A Safiya Huseini, de
Nigeria.
“Cuentos ocultos”. Primer premio de Relato Corto, “Relatos de Mujer”, 2004. Bailén (Jaén). Publicado por el Instituto Andaluz de la Mujer y el Ayuntamiento de Bailén, en el libro “II Relatos de Mujer” (2002-2004).
En
muchos de los cuentos clásicos del mundo que los niños y niñas de todas las
culturas leen o escuchan, en las moralejas del FIN aparecen princesas ya
consolidadas, a veces con infancias pobres, que han alcanzado su plenitud en la
vida casándose con príncipes que ven en ellas las virtudes de buenas esposas,
segundas madres o simplemente por amor, mujeres preferiblemente tontas aunque
bellas.
Este,
es uno de los cuentos tradicionalmente ocultos del mundo.
A
Mujer, nacer le pareció sencillo porque no lo recuerda, aunque sí lo que ésta,
digamos, “inconveniencia”, supuso a lo largo de su vida, ya que disponía, según
los moralistas de la Historia, con una manzana que hacía dudar de su
comportamiento, inteligencia y honradez.
Mujer
nació en Uganda, Australia, México, España o Pekín, porque en este mundo, para
algunas injusticias, todos los mundos parecen estar de acuerdo, diferenciando,
tan sólo, sus matices.
En la
sociedad donde Mujer vivía, sólo importaba quién era ella como género, y éste
era el de mujer, también asimilado como hembra, es decir, “animal de sexo
femenino, o tornillo, corchetes, llaves y objetos semejantes que tienen hueco o
agujero por donde otra se introduce o encaja”, según los estudiosos del
lenguaje de aquella sociedad tan orgullosa en progreso y respeto, donde Mujer
aprendía a estar en su sitio vistiendo muñecas y domesticando su espíritu,
imitando lo que su madre realizara y sabiendo lo prohibido a ella de cuanto su
padre o hermanos varones hicieran, ya fuese en el hogar como ante los demás.
A
diferencia de sus hermanos varones, la fiesta del nacimiento de Mujer fue más
humilde; al fin y al cabo, nacer como ella se atrevió a nacer, casi era una
desgracia, porque le atravesaron las orejas para colocarle dos zarcillos que le
causaban fuertes dolores de oídos y mucho llanto, pero estaba tan linda con
ellos..., y esos dos lazos rosas que le presionaban la cabeza... Pero se la
veía tan hermosa, como un bello florero diferenciada de sus hermanos
varones..., que no importaba.
Mujer
nunca fue a la escuela, pues en una sociedad injusta resulta no conveniente que
a un ser inferior se le den oportunidades en lo referente a libros, no vaya a
ocurrir que se les suban los aires con la cultura, anunciaban los sabios de los
cuentos ocultos, y, como en algunas sociedades la cultura alcanza el cenit de
materia de lujo, no era cosa de ofrecerla a una mujer, pues, más que peligroso,
puede ser, digamos, que cosa desperdiciada, y casi revolucionaria para
gobiernos que se enorgullezcan de sus tradiciones más inamovibles. Sí fue Mujer
a trabajar desde niña, y sudaba mucho bajo el sol, entre la tierra seca o el
frío calador; pero, al recibir su salario, éste era inferior al del niño
obrero. Mujer quería hacer cálculos para evaluar la razón, pero no le salían
porque, como ya se sabe, nunca fue a la escuela. Cuando regresaba del campo,
debía ayudar a su madre en los quehaceres propios de su género, como ordenaban
los buenos modos de esa sociedad tan estable y pacífica. Sus hermanos varones
podían descansar, jugar o cuanto quisieran hacer, porque así estaba establecido
y de ese modo adelantaban su futuro en las diferencias que a uno le beneficien.
