jueves, 22 de agosto de 2024

Cuentos ocultos, de Marta Antonia Sampedro

 

A Safiya Huseini, de Nigeria.

 

    “Cuentos ocultos”. Primer premio de Relato Corto, “Relatos de Mujer”, 2004. Bailén (Jaén). Publicado por el Instituto Andaluz de la Mujer y el Ayuntamiento de Bailén, en el libro “II Relatos de Mujer” (2002-2004).


    En muchos de los cuentos clásicos del mundo que los niños y niñas de todas las culturas leen o escuchan, en las moralejas del FIN aparecen princesas ya consolidadas, a veces con infancias pobres, que han alcanzado su plenitud en la vida casándose con príncipes que ven en ellas las virtudes de buenas esposas, segundas madres o simplemente por amor, mujeres preferiblemente tontas aunque bellas.

    Este, es uno de los cuentos tradicionalmente ocultos del mundo. 

    A Mujer, nacer le pareció sencillo porque no lo recuerda, aunque sí lo que ésta, digamos, “inconveniencia”, supuso a lo largo de su vida, ya que disponía, según los moralistas de la Historia, con una manzana que hacía dudar de su comportamiento, inteligencia y honradez.

    Mujer nació en Uganda, Australia, México, España o Pekín, porque en este mundo, para algunas injusticias, todos los mundos parecen estar de acuerdo, diferenciando, tan sólo, sus matices.

    En la sociedad donde Mujer vivía, sólo importaba quién era ella como género, y éste era el de mujer, también asimilado como hembra, es decir, “animal de sexo femenino, o tornillo, corchetes, llaves y objetos semejantes que tienen hueco o agujero por donde otra se introduce o encaja”, según los estudiosos del lenguaje de aquella sociedad tan orgullosa en progreso y respeto, donde Mujer aprendía a estar en su sitio vistiendo muñecas y domesticando su espíritu, imitando lo que su madre realizara y sabiendo lo prohibido a ella de cuanto su padre o hermanos varones hicieran, ya fuese en el hogar como ante los demás.

    A diferencia de sus hermanos varones, la fiesta del nacimiento de Mujer fue más humilde; al fin y al cabo, nacer como ella se atrevió a nacer, casi era una desgracia, porque le atravesaron las orejas para colocarle dos zarcillos que le causaban fuertes dolores de oídos y mucho llanto, pero estaba tan linda con ellos..., y esos dos lazos rosas que le presionaban la cabeza... Pero se la veía tan hermosa, como un bello florero diferenciada de sus hermanos varones..., que no importaba.

    Mujer nunca fue a la escuela, pues en una sociedad injusta resulta no conveniente que a un ser inferior se le den oportunidades en lo referente a libros, no vaya a ocurrir que se les suban los aires con la cultura, anunciaban los sabios de los cuentos ocultos, y, como en algunas sociedades la cultura alcanza el cenit de materia de lujo, no era cosa de ofrecerla a una mujer, pues, más que peligroso, puede ser, digamos, que cosa desperdiciada, y casi revolucionaria para gobiernos que se enorgullezcan de sus tradiciones más inamovibles. Sí fue Mujer a trabajar desde niña, y sudaba mucho bajo el sol, entre la tierra seca o el frío calador; pero, al recibir su salario, éste era inferior al del niño obrero. Mujer quería hacer cálculos para evaluar la razón, pero no le salían porque, como ya se sabe, nunca fue a la escuela. Cuando regresaba del campo, debía ayudar a su madre en los quehaceres propios de su género, como ordenaban los buenos modos de esa sociedad tan estable y pacífica. Sus hermanos varones podían descansar, jugar o cuanto quisieran hacer, porque así estaba establecido y de ese modo adelantaban su futuro en las diferencias que a uno le beneficien.

    De más mayor, apenas nueve años, a Mujer la tumbaron sobre el suelo, la cara tapada, la amarraron por las piernas abiertas, los brazos bien sujetos; una anciana se acercó a ella con una cuchilla de afeitar y, como ya era mujer a los ojos de los hombres, le sesgó el clítoris de un tajo, le cosió la vagina y entre la sangre le dijo que era una niña privilegiada; aquello le causó dolor, desesperación y ecos de gritos que jamás olvidaría, apenas si podía orinar, pero los demás le decían que, al convertirse en esposa de hombre, la cosa cambiaría.

