La
tarde se marchaba. Todas las tardes no se desvanecen. Las tardes como aquella
se marchan.
-No
sientas pena. No conocí a mi padre. Yo era muy chica cuando él murió. Ahora por
fin lo conoceré. No llores. Ya me ves, que yo no lloro.
Esta
vez no estaba despierta. Y sin embargo la escena de tristeza era idéntica a ese
último adiós.
Por
la ventana entraba el fresco de la mañana primaveral y los sonidos de las aves.
Tampoco
estaba despierta.
Una
sombra entra y va tomado cuerpo caminando hacia el armario. Lo abre.
La
tarde aquella tampoco.
No
se sueña cuando una quiere, sino cuando se tiene algo importante que soñar.
Y
a veces se sueña con vivencias que tuvimos, pero las adaptamos a la necesidad
buscando revivir alguna ternura perdida o un salvavidas para seguir adelante.
-Cada
día estás peor de la cabeza- aparece Dru, mientras revuelvo mi armario buscando
sombras, para revisarlas. Se relame sus patas, sabiendo el repelús que eso me
produce-. Tu fe en la ciencia no te salvará del desquicie.
-La
fe no es algo que me ocupe.
-Veo
que llego en mal día.
-Llegas
sin avisar. Nunca te preocupas en elegir el momento adecuado. Hoy todo amaneció
empantanado.
-Disculpa
mi arrogancia, pero me llamaste en sueños. “Ángel de los peligros, por dónde andas”,
fue literalmente la frase. No muy poética, por cierto, pero estoy acostumbrado
a tus, digamos, modos rurales de trato, que intentas disfrazar con poemas para
lectores poco exigentes y afligidos, sin resultado, por suerte para el buen
gusto literario.
-No
creo haberte llamado. Me estaba despidiendo de mi madre. Es mi sueño más
recurrente y precioso, volver a verla y besarla y…
-Lo
recuerdo. Ya te digo. No seas tan insistente en negar, porque yo estaba allí.
-No
es cierto. No estabas. En mis sueños no puedes entrar.
-Estaba,
te lo aseguro. Yo estaba, aunque no me vieras. Yo estaba en la tarde que se
marcha…
-Una,
dos, tres… Nada más que estas me quedan. A la basura también estas sombras
oscuras.
-¿Y
desde cuándo obedeces a los sueños con desconocidos?
-Desde
que no confío en lo que ven los ojos.
-Se
te ha ido la cabeza, aunque la tengas encima de los hombros. Está, la tienes y
es evidente que tienes cabeza, puede verse con todos los detalles animales
correspondientes de mamífero y en sus complejos pasos del tiempo. Pero sólo en
apariencia.
-Déjame
en paz, por favor, Dru. No comenzó bien hoy el día. Márchate.
-Si
me lo pides con más energía, igual te oigo…
-Márchate.
Y
no se marcha.
-¡Vete!
Y
no se va.
-¡Que
te vayas!
Y
ahí sigue, ahora ante la cortina, lamiéndose las patas.
-Soy
leal a mis compromisos. Me son indiferentes tus puntos de emoción. Yo me debo a
los míos… Podría inspirarme en que si el universo… Ya sabes, esas
extraordinarias palabrerías de los humanos… Algunos hasta se ganan la vida
inventando universos… No saben ni de lo que hablan, pero son audaces para
disimularlo. El universo… Qué sabrán del universo. Colocan naves espaciales
dando un paseo por el cielo y ya presumen de… ¡el universo! Qué presuntuosos.
El universo es aquello que…
Apenas
lo escucho. Sigo buscando restos de sombras por toda la casa. Desde todas las
estancias lo oigo hablar, pero sólo comprendo palabras sueltas y frases sin
sentido.
-Las
energías atraviesan continuamente el espacio... No es fácil verlas… Los estados
dimensionales hacen que…
No
tengo más sombras que las arrojadas en los caminos dejados.
-…
Hacen que solamente una parte muy insignificante de los seres humanos puedan
percibir que esas energías en realidad son… ¿Me estás escuchando?
-Pues
no.
-Lo
suponía.
-Supones
bien. Estoy muy ocupada, Dru. Has venido en muy mal momento. Pero en muy mal,
malo, mal, momento.
Su
silencio me indica que me he pasado en el trato. Su silencio es peor que su
discurso.
