Relato Finalista Premio "Entre Libros" de Relato Corto, 2006.
Mi nombre es Yeboah, y me encanta el primer mundo. Es lo bueno que tiene ser negro, que todo le encanta a uno. Y es que ser negro tiene muchas más ventajas que ser blanco. Por ejemplo: he quedado con mi amigo el Pau, que es blanco, para tomarnos algo en la cafetería de la plaza de Guadmósquil, la ciudad donde vivimos (en realidad es un pueblo grande, pero esto nadie parece querer aceptarlo por considerarlo de menor categoría social). Y, aquí estoy, esperándolo, de pie, con los pies como el cemento, pues hasta que no venga no puedo entrar y sentarme; de hacerlo, todo se habría agotado ante mi presencia, tostadas, cafés, palillos de dientes..., y el Yeboah tendría que levantarse igualmente e irse a la calle; pues aquí estoy ya, en mi sitio negro. Es lo bueno de ser previsor. En mi país, es lo esencial, la previsión. Antes de andar, ya nos preguntan para qué queremos andar. Antes de comer, nos preguntan para qué queremos comer. Antes de trabajar, que para qué queremos trabajar. Un largo etcétera, imprescindible para un negro. Por eso somos rebeldes; sólo los rebeldes son preguntados. Los rebeldes negros, sí.
El Pau se ha ofrecido acompañarme a buscar una vivienda en Guadmósquil. Iremos a “La Moreneta”, una agencia en el centro que al Pau le resulta de confianza; según piensa él, en esa oficina nadie se espanta al ver un negro sentado ante la mesa de un blanco. Será cosa de los milagros cristianos, que se acuerdan de los negros desde que Machín cantase por qué no hay ángeles negros en las iglesias, ni siquiera en las iglesias negras. Por allí viene el Pau, menos mal, bajo las piedras colgantes de la plaza, con la vela colgando. Y es que este Pau no tiene arreglo. Se pone guantes negros de piel, y se cree negro.
-Hola, tío.
-Hola, qué tal.
-¿Es que no tienes frío, o qué? Pareces una estatua.
-Soy negro, puedo sufrir.
-Vete a la mierda Yeboah.
La camarera de la cafetería, está muy buena. Pero es blanca. En esta vida, nadie puede tenerlo todo. Y está sorda, no nota que le hablo, por eso mira siempre al Pau. Y porque no sabe que el Pau tiene familia gitana por allí por Cádiz, donde El Estrecho.
-Un cortado- le digo-, con la leche bien caliente. Y cuatro croasanes, y veinte tortas de aceite, y una bata africana, cuatro batidos de ranas...
Pero es sorda. Por eso será que no aprecia mi solicitud, y porque no le hablo en el idioma oficial de Guadmósquil. El cortado está frío. Pobre blanca que mira al Pau.
El Toni nos espera en “La Moreneta”. Es un joven comercial que compra y vende de todo por el pueblo: muebles de segunda mano, lotería de la Generalitat, plata al peso, ropa para el tercer mundo del primer mundo, medicinas caducadas a bajo precio... Un buen tipo que tiene visión comercial. Dice el Pau que en “La Moreneta”, el Toni tiene un contrato por dos horas con la obligación de estar presente ocho, más cuatro horas en sábados alternos; pero que él no se queja, porque dice que trabaja en función de la entrega por parte de la empresa a su persona y, como cobra sólo comisión, su horario lo coloca él donde cree conveniente; algunas veces coincide con el horario al público. Pero teníamos cita, es un hombre de importancia entre las bajas clases sociales de Guadmósquil. Entramos a la oficina, presidida por una estatuílla de la virgen negra (¿no hay ángeles negros y sí vírgenes negras? Olé con el primer mundo que tanto me encanta), y un retrato de Jordi Pujol cuando tenía pelo y le faltaba un diente; se notan restos de rotulador en los perfiles. La administrativa de la agencia, que es muy sonriente a pesar de ser blanca, nos saluda mientras echa cáscaras de avellanas cordobesas a la estufa.
-Buenos días. Qué frío que hace hoy.
