miércoles, 1 de enero de 2025

Pasajeros en un tiempo fugaz, de Marta Antonia Sampedro

 

A mi hermano José Joaquín.

 

En plena Sierra Morena, dispuesta a pedir deseos al universo y untarme de firmamento; bajo el cielo que nos enseñó en la infancia a ser cuanto hemos sido, cuanto seremos de un modo o de otro, y cuanto somos. Al atardecer esperé tranquilamente la noche, que lenta fue llegando. Tras las sombras de los árboles, una gran estrella amarilla dorada cruzó el horizonte; fui leal con lo aprendido: que no se deben comunicar los deseos, si quieres que se cumplan. Es muy difícil ver una estrella amarilla. Nunca había pedido ese deseo. Aquella estrella primera vino a recordármelo, pero dejé de desear. Preferí liberar los afanes que nos mueven a soñar. Soltarlos de nuestros adentros, dejarlos libres para sentirlos o para olvidarlos. En la existencia, la vida transcurrida fue igual que un simple manojo inmaterial, y todo lenguaje quedó olvidado ante el silencio de la estrella recorriendo el cielo y desaparecer.

Impresionada por la maravillosa inmensidad, asumí tu adiós definitivo. Decidida a espantar las fósiles tristezas que nada tengan que ver contigo ni conmigo, y dar la bienvenida a los anhelos nuevos y esos sí que nos afectan. Sobre la tierra y entre nuestros pies se movían las linternas rojas de los compañeros de observar universos. Por única guía la Vía Láctea, que nos hizo de almohada colosal y acunaba nuestros proyectos más bellos y alocados, un sentimiento de volver a nacer invadió desde la oscuridad el espacio. En el corazón hay almohadas grandiosas y naturales que no existen para recrear melancolías, ni la espiral de rencores, tampoco para que les demos quejas: están para hacernos seguir adelante siendo lo que somos, pasajeros en un tiempo limitado y frágil. Y, digamos, que por cada estrella una ilusión nueva, por cada planeta y lunas un recordatorio de conciencia, por cada constelación una fortaleza… Y así, entre la noche y expulsada la presencia de la Luna para nuestra dicha a oscuras, acepté tu ausencia definitiva. De tu ausencia física. Me resigné, ante la implacable verdad, a tener únicamente ya tu presencia espiritual todos los segundos. Y en la noche, con la estrella amarilla presagiando un futuro liviano, se fueron al universo los equipajes pesados, se disolvieron igual que destellos que van dejando a su paso los cometas iluminados por el sol, y quedaron al descubierto los momentos que sirvieron. Por ejemplo, en la fotografía que te tomé desde la ventanilla en el tren en marcha. Tren procedente de Barcelona, con destino a Puigcerdá, lleva a dos hermanos andaluces muy pueblerinos y sanos, ambos son jóvenes intrépidos y rebeldes; se desconoce el motivo, pero ambos están predispuestos y decididos a escribir literatura y a crear música él, hay que vigilarlos mucho y cuidarlos desde el universo, se parecen tanto…

-¿A que no tienes valor?- es el lema.

Frágiles y valientes los pasajeros.

Él abre la puerta del vagón, en pie con el cuerpo fuera, mirándola a ella, el viento le despeja de cabello la frente.

Ella subida en los asientos abre la ventana, con medio cuerpo fuera sujetando la cámara de fotos, mirándolo a él, el viento le revuelve en la cara el cabello.

Entre las nieblas y las piedras de las vías, y una tierna mirada de juventud temprana, el destino, a la velocidad de la luz de su inocencia, refleja en ellos ese instante de guerreros, el planisferio infinito de dos hermanos.

Y no importa nada más. Todo, absolutamente todo lo demás que se expresa sin el instinto de amor, sobra.

La existencia queda. De muchos modos y misterios, trasciende.

Mucho más que en las estrellas amarillas, el sentimiento está presente en los cielos y en las aguas, en los paisajes lejanos de la Tierra o en los espacios estelares cercanos y los montes, todo es sentimiento para quien ama.

Me zambullí en el universo y me olvidé de todo. Enajenada en la existencia más relevante y presente.

Es muy difícil ver una estrella alimonada y no desear el impulso emocionante de seguir su camino y conocer hasta dónde y cómo vive su llegada al infinito; un deseo que ni se piensa, surge igual que una fugacidad imprevista.

Y un imposible precioso olvidar a quien se ama.

El tren donde íbamos tú y yo se asemeja mucho a esa estrella fugaz de Sierra Morena. Donde nos sentimos fugaces, intrépidos y libres.

 

© Marta Antonia Sampedro Frutos (2024).

Sierra Morena, Jaén. Verano de 2024.

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