Este poema lo escribí en una madrugada
de hace nueve años. Había dormido en una casa que no era la mía. Enlazada aún
al sueño, me despertaron mis lágrimas y en la oscuridad continuaba queriendo
seguir en ese halo de energía. Con el tiempo, los sentimientos
quedan aposentados como parte de nosotros; son, digamos, nosotros. Este sueño
ha representado para mí una guía importante para superar adversidades y no
olvidar mi origen de los seres con los cuales me une el amor. Y es que el amor
es la mayor de las fuerzas y perdura mucho más allá que cualquier materia.
“El hombre sentado a la izquierda”
Hija mía no te preocupes,
todo saldrá bien,
aunque te quieran dejar sin nada,
te roben hasta la sombra recuerda
cuando naciste yo no llevaba
más equipaje que piojos en los
trigos,
la más humillante de las pobrezas,
y mil hijos que tuviera
siempre comerían y reirían,
no te preocupes y piensa, piensa,
jamás mi abrazo olvides,
me llevas en tus venas,
siempre adelante
no importan tus maletas,
en los andenes se deja
aquello que no necesita nadie
que escriba poemas,
anda y sube al tren,
te esperan en otra estación,
vete tranquila
yo velo tu fuerza,
no llores más,
no estás sola
yo vivo en tus adentros de poeta,
sube al tren
desnuda de recuerdos y pena,
descalza,
ve, te esperan...
Lloraba yo en tus brazos...
Y los versos de mañana
tomaron más sentido
mientras el tren partía
a otra estación...,
donde yo desnuda lloraba
por dejar el equipaje
del alma de mi padre
sentado en un banco
del andén,
a la izquierda.
(C) Marta Antonia Sampedro Frutos (2006)
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