sábado, 24 de septiembre de 2011

Lunas de cristal, de Marta Antonia Sampedro

                       
Una mujer sola suele ser para los hombres un escaparate. Sin necesidad de más presencia que su género, sin ser maniquí forma parte de un stand. Y, a diferencia de una mujer, un hombre solo qué es, sino un hombre solo.
Esta mujer podría llamarse de cualquier nombre. Pero se llama Carmen, nombre tan español como artístico, donde poetas masculinos, músicos y dramaturgos han depositado sus inspiraciones como bandera pasional, sufridora de desgracias justamente aplicadas por unos valores decadentes, otrora extrañamente vanguardistas.
La mujer Carmen vive sola, con sus dos pequeños. Lo decidió forzosamente, al ser abandonada por un hombre cuyas aspiraciones más fieles, según lamentaciones, eran la de formar una familia, digamos, fija, como quien toma el derecho noble de un espacio de cualquier reino, y rendido llega a casa y la mujer del escaparate ha pensado en todos los detalles, para que el descanso del señor feudal esté perfectamente controlado con todos sus soldados y vasallos dispuestos a la acción.
Vivir sola, con seres en formación humana, con los cuales no puedes expresar qué se siente adulta, es labor desconsoladora. Puedes decirles:
-Estoy agotada. No veo la salida.
            Y ellos contestarte:
-El primo Pablo no me deja la consola.
Puedes decirles lo mucho que te ha costado conseguir que la ternera sea de primera, y escuchar:
-¡Jo, yo quería pizza!
Una mujer sola, intenta comprender al mundo que la observa. Y asimila como sea, e incluso con la evidencia, que el hombre de su vida sea el hombre de su precoz muerte. Lo sospechaba, que el amor se disfraza de proyecto, y sin embargo es el riesgo de convertirse en barquito de papel por una simple ola de palabras.
-Al fin encontré la mujer de mis sueños. Las otras no me comprendían, por eso he tenido tantas, porque no eran como tú.
Ser como ninguna, tiene sus ventajas. Un día te lleva flores, café del bar de enfrente y algún croissant de chocolate. Te dice que no entiende cómo es que estás sola, del trabajo a la casa y de la casa al trabajo, con esos ojazos y esa elegancia. Con lo que vales. Otro día, te invita a cenar en el restaurante con las mejores vistas al campo, hipermercado, campiña o la playa del mejor atardecer. Y te descubre que por las noches aún hay luna. Es entonces cuando piensas que la suerte llama a tu puerta inesperadamente, como aquellos vendedores que nadie quiera y en cambio lleva ese día tu mayor necesidad, la que jamás imaginaste conseguir.
Otro día, cuando ya las formas de la luna las recuerdas vagamente, te dice que te huele el cabello a humo de cocina, que tus ojos son demasiado llamativos cuando te pintas, las piernas muy arqueadas, las uñas mal pintadas, que se nota que tu hijo no es suyo, que está mal criado, que tu jefe es un explotador que abusa de tu confianza, que dejes el trabajo, si total para qué, si todo es para gastos y siempre andas cansada, y otro día te das cuenta que hace mucho tiempo que no sabes nada de Luisa, Pedro, Susana, Rafael, Rosario, de tus ya antiguos compañeros de trabajo o amigos, que ni llaman al menos para saber qué tal te va de ama de casa. Y otro día, con el vientre delicado por un embarazo de alto riesgo, sigues pensando que la maternidad cambiará a ese hombre, porque no sabes bien por qué, pero que ese don especial de las mujeres hace de los hombres chiquillos, se les cae la baba al ver a su hijo y entonces todo toma su sentido mágico. Dejará de salir a cualquier hora que lo llamen para tal presupuesto, sí, es un hombre de su casa, ya se sabe que con un solo sueldo es más difícil salir adelante, pero él llevaba razón, de todos modos vivís sin demasiadas carencias económicas, y ella no padece ya ese estrés de tener que llevar casa y trabajo. Pero otro día, mientras acurrucas a tu segundo hijo, te dice la mente que los presupuestos son ya demasiados y en cambio los ingresos inalterables. Son las once de la noche de un lunes cualquiera. Y buscas en tu agenda el nombre olvidado de alguien que te acompañe. Nadie entiende qué haces llamando tan tarde, y saben que te llamas Carmen, y bueno, si Carmen hay tantas. Lloras. Y qué. Llorar consuela mucho, casi siempre son falsas alarmas, las lágrimas son tan débiles, son como niños caprichosos con el parque, siempre quieren salir camino a la boca del tobogán. Al fin convences a otra mujer sola, hace meses que no habláis,  a él no le gustaba su presencia y esa sequedad de mujer feminista y frígida. Le suplicas:
-Por favor, por favor, quiero comprobarlo, ven conmigo, quiero verlo con mis propios ojos, por favor...
            Rogar en la noche tiene el sentido del luto precoz. Quien escucha el ruego de alguien que llora en la noche, se siente partícipe de una desgracia que hay que evitar.
El niño no cesa de llorar en el coche. Ya es la una de la mañana, y aún no ha tomado su biberón y escupe el chupete una y otra vez. Ya han recorrido las calles más principales de la ciudad, y no han encontrado nada, sino el llanto de un bebé persistentemente. Ahora es tiempo de las calles menos concurridas.
-¡Tiene que vivir por aquí!, ¡por aquí!
-Déjalo ya, mujer- dice tu compañera de búsquedas-. Tranquilízate.
-¿Dejarlo? ¡De eso nada! ¡No nos vamos hasta que no lo encuentre!
Volante desesperado, luces, frenazos, llantos. Y el automóvil al fin aparece, está aparcado, vacío. Sí, claro, por aquí le han dicho que vive la otra, cómo lleva la cabeza, tanta tensión, sí, cómo no lo ha pensado antes.
Ahora lloran criatura y madre. El llanto les anuncia su nuevo estado a ambos.
La existencia de una mujer sola, hace que corra la voz.
-¿Que eres amigo de quién? ¿Y ese quién es?- dices un día intentando relacionar la voz del teléfono-. ¡No me vuelvas a llamar, idiota!
Se apaga con la traición y en cambio reluce para otros. Luciérnaga modificada genéticamente, que siempre anuncie su presencia sin poder evitarlo.
Desde que él se marchó, llevándose hasta su sombra en las paredes, intenta iluminarse por dentro con pastillas para dormir, y en cambio se siente más apagada. Luna de cristal que se hiciera añicos y a oscuras intentara reconstruir pedazos dispersos.
Recurre a la psicología de calle, familia, dioses, refranes. Pero la soledad se instala en sus adentros. En qué ha fallado, por qué no se siente mujer completa, capaz de gustarle ya a ese hombre al que ama, qué ha hecho tan mal que lo ha dejado buscar otro hogar. ¿Acaso no ha seguido bien las pautas que de ella se esperaba?
En las casas de las mujeres solas con niños, mejor o peor también se come, los recibos de la luz se acumulan y hay un silencio que quiere hablar y no se le deja ni esbozar las primeras frases, un silencio que no dice qué busca, o qué dejó, un silencio malo que se ve por todas partes. Un silencio mudo.
La casa de una mujer sola, se convierte en el lugar preferido de comprensivos que llevan leche entera, café molido, consejos para tu bienestar; te recuerdan lo bonita que eras cuando ibais a la escuela, que algunos de ellos también se separaron porque sus mujeres de nunca los quisieron, y te dicen que estás mejor, más guapa, que necesitas amigos, salir a tomar copas, que te arregles, que has adelgazado pero que estás estupenda así, para qué las grasas, si total una mujer sola encuentra pareja más fácilmente estando delgada pero con senos abundantes, que tienes dos niños y que ellos no deben pagar las consecuencias de una mujer abandonada, y tú contestas una y otra vez qué has hecho mal, que te digan qué, qué, qué, y nadie responde tus preguntas.
Buscas trabajo, aún sabiendo que a la mínima te pones a llorar porque aún piensas que ese hombre ha tenido motivos para dejaros. Tus motivos. Pero que todavía no los encuentras, ese es el problema, sí, hasta que los encuentres todo es pasajero. Haces limpiezas domésticas por horas de personas conocidas, que te permiten llevar al niño; solamente unas pocas porque con las pastillas te confundes algo, y porque te avergüenza que te hayan visto ser una buena empleada desde la adolescencia y ahora qué, dónde esconder tu cara que nadie te lo recuerde, que nadie grite:
-Por ahí va Carmen, su pareja la ha dejado tirada.
Como se tira una bayeta.
También llegan las ofertas de trabajo en casa.
El mercado laboral, ha pensado en las mujeres solas con niños. No hay dónde salir, todo está en casa. Y un día llama a tu puerta un hombre de mediana estatura, con cara avispada pero ojos melancólicos, cargado de muestras de colchones y almohadas.
-Me manda un amigo de tu hermano. ¿Puedo pasar?
-Pase.
Realmente, la sociedad contemporánea tiene grandes ventajas para las mujeres solas. Y quién se va a enterar de dónde sacas el dinero para salir adelante. Ni siquiera la empresa, sabrá que trabajas para un trabajador.  Será vuestro secreto.