-Perdona…
Y
silencio.
Se
ha quedado dormido en el suelo. Dormido o triste. Tiene los ojos abiertos pero
la mirada plasmada en la pared donde hay un óleo de un paisaje de vegetación y
un riachuelo.
Cubro
con la colcha parte de su enorme cuerpo y esas alas que parecen puertas de
cristal y me marcho de la estancia.
Hoy
es un día repetido.
Yo
miro por la ventana pasar volando los pájaros.
Pasar
el viento andando.
Pasar
saltando el tiempo.
Y
la veo pasar a ella.
A
la única que no obedece la ley de la existencia.
He
pensado algunos días que tal vez es un espejismo que a la misma hora aparezca
ante mis ojos, para que no olvide que aún existe el ser humano y que hasta en
el desquicie igual hay esperanza.
Lleva
sus piernas vendadas y se ayuda por un bastón. Camina con dificultad. Va
vestida de luto. Es, según la veo desde la ventana, más alta que yo. Cabello
cano, en moño. Ella no lo sabe, pero yo espero la hora en que pase por la
acera, para verla. Algunos días lleva una bolsa con el pan, que se va moviendo
a su paso, enganchada entre su mano y el puño del bastón. Demasiado pan, para
ser una persona sola. Ha de vivir con alguien. Pero si vive acompañada, es
extraño que siempre vaya sola y que con esa dificultad para caminar sea quien
haga los recados. Le he puesto de nombre Sola. Calculo que esa debe ser su situación.
-Qué
miras- oigo la voz ronca de Dru-. Mejor dicho: por qué todos los días observas
a esa anciana.
-Dru,
¿será la nostalgia un virus?
-Puede
ser.
-¿Y
puede enfermar?
-Físicamente,
no.
-¿Hay
vacuna para la nostalgia?
-La
única vacuna es no poder amar, pero tiene muchos, y nocivos para el alma,
efectos secundarios.
-Estamos
en desgracia.
-No
me incluyas en la problemática humana. Yo no soy humano. Y espero que jamás
llegue a serlo. La pandemia de no amar es una gran pandemia. Por cierto: muy
antigua y sin sanación posible, según mis registros existenciales de diferentes
vidas.
-Ya
desde aquí no la puedo ver. Habrá pasado la esquina. ¿Has tenido otras vidas?
¿Cuántos pasados tienes? Nunca me has hablado de eso. Me gustaría saber qué
eras antes. ¿Un campesino? ¿Un faraón? ¿Una ballena? ¿Un lobo de la nieve?
Dru
se ríe. Se ríe y su voz ronca resuena en todo el espacio. Me mira seriamente y
me dice:
-¡Fantaseas
demasiado! Muchas películas de televisión intrigantes, esas que ves de guión
mediocre en horario de siesta, porque te sientes importante al acertar el final
de la trama para simplones. Las analíticas al alma son complicadas, especialmente
si son de uno mismo.
-¿Alguna
vez le has hecho un análisis a un trapo negro?
-Que
yo recuerde, a muchos.
-¿Y
qué resultados son los más habituales?
-Niveles
altos de soledad.
-¿La
soledad es ropa negra?
-Nadie
se queda solo. A los “alguien” los dejan solos y también a los que alguien los
considere nadie. Pero sólo en apariencia se está en soledad. El universo
acompaña siempre. Y si no me dices para qué peligro me has llamado, me marcho.
Tengo muchos quehaceres.
Ningún
diario, televisión o medio decía nada del tema, tampoco las autoridades, aunque
eran preguntadas y bajaban el micrófono agradeciendo la atención. Pero me
llegaba, por los rumores y algunas informaciones poco fiables, que en la ciudad
estaba ocurriendo algo extraño. La zona centro, en especial Las Ocho Puertas y
el Paseo de Linarejos, lugares tradicionales de noticias frescas, era un
hervidero. No le di demasiada importancia. Todo sonaba a historietas. También
en las ciudades pequeñas ocurren misterios, y la ciudad de Linares no iba a ser
una excepción. Algunas noches los ciudadanos andábamos alertados con ambulancias,
bomberos, policía… Pero nadie conocía el motivo.
© Fragmento de "Dru y la plaga de ángeles".
© Marta Antonia Sampedro Frutos (2024).
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