"El viaje no termina jamás. Sólo los viajeros terminan. Y también ellos pueden subsistir en memoria, en recuerdo, en narración... El objetivo de un viaje es sólo el inicio de otro viaje". D. José Saramago.
Había
un ambiente de fiesta. El aeropuerto estaba adornado con banderitas de los
países internacionalmente más conocidos y flores de linóleo polvorientas
entremezcladas con naturales, para recibir al turista equis millones. Un gran
despliegue de medios informativos sorteaban a la gente, que, entre empujones y
sudores aligerados por la brisa de un Mediterráneo resignado, arremolinada
señalaba a los invitados más famosos que la Costa del Sol mostrara todos los veranos, todo
con sus galas de fiestorro oficial y olvidando, por un momento, sus exclusivas,
dejadas para mejores subasteros que las noches de Puerto Banús pudieran pujar.
El
avión Londres-Málaga traía a la persona elegida por azar del número de pasaje,
y una vez dentro, al comprobar su imagen, fue por persona respetable
seleccionado otro turista, y por suerte los teleobjetivos no pudieron captarlo.
El elegido era un hombre de mediana edad, que recibió por manos oficiales un
ramo de orquídeas, un cheque de muchos euros y un todoincluido en Marbella que aceptó entre estornudos, ojos de
sorpresa y risas entrecortadas. Una vez desarrollado aquel primer acto a
persona tan distinguida por una no menos conocida costa por noticieros, mapas,
agencias de viaje, constructoras, escuelas, publicidad, políticos y juzgados,
los demás pasajeros pudieron abandonar el avión tras aquella novedad
proturística, sin que los invitados observaran la existencia de la persona
rechazada, aunque sí lo lograron los demás mortales del aeropuerto, gran cosa que
realizaron con críticas, pues la persona, si es que podemos calificarla de tal
modo, era un espectáculo, debido a su atuendo, una túnica negra que le cubría
el cuerpo entero, incluyendo a éste la cara, que no disponía de rejilla para
facilitar el sentido de la visión, y sus pies y manos también eran negros por
medio de medias, zapatos y guantes recios, así que digamos que toda ella era
una sombra, y como tal la nombraré a falta de datos como lengua suya o acento,
país de orígen, rasgos físicos, edad, nombre, raza, ideología o dios rezado, ni
otra faceta o singularidad que pudiera despejar de dudas el porqué apareciera
así lo que en principio creemos mujer por su estatura y cuatro extremidades, y
porque acompañaba dos pasos más atrás a un hombre de unos cuarenta años, hecho
asociado a ser mujer si se camina tras
que un hombre ande, bien vestido con traje perla ligero, de barba corta y
cabeza rapada, que se dirigía a ella con escuetas frases inaudibles que les
eran respondidas con gestos hacia el suelo. De modo que, al desconocer incluso
su género, que por dos apuntes nadie nace alguien, permítanme bautizarla,
eufemismo para el caso de asignación, como La Sombra.
No
es extraño, pues, que en los tiempos y lugar donde transcurren estos hechos,
ordenados por los medios de información y la imagen, reflejo asimismo de lo
designado bienestar, una persona como La Sombra no fuese buenamente recibida para este
popular y folclórico acto. Ni siquiera la persona que la descartó le dio
oportunidad de rechazar o aceptar con movimientos de cabeza el ser recibida por
pueblo tan tolerante, pero las cosas, en nuestra sociedad, transcurren como ya
sabemos, y el hombre estuvo acertado en su profesionalidad, con pulso y
voluntariedad envidiable, y merced a ello toda la celebración se desarrolló con
normalidad, excepto que el presidente de la mancomunidad de la Costa del Sol estuvo a un
tris de caerse al tropezar con la alfombrilla, dispuesta para la ocasión,
ensimismado en su oratoria mirando a la cámara considerada de más difusión
nacional.
-Universal Paradise of Marbella.
