja llena de astillas
apuntalada y torcida.

La campana de la iglesia almidonaba el recuerdo.

Aquel día de entierro y pena comieron gallina, jamón y queso.

Las lágrimas corrían apresuradas
hacia las bocas hambrientas, desesperadas.
Los más chicos reían.

Miseria acallando el sufrimiento.
Golpes que fijan las horas, hachas que talan árboles tiernos.

Al día siguiente, de esas cuatro puertas más abajo,
las ropas del muerto salieron.
Otra familia llevaba sus raídas blusas, su sombrero
o sus alpargatas con agujeros.

Mañana tras mañana, el sol aún no despierto,
seguía a un hombre hasta la salida del pueblo.

Callado. Ojos de lechuza. Perdido y hambriento.

Una niña vecina lo sospechó:
que el dolor pobre no se va cuando se quiere,
ni cuando no se tiene.
Barría la puerta de la riqueza que en la pobreza
sólo el viento traslada,
y desde dos puertas más arriba desveló:

-El casaco era el suyo, pero ese hombre no es tu padre.
Ya pasó el luto-.

Castigada fue por herir la ilusión de un niño más pobre.

Él se encogió de hombros, escupió a un perro
que lamía la sal de su cuerpo,
y continuó sus mañanas siguiendo al hombre.

Un día juntos llegaban al tajo, sin más talega que el silencio,
niño huérfano y minero, olor obrero.

De la obra de la autora, “Arma de pluma”.

No hay comentarios: