Palpaba el frío de las piedras
y sólo al cerrar los ojos el invierno
se tornaba en cualquier verano,
cualquiera de aquellos dulces veranos
vividos en las orillas de mi infancia.
La niebla era un fantasma enorme
con garras de acero entre las calles desiertas,
sonámbula avanzaba
por las nubes bajas del Norte
en mi destino sombrío y destartalado
que la emigración me regalaba.
Su manto se posaba perezosamente
sobre mis hombros,
con insistencia apagaba mis risas
de andaluza vencida
por el sonido de las máquinas y el progreso,
y al buscar la iglesia de mi pueblo
-Baños de la Encina desaparecida-
tropezaba con un autobús de obreros
helados y somnolientos.
A las cinco de la mañana nadie se levantaba
-todos ya dispuestos en la cadena-,
mis amigas aún dormían tan lejos
en su manta de lana,
y al compás de un enorme reloj
y de unos muertos tejados de chapa
hilvanando ilusiones perdidas
se vaciaba mi alma,
sueños y adioses hasta intuir el alba.
Mi lengua no era su lengua,
mi risa no era sus risas bajo la uralita
ni en las calles veía geranios
claveles o encinas
pero sin raíz debí seguir,
producir o morir era el lenguaje del Norte,
su himno el tintineo del precio,
los motores su bandera.
Y al recoger mi jornal a golpe de sirenas,
con atención contaba las monedas
culpables de que mis sueños y quimeras
mortecinos ya por los hilos y las madejas,
cosiera un sudario que a vivir se resistiera.
De chica contaba nubes y hormigas
bajo la higuera,
perseguía a los gatos sobre los tejados
que más tarde comían en mi casa,
pero allí ya no era nada,
acaso una lombriz a la luz de los focos,
ciega donde todos veían muy bien,
seca donde las vacas gordas eran gigantescas.
Aún escribía con líneas torcidas,
mis letras de escolar entorpecían mi canto
pero allí Lorca era un gitano
un campesino Machado y un pintor rico Picasso,
porque el Norte no cuenta versos sino salarios.
De ninguna parte me sentía.
Sólo Andalucía era mi llama perdida
pero me vomitó por ser pobre, inculta, chica.
¿Acaso al dejarme ir como a tantos de nosotros,
sin luchar contra la injusticia, me quería?
Y en el frío de las piedras
dibujaba un traje de gitana
para bailar por seguiriyas sardanas;
Valderrama me regaba con tarantas,
Farina por pasodobles con alegría
traía los recuerdos de mi tío Manuel
sentado con mi padre
preparados para la feria de Linares
y afinaban entre la niebla mis campanas.
Pero cuando mis dedos se helaban
reavivando los colores marchitos
de los recuerdos muertos entre nubes bajas,
me sentía que ya,
desde mi rota infancia era parte de nada,
tan sólo aire que la veleta del Norte tragara.
De la obra "Al Sur de las bajas nubes". 1996.
y sólo al cerrar los ojos el invierno
se tornaba en cualquier verano,
cualquiera de aquellos dulces veranos
vividos en las orillas de mi infancia.
La niebla era un fantasma enorme
con garras de acero entre las calles desiertas,
sonámbula avanzaba
por las nubes bajas del Norte
en mi destino sombrío y destartalado
que la emigración me regalaba.
Su manto se posaba perezosamente
sobre mis hombros,
con insistencia apagaba mis risas
de andaluza vencida
por el sonido de las máquinas y el progreso,
y al buscar la iglesia de mi pueblo
-Baños de la Encina desaparecida-
tropezaba con un autobús de obreros
helados y somnolientos.
A las cinco de la mañana nadie se levantaba
-todos ya dispuestos en la cadena-,
mis amigas aún dormían tan lejos
en su manta de lana,
y al compás de un enorme reloj
y de unos muertos tejados de chapa
hilvanando ilusiones perdidas
se vaciaba mi alma,
sueños y adioses hasta intuir el alba.
Mi lengua no era su lengua,
mi risa no era sus risas bajo la uralita
ni en las calles veía geranios
claveles o encinas
pero sin raíz debí seguir,
producir o morir era el lenguaje del Norte,
su himno el tintineo del precio,
los motores su bandera.
Y al recoger mi jornal a golpe de sirenas,
con atención contaba las monedas
culpables de que mis sueños y quimeras
mortecinos ya por los hilos y las madejas,
cosiera un sudario que a vivir se resistiera.
De chica contaba nubes y hormigas
bajo la higuera,
perseguía a los gatos sobre los tejados
que más tarde comían en mi casa,
pero allí ya no era nada,
acaso una lombriz a la luz de los focos,
ciega donde todos veían muy bien,
seca donde las vacas gordas eran gigantescas.
Aún escribía con líneas torcidas,
mis letras de escolar entorpecían mi canto
pero allí Lorca era un gitano
un campesino Machado y un pintor rico Picasso,
porque el Norte no cuenta versos sino salarios.
De ninguna parte me sentía.
Sólo Andalucía era mi llama perdida
pero me vomitó por ser pobre, inculta, chica.
¿Acaso al dejarme ir como a tantos de nosotros,
sin luchar contra la injusticia, me quería?
Y en el frío de las piedras
dibujaba un traje de gitana
para bailar por seguiriyas sardanas;
Valderrama me regaba con tarantas,
Farina por pasodobles con alegría
traía los recuerdos de mi tío Manuel
sentado con mi padre
preparados para la feria de Linares
y afinaban entre la niebla mis campanas.
Pero cuando mis dedos se helaban
reavivando los colores marchitos
de los recuerdos muertos entre nubes bajas,
me sentía que ya,
desde mi rota infancia era parte de nada,
tan sólo aire que la veleta del Norte tragara.
De la obra "Al Sur de las bajas nubes". 1996.
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