miércoles, 12 de noviembre de 2025

Proceso a una poetisa, de Marta Antonia Sampedro

 "No dejes caer los párpados

pesados como juicios

no te quedes sin labios

no te duermas sin sueño

no te pienses sin sangre

no te juzgues sin tiempo".

Mario Benedetti.


Declaró ante todos los presentes que la acusada lo amenazó con versos, y no tuvo más alternativa que leerlos al dispararle ella proyectiles de repetición. Presionado por la palabra escrita herido fue por besos bajo presión, acorralado en naranjos, olivos y álamos, ríos, charcos, águilas, sapos y demás testigos silenciosos. Hipnotizado con poemas aderezados para atraerlo a sus brazos la amó, lo reconoció el denunciante, pero sólo por su escasez de experiencia con las letras escritas.

Consolado por partidarios de la prosa numérica especificada en tíquets y facturas tomó tilas, manzanillas y derivados para continuar su grave ponencia de víctima del abecedario. Que, a pesar de sus matinales mensajes por colaborar voluntariamente a las artes, insistía ella en amarlo con su ser (todos los presentes partidarios de él a la cabeza se echaron las manos), susurrándole que sus tiempos eran su cuello y cabellos trigos y ralos (ordenaron protección a menores ante detalles tan rapados), y que ni pensarlo iba a olvidarlo (textualmente no recordaba las palabras por ser él de ciencias y el estrés ocasionado).

Acosado por los poemas de la acusada cambió su concepto personal de noche, y en vez de dormir hacía el amor también durante el día, en la cama, en el baño, en el coche. Se emocionó tanto al recordarlo que la señalada deseó besarlo (los guardias la esposaron por temor a desacato).

Los partícipes de su bando anulaban sus oídos y la inyectaban lecciones mudas en bombarderos de papel, mientras yo escribía en crónicas sus angustias de hombre secuestrado por mujer. Se lamentó de que sus palabras a pólvora aplazaran sus citas al cardiólogo, neumología, endocrinólogo, dermatología, homeópata, otorrinolaringólogo o callista, y se disparasen sus cifras en pensamientos y cenas bajo el cielo, helados de nata y fresas, ropas nuevas y visitas al dentista, furtivos viajes a aguas cristalinas; y que allí estaban reunidas las pruebas a cuadrículas, para demostrarlo: estaba más sano de milagro.

Era la letra de ella. 

Su armamento y estilo de amarlo. 

No podía negarlo. 

Tan ciertamente real, que su abogada defensora por oficio la escrutaba con cara de difícil caso, pero la interrogaba el fiscal por lealtad al protocolo anti poetisas, y no negarle sus derechos de letrista sin licencia legal escrita. 

-Lo confieso- contestó con atómicas risas al interrogatorio abortista de poesía-. Son letras mías. Tienen destellos de verano la hache de hombre él y de mujer la eme mía, y víboras son las eses con veneno de vida.

Silencio en la sala. 

A ver qué más decía en contra de sí misma. 

-Te enviaré nuevos versos con matasellos de corazones a tinta, porque te amo digas lo que digas.

Qué murmullo de escándalo provocó tal amenaza en el bando antiterrorista.

El juez continuó rellenando crucigramas sin llamar al orden. 

Sus partidarios, bohemios, cantautores, gente proscrita, bostezaban más que aplaudían; tanto se aburrían que finalmente quedó sola con sus proyectiles anti cuentas.

Analizó la fiscalía: 

Culpable por utilizar armas no controladas, aromas y bioquímicas. Inocente el hombre por enajenación mental transitoriamente incompetente. 

De amor no conveniente las pruebas concluyentes.

El juez expresó: 

-¡Lugar donde se cumplen los sueños! ¿Alguno de los presentes puede darme una verdad? 

Ella contestó:

-El corazón.

Recibió sanción (permitida pague a plazos por su veterana pertenencia a la estricta Academia de Asaltos). 

Su abogada recurrió la sentencia al Tribunal Superior de Prosa Poética. Están estudiando su legalidad en las urgencias judiciales de Artistas Enamoradas Progresistas. 

En su condena provisional, y mientras decidan firme sentencia, ella le envía poemas anónimos en postales de Singapur. Con matasellos de tinta a corazón, que él relee y guarda como pruebas.

 

(C) Marta Antonia Sampedro Frutos.

Del libro de la autora, “Días en Singapur”.

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