lunes, 24 de diciembre de 2012

La turista 00, de Marta Antonia Sampedro


"El viaje no termina jamás. Sólo los viajeros terminan. Y también ellos pueden subsistir en memoria, en recuerdo, en narración... El objetivo de un viaje es sólo el inicio de otro viaje". D. José Saramago.


                Había un ambiente de fiesta. El aeropuerto estaba adornado con banderitas de los países internacionalmente más conocidos y flores de linóleo polvorientas entremezcladas con naturales, para recibir al turista equis millones. Un gran despliegue de medios informativos sorteaban a la gente, que, entre empujones y sudores aligerados por la brisa de un Mediterráneo resignado, arremolinada señalaba a los invitados más famosos que la Costa del Sol mostrara todos los veranos, todo con sus galas de fiestorro oficial y olvidando, por un momento, sus exclusivas, dejadas para mejores subasteros que las noches de Puerto Banús pudieran pujar.
                El avión Londres-Málaga traía a la persona elegida por azar del número de pasaje, y una vez dentro, al comprobar su imagen, fue por persona respetable seleccionado otro turista, y por suerte los teleobjetivos no pudieron captarlo. El elegido era un hombre de mediana edad, que recibió por manos oficiales un ramo de orquídeas, un cheque de muchos euros y un todoincluido en Marbella que aceptó entre estornudos, ojos de sorpresa y risas entrecortadas. Una vez desarrollado aquel primer acto a persona tan distinguida por una no menos conocida costa por noticieros, mapas, agencias de viaje, constructoras, escuelas, publicidad, políticos y juzgados, los demás pasajeros pudieron abandonar el avión tras aquella novedad proturística, sin que los invitados observaran la existencia de la persona rechazada, aunque sí lo lograron los demás mortales del aeropuerto, gran cosa que realizaron con críticas, pues la persona, si es que podemos calificarla de tal modo, era un espectáculo, debido a su atuendo, una túnica negra que le cubría el cuerpo entero, incluyendo a éste la cara, que no disponía de rejilla para facilitar el sentido de la visión, y sus pies y manos también eran negros por medio de medias, zapatos y guantes recios, así que digamos que toda ella era una sombra, y como tal la nombraré a falta de datos como lengua suya o acento, país de orígen, rasgos físicos, edad, nombre, raza, ideología o dios rezado, ni otra faceta o singularidad que pudiera despejar de dudas el porqué apareciera así lo que en principio creemos mujer por su estatura y cuatro extremidades, y porque acompañaba dos pasos más atrás a un hombre de unos cuarenta años, hecho asociado a ser mujer si se camina  tras que un hombre ande, bien vestido con traje perla ligero, de barba corta y cabeza rapada, que se dirigía a ella con escuetas frases inaudibles que les eran respondidas con gestos hacia el suelo. De modo que, al desconocer incluso su género, que por dos apuntes nadie nace alguien, permítanme bautizarla, eufemismo para el caso de asignación, como La Sombra.
                No es extraño, pues, que en los tiempos y lugar donde transcurren estos hechos, ordenados por los medios de información y la imagen, reflejo asimismo de lo designado bienestar, una persona como La Sombra no fuese buenamente recibida para este popular y folclórico acto. Ni siquiera la persona que la descartó le dio oportunidad de rechazar o aceptar con movimientos de cabeza el ser recibida por pueblo tan tolerante, pero las cosas, en nuestra sociedad, transcurren como ya sabemos, y el hombre estuvo acertado en su profesionalidad, con pulso y voluntariedad envidiable, y merced a ello toda la celebración se desarrolló con normalidad, excepto que el presidente de la mancomunidad de la Costa del Sol estuvo a un tris de caerse al tropezar con la alfombrilla, dispuesta para la ocasión, ensimismado en su oratoria mirando a la cámara considerada de más difusión nacional.
                La Sombra como sombra del hombre iba a su espalda, y como un girasol desobediente a los rayos de un astro la luz era el hombre, su guía erguido de orgullo mostrando aquella penumbra que todos sin pudor ni falsedad de expresión miraban con la intención de descubrir sus ojos, pues, sin ir asida al hombre lo seguía sin vacilación alguna, y él le decía sus parcas palabras que ella asentía con la cabeza hacia el suelo. De modo que oír oía, ver, veía, andar andaba, se intuían brazos y no hablaba, ni siquiera al taxista, quien le dijo buenas tardes y por ella doblemente respondió el hombre, que añadió en un impecable inglés:
                -Universal Paradise of Marbella.
                Durante el trayecto, el taxista, acostumbrado a clientes extravagantes y gentes de cualquier lugar del mundo, miraba por el retrovisor interior del vehículo sin decir nada, a pesar de ser persona de fácil conversación que chapurrea varios idiomas, pero tenía un cosquilleo de temor, y tanto intentaba en vano intuir por dónde miraría lo que él sospechaba mujer, que de pronto la imagen fue sustituida por el hombre, a quien ahora observaba con cara de terrorista huido de Guantánamo que busca refugio en un hotel de cinco estrellas.
                La propina, que en pesetas las tradujo en medio día de viajes, el taxista la creyó de un valor de silencio, no se lo digas a nadie, te encontraré hasta debajo de tierra, y no se marchó de las puertas del Universal Paradise hasta que los vio a salvo y a salvo él mismo, acompañados por un conserje frente al mostrador de recepción. La Sombra, que sepamos, continuó sin pronunciar nada, sin mirar a nadie, pues sabido es por todos que el ojo humano tiene asombrosas posibilidades para percibir lo que la naturaleza le ha ordenado como función prioritaria percibir. En cambio, los hospedados en el hotel no cesaban de inspeccionarla, de preguntarse quién demonios era quien consideraban ella, o qué era, pues bien pudiera tratarse de animal, no sería extraño, comentaban, Dios no ha dado cuatro extremidades solamente al ser humano, ahí están, igualando en tamaño y movilidad, los mamíferos, y es bípeda, sí, pero y los monos, los gorilas y demás familia, algo jorobados pero erguidos, y también hay humanos jorobados y no por ello son monos, claro está que también podría tratarse de algún experimento de la ciencia, todos conocemos que ésta se presta a aberraciones que transgreden la ley de Jehová, de Alá, de Buda y de Aristóteles, y no digamos que de Galeno, bien podría serlo, un experimento secreto, alguna clonación mal hecha, pudiera ser, de alguien muy conocido y por eso, la que en principio creemos mujer, en realidad sea cualquier fallo científico, porque no podemos, sin llegar a la indignación, que sea la última moda de ocultarse al mundo una famosa, pues, de ser así, debemos de exigir de inmediato saber, estamos en derecho, fundamentar de quién estamos hablando, quién tenemos al frente que pueda estar tan satisfecha mirando nuestros rostros, nuestras vestimentas, escuchando nuestro idioma, oliendo nuestro perfume, y sin embargo nosotros no estemos informados de quién pisa con este atrevimiento esta moqueta mullida y roja, que es para lo que sirve lo rojo, va a usar los cubiertos, la vajilla, los vasos, ¡Dios mío, los vasos!, tal vez corramos peligro de contagio, el hotel debería informarnos, es su deber, el gerente dónde está, la piscina también tiene muchos riesgos de hongos.
                El hombre a quien acompañaba La Sombra entregó la documentación exigida por el hotel, firmó lo que firmárase al uso según las normas de la empresa, y se dirigió hacia los ascensores con La Sombra a su espalda y un carro de maletas que el botones acarreaba, no sin cierto temor de éste a no comprender bien sus órdenes, costumbres o cortesía aprendida, y le amenazase con lo que llevaba dos pasos más atrás.
                El gerente del hotel Universal Paradise recibió en su despacho una comisión de huéspedes, de distintas nacionalidades, que reclamaban verbalmente, con el firme convencimiento de su derecho a ser informados.
                -Les aseguro que pueden estar muy tranquilos- informó en inglés y alemán, para ser comprendido por la mayoría.
                -¿Quiénes son esas personas?- preguntó uno de los hombres, y los demás asintieron con las cabezas mostrando solidaridad hacia la misma pregunta.
