sábado, 24 de enero de 2009

Botellas que el mar trae, de Marta Antonia Sampedro

En las horas de aburrimiento,
a mis hombres les da emoción
buscar entre las olas, botellas de mar.

Se encuentran muchas.
Tantas como voces apresadas
el vidrio pueda recoger en su vacío.

Pero hace días que no había suerte.

Uno de los mensajes, decía:
“Te amo. Vuelve.”
No nos dimos por aludidos.
Sólo el marino poeta,
que acercó a su pecho las palabras
y echó una lágrima por el Amor Muerto.

Otra, anunciaba:
“Tengo caracolas de oro.
Isla de Ricacholandia”.
El azar nos sonreía.
Todos corrimos a los mapas.
En ninguna parte figuraba
tal isla de la abundancia.

Broma pesada, que a los pobres nos levanta
y a sentarnos en paz nos torna
agachando la mirada.

Rompimos el mensaje de pura rabia.

Así, una y otra botella,
donde pena, amor, o ambas tragedias,
alguien echara al mar
como si éste oídos tuviera para los creyentes
-el mar sólo escucha a quien domina su lenguaje-.

Mas hubo una botella,
que nos dio felicidad nocturna y momentánea.
Qué felicidad no lo es.

No decía nada.

Al destaparla, olimos su líquido ámbar
y sus maduras algas.

Nos la bebimos. Sorbos de esperanza.

La luna cuadrada estaba.

La mar, la sombra era de nuestra casa,
más distante, aun, que cualquier estrella compañera.

Un huerto las aguas, en su calma.

Las olas cobijaban animales de carga, añorada labranza.

Qué cantidad de palabras guardaba. Nadie pudo atraparlas.

Qué gran idea es lanzar botellas al mar.

Aunque nadie te haga caso.
Aunque nadie sepa que existes,
que amas o penas en las sedas, en las cuerdas...
Que allende el corazón espere algo que no llega.

Qué gran idea es lanzar botellas,
para marineros sedientos por cambiar las horas
que se alejan.

(C) Marta Antonia Sampedro Frutos

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