A mi hermano José
Joaquín.
En plena Sierra Morena, dispuesta a pedir
deseos al universo y untarme de firmamento; bajo el cielo que nos enseñó en la
infancia a ser cuanto hemos sido, cuanto seremos de un modo o de otro, y cuanto
somos. Al atardecer esperé tranquilamente la noche, que lenta fue llegando.
Tras las sombras de los árboles, una gran estrella amarilla dorada cruzó el
horizonte; fui leal con lo aprendido: que no se deben comunicar los deseos, si
quieres que se cumplan. Es muy difícil ver una estrella amarilla. Nunca había pedido
ese deseo. Aquella estrella primera vino a recordármelo, pero dejé de desear.
Preferí liberar los afanes que nos mueven a soñar. Soltarlos de nuestros
adentros, dejarlos libres para sentirlos o para olvidarlos. En la existencia,
la vida transcurrida fue igual que un simple manojo inmaterial, y todo lenguaje
quedó olvidado ante el silencio de la estrella recorriendo el cielo y
desaparecer.
Impresionada por la maravillosa inmensidad,
asumí tu adiós definitivo. Decidida a espantar las fósiles tristezas que nada
tengan que ver contigo ni conmigo, y dar la bienvenida a los anhelos nuevos y
esos sí que nos afectan. Sobre la tierra y entre nuestros pies se movían las
linternas rojas de los compañeros de observar universos. Por única guía la Vía
Láctea, que nos hizo de almohada colosal y acunaba nuestros proyectos más
bellos y alocados, un sentimiento de volver a nacer invadió desde la oscuridad
el espacio. En el corazón hay almohadas grandiosas y naturales que no existen
para recrear melancolías, ni la espiral de rencores, tampoco para que les demos
quejas: están para hacernos seguir adelante siendo lo que somos, pasajeros en
un tiempo limitado y frágil. Y, digamos, que por cada estrella una ilusión
nueva, por cada planeta y lunas un recordatorio de conciencia, por cada
constelación una fortaleza… Y así, entre la noche y expulsada la presencia de
la Luna para nuestra dicha a oscuras, acepté tu ausencia definitiva. De tu
ausencia física. Me resigné, ante la implacable verdad, a tener únicamente ya
tu presencia espiritual todos los segundos. Y en la noche, con la estrella
amarilla presagiando un futuro liviano, se fueron al universo los equipajes
pesados, se disolvieron igual que destellos que van dejando a su paso los
cometas iluminados por el sol, y quedaron al descubierto los momentos que
sirvieron. Por ejemplo, en la fotografía que te tomé desde la ventanilla en el
tren en marcha. Tren procedente de Barcelona, con destino a Puigcerdá, lleva a
dos hermanos andaluces muy pueblerinos y sanos, ambos son jóvenes intrépidos y
rebeldes; se desconoce el motivo, pero ambos están predispuestos y decididos a
escribir literatura y a crear música él, hay que vigilarlos mucho y cuidarlos
desde el universo, se parecen tanto…
-¿A que no tienes valor?- es el lema.
Frágiles y valientes los pasajeros.
Él abre la puerta del vagón, en pie con el
cuerpo fuera, mirándola a ella, el viento le despeja de cabello la frente.
Ella subida en los asientos abre la
ventana, con medio cuerpo fuera sujetando la cámara de fotos, mirándolo a él,
el viento le revuelve en la cara el cabello.
Entre las nieblas y las piedras de las
vías, y una tierna mirada de juventud temprana, el destino, a la velocidad de
la luz de su inocencia, refleja en ellos ese instante de guerreros, el
planisferio infinito de dos hermanos.
Y no importa nada más. Todo, absolutamente
todo lo demás que se expresa sin el instinto de amor, sobra.
La existencia queda. De muchos modos y
misterios, trasciende.
Mucho más que en las estrellas amarillas,
el sentimiento está presente en los cielos y en las aguas, en los paisajes
lejanos de la Tierra o en los espacios estelares cercanos y los montes, todo es
sentimiento para quien ama.
Me zambullí en el universo y me olvidé de
todo. Enajenada en la existencia más relevante y presente.
Es muy difícil ver una estrella alimonada y
no desear el impulso emocionante de seguir su camino y conocer hasta dónde y
cómo vive su llegada al infinito; un deseo que ni se piensa, surge igual que
una fugacidad imprevista.
Y un imposible precioso olvidar a quien se
ama.
El tren donde íbamos tú y yo se asemeja
mucho a esa estrella fugaz de Sierra Morena. Donde nos sentimos fugaces,
intrépidos y libres.
© Marta Antonia Sampedro Frutos (2024).
Sierra Morena, Jaén. Verano de 2024.
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