sábado, 19 de marzo de 2011

Si es que el mar tiene furia, de Marta Antonia Sampedro

Me gustaría que el abrazo que jamás me diste con amor de adulto, se desparramase en estas hojas que te dejo. Si de algo sirve morir, digamos que de igual modo sirva vivir, esta vez estamos en paz, porque tú querías que muriese, es decir que no viviese, y yo quiero morir, por lo tanto no vivir.
En las últimas noticias han dicho que los que sobrevivamos a este océano de gritos, moriremos. No que moriremos como muere todo, como la vida se va yendo, sino que moriremos por la radiactividad. Nunca pensé que moriría porque unos reactores nucleares superasen el miedo a la furia del mar, si es que el mar tiene furia. Porque no había nada que más me espantase desde niño, que el mar. Comprendo mi gran error. Esta mañana, un anciano perdido que buscaba sus lentes entre los escombros mojados, con sus ojos blandos y también perdidos, decía Todo es causa de la venganza de los tiburones. No hay ser no racional que pueda comprender qué significa venganza. Sin hacerle un aparente caso a sus palabras, le dije al anciano Para qué quiere sus lentes, señor. Todo es ya un amasijo de maderas y chatarras, y sin apreciar que en mis ojos caían lágrimas de palabras calladas como de la muerte cae la luz, continuó perdido con sus ojos perdidos mientras mis ojos se ahogaban en mis pensamientos de llamada hacia una muerte inmediata. A lo lejos vi mis árboles caer, vi mi casa caer, vi mis sueños caer. No era la primera vez que sin el mar todo en mi vida caía. Y a lo lejos vi las aletas de los tiburones revestidas de hormigón partido y humo. Ya era la última vez que mi vida caía, porque de pronto un enorme cansancio antiguo y nuevo rebosó mi cuerpo y finalmente sentí mis fuerzas caer. Según el protocolo, dentro de día y medio seré enterrado y tú aún no sabrás qué significa no ver nunca más a alguien que te quiera, a alguien que te piense siempre, a alguien en cuyo corazón siempre vives aunque murieses y aunque jamás hubieses nacido te quiere, porque su razón de vida ha sido amarte. Eso lo verás con el tiempo, cuando en el viento y en el llanto veas las cosas que sólo se ven con el tiempo. He tenido la suerte de ver a los tiburones golpeando cuanto soy o fui, mucho antes de que apareciesen. Su legado último no me interesa. Me niego a ver cómo la codicia tuya y las otras codicias consumen mi vida al mismo ritmo que colgarme en el universo en la desnudez de mí mismo. Me niego a la vida que destruye mis sueños como olas que no cesan en los vasos, y en sueños no incluyo cosas que se fueron con el mar, a esas que tanto te interesan para parecer un hombre con ventajas. En la misma tierra de la venganza de los tiburones, la muerte segunda nos espera a muchos de nosotros, pero ya sin sueños. Los míos eran tan pequeños que todos se fueron con los escombros donde un anciano busca sus lentes. Y mayor fuerza terrible que la radiactividad, es tu olvido a que existo y que tuve sueños. Tu olvido es una aleta de tiburón que me lanza a la muerte mucho antes que el mar. Una aleta que se fue formando y que fue creciendo y que me derribó. Lo bueno de morir, es que ya no hay que recordar.  Alguna vez, quizá cuando tengas tantos sueños perdidos que me recuerdes vivo, sabrás que hay una persistencia terrible dentro de algunos de nosotros. La mía fue errar continuamente, y acostumbrarme a perder. Porque también así se fue formando la aleta del tiburón y uno se venga de sí mismo, amando más la muerte que amando a los demás y cuanto de razón muestren más tardíamente que a tiempo. Dentro de un día y medio verás mi cuerpo muerto, antes que la radiactividad haga de mí un ser sin el sueño de morir. Es el único sueño que me pertenece. Y el sueño donde ni tú estás.


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