    Cuando supo quién era el hombre de su destino, tenía pocos años más, y varios aros en su cuello, uno a uno colocado en el tiempo, tan preciosos que le parecían escasos para resultar atractiva, honrada, intachable y sumisa ante la sociedad. Convertida en mujer jirafa... ¿puede haber algo tan bello que ser comparada con un animal salvaje? Mujer jirafa con aros alargando las cervicales que unen el oxígeno con el cerebro, pendiente de la fidelidad o no hacia un ser superior que puede retirarlos a capricho y Mujer acaba muriendo... Pero, por suerte, sólo le perjudicaba el cuello, pues, en otras sociedades, el matiz era no hacer crecer los pies de las niñas, para resultar más atractivas a los hombres, y los pies, vetados para el crecimiento, se rebelan con dolor al freno impuesto, pero la meta vale la pena, según niveles de belleza de culturas avanzadas: el hombre se siente más hombre con el dolor de una mujer en una sociedad donde al macho hay que darle el gusto a toda costa, pues, en otros remotos lugares llamados Occidente y/o Democracia, Mujer podría entregarse a los quirófanos, agujas, anestesias y cicatrices invisibles a pagar a plazos para reducirse, aumentar, transformar, nivelar o enderezarse cualquier miembro de su cuerpo para ser más mujer, porque, en esa cultura donde los sabios de los cuentos ocultos razonan con la balanza de la economía y la moda, ser mujer se relaciona en la proporción del placer estético ofrecido al macho.

    Mujer se unió con el hombre elegido por su padre, a cambio de dos camellos, o cuatro vacas, un baúl  de colchas bordadas, un puñado de arroz, una cuenta bancaria, un terreno fértil, una deuda pendiente o cualquier sinónimo de moneda, para paliar a su familia la desgracia de nacer en su hogar una mujer, con lo que cuesta mantener eso con dignidad sin agachar la cabeza. Esperanzada a que la dote no fallase, nada quedara suelto e incompleto, y no correr el riesgo de ser quemada por algún familiar del esposo marcándola por el resto de sus días, mujer de cera encendida buscando rincones para el refugio del espanto, para que todos supieran que les han engañado con una mujer, sin nada más que ella misma. Debió demostrar que nunca hombre la había tocado, cosa que resultó sencilla porque aún estaba cosida, y si no lo hubiese estado antes de la ceremonia, un pañuelo manchado de su sangre honrada tendría que provocar el aplauso de los invitados; de no ser así, podría ser rechazada, apaleada o insultada y todos los componentes de esa sociedad tan noble compadecerían al novio, comprendiendo la injusticia de la maldad femenina advertida por todas las religiones. En cuanto al hombre, éste esperaría el resultado con sus amigos, y ellos, con bromas incrementadas con alcohol, hierbas o cantos, dirían al novio que ya podría ir despidiéndose de sus juergas anteriores ocultas a Mujer.

    Ya propiedad del hombre, un burka ocultaba la belleza y realidad de Mujer, su género, su existencia, reservada sólo para el hogar, el placer y el capricho del esposo y los quehaceres propios asignados por la osadía de nacer mujer. También ocultaba el resultado de los malos tratos de su dueño, denominado así mismo “poner rectas a las mujeres”, según aceptación tradicional de aquella sociedad tan justa. Alguna vez se rebeló Mujer ante los golpes, los insultos y la obligación de copular con un salvaje, también llamado hacer el amor, pero muchos le dijeron que repasara su conciencia, porque algo en ella no funcionaría bien, y si se lo decía a más personas de la sociedad, los golpes aumentarían, y el esposo podría dejarle sin sus hijos y lanzarla así a la mendicidad. Mujer, ante el panorama ofertado solidariamente, decidió no ser mendiga, y consideró que mártir era mejor aceptado por las gentes de su entorno, sus tradiciones y las autoridades más sabias de los cuentos ocultos.

