sábado, 27 de febrero de 2010

Golondrina fría, de Marta Antonia Sampedro


Quizá la mañana
que me observa rendida
blanquee mis ojos dormidos,
y esta luz que ahora entra
sin permiso
bajo la persiana a medias
no sepa nunca
de esta oscuridad eterna,

que mi soledad y condena
va más allá
del preso que grite ¡libertad!,
del pobre que expulse ¡miseria!
o de la preñada
que empuja mordiendo la lengua
¡abre los ojos, la vida está ciega!,

esta luz que aumenta
pisando baldosas,
devorando color tierra,
me tienta a ofrecer
mi mano sin anillar,
este cuerpo sin sorpresas,

y el sofá me resulta
molde y arena,
sombra que espera espacio
lenta, inmóvil, tan quieta,

seguramente me veo así,
tan sólida, latente,
mercancía de muelle
que un rincón de buque
o una vasija enorme llene,
acapare vacíos
sin estremecerse,

quizá la tarde
que me observa vencida
pueda sospechar
que mis párpados
ya no sean más
que un instinto
sin respuesta,
un cuestionario
sin alternativas posibles,
un mundo extraño
de observaciones detalladas
girando y mordiendo letras,
calendarios,
aniversarios de sueños,

y tal vez
a veces pienso
que este sofá traerá
el mar violeta,
la verde sierra,
en esa golondrina fría
cobijada en la tinta,

unas alas mordidas
que la cartulina
pueda restaurar
en sílabas
que trae la tarde
con la luz reposada
en la persiana a medias,

quizá la noche
que observo enemiga
consiga convencerme
amigablemente,
y brindemos salivas,

es de suponer
que el susurrar de estrellas
no sepa cuánto pesa
la belleza que se va
al respirar pena
en los vuelos fríos,
cuando ya somos ayer
y exageramos
al saberlo perdido,

pienso y pienso
qué vendrá antes,
si mañana o luz,
vuelta a empezar caminos,
y pido a la noche
su espionaje de mentiras,
cuándo me entregará
aquello que luz y atardecida
me robaran
la vez que mi vuelo helara
los libros que quedaron cerrados
a cambio de sonidos mecánicos,
las expresiones esperanzadas
a la guía de mis signos,

tan sólo aquélla,
en la que dije hay camino,
y seguí a la bandada tibia,
cuando las tardes caen,

y comprendí
la tarde es un giro,
sólo una posibilidad más,
que el poeta nunca se vence,
siempre piensa
quizá me equivoque
y sueñe dormido,

y supe tanto de verdades
recontando lirios,
y tanto aprendí de traiciones
en los granizos,
que en vuelo frío comprendí
que el sol nace o lo parece,
y decrece la tierra
su polvareda de trasiegos
imparables o aumenta,

y que sólo unos versos
saben y conocen
qué hago aquí tendida,
cómo se cuenta
una espera que no llega
a serlo en sí misma espera,

y de pronto
la golondrina fría resuelve
que el frío es mañana,
o tarde y noche,
un mapa retorcido
inconsecuente,
y toma otras sendas
donde los nidos anuncien
la llegada de los vivos.

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