Durante
el trayecto, el taxista, acostumbrado a clientes extravagantes y gentes de
cualquier lugar del mundo, miraba por el retrovisor interior del vehículo sin
decir nada, a pesar de ser persona de fácil conversación que chapurrea varios
idiomas, pero tenía un cosquilleo de temor, y tanto intentaba en vano intuir
por dónde miraría lo que él sospechaba mujer, que de pronto la imagen fue
sustituida por el hombre, a quien ahora observaba con cara de terrorista huido
de Guantánamo que busca refugio en un hotel de cinco estrellas.
La
propina, que en pesetas las tradujo en medio día de viajes, el taxista la creyó
de un valor de silencio, no se lo digas a nadie, te encontraré hasta debajo de
tierra, y no se marchó de las puertas del Universal Paradise hasta que los vio
a salvo y a salvo él mismo, acompañados por un conserje frente al mostrador de
recepción. La Sombra ,
que sepamos, continuó sin pronunciar nada, sin mirar a nadie, pues sabido es
por todos que el ojo humano tiene asombrosas posibilidades para percibir lo que
la naturaleza le ha ordenado como función prioritaria percibir. En cambio, los
hospedados en el hotel no cesaban de inspeccionarla, de preguntarse quién
demonios era quien consideraban ella, o qué era, pues bien pudiera tratarse de
animal, no sería extraño, comentaban, Dios no ha dado cuatro extremidades
solamente al ser humano, ahí están, igualando en tamaño y movilidad, los
mamíferos, y es bípeda, sí, pero y los monos, los gorilas y demás familia, algo
jorobados pero erguidos, y también hay humanos jorobados y no por ello son
monos, claro está que también podría tratarse de algún experimento de la
ciencia, todos conocemos que ésta se presta a aberraciones que transgreden la
ley de Jehová, de Alá, de Buda y de Aristóteles, y no digamos que de Galeno,
bien podría serlo, un experimento secreto, alguna clonación mal hecha, pudiera
ser, de alguien muy conocido y por eso, la que en principio creemos mujer, en
realidad sea cualquier fallo científico, porque no podemos, sin llegar a la
indignación, que sea la última moda de ocultarse al mundo una famosa, pues, de
ser así, debemos de exigir de inmediato saber, estamos en derecho, fundamentar
de quién estamos hablando, quién tenemos al frente que pueda estar tan
satisfecha mirando nuestros rostros, nuestras vestimentas, escuchando nuestro
idioma, oliendo nuestro perfume, y sin embargo nosotros no estemos informados
de quién pisa con este atrevimiento esta moqueta mullida y roja, que es para lo
que sirve lo rojo, va a usar los cubiertos, la vajilla, los vasos, ¡Dios mío,
los vasos!, tal vez corramos peligro de contagio, el hotel debería informarnos,
es su deber, el gerente dónde está, la piscina también tiene muchos riesgos de
hongos.
El
hombre a quien acompañaba La
Sombra entregó la documentación exigida por el hotel, firmó
lo que firmárase al uso según las normas de la empresa, y se dirigió hacia los ascensores
con La Sombra
a su espalda y un carro de maletas que el botones acarreaba, no sin cierto
temor de éste a no comprender bien sus órdenes, costumbres o cortesía
aprendida, y le amenazase con lo que llevaba dos pasos más atrás.
El
gerente del hotel Universal Paradise recibió en su despacho una comisión de
huéspedes, de distintas nacionalidades, que reclamaban verbalmente, con el
firme convencimiento de su derecho a ser informados.
-Les
aseguro que pueden estar muy tranquilos- informó en inglés y alemán, para ser
comprendido por la mayoría.
-¿Quiénes
son esas personas?- preguntó uno de los hombres, y los demás asintieron con las
cabezas mostrando solidaridad hacia la misma pregunta.
-Esa
información no podemos ofrecérsela; lo siento, pero comprendan ustedes que son
asuntos privados. En este hotel, la discreción es su principal norma.
-Díganos,
al menos, en qué planta se le ha dado hospedaje.
-En
la última.