    Un día, serían las once horas de una hoja de calendario que no importa, porque la vida de Mujer no tenía agenda sino para procrear y mirarse sobre los espejos del suelo mientras barría, cocinaba, trabajaba en tareas del campo eventualmente, cuidaba criaturas, ancianos o encendía la lumbre, un día Mujer fue violada por un hombre, porque, al caminar, el sonido de sus pies con el roce de sus zapatos, provocó en él un fuerte instinto natural que se producía en ellos si las hembras se extralimitaban, entiéndase provocaban, con ese delito de ser visible ante el macho, también denominado en los estudios lingüísticos como “animal del sexo masculino, mulo, pieza que entra dentro de otra, necio”, pero aquello era normal, pensaban todos al respecto, normal que fuese violada ante más personas, con ese atrevimiento suyo siendo simplemente una mujer, pero ella alegó que ese hombre era una bestia y entró en su cuerpo como cerdo sarnoso buscando trufas, y testigos tenía de ello, pero no cuatro hombres, lo estipulado por la justicia ordenada por los hombres rectos de los cuentos ocultos, sino tres hombres, el resto de testigos eran mujeres, “bah, mujeres”, comentaban todos; y es que la palabra de un hombre dónde va a parar con la de una mujer ante las cosas importantes, aseveraban convencidos de la diferencia. De modo que, por ser infiel a un hombre al ser violada Mujer, acordó la Ley, en su junta de hombres sabios, quitarle el burka. Qué justicia tan extraña, pensaban las niñas aprendiendo la lección social, “matarla por quedarse embarazada, si con ese hijo ya eran once”. El hombre fue absuelto y compadecido, aunque oró mucho por su alma, deseándole a Mujer el cielo y el perdón divino porque era un hombre muy creyente.

A Mujer, en la cárcel de mujeres le permitieron quitarse esa máscara de trapo y red, y después de un plazo razonable para parir sobre el suelo de su celda, amamantar al varón nacido y muchos rezos de esa sociedad tan intacta en buenas costumbres, con gran dolor de corazón a Mujer le colocaron una túnica blanca antes de ser apedreada públicamente por rectos hombres según indicaron hasta morir desangrada. Muchos de los hombres que presenciaban el acto público aleccionador para mujeres, pensaron que aquello... que aquello era un crimen, pero se callaban el pensamiento, y para no parecer menos hombres que los estaban de acuerdo con la ley y la sabiduría de su sociedad, tiraban piedras y más piedras sin sentido al cuerpo de Mujer, piedras que los niños recogían salpicadas de sangre, para hacer castillos y casas donde ninguna princesa podría asomarse a contemplar el paisaje, trabajar, aprender o relacionarse sin el consentimiento del rey del palacio, el hermano de una mujer, el príncipe de la casa, el esposo, el padre, abuelo, hijo, el jefe del trabajo, el gobernante, el... el hombre, en definitiva, que nos haya de autorizar el ser libres en igualdad de derechos sin la presunción de culpabilidad.

Y es que los cuentos ocultos del mundo, los que nunca se leen o transmiten porque pocos se encargan de la fidelidad debida hacia el guión real, jamás acaban colocándoles una venda como FIN para hacerlos desaparecer, sino contándolos; para que nadie, absolutamente nadie, los olvide.

 

© Marta Antonia Sampedro Frutos (2004). 


jueves, 8 de agosto de 2024

Las manos de las flores, de Marta Antonia Sampedro

 

Publicado en el primer “Especial Real Feria de S. Agustín”.

 “Linares Información”, 27 de agosto de 1.998.

Bajo las palmeras, acompañadas de agosto y feria, sacudía torpemente su figura sobre sus tacones, seleccionando pasos que buscaran en su mercancía otros sueños no perdidos. Lucía un vestido vaquero, estropeado y sucio, y ajustado a su pequeño cuerpo un mandil; el cabello, moreno y limpio, caía sobre su espalda, y, en sus infantiles manos diminutas, rosas en papel de celofán, sin perfume, sólo un color fuerte que entre las luces de fiesta parecía marchitado.