El hombre le dice que, gracias a ese material de calidad y su valentía, él ha prosperado mucho. Ya tiene un buen status social, y que empezó como ella y que ahí estaba, considerado en la empresa, aunque lo suyo le ha costado porque se separó de la esposa, pues ésta no valoraba lo que cuesta sacar adelante los objetivos de una empresa. Y que tú también llegarás, aunque por ahora no sea mucho lo que te da de porcentaje.
Llamar a las casas para concertar citas, no es un trabajo extenuante. Sólo se trata de conocer al material ofertado, látex natural y sintético, viscolástico o eliocel, muelles, somieres, bases, el cuerpo necesita que lo adapten como se merece, precios, financiación, ser amable, tener seguridad y seguir el guión de teleoperadores. Quién mejor que una mujer, para entrar en las casas, si es el lugar que más conoce. Y qué mejor calidad de presencia que luego vaya un hombre para cerrar la venta. Es un trabajo que permite mantener la casa de una mujer sola y con cierto empeño y mucha necesidad de salir adelante. Y mientras crecen los niños. En los tiempos muertos también se come.
El hombre va todos los días, a recoger sus citas para visitas. El primer día no quiso tomar nada. A la semana, aceptó un café. A las dos semanas, le contaba sus inquietudes, progresar, ascender, quedarse con más zonas, hacer mayor su comisión por objetivos, y ser feliz, que es lo que importa al fin y al cabo, expresó por enésima vez. Ella lo escuchaba como se escuchan los anuncios. A los veinte días, le dijo:
-A ver si quedamos una noche y tomamos por ahí una copa.
Ella pensó que una mujer sola está pendiente de otras cosas, el supermercado, los deberes del colegio, la hora de comer, el paseo de los niños para que les dé el aire, que nadie quiere de empleada a una mujer sola con dos niños. Que ha hecho de su casa el centro laboral, pub, la discoteca, un fuerte de la resistencia, y el asilo de lágrimas, el almacén más triste de sus recuerdos y el trampolín de salir adelante como sea.
Pero él ha tomado esa frase ya como una costumbre de la cual la mujer debe sentirse halagada y agradecida, si total vaya vida que lleva, no acabará con todo porque dios es grande y el tiempo todo lo pone en su sitio, e incluso se atreve a añadir:
-Porque una mujer como tú, Carmen, tan sola, y tan guapa. Tienes que pensar en divertir a ese cuerpo. No sólo de pan vive el hombre.
Un día y otro, e incluso se sienta en el sofá, el niño más pequeño hasta sonríe ya al verlo y mueve el sonajero.
-Aún eres joven.
-Aún eres guapa.
-Aún estás a tiempo de rehacer tu vida.
-Aún tendrás deseos de hombre.
-Aún...
Una mujer sola, a veces piensa en el  aún. No con demasiada seguridad, pero de tanto pensar le va calando esa posibilidad de fe, que en ocasiones se cumple con prontitud y en otras la vida te llega con profanaciones de sonrisas, osteoporosis, depresión crónica, arrugas de los recuerdos más trágicos y las lecciones de todo un camino luchando contra los obstáculos. Sí, para una mujer sola, el aún es muy importante. Eso acompaña mucho, saberse a tiempo.
Él le cuenta en una visita llena de expresiones tiernas que no ve a sus hijos, pero que ha decidido que un hombre solo es una pena porque son como niños grandes, aunque tiene muchos problemas, y que hace su vida con libertad, que se apañen sus hijos, si a fin de cuentas los hijos no son más que ataduras, que la vida son cuatro días y ellos cuando sean adultos harán igual, su vida como les parezca, y que es una suerte ser mujer, la envidia que le dan.
-Por eso hay que aprovecharla, y más siendo tan guapa como tú..., y libre.
Y un día dice que los pedidos tienen que ser mayores, así se lo ha comunicado la empresa. Y que hoy está especialmente guapa con ese pantalón. Ella le dice que tiene mucho trabajo, que el niño pequeño tiene fiebre, y que, como ha ido sin avisar, no tiene aún pasadas a limpio las notas de citas. Él dice con los ojos melancólicos:
-Ya no podrás seguir conmigo, no, Carmen. Las ventas han bajado, estoy muy decepcionado contigo. No sabes cuánto lo siento.
Han bajado de unas horas para otras. No es cierto, pero qué importa. Porque ella es que no lo comprende, que está muy solo.
Y con ojos de bovino triste, le anuncia:
-Cogí a otra mujer, a ver si se puede con las ventas. Es que tú ya no cumples.
Una mujer sola, piensa si en realidad nacer mujer es estar condenada a que alguien juzgue qué es cumplir y hacia qué deber hacerlo.
Quiere saber más.
-¿Qué más esperabas de mí?
-Soy un hombre. Y tú una mujer sola. Qué puedes darme. A ver, piensa.