Nos saluda la limpiadora, que es árabe.
-Buenos días.
Nos saluda el fontanero, que es checoslovaco e intenta descongelar tuberías del cuarto de baño, que está con la puerta abierta; es yonqui, según el Pau, que le da un Fortuna, pero que tiene buenas manos.
-Buenos días.
El Pau se ha ofrecido acompañarme a buscar una vivienda en Guadmósquil. Iremos a “La Moreneta”, una agencia en el centro que al Pau le resulta de confianza; según piensa él, en esa oficina nadie se espanta al ver un negro sentado ante la mesa de un blanco. Será cosa de los milagros cristianos, que se acuerdan de los negros desde que Machín cantase por qué no hay ángeles negros en las iglesias, ni siquiera en las iglesias negras. Por allí viene el Pau, menos mal, bajo las piedras colgantes de la plaza, con la vela colgando. Y es que este Pau no tiene arreglo. Se pone guantes negros de piel, y se cree negro.
-Hola, tío.
-Hola, qué tal.
-¿Es que no tienes frío, o qué? Pareces una estatua.
-Soy negro, puedo sufrir.
-Vete a la mierda Yeboah.
La camarera de la cafetería, está muy buena. Pero es blanca. En esta vida, nadie puede tenerlo todo. Y está sorda, no nota que le hablo, por eso mira siempre al Pau. Y porque no sabe que el Pau tiene familia gitana por allí por Cádiz, donde El Estrecho.
-Un cortado- le digo-, con la leche bien caliente. Y cuatro croasanes, y veinte tortas de aceite, y una bata africana, cuatro batidos de ranas...
Pero es sorda. Por eso será que no aprecia mi solicitud, y porque no le hablo en el idioma oficial de Guadmósquil. El cortado está frío. Pobre blanca que mira al Pau.
El Toni nos espera en “La Moreneta”. Es un joven comercial que compra y vende de todo por el pueblo: muebles de segunda mano, lotería de la Generalitat, plata al peso, ropa para el tercer mundo del primer mundo, medicinas caducadas a bajo precio... Un buen tipo que tiene visión comercial. Dice el Pau que en “La Moreneta”, el Toni tiene un contrato por dos horas con la obligación de estar presente ocho, más cuatro horas en sábados alternos; pero que él no se queja, porque dice que trabaja en función de la entrega por parte de la empresa a su persona y, como cobra sólo comisión, su horario lo coloca él donde cree conveniente; algunas veces coincide con el horario al público. Pero teníamos cita, es un hombre de importancia entre las bajas clases sociales de Guadmósquil. Entramos a la oficina, presidida por una estatuílla de la virgen negra (¿no hay ángeles negros y sí vírgenes negras? Olé con el primer mundo que tanto me encanta), y un retrato de Jordi Pujol cuando tenía pelo y le faltaba un diente; se notan restos de rotulador en los perfiles. La administrativa de la agencia, que es muy sonriente a pesar de ser blanca, nos saluda mientras echa cáscaras de avellanas cordobesas a la estufa.
-Buenos días. Qué frío que hace hoy.
Nos saluda la limpiadora, que es árabe.
-Buenos días.
Nos saluda el fontanero, que es checoslovaco e intenta descongelar tuberías del cuarto de baño, que está con la puerta abierta; es yonqui, según el Pau, que le da un Fortuna, pero que tiene buenas manos.
-Buenos días.
Nos saluda el buzoneador de folletos de la empresa inmobiliaria, que está pasando por apuros económicos importantes, según creemos porque está entregándole al Toni una pulsera tipo esclava y éste le da un billete de cinco.
-Buenos días.
Y nos saluda el Toni.
-Sentaos.
Y nos sentamos.
Ninguno de ellos habla el idioma obligado en Guadmósquil. Eso irrita a las autoridades de aquí, pues, por mucho que nos faciliten las cosas para aprenderlo en nuestro horario libre, y nos inyecten ese sentimiento de culpabilidad que nos infunden para aprenderlo, la realidad demuestra que pierden el tiempo con nosotros, porque finalmente hablamos el idioma de la televisión.
Es verdad: nadie se ha espantado al ver un negro ante la mesa blanca. Veo entrar y salir gente y nadie repara especialmente en mí. El Pau es un buen previsor. La Moreneta me ampara.
Me encanta el primer mundo, le digo al Toni tan calentito en su oficina, porque el primer mundo cambia su clima según le convenga. Me vienen ganas de quitarme el abrigo de segunda mano que le compré al Joan en el mercadillo, y quedarme en calzoncillos. Así es el primer mundo, porque si el primer mundo quiere comer sandías por Navidad, cuadradas, circulares o de triángulo, el primer mundo las come porque el primer mundo no puede quedarse con antojos porque está engendrando con su continuo peligro el derecho del mundo a la democracia.
-Joder, está helando en la calle y aquí dentro estamos como en el Caribe- dice el Pau desliándose la bufanda.
Los tres nos reímos. Yo más, porque soy negro y, en el Caribe, al ver tanto negro y negra, me he puesto más contento que nada.
Falsa ilusión.
El Toni me dice que si he traído las nóminas, el permiso de trabajo, el contrato, tres fotos donde no haya salido demasiado negro para poder ser reconocido por todos los organismos oficiales, cartilla de La Caixa y el resto de papeles necesarios para que comprueben mis buenas intenciones de querer ser ciudadano del primer mundo. Sí, sí, sí, sí, lo he traído todo, lo he traído todo..., que para eso he pedido el día libre, para traer papeles, que por papeles que no quede.
-No hacía falta. Podrías haber venido mañana- me dice el Toni.
-Pero si me dijiste que mañana no trabajas- le contesta el Pau.
-¿Es verdad que te lo dije?
-... Que protestarías no viniendo a trabajar, para que en tu contrato figuren tus apellidos...
-Hostia... Se me había olvidado, tío.
El Toni me dice que, una vez hechas las cuentas, podré comprarme una vivienda en una de las zonas más cómodas para mí.
-Todo está en familia, Yeboah; hasta tienes peluquería negra.
Eso me alivia. Amortizada ya la máquina rapadora que hace de mi cabeza una nuez, podré tirarla.
-Y cuscús al peso- me gana con el estómago.
-No sé cocinar cuscús.
-Pues así aprenderías- en mis ratos libres.
-No tengo tiempo más que de trabajar.
-Y un local de mezquita- ahora por el alma.
-Soy cristiano por tradición familiar.
-Quién sabe, tío, tal vez te interese más lo otro. Tengo alfombras a buen precio- el negocio es el negocio.
-Que soy cristiano; tal vez un velo para la misa, a ser posible negro.
-...Y las negras están que quitan el hipo, la verdad. Me refiero a las mujeres negras- el sexo, ja, no me como una rosca sino las de las panaderías.
-Dímelo a mí, que llevo sin novia dos años- apunta el Pau, con esa telepatía que de pronto le sale con respecto a mi persona.
Como soy negro, busco compañía negra. Así piensan los blancos. Que eso va por colores. El parchís.
-Yo que tú no me lo pensaba, Yeboah, que no todo el mundo de Guadmósquil puede decir que vive en Las Casas Baratas, no, no todo el mundo puede comprar allí. Y es que es un buen lugar, con las cosas más modernas acondicionadas, autobús mañana y tarde, una escuela pública sin obligación de religión, farolas antiniebla, estanco antiatraco... Un lujazo de lugar. Piensa en que la policía de Guadmósquil no pone nunca pegas a entrar ahí. ¡Y también entran los taxis!
-Entonces, es como un garaje- puntualiza el Pau.
-Buenos días.
Y nos saluda el Toni.
-Sentaos.
Y nos sentamos.
Ninguno de ellos habla el idioma obligado en Guadmósquil. Eso irrita a las autoridades de aquí, pues, por mucho que nos faciliten las cosas para aprenderlo en nuestro horario libre, y nos inyecten ese sentimiento de culpabilidad que nos infunden para aprenderlo, la realidad demuestra que pierden el tiempo con nosotros, porque finalmente hablamos el idioma de la televisión.