-Cómprame una- decía con voz lastimosa a las parejas-. Pa tu novia, anda…, cómpramela…-. La música era un estrepitoso ruido unido a todos los altavoces. Miles de compases jaleando que la rutina de los días estaba aparcada para otro tiempo celebrando a San Agustín. “Cómprame una”… Guiñaba sus negros ojos, tiraba de las ropas para que las gentes demostraran sin reparos que en realidad sí habían notado su presencia; susurraba las letanías mercantiles que derraman los olvidados, y de vez en cuando a alguien le parecía barato a cómo iba el precio de los sueños, y sonriendo con ojos tristes, decía: “A mí también me gusta la Coca-cola. ¡Anda y cómprame otra rosa, pa que me pueda beber una”…

No le disgustaba la feria de Linares, sobre todo por las bonitas estrellas de colorines que adornaban el Paseo de Linarejos; pero, al margen de estos detalles, todas las ferias eran idénticas, y como un animal que únicamente se guiara por el instinto tan sólo encontraba la diferencia en los cambios del aire: si calor seco más Sur, si viento litoral humedad y brisa. “Anda, que entoavía no he comío na”… Paseando por casetas y bares, con los pies torcidos al ritmo de sus tacones de mayor, observada por algunas personas a quienes les extrañaba que no fuese gitana, y de vez en cuando se sentaba junto a los puestos de hamburguesas, para pillar desprevenidos a jóvenes devorando un emparedado moderno con olor a ecología. Mirando el cielo, para sentir que las nubes, a pesar de la lejana oscuridad, corrían por el aire para llegar a destinos fantásticos, donde las rosas se las quitaran de las manos, no a cien pesetas, sino a lo que ella quisiera, y poder volver a su casa para sentir, bajo el calor de la uralita, el silencio de su almohada. “Tiene que ser que pa qué, esa cosa de volar como las nubes. Pero seguro que allí, en vez de flores, tendría que vender pajarillos de algodón, y si me sudaran mucho las manos, como las tengo ahora, se me desharían para caerse a la tierra”, se dijo, estirando el celofán de las rosas. Miró sus pies. Los dedos le dolían, sobre todo los más pequeños, esquinas del mucho andar para atrapar esperanza, y pensó en cuántos pasos aventajaba ya al destino, que sin duda Dios ponía a la cantidad de rosas necesarias para terminar la larga jornada de sus cortos años. Se entretuvo en la tómbola de los animales. Estos, al reguardo de sus alas, intentaban huir en sus jaulas del atronador sonido y del destello de los focos; y los peces, una y otra vez, en sus giros alocados denotaban no conocer más aguas que la estancada por el ser humano en un recipiente.

            “Aquel me gusta más que ninguno”, se dijo al observar un canario con aspecto enfermizo. Sacó unas monedas de su mandil. “Quiero ese; que ese se parece a mí, que me conozco todas las ferias”. Compró boletos, hasta conseguir que aquel pajarillo notara el calor de sus manos.

         “¿Qué llevas ahí?”, “¡Ese bicho tiene que tener pulgas!”, “A mañana, este no llega, niña”… Observaciones de quienes demostraban repugnancia a dos seres devorados por la indiferencia y al fuerte perfume de la pobreza. Pero, aquel viejo barbudo y harapiento a quien se dirigió para venderle alguna rosa, y que tenía cara de estampilla religiosa, era distinto. Porque, después de mirarse a los ojos, el hombre le dijo: “Quiero las flores”. “¿Todas?”, preguntó, desconcertada. El hombre asintió apaciblemente con la cabeza, y tras recogerlas de sus manos le entregó un papel, que decía: “Por cada flor que me das, un deseo imposible vendrá a ti”. La niña, tras leer, llorando, buscando inútilmente al viejo, se sintió engañada. Se sentó sobre la arena, junto a una caseta. En el canario buscaba consuelo, y éste se limpiaba el plumaje ajeno a sus lágrimas.

-Huiré- se dijo, decidida-. Porque, ¿qué voy a decir ahora, cuando vengan y vean que no tengo ni el dinero ni las rosas?

Los zapatos de la gente le traían más polvareda que se mezclaba con su llanto. “Mírame, so tonto”, intentando culpar al pajarillo de sus penas contenía su miedo. “¿Por qué no eres más bonito, y más grande, y así me llevarías en tus alas, muy, muy lejos?”.

Y mientras se limpiaba el rostro con su mano vacía de flores, aquel triste canario se transformó en un hermoso ramo de rosas violeta, justo en el momento en que un ave de luz sobrevolaba las cabezas de las muñecas de una tómbola, para alcanzar, mucho más allá, la altura de un globo escapado de las manos de un niño.

 

© Marta Antonia Sampedro Frutos (1.998).