miércoles, 5 de febrero de 2020

Ola verde, ola azul -transparencias del mar-, de Marta Antonia Sampedro


Encina vivía entre cerros y llanuras de olivos, también llamadas olivas. Faltaban unos días para su cumpleaños: doce; doce años. A esta edad los años son días completos, y los momentos recuerdos largos en el tiempo, adonde el futuro nos llevará hacia atrás, como cuando las norias cambian el sentido habitual de su giro, un cubo se llena del revés, las espigas crecen hacia el núcleo de la tierra, o las lámparas se hallan ancladas en los suelos, a nuestros pies. Porque a la edad de doce años, en el corazón cabe de todo; es una alacena, cuyo contenido jamás caduca y que necesitaremos un día, tal vez con matasellos de urgencia…
En el mundo terrestre de Encina habitaban liebres, águilas, linces, perros, palomas, gorriones, gatos, perdices… ¡Qué fácil todo en la tierra, y tan a mano! ¡Hasta las estrellas parecían de barro, que con la luna estallan como las pajaritas de feria, colgadas en sus alambres de luz!
En su mundo de hojas verdes, escuela y observaciones de jaras, madreselvas, tomillos y romeros, de dos por dos catorce, capital de España Sierra Morena, cantos de aves y otras cosas de gran valor con tolerancia a los errores, Encina quería conocer el mar, ese mundo que la cola del viento mece, tan distinto al suyo, donde si no llueve todo se seca, y que si llueve mucho por dios que no llueva más. Un mundo donde la presencia del agua sería lo más importante. Por eso lo pidió de regalo por su cumpleaños, además de un equipo musical estéreo para su dormitorio.
“El mar…”, pensaba Encina. Una palabra con la que nunca había error: el mar, la mar… ¡Estaba permitido llamarla como una quisiera! “Quiero conocer la mar”…
-Dicen que hay diez lunas volviendo locas a las olas- decían algunos amigos suyos, al saber de su deseo de viajar hasta la costa para pasar su cumple.
-Que los puentes las quiebran de un zarpazo- opinaban otros, que por televisión habían observado grandes puentes sobre ciudades extranjeras-. ¡Menudos puentes, que pueden con doscientos mil camiones encima!
-Dicen que el agua hipnotiza al sol- apuntaban los ecos de los misterios más antiguos-. Que no soporta la mirada tan brillante que le devuelve.
-Y que de noche sus diez lunas aumentan su bestialidad de ogro atroz- exageraban los montes durante las tormentas de sol.
Encina pensaba que el mar…, el mar sería inmenso, tan grande como el pensamiento, que junta todos los horizontes de la tierra, nos lleva a cimas y cimas de montañas y cordilleras, y de pronto, obra malabar, al abrir los ojos estamos bajo la ducha con una esponja artificial. Así sería el mar…, como llenar de continentes nuestros ojos…, sin ni siquiera parpadear. El billete de la fantasía es gratis… ¡Todos a viajar!
El mar sería la hoguera de los soles, la cuna de las medusas, esponjas de verdad y cangrejos que bailan hacia atrás y en cuyas pinzas nunca quieras estar. Un mundo de soledades y fantásticos viajes (como los del intrépido Ulises, menuda aventura para no ser verdad), donde el amor de nuestros sueños a cada ola regresa con el rostro aún por formar; que se posa en la arena, tierna aún, oscura y blanca… ¡qué más da! La mar es el hogar de las ballenas pequeñas, que van al parque tras la siesta, a jugar con las formas de las burbujas… Escucha…, óyelas cantar… ¡Y vaya coplas al aire, esos bufidos del respirar!
Es la casa de los peces, de los que viven y de los que ya no están; sus edificios son corales, rocas, sus camas se mueven solas, al antojo de las mareas que no marean, sino adormecen (no es lo mismo si te dejas llevar). Sus movimientos provocan espumas semejantes a las nubes, llamaradas blancas contra la tierra, un trueno al cielo, volcanes de sal. Mira los pelícanos, las focas, los osos polares, leones marinos, cachalotes y pulpos, mantas, atunes, rayas, tiburones, morenas en la dorada mar…, pues su salario, su salario de sal es continuamente luchar. Grandes grupos de seres vivos que miran juntos a un lado, y a la par todos hacia el otro lado, danzando bailes en remolinos de corrientes que entrelazan oxígeno, sales, hidrógeno… órdenes de madre Mar.
Las tortugas son ligeras en ese líquido…, ¡anda, inténtalas atrapar! ¿Lo ves? En la tierra las alcanzas rápido, pero no en este hogar.
Saltan los delfines, retornan al suelo del mar buscando su alimento…, y sus sonidos transmiten secretos que nadie conseguirá descifrar…
¡Mira, Encina! ¡Súbete a ese caballito de mar! ¡Aprisa, aprisa! ¡Uy, se escapó! Tan veloz y pequeño, no quiere sino brincar solo, no te lo puedes imaginar. ¡Bravo! ¡Bravo! ¡Qué valientes esas dos estrellas húmedas de mar que lo persiguen! ¡Tampoco lo pueden atrapar! ¡Es el agua y sus misterios!
Después Encina recogerá algas. Laminaria japónica, caulerpa taxifolia, undaria tinnafida, sargassum muticum, codium fragile… ¡qué lindas y vistosas las floristerías y los huertos del mar! Son bosques siempre al viento cerrados, tan sólo arroyos serios, silenciosos senderos por los jardines de los océanos, donde a veces es muy peligroso olisquear.
