A
María Sampedro Sánchez.
Sus
manos trabajaron incansables la tierra,
sus
risas rompían el silencio,
quebraban mis tristes pensamientos.
-¡Mari, por el
amor de Dios, llévatela antes de que la coja de los pelos!- gritaba la madre de
la niña a su sobrina, que bajo la cuna de la hermana menor escondía su cara
oscura como un grillo acechado por un gato-. ¡Sal de ahí, que salgas, que te
voy a…! ¡Fíjate Mari, con la nena esta… que se ha ido sola a la sierra y mira,
mira lo que ha traído! ¡Una rata seca! ¡Me matará a berrinches! ¡Y esto no es
na, que el otro día me trajo una bicha así de grande que me pareció que se
movía y to!
-¡Pero tita…!-
protestaba María taponándose la nariz debido al olor causado por el cuerpo
descompuesto de la rata-. Ya sabes que esta chiquilla no se entretiene na más
que con estas cosas… Pero tú no te disgustes, tita, que yo ahora mismo esa
asquerosidad la tiro al estercolero del corral. Anda y cálmate, que a la
chiquilla me la llevo yo a la Casería Manrique unos días.
-¡Llévatela, sí…
y a ver si se pierde por ahí!, ¡que a esta, más que palos, le hacen falta
troncos en los lomos! ¡Sal de ahí, pedazo de macho! ¡Verás cuando venga tu
padre y se lo diga! ¡Con razón te llamamos Hormiga!, ¡si es que eres una
hormiga, que a to lo que sean bichos le pones interés! ¡Y to con tal de no
aprender a coser!
Hormiga no salía
de su escondite. Miraba atenta la cabeza de su madre, con los ojos desorbitados
por la cólera. Pero no era la primera vez que los veía enfurecidos. La última
vez que los vio así de saltones y rojizos, fue cuando se subió al borrico de su
prima María. Estaba atado a la reja de la ventana de su casa, a la espera de su
dueña. Era un burro manso y Hormiga quiso galopar como los mayorales que veía
en sus escapadas a la sierra.
“Caballo veloz,
eres la flecha de un indio malo de Bonanza, así que venga, que me persigue el
padre con una pistola muy grande porque me llevo un montón de chumbos del
cortijo que tienen en La Mesta… ¡Venga, borrico!, ¡que corras! ¡Hiá, caballo!”.
Pero de eso
hacía ya unos días. La cicatriz en su frente por la coz del borrico al negarse
a ser caballo, asomando aún carne tierna, lo recordaba. Al ver la sangre María
corrió, y también la madre de Hormiga. Pero el borrico continuó moviendo su
boca, ajeno a todo cuanto no fuese la ventana.
“Eres un borrico
tonto, que no quiere ser caballo, con lo bonitos que son y lo bien que los
cuidan, que a esos no les dan patadas. ¡Pues serás lo que quieres si no haces
caso de los indios, que siempre son buenos y no llevan más que flechas
envenenás!”.
Y hasta ese día
se había comportado bastante bien, sin contar que don Paco, el médico del
Baños, la había atendido dos días antes porque encontró un bote de amoníaco y
después de olerlo todo le daba vueltas, y el día anterior se fumó una colilla y
todo cuanto comía lo vomitaba, claro que esto último lo sabía ella y su amiga
Encina, que también se fumó otra para que ninguna de las dos se chivara. El
acuerdo de su madre y su prima María de llevársela al cortijo, apaciguó el
ambiente. De modo que al notar que su madre charlaba en un tono más suave y
sólo con el vocerío habitual, decidió asomar la cabeza de su escondrijo.
Agarrándose las
trenzas olfateaba el aire como un
chucho. Olía a chorizo; y a callos guisados; también a patatas con tomate y a
gambas; a morcilla frita, a choto, a asadura cruda y a aceitunas recién sacadas
de la orza. Todo aquel olor era de la comida que su madre diariamente
elaboraba, las tapas para la clientela de la taberna. Pero de tanto olor no
olía a nada, sino a vómito, y Hormiga prefirió esperar debajo de la cuna y sólo
confió cuando oyó la voz de su prima:
-Vamos, sal de
ahí, que ya no está tu madre. Venga, que ya nos vamos. Sal antes de que ella te
vea.
Agarraba sus
ropas. La cintura de María, como todo su cuerpo, era grande, mucho más grande
que sus brazos extendidos para no caerse del borrico. Por las calles de Baños,
las escasas farolas abrían paso al campo como un abanico apenas iluminado por
una tenue luna de invierno. Las pezuñas del animal acompasaban otros sonidos:
una puerta chirriante, la risa de algún niño, un “adiós, Mari”, “vaya usted con
Dios”, y la campana de la iglesia quedaba en Hormiga adormecida por el vaivén
del animal y el calor del cuerpo de su prima, protegida, soñando que tenía
sueño y no debía dormir porque aquella partida era inmensamente mejor que
dormir.
