"No dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo".
Mario Benedetti.
Declaró ante todos los presentes que la acusada lo amenazó
con versos, y no tuvo más alternativa que leerlos al dispararle ella proyectiles
de repetición. Presionado por la palabra escrita herido fue por besos bajo
presión, acorralado en naranjos, olivos y álamos, ríos, charcos,
águilas, sapos y demás testigos silenciosos. Hipnotizado con poemas aderezados para
atraerlo a sus brazos la amó, lo reconoció el denunciante, pero sólo
por su escasez de experiencia con las letras escritas.
Consolado por partidarios de la prosa
numérica especificada en tíquets y facturas tomó tilas, manzanillas y
derivados para continuar su grave ponencia de víctima del
abecedario. Que, a pesar de sus matinales mensajes por colaborar
voluntariamente a las artes, insistía ella en amarlo con su ser (todos los
presentes partidarios de él a la cabeza se echaron las manos), susurrándole que
sus tiempos eran su cuello y cabellos trigos y ralos (ordenaron protección a
menores ante detalles tan rapados), y que ni pensarlo iba a olvidarlo (textualmente
no recordaba las palabras por ser él de ciencias y el estrés ocasionado).
Acosado por los poemas de la acusada cambió su
concepto personal de noche, y en vez de dormir hacía el amor también
durante el día, en la cama, en el baño, en el coche. Se emocionó
tanto al recordarlo que la señalada deseó besarlo (los guardias la
esposaron por temor a desacato).
Los partícipes de su bando anulaban sus oídos y
la inyectaban lecciones mudas en bombarderos de papel, mientras yo
escribía en crónicas sus angustias de hombre secuestrado por
mujer. Se lamentó de que sus palabras a pólvora aplazaran sus citas al
cardiólogo, neumología, endocrinólogo, dermatología, homeópata, otorrinolaringólogo
o callista, y se disparasen sus cifras en pensamientos y cenas bajo el cielo, helados de
nata y fresas, ropas nuevas y visitas al dentista, furtivos viajes a aguas
cristalinas; y que allí estaban reunidas las pruebas a cuadrículas, para
demostrarlo: estaba más sano de milagro.
Era la letra de ella.
Su armamento y estilo de amarlo.
No podía negarlo.
Tan ciertamente real, que su abogada defensora por
oficio la escrutaba con cara de difícil caso, pero la interrogaba el
fiscal por lealtad al protocolo anti poetisas, y no negarle sus
derechos de letrista sin licencia legal escrita.
-Lo confieso- contestó con atómicas risas al interrogatorio
abortista de poesía-. Son letras mías. Tienen destellos de verano la hache de
hombre él y de mujer la eme mía, y víboras son las eses con veneno de vida.
Silencio en la sala.
A ver qué más decía en contra de sí misma.
-Te enviaré nuevos versos con matasellos de corazones a
tinta, porque te amo digas lo que digas.
Qué murmullo de escándalo provocó tal amenaza en el bando antiterrorista.
El juez continuó rellenando crucigramas sin
llamar al orden.
Sus partidarios, bohemios, cantautores, gente proscrita, bostezaban
más que aplaudían; tanto se aburrían que finalmente quedó sola con sus
proyectiles anti cuentas.
Analizó la fiscalía:
Culpable por utilizar armas no controladas, aromas y
bioquímicas. Inocente el hombre por enajenación
mental transitoriamente incompetente.
De amor no conveniente las pruebas concluyentes.
El juez expresó:
-¡Lugar donde se cumplen los sueños! ¿Alguno de los presentes puede darme una verdad?
Ella contestó:
-El corazón.
Recibió sanción (permitida pague a plazos por su
veterana pertenencia a la estricta Academia de Asaltos).
Su abogada recurrió la sentencia al Tribunal Superior de
Prosa Poética. Están estudiando su legalidad en las urgencias judiciales de
Artistas Enamoradas Progresistas.
En su condena provisional, y mientras
decidan firme sentencia, ella le envía poemas anónimos en
postales de Singapur. Con matasellos de
tinta a corazón, que él relee y guarda como pruebas.
(C)
Marta Antonia Sampedro Frutos.
Del
libro de la autora, “Días en Singapur”.
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