sábado, 4 de febrero de 2012

Canción diurna para quien no duerme, de Marta Antonia Sampedro

En los cantos de las mañanas
los hombres persiguen avaricias.
Como los vuelos de gaviotas
sobre los edificios acechan.
Buscan oro, tierras, monedas,
amor, penas, troncos de miserias...

A diario observo que jamás cesan,
su límite se expande
al compás de su riqueza,
y dicen tonta a quien piensa,
y raro a quien no duerma.

Los escucho hablar, mentir,
parpadear y amasar tronos de arena,
donde sentarse a juzgar
el vuelo de sirenas migratorias
de mar a tierra,
las letras de cambio,
el esfuerzo de romper
los pecados menores,
agrandando los bárbaros.

Son cantos que ensordecen
letanías sinceras
-quiero un amor que muerda,
rompa, vuele,
bese mis labios de piedra-.

Y en la noche
me aturden sus quejas,
ellos duermen
la espera del amanecer,
indican ninguna senda nueva,
sólo la luna familiar
iluminando cualquier ventana
los observa.

Duermo despierta.

Y con los ojos abiertos
formo sueños,
alternativas, recuerdos,
fantasías a tinta que expresen
mis manos caídas
de tanta y tanta guerra.

No son nadie los soldados
que no duermen.
Perseguidos por canciones diurnas
se acobardan al frente
de la vida,
las campanadas a ninguna misa,
andar por fracasadas cimas,
bebiendo en vasos vacíos,
o flores marchitas comiendo
en papel de cenizas...

Que te ofendan las melodías
que digan siempre
la medida perfecta
de la espiga que dé pan,
o herida
-insisten sobre las almohadas,
bajo las camas se ocultan de día
y surgen a oscuras,
vigías de una misma guía-.

Quisiera,
si me ampara aún
el hechizo de querer,
quisiera dormir dormida,
visitar al sueño que nada diga,
donde me adentre la pereza,
cualquier defecto que hubiera
se apoderase de mi senda
a letras de nanas
sin estrellas muertas.

Y sentirme nacer, morir,
nada, a fin de cuentas,
que ningún reloj determinara
por encima de estar viva.

(C) Marta Antonia Sampedro Frutos

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