                -Esa información no podemos ofrecérsela; lo siento, pero comprendan ustedes que son asuntos privados. En este hotel, la discreción es su principal norma.
                -Díganos, al menos, en qué planta se le ha dado hospedaje.
                -En la última.
                Suspiraron, pues ninguno de los presentes pertenecía a la quinta planta. Muy correcto el gerente, pensaron todos, pues por esa planta sólo deben circular los números que comiencen por cinco, aunque la primera tampoco hubiese estado mal, y además no es necesario coger los ascensores y andar es muy sano, tal vez ahí esté el defecto de la mujer negra o lo que aquello fuese.
                Sin embargo, a pesar de las escuetas explicaciones del gerente, el ambiente, lejos de despejarse de miedos y dudas sumió a los presentes en un desconcierto aun mayor pues consideraron el tema fuera del alcance por resolverlo del Universal Paradise, y uno a uno fue marchándose a sus habitaciones pues atardecía y las galas de la noche esperaban en las perchas de sus armarios, aunque no sin el temor de que La Sombra todavía no hubiera entrado en su habitación.
                A las ocho de la tarde, y después de haber atendido a la  llamada de timbre, donde al abrir la puerta la visita era nadie, en no menos de cincuenta ocasiones por juegos de niños que conocían que una especie de cucaracha gigante habíase hospedado en la 510, amén que de adultos morbosos, todo cuanto hablara bajo los tejados de placas solares del hotel hervía de preocupación por el boca a boca, medio de transmisión éste muy utilizado por la sociedad donde el ser humano se desarrolla y relaciona. Era una auténtica preocupación. Unos, que si musulmanes, descartado tras evaluar que ella no llevaba rejilla para poder mirar, derecho fundamental para toda hembra rece a quien rece, decían; algunos, que era ciega, pero no llevaba bastón ni tropezaba; otros, opinaban que podría ser un espectáculo del hotel, y que se descubriría y todo serían risas entre las burbujas del champagne de otro verano más en las lindas playas de la Costa del Sol; el gerente del hotel no daba abasto recibiendo las quejas y el malestar de clientes. El resto de conjeturas, permítaseme que quien narra estos hechos las guarde para sí. Alcanzasen la conclusión a la que alcanzasen sus cerebros, a las dos horas de la llegada a las puertas del Universal Paradise del hombre y de La Sombra a quien servía de sombra, de las treinta habitaciones de la planta quinta ocupadas solamente quedaron diez, y nadie tomaba el ascensor por miedo a encontrárselos.
                Con el restaurante en plena ebullición de la cena, los dos aparecieron, provocando que los comensales reclamaran urgentemente la presencia de sus hijos más pequeños, que correteaban sorteando camareros.
                -Alvarito...
                -Pablo...
                -Mónica...
                -Hijitos...
                A sus regazos para protegerlos, convencidos de que un inminente peligro podría dejarles sin sus retoños, no es justo que los niños bien educados tengan que ver esto, pensaban, tendría que haber alguna ley para esto, que preservaran a la infancia de este horror, hacer algo efectivo, contundente, qué traumas pueden surgir en sus tiernas mentes esta visión de animal suelto, o de monstruo, sus sueños pueden alterarse, tener pesadillas, esto puede afectar a sus estudios, incluso a su débil salud, provocar que ya estén predispuestos para tomar drogas, ¡Dios mío!, o no peinarse, asesinar a alguien o de buscar cosas malas en Internet..., y todo porque a alguien se le ocurra aceptar rarezas del mundo en este hotel de cinco, cinco, cinco, este mediocre circo o quién sabe qué otros peligros para la correcta implantación de los buenos valores a estas edades, hasta aquí llega su olor a algo muy raro, hasta se me ha quitado el apetito, cariño.
                Él, con traje caro, los zapatos asombrosamente brillantes, bien acicalado, y su presencia era la de un hombre acostumbrado al lujo y a ser observado no sólo por sí mismo, sino por el atrevimiento y la ofensa de llevar dos pasos más atrás a alguien que pudiera ser una mujer, una bestia, un engendro de experimento suelto, una enferma  contagiosa con mal poco o nada curable o un delincuente oculto.
