jueves, 26 de marzo de 2020

Evolucionar, de Marta Antonia Sampedro


Parece que no te acuerdas de nada. De qué pueblo somos. De qué familia venimos. Ni te acuerdas de quién decidía nuestro destino. Destino era como decir adónde huye la pobreza, es decir los pobres. Porque los pobres son personas, no un concepto. Y ahora, de pasar las pobrezas habituales, vienes a que aplauda la voz de los mismos que nos arrodillaron a su capricho y nos negaron el derecho a la infancia, llenándonos de chinches y de piojos no solamente las casas, sino las esperanzas, y nos dicen que esos despreciados, que en nuestra niñez éramos los pobres, ahora son los inmigrantes. Sustituidos, para echarles todos los odios y sus complejos de mediocres. No recuerdo tu apellido. Pero tú sí recuerdas el mío. Lo has utilizado igual que una amenaza, Sé quién eres, dónde vives, tus padres eran fulanico y menganica, qué te parece cómo de poderosos somos los fascistas… Yo sin embargo de ti no recuerdo nada más que un rostro de infancia, una casa humilde y expresiones silenciosas de la necesidad y el llanto no consolado de la sencillez de una casa obrera. Es decir lo común de ese tiempo. Porque somos del mismo pueblo. Quizá pensabas que emigrar de niña y trabajar en una fábrica no me haría mujer de ideología firme. Que mi mente se habría quedado en el pueblo sometida a los valores de los laureles de la plaza de la iglesia de san Mateo, donde los maestros nos hacían cantar el cara al sol. Y que mi madurez pasaría por alto las injusticias y los rostros de quienes las padecen -las padecimos-, y repetiría cuanto se me dijo obedecer, so pena de mayores sufrimientos en la tierra y en los cielos. Mucho digo al decir que piensas.
Fue duro emigrar. Pero cuando compruebo que personas como tú son el legado más perfecto, la herencia mejor dejada de todos quienes nos humillaron, me satisface no haberme quedado en nuestro pueblo; y poder haber tenido la ocasión de evolucionar y sacarme así, junto con otros pueblos y otras gentes, los parásitos del alma que, esos a los que defiendes, quisieron sembrar en mi persona y en toda la infancia de los pueblos más indefensos y olvidados. Para nada representas a nuestro pueblo, que supo y pudo evolucionar también, porque de tiempos antiguos ya tenía la savia que jamás pudieron secar. Pero tú has preferido quedar de heredero de aquellos miserables que comían bien. Y miseria es cuanto posees, aunque ya no pases hambre.
Eres tú quien, por lo tanto, no perteneces ya a ese pueblo.


© Marta Antonia Sampedro Frutos.
26 de Marzo de 2020.

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