Si Dios estuviese en los tejados de la noche
como las sombras de las nubes en luna llena
confusas de sonámbulos en el tatuaje de las grietas.
Y se cobijara con nosotros en las tinieblas
y pudiese adivinar qué llevamos por dentro
al cerrar los ojos y vivir cuanto ya no tenemos
tan amargo y digerido mil veces descartado
por la vida arrepentida y su apetito que no cesa.
Si Dios estuviese al acecho en los tejados de la noche
y tal vez apaciblemente sin amenazas acudiera,
yo miraría los tejados de otra forma cuando anochece.
Sin embargo en ninguna noche acude a saber,
a mirar cómo se viven los sueños quietos
y corregir algunos tumultos que nos angustian.
Y así nos adelanta la vida entre deseo y desdicha,
esperando a que Dios se apiade
de qué somos por su culpa rotunda
y se acomode en los tejados de la noche.
¡En caso de que exista!
Me gusta pensarlo así.
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