sábado, 8 de octubre de 2011

Camino de La Tortilla, de Marta Antonia Sampedro

Hoy viniendo del trabajo
el cielo rosáceo no era un mar
sino un gran océano pintado
recordé mi antigua calle
donde el horizonte
a escala era un zurcido cuadro
las nubes encogidas
en las molidas esquinas
hacia la iglesia de San Francisco
y esa librería roja de los Soler
que huele a hojas nuevas
mi amiga María pasea
a Coni su perro tozudo
mientras todos recordamos
lo bueno que era Nico
yo miro el cielo rosáceo
de esta tarde muy lejos de esa calle
donde tuve tantas despedidas
de un amor sempiterno
antes de saber pues no soñé
que bajo ese número nacerían
los versos que a letras
de mi sombra eran réplica
y me olvidé de contar los besos
que ya por años recuento
como saliva añeja en el pecho
recuerdo al solitario arquitecto
de esa casona grande y sola
donde siempre había tendidas
sábanas blancas soleadas a medias
como nubes de piedra gris
que la niebla arrugara
calcando alas de collares
la Humi asomada al balcón
ladrando a los conocidos
y esos segundos de trasiego
en que definitivamente negamos
que fuimos lo que somos
y seremos lo que viene
si es que llega y lo vemos
ahora miro este cielo rosáceo
del Camino de la Tortilla
como un profundo abrazo
de un regreso
que culmina el día en sus turnos
y me traspasa la vida y los años
un despertar de sosiego
María esta vecina de ahora
que me pregunta siempre
cómo va la cosa y digo ahí vamos
teniendo en cuenta este cielo
que nos forma los días con sus noches
Josefa y Ricardo los abuelos
que no tienen hijos
sino una Estrella por vigilia
y en el tejado un gato corpulento
Pepita la risueña y Antonio el serio
para quienes el mundo tan grande
es de simple manejable
porque es copia de un ciruelo
reconocer pasos que andan
como lo hacía mi padre
que también conoce los míos
será verdad que la vida
cabe en dos folios manuscritos
viviendo los cielos rosáceos
que nos avisan del invierno
y las chimeneas con chaparros
las lluvias que inundarán las calles
los rayos que nos dominan
con más temor que miedo
y los sapos en los charcos
que olisquean los perros
sabiéndonos juntos y solos
a merced del color del cielo
-Valentín, ya hace frío-
-Qué va, es airecillo-
yo miro el cielo rosáceo
la pereza sin pulso de las nubes
de esta tarde que humedece el viento
y lentamente van cayendo
sin confundir lechuzas y destellos
la vida es sin embargo
o precisamente por ello
un horizonte sencillo y desmedido
llegar a casa viendo el cielo ancho
de un océano sin barcos
y no haber dicho adiós
al mundo natural que somos.  

No hay comentarios: