lunes, 5 de octubre de 2009

Las luces de la estación, de Marta Antonia Sampedro


Las luces de la estación
descubrían los carcomidos bancos,
los fumadores de secado viento,
resumen de tesoros pobres
amarrados por claveles y espanto.

Todas la madrugada exploraban
señalando ojos tristes de jornaleros
lanzados a la ciénaga de gentes y ruido,
arrollados silenciosamente.

Yo rebuscaba signos entre sus dientes,
y al mascullar en adioses lentos
aparecían entre huecos llenos,
esparcidos y cortos en noche.

Las luces de la estación
rompían abruptamente las miradas
con gestos maduros curtidamente,
no llorar bastaba para hombre,
enfrentarse al alba suficiente.

Había niños chicos,
los ojos engalanados de lunares centésimos.

No partían quienes callaban lo sentido,
tardaba el tren,
los dedos de tierra árida asomaban
por las espinosas sandalias.

Qué áspera luna entera es testigo,
viene de frente.
Sobre la vía su estampa inocente
y el murmullo se acentúa,
agarran en sacudidas
sus hombros y espaldas endebles
del amarse desde un siempre.

Las luces de la estación
se apagan cruelmente,
derrama niños segados hacia sus casas,
jóvenes sin nada.

Yo miro tras la ventana
los adioses perdidos,
el suspirar marchito y vivo
que silencian los vencidos.

Desvanecida la estación
ya sólo hay noche,
noche,
cada rincón es sola noche,
y alguna estrella fugaz...,
atada al aciago horizonte.

De la obra de la autora, “Los adioses perdidos”. 1.996.

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