Suspiraron,
pues ninguno de los presentes pertenecía a la quinta planta. Muy correcto el gerente,
pensaron todos, pues por esa planta sólo deben circular los números que
comiencen por cinco, aunque la primera tampoco hubiese estado mal, y además no
es necesario coger los ascensores y andar es muy sano, tal vez ahí esté el
defecto de la mujer negra o lo que aquello fuese.
Sin
embargo, a pesar de las escuetas explicaciones del gerente, el ambiente, lejos
de despejarse de miedos y dudas sumió a los presentes en un desconcierto aun
mayor pues consideraron el tema fuera del alcance por resolverlo del Universal
Paradise, y uno a uno fue marchándose a sus habitaciones pues atardecía y las
galas de la noche esperaban en las perchas de sus armarios, aunque no sin el
temor de que La Sombra
todavía no hubiera entrado en su habitación.
A
las ocho de la tarde, y después de haber atendido a la llamada de timbre, donde al abrir la puerta
la visita era nadie, en no menos de cincuenta ocasiones por juegos de niños que
conocían que una especie de cucaracha gigante habíase hospedado en la 510, amén
que de adultos morbosos, todo cuanto hablara bajo los tejados de placas solares
del hotel hervía de preocupación por el boca a boca, medio de transmisión éste
muy utilizado por la sociedad donde el ser humano se desarrolla y relaciona.
Era una auténtica preocupación. Unos, que si musulmanes, descartado tras
evaluar que ella no llevaba rejilla para poder mirar, derecho fundamental para
toda hembra rece a quien rece, decían; algunos, que era ciega, pero no llevaba
bastón ni tropezaba; otros, opinaban que podría ser un espectáculo del hotel, y
que se descubriría y todo serían risas entre las burbujas del champagne de otro verano más en las
lindas playas de la Costa
del Sol; el gerente del hotel no daba abasto recibiendo las quejas y el
malestar de clientes. El resto de conjeturas, permítaseme que quien narra estos
hechos las guarde para sí. Alcanzasen la conclusión a la que alcanzasen sus
cerebros, a las dos horas de la llegada a las puertas del Universal Paradise
del hombre y de La Sombra
a quien servía de sombra, de las treinta habitaciones de la planta quinta
ocupadas solamente quedaron diez, y nadie tomaba el ascensor por miedo a
encontrárselos.
Con
el restaurante en plena ebullición de la cena, los dos aparecieron, provocando
que los comensales reclamaran urgentemente la presencia de sus hijos más
pequeños, que correteaban sorteando camareros.
-Alvarito...
-Pablo...
-Mónica...
-Hijitos...
A
sus regazos para protegerlos, convencidos de que un inminente peligro podría
dejarles sin sus retoños, no es justo que los niños bien educados tengan que
ver esto, pensaban, tendría que haber alguna ley para esto, que preservaran a
la infancia de este horror, hacer algo efectivo, contundente, qué traumas
pueden surgir en sus tiernas mentes esta visión de animal suelto, o de monstruo,
sus sueños pueden alterarse, tener pesadillas, esto puede afectar a sus
estudios, incluso a su débil salud, provocar que ya estén predispuestos para
tomar drogas, ¡Dios mío!, o no peinarse, asesinar a alguien o de buscar cosas
malas en Internet..., y todo porque a alguien se le ocurra aceptar rarezas del
mundo en este hotel de cinco, cinco, cinco, este mediocre circo o quién sabe
qué otros peligros para la correcta implantación de los buenos valores a estas
edades, hasta aquí llega su olor a algo muy raro, hasta se me ha quitado el
apetito, cariño.
Él,
con traje caro, los zapatos asombrosamente brillantes, bien acicalado, y su
presencia era la de un hombre acostumbrado al lujo y a ser observado no sólo
por sí mismo, sino por el atrevimiento y la ofensa de llevar dos pasos más
atrás a alguien que pudiera ser una mujer, una bestia, un engendro de
experimento suelto, una enferma
contagiosa con mal poco o nada curable o un delincuente oculto.
