martes, 13 de julio de 2010

Singapur desaparece, de Marta Antonia Sampedro

Si por un instante
tu voz contigo viniera,
extinguido
Singapur
de mis venas,
esa frontera de estéril tierra
y aguas muertas.

Sin quiromancia,
fe o ciencia,
esas vallas alzadas
con falsa materia...

Y por las aceras ese Hola,
excelente día tengas...,
sin teclado multimedia
ni ratón conectado a red eléctrica,
y me sonrieras en la puerta...

Si tu abono a mis risas
me convirtiera en planta
sin arena o piedra,
jazmín simple del aire,
romero y tomillo en mi mesa
por sentir tu latido de palabra entera,
la caracola sin mar que suene
cuando pueda y quiera...

Porque así respiro,
ya en la puerta
con mi plano de aprendiza
incorrectamente poeta,
y tan segura y quieta...

Quién osará decir
que las raíces no mueren descubiertas
cuando el llanto aturde corazones,
sembrando invisibles rejas de tela
aceptadas como prisiones.

Asegurándonos que hemos muerto,
y el corazón envuelva como cierto
la hipótesis de los lamentos.

Amarrados por almas carceleras
genéticamente sin defensas,
atrapados en voz y cuerpo
en jaulas con puertas abiertas
seamos presos por ellas...

Y aun respirando las células
de las sierras diversas
insistamos en morir ayer,
nacido ya pieles deshechas
se derramen en los vientres
las primeras lágrimas umbilicales.

El horizonte de Singapur se aleja,
y aleja...
Todo el mañana de una vez
sin partículas de miserias.

Arando tenazmente
arterias nuevas,
taladas a risas las preguntas
que no broten
por no oxigenar
certeras respuestas.

Pasean personas altas, bajas,
alegres, serias, rubias, morenas.

Pero te anuncia
la lluvia de Gembloux,
con trazas luminosas
Andalucía de Oriente,
todo este Sur...

Te presiento en la llegada,
lo escribe la luz de la palabra.

Saludo sin vista
porque no llevo pasado
(sólo usado para aceptar edades
y diarios de naufragio,
escritos en venganza
porque Singapur se mueve
resistiéndose al exilio
de los sublevados).

Pasa el autobús, es el Siete.

Lleva a ninguna parte,
todos lo saben desde siempre
(viene en el callejero de la ciudad
destacado signo preferido
por el departamento
de inseguridad personal).

Lleno va de gente.

Unos envueltos en silencios,
otros reclamando Pare, chófer,
es mi viaje urgente;
contraje el mal del miedo,
siento vértigos
al comprobar sentimientos,
náuseas por decidir
quién a solas soy,
sin presente...

En su recorrido
el billete no se exige,
es una opción del pasajero.

Y por las ventanas selladas
nadie escapa de los espejos,
un laberinto formado
en la ausencia de la mente...

-¿Singapur?...
Un desengaño más arriba.
Todo curvas, tiene pérdida.
Usted se lo piensa.

-¡Allí no está Singapur!
¡No perdamos el tiempo
conversando con ésta!
(... va descalza,
y en vez de oro cuerdas).

-Mi patria es la tierra,
ninguna bandera lleva,
y piel son mis suelas...
Singapur es
cuando una quiera olvidar
aquello que el corazón segar deba.

-¡Extranjera!...
¡Qué sabrán del porqué
las cosas se ordenan!

Consulto mejores cableados
observando
que los gorriones vuelan.
Revoltosas nubes
preñadas de tierra
picotean almendras verdes,
moscas yertas.

Qué algodones
sus plumas tiernas...

Los mapas
donde Singapur no sea.

Y en los cielos de Otoño
un rayo tiembla a teléfono
en las paredes de mi vuelta
al presentimiento
de vías nuevas.

Y aprisa mi espacio recupero
con tus plantas pintadas en Gembloux
y el astro cálido de mis letras.

El ascensor está averiado
cuando Singapur se mueve,
y una vecina me dice Buenas,
yo contesto Puede salir, María,
ya ha pasado el Siete.
Que tenga suerte...

Porque quieres y deseo,
y suena entre los brotes nuevos
una insurrecta de la pena...

Volcán de la amistad
dirige Singapur
al extremo opuesto de la tierra
que mis pies ya no pasean.

De Gembloux a Linares
Singapur no está
(tengo el borrador en mis dedos
por si aparece disfrazado
en miel o abeja).

Queda sola la acera.
Y pasa el Siete.

Sin que nadie sepa
que ya no para
en mi puerta.

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