Una mujer sola, puede ofrecer mucho. Pero él también está solo, y necesita tanto...
Conservar una ocupación que te permita comprar leche, champú, azúcar, pañales, y pagar la comunidad para no salir en el listado de morosos y publicar así tu vida calamitosa, conservar eso tiene una importancia tal, que difícilmente es captada por personas normales. Por qué lo captarán antes los abusadores de mujeres solas con niños. Sí, eso piensa Carmen inmediatamente a las palabras lánguidas de ese hombre solo, qué les hace a los canallas detectar el presupuesto familiar de las mujeres solas con niños, antes de decirle:
-¿Es que ya has encontrado a otra mujer sola, que sí comprenda lo solo que estás, y de paso trabaje para ti por dos céntimos y medio?
Él contesta con risilla, nunca antes había percibido ella ese gesto nuevo en él.
-Pero qué mal pensada eres...
Pensar mal, es más propio de mujeres solas. Notar las miradas canallas y el abuso depositándose en tu cuerpo y en tu mente. Qué motivos hará esa excepción en el pensamiento, que solamente les ocurra a ellas percibirlos con esa intensidad.
Él se marcha sonriente.
Ella piensa que cómo saldrá adelante.
La noche la acoge con el llanto del niño, la confusión de las pastillas para dormir y que en el banco hay números rojos desde hace días. Una noche cualquiera.
Por la mañana, el niño mayor le dice:
-No llores mami por fa, que me bebí todo el zumo.
Que salgan bien las cosas, es algo en lo cual una se empeña sin saber los resultados. Sólo existe que hoy es hoy, que somos un hoy completo, redondo y giratorio, y que mañana es como un viajero extraño del que ni sospechamos su llegada. Porque una mujer sola debe poder con todo, para eso les enseñan y recuerdan que tienen un sexto sentido. Pues bien, que se espabile y lo ponga a funcionar.
El sexto sentido es un puro milagro.
El sexto sentido, en qué lugar está, que no lo ve.
Por qué nos dirán que lo tenemos, si no aparece con las dificultades ni con la felicidad. ¿Por qué nos desesperamos en su búsqueda? ¿Para que sintamos que nos abandona? ¿O, es que es, una pura mentira?
El sexto sentido parece muerto.
Enterrado hace días, siglos tal vez.
Quién sabe si es que ni llegó a nacer.
Suena el teléfono. Ni siquiera reconoce ya la voz.
El hombre solo, le hace una nueva oferta laboral. Que las ventas van bien, pero que no es para eso su llamada. Que si le puede planchar la ropa, y que a tanto la hora. Ella dice que sí, y que la traiga a tal hora.
Porque los niños solos también comen.
Le entrega bolsas grandes y negras en la puerta, con su mirada de hombre solo. Bolsas negras donde también caben las miradas de acoso sexual de un hombre que doblegue a una víctima circunstancial. Ella no le invita a pasar, qué mala educación, qué rencorosa mujer. Con razón está sola. Ya vendrá, ya, me rogará que entre.
Ella le dice que vuelva al día siguiente. Él contesta que muchas gracias, que está más delgada pero igual de hermosa, y que perdone, pero es que no sabe planchar y además no tiene tiempo porque lo han ascendido y tiene mucho trabajo.
Ella le sonríe falsamente, y le dice que de nada, que para eso están las mujeres.
Es una pena lo que está pensando Carmen. Igual es a causa de dejar las pastillas. Pero no, pues hace días que lo hizo y se encuentra bien. De todos modos, con pastillas tampoco dormía bien. Los malos pensamientos tienen eso, que son caprichosos.
 Las ropas del hombre están hechas sogas, pero es bonita, casi nueva y acartonada, no llevan ni suavizante, huelen a sus miradas. Sale con los niños a la calle, las acarrea con el pequeño en su carrito portabebés. Piensa Carmen que los contenedores nuevos de la recogida de basura, son una ventaja; solamente pisas el pedal y se abre un mundo oscuro y pestilente. Sí, una gran pena, tanto dinero tirado. Él aceptará su nuevo secreto. Ni siquiera lo sabrá la empresa de colchonería.
Las mujeres solas, hacen cosas imprevistas. En muchas ocasiones actúan raras, impulsivas, no llegan a lo que de ellas se espera, se niegan el sexto sentido y en cambio parezca que éste sea el valiente señalándolas cobardes y las rebele. Con él o sin él, se dicen Saldré adelante, Todo irá bien, Vendrán tiempos mejores, cuando las lunas se reconstruyen. Y se lo creen de tal modo, que casi siempre lo alcanzan.
Será porque las mujeres solas, también son mujeres.  
                                                                                                                                                                   Linares,  Febrero de 2007


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