"Yo iba por los corredores
de la cárcel de Oviedo, gritando:
"¡Camaradas, todos a la calle!".
Dolores Ibárruri, "la Pasionaria".
No me
alegro que quien mal haga mal acabe. ¿Quién
defiende a quien bien anda y no tenga consuelo? Todos y
cada uno que reían de mi dolor, toda la
avaricia ajena me convirtió en acera
laboral estatua sin mirada, casa sin
hogar, pies de puertas, y jamás
cesaban en querer más y más oyendo lo
mismo uno y otro día, más, más,
más, mujer obrera más, tú puedes
con todo y más. Sin que
me importase riqueza alguna propia o
ajena ahí
estaba la obrera boba, yo vagaba
por las calles del toma
y dale de ventas con más
horas que el día tenga enseñando
techos caídos o en cimientos y ellos
engordando sus nidos y sus
patrimonios de niños solos del todo
vacíos, pero
cueva rica también se desarma con
ventiscas y traiciones varias. También
aquellos por cuya espada afilada padecí
miles de dolores y alimenté con mi
sudor de mujer obrera entera sus odios sus
caprichos machistas y sus cartas escondidas. Ahora
doñas y doños se encuentran con otros en las
camas doradas, mentiras y conveniencias y al
juzgado van con sus cornamentas diseñadas, por sí
solos caen sin más esfuerzo que el propio y sin que
nada deba hacer sino la espera de verlo. Unos, de
la botica a la cama van; otros, de
los videntes a matasanos especialistas en
exorcizar explotación y avaricias y el más
afortunado tísico recuenta
facturas para comprar la paz-codicia. Mientras
yo mi sopa pobre como en este
escondrijo de soledades calmas, cayendo
van por sí solos y a pesar de todo qué
decirles que no les suplicase entonces a sus
oídos sordos ni qué lágrimas tiré como
echando sal a nieve de lodo. Caen y
caen y se levantan ojerosos, ni el
consuelo poderoso del euro, ni la
serenidad que nunca tuvieron les
sirven ante el dolor que entonces de la
obrera mendiga no comprendieron. En sus
pañuelos rotos ahogan sus penas torpes y nunca
se mojan siempre secos inmutables porque en
los odios recogen sus desconsuelos. Yo
mientras lo observo, caer uno a uno, aunque no
me alegro, pero... pero cae
la noche y tengo el mismo
lecho que de niña me extendieron: mis manos
de obrera, mi risa y pan duro, y tan
triste o contenta me despierto a ver las
nubes del día nuevo.
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