Siempre estoy cuando viene
a mis sueños que no duermen,
a mis sueños que no duermen,
más allá de su luz,
cercano de los días.
Vosotros le recordáis
que está muerta.
Era el mes de julio,
y una extraña nube
sobre tejado hundido
se abrió en aguaceros.
Ella ardiendo de vida,
y de vida quería su tiempo
sintiendo los sentidos.
Obrera de vosotros,
esclava reina de panal podrido
y miel amarga, queríais su muerte
para complaceros.
Os amamantaba
hasta sangrar los versos,
su alma agotada de recuerdos.
De sus pechos fluían besos
por un cuerpo que la amaba.
Era el mes de julio,
y la nube dirigió
cuanto de vida coloreaba,
partiendo hacia más nubes
sus latentes pisadas.
Una de las nubes
tierra fértil anunciaba:
la nube del Futuro,
fecundada de alegrías.
Simiente dulce y tierna
la nube de la Ilusión,
y la del Agua le abrió
pizarras húmedas
y canales por las venas.
Nieblas de humo,
tejedoras de sudario
otras nubes vinieron,
en cielos huecos del mundo.
Porque vosotros le recordáis
que está muerta.
Era el mes de julio,
el mismo en que naciera.
Antes de vosotros,
su vida partió de espigas
y jornaleros cuyos labios sujetaban
colillas apagadas de tabaco molido.
El mes de julio que segara sueños
a su padre dolorido en las eras,
con mujeres y hombres
que valían menos que bestias.
Vosotros le recordáis
que está muerta.
Al anochecer,
en su puerta publicáis
la esquela a tinta negra:
“No existe ella”.
Y en la madrugada,
nubes que de niña registrara
por su ventana se cuelan,
rescatándola de la pena
en balanceos de ayer
que al mañana despiertan,
ordenándole vivir, vivir siempre,
nunca muerta.
Las nubes de las Letras.
Saberse mujer que espera
y sueña.
Madre,
amante,
poeta,
obrera...,
o cuanto quiera ser
que no cumpliera.
Era el mes de julio.
Y al caer la tapadera
del ataúd que la lleva
echando la llave a la tierra,
vosotros dijísteis:
“Ahora sí estás muerta”.
Mas una pulsera de estrellas
venidas de la sierra,
giraba en su alma
de niña poeta.
Bailarina del agua.
Cometa de la pobreza.
Y no hubo más palabras,
sino que era el mes de julio
y no quiso morir,
por no hacer desprecio
a tan delicado regalo,
de su Nube Niñera.
Era el mes cualquiera,
cuando un jornalero
segando en la era, le dijo:
“Cuida tu letra, niña de nubes,
que tu padre la lea”.
Del diario de la autora "Cuadernos de Penélope" (2006)
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