                La Sombra, haciendo sombra al hombre.
                El jefe de comedor los acompañó a una de las mesas, donde ya ponía Reserved, detalle que al hombre le resultó ciertamente extraño pues no había reservado mesa alguna, pero el hotel, fiel a la discreción e intimidad de sus clientes, sí, para crearles un ambiente de bienestar, además era una mesa estratégicamente colocada, apartada, lejos de los ventanales que daba a la piscina, iluminada y solitaria a esas horas, y cuyas dos circunstancias asemejaba el agua como un pequeño lago radiactivo para los menos oníricos, donde todos los bañistas hubieran sido evaporados. Las vistas adjudicadas por el hotel ofrecían al par de acompañantes una gran terraza semicubierta de la planta inferior, preparada para una de las fiestas privadas que el hotel organizaba a empresas o grupos sociales de élite. El hombre a quien La Sombra sirviera de sombra, lejos de ofenderse, agradeció este detalle, pues así estarían más tranquilos, todos. El responsable de comedor dejó dos cartas sobre la mesa; el hombre le devolvió una, comunicándole que iba a cenar sólo él, deduciendo el empleado que La Sombra ya habría cenado, engullido, devorado, ingerido, rumiado, su ración nocturna, o no gustaría su paladar de los alimentos allí consumidos, cosa rara porque no había en todo Marbella un hotel con cocinas mejores que aquél, así lo creían todos sus amigos cuando los invitaba a su casa y les servía los restos de la semana del Universal Paradise, quizá prefería cenar en la discreción de su habitación a su manera, pensaba el jefe de comedor, sí, le será más sencillo, estos cubiertos no están hechos para cualquier persona o cosa, no señor, o a lo mejor no tiene hambre. Fuere como fuere, La Sombra permaneció inmóvil ante el hombre a quien acompañara dos pasos más atrás, mientras éste cenaba, siendo observados, entiéndase acechados, por las mesas más próximas. Cenó verduras, cerdo, mariscos, bebió vino blanco y tinto, y todo cuanto pedía a cocinas el jefe de comedor era mil veces comentado, y el clímax de las críticas llegó al dárseles la orden de guardar en recipientes de llevar lo que quedara intacto de sus platos, pensaron todos que para darle de comer a lo que aquello fuese de animal o creación más fina de Dios, no encontrando los empleados del Universal Paradise explicación ni razón algunos a los exttraños huéspedes ni a sus costumbres.
                A los postres, se encendieron la totalidad de luces de la planta inferior. La terraza comenzó a llenarse de personas y se iluminó el escenario de la orquesta. Portaban trajes de fiesta, lentejuelas y algunos de ellos unos gorros sobre la parte inferior del cráneo; todos se saludaban, las mesas rebosaban de comida y bebida, y pronto sonaron músicas religiosas que comenzaron a bailar y bailar con energía y jolgorio, tal vez por tratarse de una boda próxima, de los óptimos beneficios de la empresa, o por el bombardeo esa misma mañana a la ciudad de Gaza, donde murieran palestinos de toda edad y condición, hecho que quien narra esta historia desea no creer probable motivo de celebración, de orgullo de patria que así pudiera serlo ni con millones de banderas, ni siquiera de miserable gesto expresado. Pero no lo creyó de tal modo La Sombra, que al escuchar jaleos de los bailes de pronto se incorporó del delicado sillón y profirió en lengua extraña a los presentes a la fiesta privada palabras de furia, incongruencias y gritos, provocando que el hombre se apresurara a calmarla, pues la gente huía, el jefe de comedor llamó a seguridad. La Sombra, tras lo que le dijera el hombre a quien hacía de sombra quedó en el estado en que anteriormente se hallara, pidiendo el hombre, en un perfecto inglés, disculpas a los pocos que aún quedaban en el comedor, tras lo cual solicitó el postre, mousse de naranja amarga con pasas de Corinto y miel, así como los recipientes y la cuenta, efectivo.
                A la salida, los esperaban unos guardias de seguridad.