El
jefe de comedor los acompañó a una de las mesas, donde ya ponía Reserved, detalle que al hombre le
resultó ciertamente extraño pues no había reservado mesa alguna, pero el hotel,
fiel a la discreción e intimidad de sus clientes, sí, para crearles un ambiente
de bienestar, además era una mesa estratégicamente colocada, apartada, lejos de
los ventanales que daba a la piscina, iluminada y solitaria a esas horas, y
cuyas dos circunstancias asemejaba el agua como un pequeño lago radiactivo para
los menos oníricos, donde todos los bañistas hubieran sido evaporados. Las
vistas adjudicadas por el hotel ofrecían al par de acompañantes una gran
terraza semicubierta de la planta inferior, preparada para una de las fiestas
privadas que el hotel organizaba a empresas o grupos sociales de élite. El
hombre a quien La Sombra
sirviera de sombra, lejos de ofenderse, agradeció este detalle, pues así
estarían más tranquilos, todos. El responsable de comedor dejó dos cartas sobre
la mesa; el hombre le devolvió una, comunicándole que iba a cenar sólo él,
deduciendo el empleado que La
Sombra ya habría cenado, engullido, devorado, ingerido,
rumiado, su ración nocturna, o no gustaría su paladar de los alimentos allí
consumidos, cosa rara porque no había en todo Marbella un hotel con cocinas
mejores que aquél, así lo creían todos sus amigos cuando los invitaba a su casa
y les servía los restos de la semana del Universal Paradise, quizá prefería
cenar en la discreción de su habitación a su manera, pensaba el jefe de
comedor, sí, le será más sencillo, estos cubiertos no están hechos para
cualquier persona o cosa, no señor, o a lo mejor no tiene hambre. Fuere como
fuere, La Sombra
permaneció inmóvil ante el hombre a quien acompañara dos pasos más atrás,
mientras éste cenaba, siendo observados, entiéndase acechados, por las mesas
más próximas. Cenó verduras, cerdo, mariscos, bebió vino blanco y tinto, y todo
cuanto pedía a cocinas el jefe de comedor era mil veces comentado, y el clímax
de las críticas llegó al dárseles la orden de guardar en recipientes de llevar
lo que quedara intacto de sus platos, pensaron todos que para darle de comer a
lo que aquello fuese de animal o creación más fina de Dios, no encontrando los
empleados del Universal Paradise explicación ni razón algunos a los exttraños
huéspedes ni a sus costumbres.
A
los postres, se encendieron la totalidad de luces de la planta inferior. La
terraza comenzó a llenarse de personas y se iluminó el escenario de la
orquesta. Portaban trajes de fiesta, lentejuelas y algunos de ellos unos gorros
sobre la parte inferior del cráneo; todos se saludaban, las mesas rebosaban de
comida y bebida, y pronto sonaron músicas religiosas que comenzaron a bailar y
bailar con energía y jolgorio, tal vez por tratarse de una boda próxima, de los
óptimos beneficios de la empresa, o por el bombardeo esa misma mañana a la
ciudad de Gaza, donde murieran palestinos de toda edad y condición, hecho que
quien narra esta historia desea no creer probable motivo de celebración, de
orgullo de patria que así pudiera serlo ni con millones de banderas, ni
siquiera de miserable gesto expresado. Pero no lo creyó de tal modo La Sombra , que al escuchar
jaleos de los bailes de pronto se incorporó del delicado sillón y profirió en
lengua extraña a los presentes a la fiesta privada palabras de furia, incongruencias
y gritos, provocando que el hombre se apresurara a calmarla, pues la gente
huía, el jefe de comedor llamó a seguridad. La Sombra , tras lo que le
dijera el hombre a quien hacía de sombra quedó en el estado en que
anteriormente se hallara, pidiendo el hombre, en un perfecto inglés, disculpas
a los pocos que aún quedaban en el comedor, tras lo cual solicitó el postre, mousse de naranja amarga con pasas de
Corinto y miel, así como los recipientes y la cuenta, efectivo.
A
la salida, los esperaban unos guardias de seguridad.
