domingo, 22 de noviembre de 2009

Arsenito y su linterna, de Marta Antonia Sampedro


“No le respondió. Una sensación de vértigo lo tenía sumido en la indiferencia. El policía le ofreció un trago, al verle en aquel estado. Le pareció un sorbo. Repitió.
-Gracias, mi capitán- le dijo agradecido-. No sabe usted cuánto frío he pasado allá dentro.
-Como le decía, no nos dé más problemas- continuó el policía-. No queremos verle más en la puerta del Corte Inglés pidiendo. La próxima, lo encerramos un año, como mínimo. ¿Comprende?
-Sí, mi capitán.
-¡Y no soy su capitán, leche!
-No, mi sargento.
La humedad del aire lo impregnó de salitre. La petaca, vacía desde el mediodía anterior, le devolvió el olor a ron canario. Entró en un barezucho del Parque de Santa Catalina. Recobró las fuerzas y se dirigió a pie hasta su casa.
La luz tenue de la mañana de marzo la descubría, inesperadamente, en incógnitas de muchas vidas. En una víspera de fiesta, el mundo se transforma alrededor de todos, desfigurando la faz de todas las clases. Pobres o ricos, felices o resignados, santos y pecadores mecidos en el globo terráqueo del universo de las aceras. Desde el cuello hasta la punta del pelo se limita el pálpito de las gentes en la mente de un solitario.
Y así se sentía Arsenio, observando aquel amanecer fresco y pegajoso. Las piernas parecían sostenerle un cuerpo recio y varonil, y no la esbeltez enfermiza de su figura. Pero, a esas horas, el autobús nocturno no le parecía seguro; transitaban jóvenes de diversas categorías, que dejaban tras de sí una noche de parranda. No podía arriesgarse, entregarse a la aventura de un posible vacío de diversión en ellos. Y no conocía a los conductores nocturnos, que, en un apuro, podían sentir compasión por un pobre lleno de noche en sus ojos.
El trayecto era eterno, salpicado de temores y ansia por recorrerlo. La Avenida de Escaleritas le pareció Las Palmas entera; sentía que los edificios se desmoronaban a su paso en su cansancio.
Llegó al barranco y sin percatarse de que ya se encontraba en él, le sorprendió la luz del sol. Recordó la linterna, pero no la necesitaba. Los tiempos de la vida le sorprendieron en un segundo y sintió confusión.
Recordar a sus hijos no era frecuente en él; sin embargo, la contemplación del campo de fútbol arenoso, que ocupaba un gran espacio en el barranco, les hizo reaparecer jaleando un gol. La vida junto a ellos absorbía en la añoranza los motivos de la sinrazón, cuando, en ocasiones, aquella isla se hacía tan estrecha que sentía ahogarse en sus orillas. En muchos niños veía sus sombras, sus manos en las esquinas le culpaban de su propio dolor.
Tosió hasta el vómito. Un lagarto verde le observaba sobre una piedra.
-¿Y tú qué miras, reprecioso?- le dijo al escupir los últimos restos de su boca.
El barrio descansaba aún. Su silencio transformaba la realidad en un sueño extraño y terrorífico. Por momentos, le pareció un inmenso buque abandonado por las manos de todos los dioses, dejándoles enfermos del escorbuto de la pobreza.
Dos chuchos se olfateaban en el portal.
-¡Hala, a olerse mucho!- los sacudió con un puntapié-. ¡A olerse mucho, que todo esto va a ser entero para vosotros!
Subió al ascensor. El fétido olor a vinagre de los orines que impregnaban sus puertas lo enfurecía. Pero apenas lo percibió. El deseo por dormir bajo su techo se convertía, súbitamente, en una necesidad.
-¡Por fin en casa, carajo!- dijo al abrir la puerta.
Revolvió botellas en la cocina y con las sobras se sirvió un buen trago.
Descansaba en el sillón escuchando insomne los jadeos de su respiración, pasmado por la tardanza del huésped. Abrió una botella, calmó su tos con caramelos de eucalipto y continuó la espera. El recodo de su brazo no le sustentaba la cabeza en la extremidad del sillón. Acurrucado como un polluelo destemplado arrebujó su cuerpo con una colcha y cerró los ojos.
-¡Chacho, Arsenio!- le decía una boca desdentada-. ¡Agarra la red, agárrala!
Y Arsenio intentaba recuperarse de un vahído que lo sumergía en la náusea de las olas.
-¡Ya va…, ya va…!- replicaba.
-¿Y tú te mareas, mi niño? ¡Valiente pescador!.”

Fragmento del relato “Arsenito y su linterna”. Libro de la autora: “Un corazón leonado y otros relatos”, 1.995. Diputación de Córdoba.

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