Si se cumple su deseo, el deseo de su cumpleaños, valga la redundancia que verá la mar la mar de bien. ¿Qué diferencia hay con su forma de vivir? ¡Ah, ya sabe Encina! Ella no sabe nadar. Tampoco el pez andar… ¡ni siquiera lleva zapatos! Los demás niños le dicen:
-Encina, yo he visto el mar. Es negro y pegajoso… ¡Bah, una caca! Y luego te tienes que enjabonar con jabones de esos de hidratar que no tienen espuma y sí aceites de no sé cosa será. Son muy caros dice mamá, y su no espuma vuelve al mar después de limpiarnos lo que nos ensucia el estado del mar.
-Encina, yo también lo he visto, el mar. Es azul, verde, transparente… ¡no hay quién lo entienda! Ni el mejor de los pintores sería capaz de calcarlo tal cual. Lo han intentado muchos, ¡pero ni hablar! Cuando atrapas el agua, el color se va. Y su sonido…, su sonido es música por ordenar. Yo una vez lo escuchaba con el niño que me gustaba, escuchaba hablar a las olas… Son muy buenas, a mí me gustan, pues casi siempre nos dicen lo que queremos escuchar.
-Encina, mejor que pidas para tu cumple un ordenador… Porque el mar, puf, el mar, ¡cuánta basura flotando, ja! Que tus padres te regalen los compact que molan, una nueva consola, la última peli de Disney, un patín nuclear, un perro que no haga pis en la acera, o un gaño con uñas cortas; también vale un hámster, pero se vuelven locos girando en las ruedas de las jaulas, que al mío le pasó y amaneció muerto, lo tuve que tirar al cubo de la basura.
-Encina, no les hagas caso a estos y que tus padres te lleven al mar. Yo lo he visto, hace dos veranos fui con mis primos. Me lo pasé guay, me compré una colchoneta que sobre el agua volaba como una blandita cometa… No tienes pérdida, es muy fácil de encontrar: donde estén los barcos perseguidos por chillonas gaviotas, allí está el mar. ¡Ah, y donde hay faros!- Todos ríen, porque piensan que habla de los faros de los coches-. ¿A qué viene esa risa?- les pregunta enfadada-. Los faros dan vueltas en tierra- ahora ríen más, porque podrían ser la alarma de una ambulancia o del camión de los bomberos abriéndose paso.
Pero Encina ha visto el mar por la televisión, en los libros de ciencias y revistas de geografía y turismo; también en fotografías de familiares que viven lejos, donde al fondo se ve una línea azul, ahí es el mar. Ella cierra los ojos y piensa que debe ser infinito, olas de azul intenso como el cielo del revés que de pronto suelo fuese, las aves naden a sus anchas picoteando las burbujas, vuelen los peces sin tener que taparse la nariz al caer del aire otra vez; mil soles quepan sin estar estrechos, lunas como los diamantes sean linternas celestes y en cuyo fondo, más allá del fondo más hondo, donde habitan todos los silencios y las raíces de los misterios, esconda seres que no te ven, limpios de corazón, que custodian sus llaves, las claves de viejas canciones que traen y llevan las incontables olas de los océanos.
¡Y qué ilusión tan poderosa poder ser alondra de mar! Y nadar por los aires, y caminar de puntillas por las aguas de sal.
Pero el ser humano toma el mar como senda de ambición y comercio. Una vía de bandoleros vierten muerte para saciar su vanidad. Tal vez no sepan que el vaso de la avaricia no se llena jamás, siempre está por llenar por mucho que lo llenes, y te dice, y dice y repite Quiero más, más, más, dame un pozo más. Esos monstruos del comprar más, vender más… reventar la tierra, explotar el mar llenándolo de basura que al no verla pensemos que no está. Convertidos en avestruces de papel consentidores del rey petróleo, la explosiva energía nuclear, sumas y restas de todo se puede hacer en este planeta de plásticos inundando de muerte la hermosa mar.
Progresando en la reproducción artificial, formando peces con veinte ojos, pescados sin escamas, aletas de metal, cerrado por toxicidad el parque de las ballenas (escucha bien, amiga, porque pueden dejar de cantar al mismo tiempo que tú y yo de respirar).
Qué poderoso y obscuro afán consigue aniquilar la vida, aprobar los exámenes de la escuela para alcanzar ser un dios grasiento, un monstruo de ahogados y vencidos, mutiladores de sirenas, piratas del horror y el espanto, consumistas de mierda para mierda merendar con el pan petroleado…, mantequilla negra por dólares, yenes, euros, pesos, libras… ¿Qué moneda equivaldrá a los más profundos sueños nuestros, a la vida marítima, al valor del mar? ¿A cuánto sale el quilo de respetar nuestro hogar? ¿Qué plazo tendremos antes del naufragio de todos? ¿Habrá tiempo de pensar?
Encina desea con todo su corazón un cumple feliz, ver el mar antes de que esté desierto, muerto. ¿Conseguirá llegar? ¿Necesitará una mascarilla para no enfermar con la brisa? ¿Podrá caminar por la arena, y escribir sobre ella el nombre de algún amor que tenga mofletes de pez globo, mirada de besugo al enfadarse, andares de pingüino, cabellos de erizo al peinarse? ¿Podrá enviar un mensaje de amistad en una botella y que flote y sepa llegar?
 Y que el mar siga siendo inmenso y bello en sus olas, muy transparente. Para que todos sus seres tengan siempre los ojos limpios.

© Marta Antonia Sampedro Frutos (2002)

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