martes, 2 de febrero de 2010

Nadie se fijó en la hora, de Marta Antonia Sampedro

Nadie había
a quien latiérale
un distinto pulso,
respiración,
parpadeo,
sueño,
alguien que dijese
estoy vivo,
ando,
quiero,
he luchado
y grito.

Ningún paso
que pronunciara
en las aceras
las palabras que marcan
la huella diferente,
descalza,
desnuda,
valiente.

La esperada voz
del adelante,
la cabeza erguida
en una masa homogénea
que alardea de leyes.

Un dedo que señalase
el quehacer muerto
de los vivos,
izara la bandera
hilvanada de injusticia.

Todos esperaban
la voluntad de los dioses,
la autoridad de la hipnosis
que amordaza la valentía
de proclamar,
que tu hora
y la mía llegaron
cuando el rayo rompe
la voz de un niño pobre,
negro,
blanco,
triste,
ese segundo perdido
callando el trueno
que estalla,
zarandea barrancos
y tu voz y la mía callan,
y callan,
y callan.
Nadie ha visto
nada.

Nada dijo nadie,
ni miró el reloj
de la agonía,
o se fijó
en la hora
en que con él
todos moríamos.

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