                -Acompáñennos, por favor, please, please...
             La Sombra dos pasos tras de él, dos pasos junto a ellos los guardias señalando el camino a seguir, y los pasillos de la planta murmurando por fin los han atrapado, estábamos seguros de que no eran trigo limpio, sobre todo el bulto ese, todo negro, respirando todos tranquilos de estar en buenas manos casi hubiesen aplaudido la acción, ponerse a chillar a una pobre gente que se está divirtiendo olvidando el estrés, pues que manden ellos, qué te parece, hasta ahí podríamos llegar, verdad mi vida.
                En la sala de personal de seguridad ya los esperaba el gerente, avisado con urgencia por el jefe de seguridad, para ser testigo fundamental identificando a La Sombra.
                -Descúbrase usted el rostro- ordenó el responsable de seguridad comunicándose en inglés, acompañando sus palabras con gestos manuales, como si ante sí tuviera personas sordomudas, a lo que se negó el hombre y también La Sombra; él diciendo no, no, no, La Sombra dos pasos más atrás, mirando hacia el suelo.
                -Por favor- intervino el gerente-, no queremos problemas, solamente identificar a esta... persona que lo acompaña.
                     Él se negaba; La Sombra lo desconocemos.
                -De no ser así, nos vemos obligados por las circunstancias a pedirles que, lamentablemente, abandonen el hotel- sintió tener que decir el gerente del Universal Paradise, acostumbrado a no verse obligado a utilizar tales medidas contundentes, y sospechamos que recurría en esta ocasión por motivos de extrema seguridad y pulcritud. Por la posición de su cabeza, es de suponer que La Sombra miraba al suelo; el hombre, con sus palabras, aún decía no.
                -Está bien; entonces, les ruego que sean amables y recojan su equipaje. Los invita el hotel; todo quedará, así, en paz.
                Una vez aclaradas las posiciones de ambas partes, se dirigieron a la quinta planta acompañados por un guardia de seguridad, y los comentarios en los pasillos aumentaron porque habíase incrementado la información transmitida por los huéspedes del hotel, ya se sabía que aquello hablaba, que había dejado lleno de babas el mantel del comedor, había insultado a una pobre gente que se estaban divirtiendo sin meterse con nadie, coherentes en la sociedad de libertad, y que ni siquiera había cenado, qué monstruo es aquél que no ha recibido de Dios la necesidad de hacerlo si no es un esperpento, o hereje, una aberración de la naturaleza, una burla a su creador.
                A las veintitrés horas quince minutos de una noche estrellada, La Sombra y el hombre a quien de sombra hiciera esperaban a las puertas del Universal Paradise un taxi; ella, por la posición de la cabeza, mirando el césped; él al frente, y muchos inspeccionándolos en su expulsión de tan buen centro de valores, para poder identificarlos el día de mañana, cuando aparecieran en los medios de comunicación poder decir yo los vi, yo los vi, eran muy raros, sí, los vimos, en Marbella, en un hotel, en el mío no, por favor, un respeto, él era alto, traje de diseño pero no tenía estilo, con barba, calvo, presumido y muy altanero, ella era..., iba de negro entera, sí, la misma, yo la vi, sí la vimos, ¿verdad Carlitos?.
                Ningún taxi libre, así informábanlos a pesar de sus pilotos verdes sobre los techos de los vehículos, que las horas de la noche son raras en la Costa del Sol y todas las costas por donde el ser humano camine y más acompañado por una sombra que no coincide en tamaño, en los pasos dados ni en las formas, que el hecho de ir dos pasos más atrás de alguien no da seguridad de ser sombra completa lo saben muchos que viven la noche, y, aceptando que pudiera ser otra cosa, aceptemos esa posibilidad, podría descontrolarse y luego vaya usted a saber.