Ya en la
oscuridad, por el camino Hormiga abría bien los ojos. Las estrellas no tenían hilos, quién las sujetaría tan bien sujetas, se preguntaba, que sólo se notaba
un pequeño temblor de manos al titilar.
-Chiquilla…, no
te tragues los mocos- la reprendía María porque en el silencio escuchaba el
quehacer de su nariz.
-Yo no me los
sorbo, prima- contestaba Hormiga-. Otras chiquillas sí que se los comen, que yo
las veo. Pero yo no, porque eso tiene que ser malo, ¿verdad que sí, prima?
-Claro que es
malo, y de no ser muy educada, así que si otras lo hacen, tú no lo hagas.
-No prima…, yo
no hago esas cosas.
El canto
repentino de las aves nocturnas sobresaltaba a la niña y agarraba más fuerte el
cuerpo de María, donde creía estar protegida por su seguridad ante la noche y
su dominio ante un animal rebelde que no quería ser caballo.
-La tita María
ha hecho sopa. Tienes que comer, para ponerte fuerte. A ti te gusta la sopa,
¿verdad?
-Sí.
-¿De cocido
también? Tu madre dice que no, y si no comes siempre estarás así de flaca.
-Pues ya sí me
gusta mucho. ¡Me como unos platos más grandes…!
En realidad,
todo cuanto aquella familia suya hiciera, a Hormiga le resultaba algo
extraordinario, y en su corazón sentía temor a que su madre descubriera que el
castigo de enviarla al cortijo, apartada de sus hermanos, era para ella un
premio ofrecida a una muñeca destrapada que todos allí creyeran princesa.
-Prima, ¿es
verdad que hay estrellas de colores que se mueven, y eso es porque son aviones?
-¡Que va a ser
eso! Todicas las estrellas están puestas ahí para que no olvidemos el camino de
vuelta. Los aviones son otra cosa que no tiene na que ver.
-¿Y si alguien
se las llevara, tú te acordarías por dónde ir a la Casería Manrique?
-¡Qué cosas
dices! ¡Pues claro que me acordaría! Fíjate: ahora, voy a cerrar los ojos, y tú
me dices si nos salimos del camino.
-Bueno,
ciérralos, que yo los dejaré abiertos; pero dile al borrico que él también los
cierre. Que ese, como te descuides, siempre hace fullerías… que yo lo conozco
muy bien.
María
carcajeaba. Su risa se desparramaba entre los olivos acariciando las hojas,
rompiendo el silencio de la soledad en la noche, y el alma inquieta de Hormiga,
a pesar de sus alpargatas y calcetines agujereados, le llenaban los pies fríos
de un calor duradero.
-No te rías de
mí- se enojaba finalmente Hormiga.
-Me río porque
tienes unas cosas… ¡Ay cuando se lo cuente a los titos! Pero, ¿es que tú no
sabes, chiquilla, que este tuno de borrico ya está dormido desde que salimos de
Baños?
Al entrar en el
pequeño salón del cortijo, el fuego ilumina el rostro de su tío Manuel, sentado
sobre el banco de piedra; sus ojos rasgados le dan aspecto de gitano grande,
noble, pensativo, y su nariz se achica al sonreír. Hormiga lo besa, siente el
calor de su cara rechoncha, y él le dice pellizcándole la oreja: “¿Qué has
hecho ahora, espabilao demonio?”. Su tía María, al verla, abandona la costura;
sus ojos están enrojecidos por las puntadas entre la escasa luz; prepara la
sopa, y procura que nada le falte a la niña: el cuerpo bien caliente, y también
la leche antes de dormir; y esa cara, ¿qué secretos guarda?
-Tita, ¿mañana
cuando me levante iré contigo al gallinero para recoger los huevos?
-Claro que sí-
le contesta mientras le deshace las trenzas-. Pero antes te voy a tomar las
medidas, que te voy a hacer otro hato, que este que llevas lo tienes muy roto.
Y ten cuidado con el gallo, que ya sabes cómo es de malo.
-A ese lo
entiendo yo muy bien, tita.
-No lo vuelvas a
atar, que luego nos cuesta desatarlo.
-No tita.
María se sienta
a la lumbre, la acecha Hormiga desde el dormitorio. Parece que en silencio
hablara con el fuego, quien le contesta cosas que ella entiende desde muy niña:
mañana trabajar duro, el cuerpo se calienta, hasta la noche, que viene el frío;
como ayer, anteayer, pasado y pasado mañana. Pero cree Hormiga que para su
prima el calor es ahora lo importante, y que, como en el trabajo, ahora es
siempre ahora en el lenguaje de quien conoce bien cómo se alimenta de sudor la
tierra.
© Marta Antonia Sampedro
Frutos (1.998)
1 comentario:
Que bonito ... Y qué bichejo estaba hecha hormiga
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