Entre los misterios favorables
que sobrevivir agradece,
para con aliento continuar
hasta en las desgracias,
es que el agua del mar
siempre esté fría,
incluso helada.
Responde rebelde el vello,
descontrolados los labios,
se agita el corazón como lanza,
el lenguaje expresarse no puede.
La belleza del mar
es buen paisaje para morir
y escapar.
Un final que adiós dice
a la tierra y al afán
de un laberinto de ratas.
De ser templada su materia,
más ahogados vivos habría
que terrenales muertos.
Al recibirnos tal inmensidad
que a los ojos atrae,
y almas agostadas
de sentimientos,
el frío advierte
de la fría soledad
que la muerte,
almohada de hielo
nos tiende siempre.
Calidez visual,
compañero de ajetreos
desde tierra nos pide el baile,
su melodía atrae,
te guía y llama, latente...
Y su frío de torpe amante
nos expresa
del deseo de morir,
su repulsa a nuestros cuerpos,
recibirlos complaciente.
Y a tierra nos devuelve
al rozar el pie
con su piel.
A vivir.
A seguir.
A sufrir,
la caliente muerte
de la tierra.
De la obra de la autora, "Bitácora de errantes”.
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