Es verdad: nadie se ha espantado al ver un negro ante la mesa blanca. Veo entrar y salir gente y nadie repara especialmente en mí. El Pau es un buen previsor. La Moreneta me ampara.
Me encanta el primer mundo, le digo al Toni tan calentito en su oficina, porque el primer mundo cambia su clima según le convenga. Me vienen ganas de quitarme el abrigo de segunda mano que le compré al Joan en el mercadillo, y quedarme en calzoncillos. Así es el primer mundo, porque si el primer mundo quiere comer sandías por Navidad, cuadradas, circulares o de triángulo, el primer mundo las come porque el primer mundo no puede quedarse con antojos porque está engendrando con su continuo peligro el derecho del mundo a la democracia.
-Joder, está helando en la calle y aquí dentro estamos como en el Caribe- dice el Pau desliándose la bufanda.
Los tres nos reímos. Yo más, porque soy negro y, en el Caribe, al ver tanto negro y negra, me he puesto más contento que nada.
Falsa ilusión.
El Toni me dice que si he traído las nóminas, el permiso de trabajo, el contrato, tres fotos donde no haya salido demasiado negro para poder ser reconocido por todos los organismos oficiales, cartilla de La Caixa y el resto de papeles necesarios para que comprueben mis buenas intenciones de querer ser ciudadano del primer mundo. Sí, sí, sí, sí, lo he traído todo, lo he traído todo..., que para eso he pedido el día libre, para traer papeles, que por papeles que no quede.
-No hacía falta. Podrías haber venido mañana- me dice el Toni.
-Pero si me dijiste que mañana no trabajas- le contesta el Pau.
-¿Es verdad que te lo dije?
-... Que protestarías no viniendo a trabajar, para que en tu contrato figuren tus apellidos...
-Hostia... Se me había olvidado, tío.
El Toni me dice que, una vez hechas las cuentas, podré comprarme una vivienda en una de las zonas más cómodas para mí.
-Todo está en familia, Yeboah; hasta tienes peluquería negra.
Eso me alivia. Amortizada ya la máquina rapadora que hace de mi cabeza una nuez, podré tirarla.
-Y cuscús al peso- me gana con el estómago.
-No sé cocinar cuscús.
-Pues así aprenderías- en mis ratos libres.
-No tengo tiempo más que de trabajar.
-Y un local de mezquita- ahora por el alma.
-Soy cristiano por tradición familiar.
-Quién sabe, tío, tal vez te interese más lo otro. Tengo alfombras a buen precio- el negocio es el negocio.
-Que soy cristiano; tal vez un velo para la misa, a ser posible negro.
-...Y las negras están que quitan el hipo, la verdad. Me refiero a las mujeres negras- el sexo, ja, no me como una rosca sino las de las panaderías.
-Dímelo a mí, que llevo sin novia dos años- apunta el Pau, con esa telepatía que de pronto le sale con respecto a mi persona.
Como soy negro, busco compañía negra. Así piensan los blancos. Que eso va por colores. El parchís.
-Yo que tú no me lo pensaba, Yeboah, que no todo el mundo de Guadmósquil puede decir que vive en Las Casas Baratas, no, no todo el mundo puede comprar allí. Y es que es un buen lugar, con las cosas más modernas acondicionadas, autobús mañana y tarde, una escuela pública sin obligación de religión, farolas antiniebla, estanco antiatraco... Un lujazo de lugar. Piensa en que la policía de Guadmósquil no pone nunca pegas a entrar ahí. ¡Y también entran los taxis!
-Entonces, es como un garaje- puntualiza el Pau.
-Pues también los tengo por la zona, pero sólo de alquiler con derecho a cocina. Los de compra son para cuando uno prospera- nos aclara el Toni por si acaso he pensado en ser rico de pronto-. Ya llegará tu día, Yeboah, ya llegará..., que Occidente tiene mucho para comérselo en una sola vez.