                Como la pareja espantara a la clientela del hotel más a sus puertas que siendo huéspedes, el gerente, en vista de que nadie los sacaba de allí tuvo la idea de llamar a la policía local para que los recogiese, advirtiéndoles, pues de amigos tratábanse las autoridades del orden municipal, que fuesen como de ronda, de casualidad, por supuesto sin caballos o bicicletas sino en coche patrulla, para no hacerlo sospechoso de mala persona, adjetivo éste que pudiera crear confusiones a inmejorable gerente, a quien el tema ya le hastiaba enormemente y, que si surgía el detenerlos, pues qué le vamos a hacer, los negocios tienen eso, él mismo, por ejemplo, que en vez de estar con la familia estaba como de guardia, y de las toallas, sábanas y demás enseres de la habitación qué, si había dado orden de quemarlas, así como de dejar en cuarentena la 510 por si acaso, si cuando la ciencia avisa en ocasiones ya es tarde y precintan locales sin más.
                La policía fue más al quid de la cuestión. En cuanto saludaron, dieron prioridad a La Sombra y enseguida le exigieron el pasaporte, hecho que fue respondido con mirada al suelo, lo que fue tomado como negativa y resistencia ante las autoridades del orden;  el hombre, rechazando problemas, sacó de su bolso de mano los dos documentos. La fotografía de él correspondía con su persona; la de La Sombra también, pues consistía en un ser oculto con vestimentas negras a quien ni siquiera apreciábansele los ojos, o al menos la nariz, si es que tenía pues no se notaba, ni en el papel ni en, digamos en persona, prominencia de miembro facial nasal.
                -A nosotros, esto no nos vale para nada- le dijo uno de los policías, guardándose para sí los pasaportes-. ¿Esta persona quién es? Usted ya veo que es quien dice ser, pero... ¿esto? ¿Y, el país éste..., se puede saber dónde está eso?
                -Acompáñennos- dijo el otro agente de la autoridad.
                Él dos pasos por delante, La Sombra dos más atrás, ambos en el coche patrulla, todos los presentes suspirando de alivio, dónde esté la policía que se quiten los guardias jurados, éstos sí que han conseguido llevárselos de una vez, menos mal que los estados tienen medios serios, nos quedamos más tranquilos pagando impuestos sabiendo que se utilizan como es debido, tanta tontería que si sobornos, si en todas partes cuecen habas pero aquí no.
                En comisaría, el hombre se negó con rotundidad a que los policías varones reconociesen a La Sombra, así que fue llamada una agente que hallábase de servicio vigilando que por la noche los excrementos de los animales de compañía y los chicles no se depositaran en el asfalto impunemente, mujer que, con prestancia y curiosidad, desapareció tras de las puertas de los vestuarios de mujeres policías, y no sin dificultad La Sombra se despojó de la túnica superior que posábase imperceptiblemente sobre la inferior, descubriéndose la faz, provocando el temor de la mujer agente al ver frente a ella un rostro deshecho, donde los ojos y la boca eran dos agujeros deformes con las membranas unidas por los bordes; estaba desprovista de orejas y cabello y la piel de lo que denominaremos cara era un desierto por donde el fuego hubiese hecho estragos dejando en él surcos de dolor como púas de cactus; tórax y abdomen estaban ocultos también por ropaje negro. Al no saber si hablaba y si esto le era posible en qué idioma, ni su estado al verse ante una extraña enseñando su horror, la agente se limitó a ayudarle a colocarse la túnica, comprobando que en la parte de los ojos el tejido era más fino, casi de velo.
                -War- expresó La Sombra una vez cubierto su rostro de retrato al óleo borrado con la mano; la mujer policía no pudo apreciar cómo al pronunciar un simple monosílabo, que no por ello fácil, se le cayó saliva.
                La guerra.
                -¿La guerra?- preguntó la agente y La Sombra continuó inmóvil.
                Cuando regresaron adonde los hombres, la mujer policía dijo:
                -Está todo en orden. Es una mujer.
