A Luisa Navarro Díaz.
Amiga mía en la existencia
de la escuela las nostalgias y las alegrías
de los cielos de Baños y las tierras
nos tuvimos sin indiferencias
entre estas presencias somos elípticas
no hay estrellas ni satélites dudosos
sólo puertas que se abren y cierran
y ecos de palabras que importan sin pronunciar
la tarde se vuelve noche muy noche
percibo en tu rostro el regreso
tu vida difuminada en el espacio
se abre paso entre los años
abrazando a una amiga que muere
la muerte inmoviliza todo conocimiento
me despido de ella con un terrible adiós
ocultando mis llantos a su paz
una huella de materia me hiere por dentro
y me desgrana cuanto soy en los besos
la luz del horizonte se desvanece
en el punto natural de los atardeceres
donde aprendió a reír y a llorar y a volver a reír
a dejarse amar y decidir amar
sus inquietudes sus melancolías en las aguas
son reflejos de la sonrisa de la calma
atravesar el pantano sin miedos desde la orilla
regresas al tiempo de sueños del cerro Navamorquín
y encuentras el inmenso zaguán dorado de tu partida.
Marta Antonia Sampedro Frutos (Julio de 2019)
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