El Pau me ve serio; pensativo. No es que esté impresionado, sino que, comparado con mi pueblo, Guadmósquil es una porquería. Por eso hay tanto cerdo, o será por lo contrario, que hay mucho cerdo y por eso hay porquería. No lo digo por el Toni, que el pobre me ha sacado un Marlboro y todo, sabiendo que no fumo. Lo digo, porque el primer mundo me dice que tengo que pagar por un cuchitril con proyecto de arquitecto el precio de mi trabajo de 25 años, 16 horas de 24 al día. Y eso, eso no todo el mundo puede decirlo.
Yeboah estás perdido, me digo y digo, cuando recuerdo que soy más negro que los presentes, por no decir el único.
La mayoría de mis compañeros de trabajo, viven en Las Casas Baratas. Cualquier turista que ande perdido y visite Guadmósquil, en cuanto se tropezase con Las Casas Baratas sabría eso, que es zona negra. Parece un aparcamiento de bicicletas. Y es que a los negros nos encanta hacer ejercicio, por eso las usamos para cruzar las cortinas de niebla de los inviernos yendo para la fábrica o patinar sobre el hielo como las artistas barbie de la tele. Dicen los jubilados de Guadmósquil que, hace años, antes de la emigración extranjera en la zona blanca, las empresas ponían a disposición de sus blancos empleados autobuses, con calefacción y todo, y gratis, paga la empresa. Pero ya no es necesario. Para qué, si los negros nos apañamos muy bien con las bicicletas, colaborando así a que la capa de ozono se mantenga en buenas condiciones y no se quemen al sol los turistas blancos, valga la redundancia, que bastante ozono se rompe ya con los esprais para matar las moscas que tanto molestan a los blancos. Además, nos es más fácil que a los blancos, la genética ya nos avisaba con los fémures más largos, preparados para conducir bicicletas yendo a los trabajos blancos.
Visité Las Casas Baratas no hace mucho. En una inauguración del alcalde, con el parque infantil “Derechos Humanos”. Todos lo esperábamos con emoción, porque ya sabemos defendernos en el idioma oficial de Guadmósquil.
El alcalde, nos decía en su idioma:
-Ser de aquí es un privilegio, ser de aquí es lo mejor que a nadie pueda pasarle, ser de aquí es la diferencia de no ser de otro lugar, ser de aquí como ya sabéis los que más tiempo lleváis entre nosotros es lo mejor, ser de aquí es el modo para que todos estamos en este tren de la reivindicación de la tierra de aquí, la bandera y la fe de aquí, ser de aquí...
Le dijimos allí mismo:
-Ilmop tren truen ala putre.
Más o menos intercaladas las voces con diferentes acentos de cada país. Fue un instante muy bonito, y se emocionó mucho, hasta nos saludó con la mano, y eso que somos negros, tostados o con los ojos raros y para colmo no podemos votarle. Todo andaba estupendamente, qué detalle de palabras esa integración al primer mundo de aquí, hasta que el Mohammed, que es marroquí recién venido y presidente de la asociación ilegal “Víctimas negras del tren”, le dijo:
-¡Vaya mieggda de paggque, payasio, donde se mueggen los ninios!
Sacándole el dedo anular con ese acento francés suyo (es un hombre de mundo). Ahí se pasó el Mohammed. Todos nos callamos para ver qué más decía, conociendo la facilidad que para los idiomas tienen los árabes, también llamados en Guadmósquil moros y mojameses. La televisión local dio por terminado el reportaje. Entonces, una bandada policial apareció por debajo de la vía que cruza el parque por un lateral, y todos salimos disparados.
Decirle eso al alcalde no tiene perdón de ningún dios, encima que descenderá considerablemente el número de niños negros atropellados por el tren gracias a esta iniciativa para la integración y el bienestar negro. Desde ese día no hemos vuelto a ver al Mohammed, la asociación que presidía se ha disuelto inesperadamente, y el local cedido por “Tocinería Neus” ha cambiado su cerradura. Normal. A ver qué hacía él, que es fiel marroquí consumidor de Meca-Cola, en una asociación de negros, sino darle motivos a las autoridades para considerarlo peligroso terrorista afín a Bin Laden y un bocazas de “no a la guerra”. Dicen mis compañeros de trabajo que su bicicleta aún continúa aparcada con las ruedas pinchadas y excrementos de palomas, sin ni siquiera el cartel de “Se vende o traspasa”, ni nada. Eso, mosquea.