                Pero sus compañeros ya estaban informados, pues el hombre a quien La Sombra hacía de penumbra dos pasos más atrás, al temer conflicto alguno habíales mostrado un papel escrito en inglés con rúbrica, sello y papel oficial, no parecía falso, que entregaron a la agente, donde decía:
                “La persona que acompaña al muy honorable señor Grutf Rdjlid oculta con vestimentas de color negro es su esposa, la muy honorable señora Fard Rdjlid, de cuya identidad responde con verdad el abajo firmante representando a este noble país. Trátase de una señora cuyo rostro y cuerpo fue terriblemente dañado por uno de los ataques de la aviación truigní contra nuestro pueblo y que acabó con la vida de sus cinco hijos habidos de su matrimonio con el señor Grutf  Rdjlid. Su rostro y cuerpo no puede mostrarse por motivos psiquiátricos graves padecidos por su persona, y es éste un viaje por diversos países del  mundo recomendado por su médico personal, el muy honorable doctor Grjan Addbid, de quien respondo con verdad y a quien los cielos guarden inteligencia y sabiduría.
                Sirva este salvoconducto para preservar su identidad y evitar consecuencias diplomáticas.
                                               Salve a nuestro pueblo el Dios de la Paz

                                                               FRATHUM DJUNG”
                              
              Uno de los agentes llamó por teléfono al Universal Paradise, pero el gerente y el jefe de seguridad ya se habían marchado. Realizó más llamadas a distintos hoteles solicitando reserva de habitación; sin embargo escuchaba decir que no se trataría de la pareja rara que habían expulsado del Universal Paradise, todos lo comentan ya hasta por la radio, que no les hicieran esa faena de tener que darle alojamiento, otra cosa lo que queráis pero eso no me lo pidas, los negocios no están para perder clientes, alegaban todos y, a pesar de los muchos favores que la mayoría de los hoteles debían a la policía local, no encontraron ninguno que los quisiera instalar.
                -Pues que se quite el disfraz- argumentaban-. Estamos en temporada alta, qué quieres que te diga. Sin disfraz, la cosa cambia.
                Inútilmente los agentes lo intentaron todo, aunque sin recurrir a la caridad, por traer la pareja papel oficial de tanta relevancia, hasta que la agente, impresionada por verle el rostro a la que ya podemos definir como mujer llamada Fard, les dijo si querían compartir por aquella noche su modesto apartamento, a lo que el hombre, dos pasos más adelante, contestó no, no, no, me niego a eso, usted no tiene por qué..., y La Sombra, adelantándole en dos pasos hasta colocarse a su mismo nivel rompiendo así la sombra que reflejara, entrelazó con su guante negro la blanca mano de la agente.
                -Yes- se escuchó decir tras la túnica negra, llevándose la otra mano a la boca para limpiarse la saliva.
                Los policías pensaron que las mujeres, con los impulsos, pierden en ocasiones el instinto de peligro; también comparte esta opinión quien esta historia narra, y que por ello las mujeres son valientes en las decisiones que nadie concreta cuando es urgente hacerlo; con gestos de ojos sus compañeros indicábanle que no, no, anda ya Rocío, pero si vives sola, y si te hacen algo malo, qué dices tía...
                El apartamento de la agente era un pequeño espacio; nada más entrar Fard, solicitó con gestos a su esposo una de las maletas, de donde sacó un bote de papilla infantil que introdujo hacia su cara por medio de una pajita, escuchándosele succionar, no sin dificultad, el alimento.
                La noche, tan delicadamente estrellada como la noche más extraña de todas las vividas por la mujer policía, fue corta, y al alba, cuando la luna parecía querer darse un baño en la mar plateada, se incorporó del sofá con sobresalto de pesadilla, hecho al que estaba acostumbrada. Al ver abierta la puerta de su dormitorio se asomó entre la luz tenue de la luna y las débiles claras del día, comprobando que ninguno de la pareja se encontraba en ella, la cama estaba intacta, y que, como el equipaje, éstos habían desaparecido como si la brisa del mar hubiere sido la huésped de aquellas fugaces horas, recordando en sus silencios, mientras tomaba café americano en la minúscula cocina, que en su pequeña habitación, hasta aquella noche, no había dormido nadie, absolutamente nadie, desde que un día, entre los barrancos de Ronda, perdiera a su hijo y a Juan, cubriéndosele el corazón de una túnica oscura que no conseguía desteñir de dolor por mucho que lo intentara.

Linares, 1999.

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