-Acompáñennos,
por favor, please, please...
En
la sala de personal de seguridad ya los esperaba el gerente, avisado con
urgencia por el jefe de seguridad, para ser testigo fundamental identificando a
La Sombra.
-Descúbrase
usted el rostro- ordenó el responsable de seguridad comunicándose en inglés,
acompañando sus palabras con gestos manuales, como si ante sí tuviera personas
sordomudas, a lo que se negó el hombre y también La Sombra ; él diciendo no, no,
no, La Sombra
dos pasos más atrás, mirando hacia el suelo.
-Por
favor- intervino el gerente-, no queremos problemas, solamente identificar a
esta... persona que lo acompaña.
Él
se negaba; La Sombra lo desconocemos.
-De
no ser así, nos vemos obligados por las circunstancias a pedirles que,
lamentablemente, abandonen el hotel- sintió tener que decir el gerente del
Universal Paradise, acostumbrado a no verse obligado a utilizar tales medidas
contundentes, y sospechamos que recurría en esta ocasión por motivos de extrema
seguridad y pulcritud. Por la posición de su cabeza, es de suponer que La Sombra miraba al suelo; el
hombre, con sus palabras, aún decía no.
-Está
bien; entonces, les ruego que sean amables y recojan su equipaje. Los invita el
hotel; todo quedará, así, en paz.
Una
vez aclaradas las posiciones de ambas partes, se dirigieron a la quinta planta acompañados por un guardia de seguridad, y los comentarios en los pasillos
aumentaron porque habíase incrementado la información transmitida por los
huéspedes del hotel, ya se sabía que aquello hablaba, que había dejado lleno de
babas el mantel del comedor, había insultado a una pobre gente que se estaban
divirtiendo sin meterse con nadie, coherentes en la sociedad de libertad, y que
ni siquiera había cenado, qué monstruo es aquél que no ha recibido de Dios la
necesidad de hacerlo si no es un esperpento, o hereje, una aberración de la
naturaleza, una burla a su creador.
A
las veintitrés horas quince minutos de una noche estrellada, La Sombra y el hombre a quien
de sombra hiciera esperaban a las puertas del Universal Paradise un taxi; ella,
por la posición de la cabeza, mirando el césped; él al frente, y muchos
inspeccionándolos en su expulsión de tan buen centro de valores, para poder
identificarlos el día de mañana, cuando aparecieran en los medios de
comunicación poder decir yo los vi, yo los vi, eran muy raros, sí, los vimos,
en Marbella, en un hotel, en el mío no, por favor, un respeto, él era alto,
traje de diseño pero no tenía estilo, con barba, calvo, presumido y muy altanero,
ella era..., iba de negro entera, sí, la misma, yo la vi, sí la vimos, ¿verdad
Carlitos?.
Ningún
taxi libre, así informábanlos a pesar de sus pilotos verdes sobre los techos de
los vehículos, que las horas de la noche son raras en la Costa del Sol y todas las
costas por donde el ser humano camine y más acompañado por una sombra que no
coincide en tamaño, en los pasos dados ni en las formas, que el hecho de ir dos
pasos más atrás de alguien no da seguridad de ser sombra completa lo saben
muchos que viven la noche, y, aceptando que pudiera ser otra cosa, aceptemos
esa posibilidad, podría descontrolarse y luego vaya usted a saber.
Como
la pareja espantara a la clientela del hotel más a sus puertas que siendo
huéspedes, el gerente, en vista de que nadie los sacaba de allí tuvo la idea de
llamar a la policía local para que los recogiese, advirtiéndoles, pues de
amigos tratábanse las autoridades del orden municipal, que fuesen como de
ronda, de casualidad, por supuesto sin caballos o bicicletas sino en coche patrulla,
para no hacerlo sospechoso de mala persona, adjetivo éste que pudiera crear
confusiones a inmejorable gerente, a quien el tema ya le hastiaba enormemente
y, que si surgía el detenerlos, pues qué le vamos a hacer, los negocios tienen
eso, él mismo, por ejemplo, que en vez de estar con la familia estaba como de
guardia, y de las toallas, sábanas y demás enseres de la habitación qué, si
había dado orden de quemarlas, así como de dejar en cuarentena la 510 por si
acaso, si cuando la ciencia avisa en ocasiones ya es tarde y precintan locales
sin más.