Aparte de este incidente sin importancia, no es mal lugar para vivir. Abre uno los ojos por la mañana, se asoma por la ventana y ¡qué lindo paisaje!, ¡como en el pueblo de uno no se está en ninguna parte! Claro que, para vivir como en el pueblo de uno, este negro no contaba con esas horas trabajadas en la industria cárnica y otras cosillas sin importancia. Conozco tanta gente que vive aquí... Todos del “Matadero y Despiece Palau, S.A.”, pero en Guadmósquil le decimos “el Matadero”, para sintetizar con sinceridad. En el Matadero, no solamente se matan animales; también se mata la energía negra, que es mucha, y eso los blancos lo saben. Es el único lugar del primer mundo en donde va bien que uno sea negro.
-Nos encanta su color- me dijeron en la entrevista de trabajo, mientras me daban un gran cuchillo y un gorro blanco-. Nosotros no somos racistas. Si sabes escribir firma aquí o moja el dedo.
Mi color, oculta mejor la sangre que dejan los animales en la piel, y si se cae un dedo entre la trituradora de morcillas o el fuet, lo mismo. Al Amerjeet le pasó, que se quedó sin cuatro dedos y nunca más se supo de ellos. Ahora anda barriendo las calles de Guadmósquil, a cambio de su silencio negro.
-Y tengo tres pagas extras- va diciéndole a sus amigos ayudándose con el pie a que la escoba corra.
Nuestro turno es diverso. Pero el mío es un turno de todo el día; es decir, que mi casa es la empresa. Tiene sus ventajas. Vivo en un lugar cualquiera, y duermo en la Pensión Ángels. Así se llama mi casera. La Ángels. Tiene un listado con nuestras nacionalidades, edades, estado civil, vacunas y números de móviles, que de vez en cuando actualiza para dárselo a Bienestar Social. Por cada emigrante que tiene bajo su techo para nuestra reinserción, recibe una indemnización, también llamada subvención. Ya ha sido denunciada en varias ocasiones por la asociación de vecinos y comerciantes del casco antiguo, por sacudir ropas por los balcones, y, aunque afirma y confirma que son de ella, nadie la cree pensando que son ropas demasiado negras para una blanca. Pero es que ella es así de solidaria y limpia. El viejo caserón de la Ángels está en una calle donde los edificios se acercan unos con otros en los inviernos y sus piedras rezuman caldo todo el año, de modo que el escaso sol que nos visita ni siquiera lo percibimos los fines de semana. Para qué. Ya venimos bronceados del vientre de nuestras negras madres. Qué gran vidente es la vida.
Quedamos con el Toni en que veremos el piso, bueno. A la una de la tarde; habrá que darse una vuelta mientras tanto; para que no coincida con el horario al público y la empresa no crea que el Toni es un obrero presometido. Me encanta la visión obrera del primer mundo con eso de lo laboral. Los blancos firman lo que han llamado contrato basura, y dicen que les quitamos los trabajos que no firman ni muertos. Y es que la firma de un negro tiene mucho valor en el primer mundo, por eso será que les privamos de tenerlos y los obligamos al desempleo.
La vuelta de espera es, con el frío que hace, a pasear velas, dice el Pau y con razón. Guadmósquil tiene aspecto de polo. De polo que nadie se coma ni en verano. Si nos metemos en otra cafetería, ninguno de los dos llegaremos a fin de mes. El banco de espera elegido está frente a la biblioteca pública. Bonito paisaje de blancos.
Por el camino ya el Toni nos va convenciendo del paisaje. Vamos en su furgoneta, donde al parecer lleva muebles que no cesan de saltar, y el ambiente de Radio Olé hace del paisaje un dulce sueño que no hay quién se lo trague.
-Aquello son los tintes de algodón Aumatell, y aquello la granja de aves del Solá...- para darle buen nivel al suelo urbano.
