jueves, 29 de julio de 2010

La isla del llanto, de Marta Antonia Sampedro

Un ángel se me apareció en sueños
-creo que fue soñando,
de ángel tenía apariencia
con su cara barbilampiña,
y hablaba con soltura
de predicador de secta a comisión
y bronca voz segura-.

Me preguntó cuántas lágrimas
mis ojos verterían
para mi regreso a la vida
y a las ventas
de misas callejeras
para mi tesis de adivina.

Por decirle una osadía,
calculé una cifra desorbitada
-creo que estaba dormida,
supongo que aún vestida-.

Me tomó en sus alas de diseño
y en una isla me abandonó
lanzándome contra la arena fina.

Mis ojos lloraban tanto
para cumplir mi penitencia,
que vacilé de los retos anunciados
en largas siestas bajo encinas
acompañando a un santo de mentira.

Sonreí una sola vez
-soy mujer de palabra-,
recordando mi excesiva valentía.

Me expulsaron de la isla
por creerme fingida plañidera
y de lo abstracto espía.

A nado regresé,
perseguida por las estrellas
de las más oscuras cimas
patrocinadas por una marca
de bebidas.

Su brebaje sorbía,
conservado por las lágrimas
de la cobardía de los tristes,
y bajo la bandera de Singapur
vertí una ciénaga de esperas
en la aduana
de esperanzas perdidas.

Aceptemos que fue un ángel.
Que una isla era confesemos.

Pero yo sé que era una pena...

Al recuperar mi llanto habitual
me aparecí en sus sueños
desahogando mis carcajadas
reprimidas.

Desde esa noche no duerme,
sino cabezadas
entre cigarro y cigarro de chocolate
bajo en calorías.

Ya no cree en los milagros
que predica su empresa.

(2003)

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