La
policía fue más al quid de la cuestión. En cuanto saludaron, dieron prioridad a
La Sombra y
enseguida le exigieron el pasaporte, hecho que fue respondido con mirada al
suelo, lo que fue tomado como negativa y resistencia ante las autoridades del
orden; el hombre, rechazando problemas,
sacó de su bolso de mano los dos documentos. La fotografía de él correspondía
con su persona; la de La Sombra
también, pues consistía en un ser oculto con vestimentas negras a quien ni
siquiera apreciábansele los ojos, o al menos la nariz, si es que tenía pues no
se notaba, ni en el papel ni en, digamos en persona, prominencia de miembro
facial nasal.
-A
nosotros, esto no nos vale para nada- le dijo uno de los policías, guardándose
para sí los pasaportes-. ¿Esta persona quién es? Usted ya veo que es quien dice
ser, pero... ¿esto? ¿Y, el país éste..., se puede saber dónde está eso?
-Acompáñennos-
dijo el otro agente de la autoridad.
Él
dos pasos por delante, La
Sombra dos más atrás, ambos en el coche patrulla, todos los
presentes suspirando de alivio, dónde esté la policía que se quiten los
guardias jurados, éstos sí que han conseguido llevárselos de una vez, menos mal
que los estados tienen medios serios, nos quedamos más tranquilos pagando
impuestos sabiendo que se utilizan como es debido, tanta tontería que si
sobornos, si en todas partes cuecen habas pero aquí no.
En
comisaría, el hombre se negó con rotundidad a que los policías varones
reconociesen a La Sombra ,
así que fue llamada una agente que hallábase de servicio vigilando que por la
noche los excrementos de los animales de compañía y los chicles no se
depositaran en el asfalto impunemente, mujer que, con prestancia y curiosidad,
desapareció tras de las puertas de los vestuarios de mujeres policías, y no sin
dificultad La Sombra
se despojó de la túnica superior que posábase imperceptiblemente sobre la
inferior, descubriéndose la faz, provocando el temor de la mujer agente al ver
frente a ella un rostro deshecho, donde los ojos y la boca eran dos agujeros
deformes con las membranas unidas por los bordes; estaba desprovista de orejas
y cabello y la piel de lo que denominaremos cara era un desierto por donde el
fuego hubiese hecho estragos dejando en él surcos de dolor como púas de cactus;
tórax y abdomen estaban ocultos también por ropaje negro. Al no saber si
hablaba y si esto le era posible en qué idioma, ni su estado al verse ante una
extraña enseñando su horror, la agente se limitó a ayudarle a colocarse la
túnica, comprobando que en la parte de los ojos el tejido era más fino, casi de
velo.
-War- expresó La Sombra una vez cubierto su
rostro de retrato al óleo borrado con la mano; la mujer policía no pudo
apreciar cómo al pronunciar un simple monosílabo, que no por ello fácil, se le
cayó saliva.
La
guerra.
-¿La
guerra?- preguntó la agente y La
Sombra continuó inmóvil.
Cuando
regresaron adonde los hombres, la mujer policía dijo:
-Está
todo en orden. Es una mujer.
Pero
sus compañeros ya estaban informados, pues el hombre a quien La Sombra hacía de penumbra
dos pasos más atrás, al temer conflicto alguno habíales mostrado un papel
escrito en inglés con rúbrica, sello y papel oficial, no parecía falso, que
entregaron a la agente, donde decía:
“La
persona que acompaña al muy honorable señor Grutf Rdjlid oculta con vestimentas
de color negro es su esposa, la muy honorable señora Fard Rdjlid, de cuya
identidad responde con verdad el abajo firmante representando a este noble
país. Trátase de una señora cuyo rostro y cuerpo fue terriblemente dañado por
uno de los ataques de la aviación truigní contra nuestro pueblo y que acabó con
la vida de sus cinco hijos habidos de su matrimonio con el señor Grutf Rdjlid. Su rostro y cuerpo no puede mostrarse
por motivos psiquiátricos graves padecidos por su persona, y es éste un viaje
por diversos países del mundo
recomendado por su médico personal, el muy honorable doctor Grjan Addbid, de
quien respondo con verdad y a quien los cielos guarden inteligencia y
sabiduría.