Luego, nos añade predicciones atmosféricas favorables para la compra de una vivienda:
-El clima está cambiando. Este año aún no ha nevado, y eso es una muy buena señal- para anunciarnos que el frío irá desapareciendo año tras año y, definitivamente, terminaré de pagarle al banco el piso cuando Guadmósquil sea, por fin, el Caribe. ¡Qué alegría! ¡Lo que valdrá entonces mi vivienda!
Prosigue:
-Ya sólo pasan cada quince minutos- refiriéndose a los trenes cuando cruzamos la vía a la altura del puente, para informarnos de que cada vez es menor el peligro de atropello y ruido. Menos probabilidades de ser descuartizado por los medios de transporte más modernos. ¡Una ventaja!
Con tal de no comentar nada, mientras nos aproximamos, de lo que vemos ante nosotros: las lumbres de los negros. Siento emoción. En mi pueblo, el fuego nos da miedo. No hay agua para apagarlo. Pero, aquí, en el primer mundo, hay de todo. También agua, y de diversos colores y espumas.
Pero no le presto atención al Toni. Prefiero mirar las ratas que desde el puente se observan entre los hilillos helados del río; con el frío que hace, y a nadar. Parecen negros.
La furgoneta del Toni no es atractiva especialmente para los vecinos de Las Casas Baratas. Ven “Mudanzas y Transportes Antoni”, y no se atreven a robarla, porque saben de quién se trata. Un hombre de importancia. Se nos aproxima una mujer blanca, cosa extraña en este barrio, preguntándole al Toni que quién se muda.
-Es que soy la presidenta de la comunidad del bloque seis, como ya sabes, y tengo derecho a saber quién va a venir a vivir aquí. ¿Es también de color?
El color, para el primer mundo, tiene su importancia.
-No, señora Rosa- le contesta el Toni-. De momento, el piso está libre.
-Menos mal- dice la Rosa antes de dirigirse a mí, para comunicarme: “Porque, si es para ti, ¿cuántos pensáis vivir en él? Que primero decís que dos y luego sois veinte, no os importa vivir revueltos. Y mi comunidad va en función de las personas que vayáis a vivir en el piso, vete enterando si es que eres tú, que parecéis todos iguales. Y con las visitas mucho ojo, que se llama a los del Control y se acabó”.
Los números, es tema de suma importancia en el primer mundo. Sin ellos no se llega a ninguna parte. Y menos los números negros. En las restas las cosas cambian, que dos negros menos un blanco siguen siendo dos negros de todas las maneras.
Me hago el extranjero y no le contesto. Se marcha refunfuñando, aburrida, a calentarse las manos en una de las lumbres.
Se aproxima un paquistaní, y le pregunta al Toni:
-¿Tienes algún colchón de matrimonio?
Se aproxima una negra.
-Necesito una cocina de guisar que funcione.
Y otra negra.
-La cuna que me vendiste tiene el somier roto.
Y una latina.
-Una caja de aspirinas, Toni.
El Toni no lleva encima aspirinas, pero le da un jarabe para la tos, a ver qué tal.
Y otro negro.
-Ayer tocó reintegro, Toni. Parece que andamos en suerte ya.
Reconozco a algunos, pero sólo de vista. Mis conocidos andarán en su hogar blanco, esto es, las empresas.
-Si te enteras de alguna casa para limpiar me avisas.
Luego, el Toni nos pide ayudarle a descargar los muebles que lleva. Pero que no nos preocupemos, que ya vienen a por ellos los argelinos que están saliendo del locutorio. Qué alivio.
-En el próximo viaje os traeré las torres de los ordenadores- les dice, pues al parecer ampliarán el negocio.
Y así hasta que llegamos a la vivienda.