De más
mayor, apenas nueve años, a Mujer la tumbaron sobre el suelo, la cara tapada,
la amarraron por las piernas abiertas, los brazos bien sujetos; una anciana se
acercó a ella con una cuchilla de afeitar y, como ya era mujer a los ojos de
los hombres, le sesgó el clítoris de un tajo, le cosió la vagina y entre la
sangre le dijo que era una niña privilegiada; aquello le causó dolor,
desesperación y ecos de gritos que jamás olvidaría, apenas si podía orinar,
pero los demás le decían que, al convertirse en esposa de hombre, la cosa
cambiaría.
Cuando
supo quién era el hombre de su destino, tenía pocos años más, y varios aros en
su cuello, uno a uno colocado en el tiempo, tan preciosos que le parecían
escasos para resultar atractiva, honrada, intachable y sumisa ante la sociedad.
Convertida en mujer jirafa... ¿puede haber algo tan bello que ser comparada con
un animal salvaje? Mujer jirafa con aros alargando las cervicales que unen el
oxígeno con el cerebro, pendiente de la fidelidad o no hacia un ser superior
que puede retirarlos a capricho y Mujer acaba muriendo... Pero, por suerte,
sólo le perjudicaba el cuello, pues, en otras sociedades, el matiz era no hacer
crecer los pies de las niñas, para resultar más atractivas a los hombres, y los
pies, vetados para el crecimiento, se rebelan con dolor al freno impuesto, pero
la meta vale la pena, según niveles de belleza de culturas avanzadas: el hombre
se siente más hombre con el dolor de una mujer en una sociedad donde al macho
hay que darle el gusto a toda costa, pues, en otros remotos lugares llamados
Occidente y/o Democracia, Mujer podría entregarse a los quirófanos, agujas,
anestesias y cicatrices invisibles a pagar a plazos para reducirse, aumentar,
transformar, nivelar o enderezarse cualquier miembro de su cuerpo para ser más
mujer, porque, en esa cultura donde los sabios de los cuentos ocultos razonan
con la balanza de la economía y la moda, ser mujer se relaciona en la
proporción del placer estético ofrecido al macho.
Mujer
se unió con el hombre elegido por su padre, a cambio de dos camellos, o cuatro
vacas, un baúl de colchas bordadas, un
puñado de arroz, una cuenta bancaria, un terreno fértil, una deuda pendiente o
cualquier sinónimo de moneda, para paliar a su familia la desgracia de nacer en
su hogar una mujer, con lo que cuesta mantener eso con dignidad sin agachar la
cabeza. Esperanzada a que la dote no fallase, nada quedara suelto e incompleto,
y no correr el riesgo de ser quemada por algún familiar del esposo marcándola
por el resto de sus días, mujer de cera encendida buscando rincones para el
refugio del espanto, para que todos supieran que les han engañado con una
mujer, sin nada más que ella misma. Debió demostrar que nunca hombre la había
tocado, cosa que resultó sencilla porque aún estaba cosida, y si no lo hubiese
estado antes de la ceremonia, un pañuelo manchado de su sangre honrada tendría
que provocar el aplauso de los invitados; de no ser así, podría ser rechazada,
apaleada o insultada y todos los componentes de esa sociedad tan noble
compadecerían al novio, comprendiendo la injusticia de la maldad femenina
advertida por todas las religiones. En cuanto al hombre, éste esperaría el
resultado con sus amigos, y ellos, con bromas incrementadas con alcohol,
hierbas o cantos, dirían al novio que ya podría ir despidiéndose de sus juergas
anteriores ocultas a Mujer.
Ya
propiedad del hombre, un burka ocultaba la belleza y realidad de Mujer, su
género, su existencia, reservada sólo para el hogar, el placer y el capricho
del esposo y los quehaceres propios asignados por la osadía de nacer mujer.