Sirva
este salvoconducto para preservar su identidad y evitar consecuencias
diplomáticas.
Salve
a nuestro pueblo el Dios de la Paz
FRATHUM
DJUNG”
Uno de los agentes llamó por
teléfono al Universal Paradise, pero el gerente y el jefe de seguridad ya se
habían marchado. Realizó más llamadas a distintos hoteles solicitando reserva
de habitación; sin embargo escuchaba decir que no se trataría de la pareja rara
que habían expulsado del Universal Paradise, todos lo comentan ya hasta por la
radio, que no les hicieran esa faena de tener que darle alojamiento, otra cosa
lo que queráis pero eso no me lo pidas, los negocios no están para perder
clientes, alegaban todos y, a pesar de los muchos favores que la mayoría de los
hoteles debían a la policía local, no encontraron ninguno que los quisiera
instalar.
-Pues
que se quite el disfraz- argumentaban-. Estamos en temporada alta, qué quieres
que te diga. Sin disfraz, la cosa cambia.
Inútilmente
los agentes lo intentaron todo, aunque sin recurrir a la caridad, por traer la
pareja papel oficial de tanta relevancia, hasta que la agente, impresionada por
verle el rostro a la que ya podemos definir como mujer llamada Fard, les dijo
si querían compartir por aquella noche su modesto apartamento, a lo que el
hombre, dos pasos más adelante, contestó no, no, no, me niego a eso, usted no
tiene por qué..., y La Sombra ,
adelantándole en dos pasos hasta colocarse a su mismo nivel rompiendo así la
sombra que reflejara, entrelazó con su guante negro la blanca mano de la
agente.
-Yes- se escuchó decir tras la túnica
negra, llevándose la otra mano a la boca para limpiarse la saliva.
Los
policías pensaron que las mujeres, con los impulsos, pierden en ocasiones el
instinto de peligro; también comparte esta opinión quien esta historia narra, y
que por ello las mujeres son valientes en las decisiones que nadie concreta
cuando es urgente hacerlo; con gestos de ojos sus compañeros indicábanle que
no, no, anda ya Rocío, pero si vives sola, y si te hacen algo malo, qué dices
tía...
El
apartamento de la agente era un pequeño espacio; nada más entrar Fard, solicitó
con gestos a su esposo una de las maletas, de donde sacó un bote de papilla
infantil que introdujo hacia su cara por medio de una pajita, escuchándosele
succionar, no sin dificultad, el alimento.
La
noche, tan delicadamente estrellada como la noche más extraña de todas las
vividas por la mujer policía, fue corta, y al alba, cuando la luna parecía
querer darse un baño en la mar plateada, se incorporó del sofá con sobresalto
de pesadilla, hecho al que estaba acostumbrada. Al ver abierta la puerta de su
dormitorio se asomó entre la luz tenue de la luna y las débiles claras del día,
comprobando que ninguno de la pareja se encontraba en ella, la cama estaba
intacta, y que, como el equipaje, éstos habían desaparecido como si la brisa
del mar hubiere sido la huésped de aquellas fugaces horas, recordando en sus
silencios, mientras tomaba café americano en la minúscula cocina, que en su
pequeña habitación, hasta aquella noche, no había dormido nadie, absolutamente
nadie, desde que un día, entre los barrancos de Ronda, perdiera a su hijo y a
Juan, cubriéndosele el corazón de una túnica oscura que no conseguía desteñir
de dolor por mucho que lo intentara.
Linares, 1999.
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