miércoles, 4 de noviembre de 2009

"Epílogo", de José Joaquín Sampedro Frutos




Volvieron al parque los estorninos, en la larga travesía del tiempo, alborotadores de las frescas tardes con que inicia el otoño su deje inclinado...
En la ya conocida fuente, en los bancos salpicados junto a una estatua ya blanca de cagadas... la figura de Balmes perpleja y pétrea contemplaba... la ruta migratoria de los pájaros.
Y allí estaban, bajo el resplandor de un cielo que pinta las hojas de los árboles y las quema..., solos, en medio de aquel escándalo, los colgados de la villa de la ciudad pubilla de Vic.

-Ya han pasado quince años...- qué curioso el tiempo.

Y narraban las historias con ojos atónitos... hasta en algunos momentos tartamudeaban de ira sus palabras, en esa cita otoñal con el estornino.
Para después dormirse de nuevo bajo las ramas de los plataneros, justo tras ver cómo una hoja se queda clavada entre el aire y el cielo.
Qué curioso el tiempo, cómo en los pómulos se pronuncia la hiriente calavera... cómo en la cuenca de los ojos se asoma la amarga escama del llanto y se quedan perpetuos cristales de hielo que hacen difíciles el color de sus miradas.

-¡No es pa flipar!
-Sí, es pa flipar.

Los estorninos ya casi callaban y el color del cielo se desvanecía como un humo absorbido por la incipiente noche.
Apenas algún viandante se dejaba sentir más que aquellas voces encendidas... Retales de una historia, en el eterno banco de desidia, rebobinaba la imagen mil veces para darse cuenta de quizás otro detalle... El de cómo pasa la vida... de cómo un estigma de Caín amnistiado les ha dejado en sus caras la tarjeta de visita.

-Parece que ya refresca...
-Venga, chavalotes, hasta otra...

De la novela de José Joaquín Sampedro Frutos,
“Los estorninos”.

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