También ocultaba el resultado de los malos tratos de su dueño, denominado así
mismo “poner rectas a las mujeres”, según aceptación tradicional de aquella
sociedad tan justa. Alguna vez se rebeló Mujer ante los golpes, los insultos y
la obligación de copular con un salvaje, también llamado hacer el amor, pero
muchos le dijeron que repasara su conciencia, porque algo en ella no
funcionaría bien, y si se lo decía a más personas de la sociedad, los golpes
aumentarían, y el esposo podría dejarle sin sus hijos y lanzarla así a la
mendicidad. Mujer, ante el panorama ofertado solidariamente, decidió no ser
mendiga, y consideró que mártir era mejor aceptado por las gentes de su
entorno, sus tradiciones y las autoridades más sabias de los cuentos ocultos.
Un
día, serían las once horas de una hoja de calendario que no importa, porque la
vida de Mujer no tenía agenda sino para procrear y mirarse sobre los espejos
del suelo mientras barría, cocinaba, trabajaba en tareas del campo
eventualmente, cuidaba criaturas, ancianos o encendía la lumbre, un día Mujer
fue violada por un hombre, porque, al caminar, el sonido de sus pies con el
roce de sus zapatos, provocó en él un fuerte instinto natural que se producía
en ellos si las hembras se extralimitaban, entiéndase provocaban, con ese
delito de ser visible ante el macho, también denominado en los estudios
lingüísticos como “animal del sexo masculino, mulo, pieza que entra dentro de
otra, necio”, pero aquello era normal, pensaban todos al respecto, normal que
fuese violada ante más personas, con ese atrevimiento suyo siendo simplemente
una mujer, pero ella alegó que ese hombre era una bestia y entró en su cuerpo
como cerdo sarnoso buscando trufas, y testigos tenía de ello, pero no cuatro
hombres, lo estipulado por la justicia ordenada por los hombres rectos de los
cuentos ocultos, sino tres hombres, el resto de testigos eran mujeres, “bah,
mujeres”, comentaban todos; y es que la palabra de un hombre dónde va a
parar con la de una mujer ante las cosas importantes, aseveraban convencidos
de la diferencia. De modo que, por ser infiel a un hombre al ser violada Mujer,
acordó la Ley, en su junta de hombres sabios, quitarle el burka. Qué
justicia tan extraña, pensaban las niñas aprendiendo la lección social, “matarla
por quedarse embarazada, si con ese hijo ya eran once”. El hombre fue
absuelto y compadecido, aunque oró mucho por su alma, deseándole a Mujer el
cielo y el perdón divino porque era un hombre muy creyente.
A
Mujer, en la cárcel de mujeres le permitieron quitarse esa máscara de trapo y
red, y después de un plazo razonable para parir sobre el suelo de su celda,
amamantar al varón nacido y muchos rezos de esa sociedad tan intacta en buenas
costumbres, con gran dolor de corazón a Mujer le colocaron una túnica blanca
antes de ser apedreada públicamente por rectos hombres según indicaron hasta
morir desangrada. Muchos de los hombres que presenciaban el acto público
aleccionador para mujeres, pensaron que aquello... que aquello era un crimen,
pero se callaban el pensamiento, y para no parecer menos hombres que los
estaban de acuerdo con la ley y la sabiduría de su sociedad, tiraban piedras y
más piedras sin sentido al cuerpo de Mujer, piedras que los niños recogían
salpicadas de sangre, para hacer castillos y casas donde ninguna princesa
podría asomarse a contemplar el paisaje, trabajar, aprender o relacionarse sin
el consentimiento del rey del palacio, el hermano de una mujer, el príncipe de
la casa, el esposo, el padre, abuelo, hijo, el jefe del trabajo, el gobernante,
el... el hombre, en definitiva, que nos haya de autorizar el ser libres en
igualdad de derechos sin la presunción de culpabilidad.
Y
es que los cuentos ocultos del mundo, los que nunca se leen o transmiten porque
pocos se encargan de la fidelidad debida hacia el guión real, jamás acaban
colocándoles una venda como FIN para hacerlos desaparecer, sino contándolos;
para que nadie, absolutamente nadie, los olvide.
© Marta Antonia Sampedro Frutos (2004).
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