Me gustaría que el abrazo que jamás me diste con amor de
adulto, se desparramase en estas hojas que te dejo. Si de algo sirve morir,
digamos que de igual modo sirva vivir, esta vez estamos en paz, porque tú
querías que muriese, es decir que no viviese, y yo quiero morir, por lo tanto
no vivir.
En las últimas noticias han dicho que los que sobrevivamos
a este océano de gritos, moriremos. No que moriremos como muere todo, como la
vida se va yendo, sino que moriremos por la radiactividad. Nunca pensé que
moriría porque unos reactores nucleares superasen el miedo a la furia del mar,
si es que el mar tiene furia. Porque no había nada que más me espantase desde
niño, que el mar. Comprendo mi gran error.
Esta mañana, un anciano perdido que buscaba sus lentes
entre los escombros mojados, con sus ojos blandos y también perdidos, decía:
-Todo es causa de
la venganza de los tiburones.
No hay ser no racional que pueda comprender qué significa
venganza. Sin hacerle un aparente caso a sus palabras, le dije al anciano:
-¿Para qué quiere
sus lentes, señor? Todo es ya un amasijo de maderas y chatarras.
Y sin
apreciar que en mis ojos caían lágrimas de palabras calladas como de la muerte
cae la luz, continuó perdido con sus ojos perdidos mientras mis ojos se
ahogaban en mis pensamientos de llamada hacia una muerte inmediata.
A lo lejos vi mis árboles caer, vi mi casa caer, vi mis
sueños caer. No era la primera vez que sin el mar todo en mi vida caía. Vi las
aletas de los tiburones revestidas de hormigón partido y humo. Ya era la última
vez que mi vida caía, porque de pronto un enorme cansancio antiguo y nuevo
rebosó mi cuerpo y finalmente sentí mis fuerzas caer.
Según el protocolo, dentro de día y medio seré enterrado y
tú aún no sabrás qué significa no ver nunca más a alguien que te quiera, a
alguien que te piense siempre, a alguien en cuyo corazón siempre vives aunque
murieses y aunque jamás hubieses nacido te quiere, porque su razón de vida ha
sido amarte. Eso lo verás con el tiempo, cuando en el viento y en el llanto
veas las cosas que sólo se ven con el tiempo.
He tenido la suerte de ver a los tiburones golpeando cuanto
soy o fui, mucho antes de que apareciesen. Su legado último no me interesa. Me
niego a ver cómo la codicia tuya y las otras codicias consumen mi vida al mismo
ritmo que colgarme en el universo en la desnudez de mí mismo.
Me niego a la vida que destruye mis sueños como olas que no
cesan en los vasos, y en sueños no incluyo cosas que se fueron con el mar, a
esas que tanto te interesan para parecer un hombre con ventajas. En la misma
tierra de la venganza de los tiburones, la muerte segunda nos espera a muchos
de nosotros, pero ya sin sueños. Los míos eran tan pequeños que todos se fueron
con los escombros donde un anciano busca sus lentes.
Y mayor fuerza terrible que la radiactividad, es tu olvido
a que existo y que tuve sueños. Tu olvido es una aleta de tiburón que me lanza
a la muerte mucho antes que el mar. Una aleta que se fue formando y que fue
creciendo y que me derribó.
Lo bueno de morir, es que ya no hay que recordar.
Alguna vez, quizá cuando tengas tantos sueños perdidos que
me recuerdes vivo, sabrás que hay una persistencia terrible dentro de algunos
de nosotros. La mía fue errar continuamente, y acostumbrarme a perder. Porque
también así se fue formando la aleta del tiburón; y uno se venga de sí mismo,
amando más la muerte que amando a los demás y cuanto de razón muestren más
tardíamente que a tiempo.
Dentro de un día y medio verás mi cuerpo muerto, antes de que
la radiactividad haga de mí un ser sin el sueño de morir. Es el único sueño que
me pertenece. Y el sueño donde ni tú estás.
© Marta Antonia Sampedro Frutos (marzo de 2011).
Relato inspirado en el tsunami de Japón en marzo del año 2011, que
provocó el accidente nuclear de la central Fukushima Daiichi, causando la
emisión de material radiactivo a la atmósfera y el mar.