Parece un rey mago. De los que consiguen las cosas. Si el Toni fuese negro pintado, todos los cinco de enero tendría un puesto fijo en el ayuntamiento de Guadmósquil, porque es muy versátil y además es blanco. Lo pagan bien hacer de rey, no se necesita experiencia, y está muy solicitado el puesto de rey tintado desde que los blancos se van acostumbrando a ver por sus calles a los negros, es decir, personas sin pintar. El diario local denunció en sus mejores hojas que los niños de Guadmósquil, según los últimos informes de los psicólogos de las escuelas, padecían cierta inquietud en estas fechas de regalos, pues, en los últimos años, si el rey mago negro reside en la ciudad ellos se dan cuenta, defraudando así sus ilusiones.
-Ese Baltasar es el tío que vende mecheros en el mercadillo.
-Ese Baltasar es el tío que toma café en la taberna de la Conchi, la de Granada.
-Ese Baltasar es el tío que vende cedés por los bares.
-Ese Baltasar es el tío que riega los jardines.
-Ese Baltasar conduce el caminón de la basura.
-Ese Baltasar vino el otro día pidiendo por mi escalera.
-Ese Baltasar es paleta en la obra de al lado de mi casa.
-Ese Baltasar es el tío de un compañero de mi cole.
Alguien debe remediar eso, no consentirlo, que no haya riesgo de que los niños negros puedan quedarse sin los juguetes de segunda mano que los niños blancos tiran porque no les caben en sus pisos, y esos tristes comentarios de fantasía echada a perder para los niños blancos desaparecerían con el Toni. Puede ponerse bigote, sombrero de copa o chilaba, incluso hablar en el idioma oficial de Guadmósquil, que no lo reconocen así llevase siempre el mismo camello de cartón. Los blancos, no.
En el bolsillo del Toni hay ajetreo de llaves, hasta que una de ellas abre y nada más ver la entrada el Pau y yo sentimos que el primer mundo tiene los mejores arquitectos de los continentes reconocidos y los mejores precios del mercado; negro, claro. Jadeamos, porque somos personas que tenemos conocimiento del invento de los ascensores, y cinco plantas a patita cansan hasta los negros. Siempre pensando solidariamente con los pobres, los arquitectos son los seres que más conocen a éstos, y saben que el ejercicio de subir peldaños tiene un encanto similar al aerobic. Por supuesto que, cuando el arquitecto ideó Las Casas Baratas, el concepto de negro no estaba previsto en Guadmósquil, aunque sí el de pobre, esa raza universal que las dictaduras tanto aman. Desde su gran perspectiva de ricos, los arquitectos conocen perfectamente la situación de los pobres. Y de los negros. Darwin les daría el premio a todos ellos del control exhaustivo de las especies. Por ejemplo: si los pobres, o los negros, tuviésemos unas viviendas amplias y unos cómodos hogares, la reproducción se dispararía entre nosotros, menudo índice de natalidad pobre, o negra, no soportando la sociedad blanca tal cantidad de pobres ni de negros, que bastante hay ya con los chinos. Y es que no hay nada mejor para ver la vida que estar en el lado opuesto. Por eso, yo le pondría al parque el nombre del arquitecto, en vez de ese nombre asignado que nadie sabe qué son.
El primero en entrar al cuarto de baño, es el Pau, valorando por su cuenta nuestras nulas intenciones; y aclara que no es para hacer sus necesidades, sino para comprobar si tiene. Sale peor que entra. Pero tiene. Con sus piezas relimpias, no sé de qué se queja el Pau, qué delicado a pesar de ser blanco pobre. En la pensión de la Ángels están algo sucias, pero éstas, no. Y el piso tiene puertas. Y cocina. Y salita. Y suelo. Y techo. Y una rata seca que el Toni tira por la ventana. No está mal, Yeboah, me digo, no es bueno tener prejuicios, las ratas son muy listas y se cuelan por cualquier sitio habitable. Desde las ventanas de este lado de la calle se ve la chimenea humeante de la fábrica de plásticos Phillop. Y la escuela, con la bandera algo flácida por la humedad del ambiente, que parece que tiene las listas rojas blanquecinas de agua nieve. Y, no muy lejana, la autovía, bien comunicada con las empresas de Guadmósquil si dejasen circular bicicletas.
Le digo al Toni que me encanta. Que parece que he nacido en él. El Pau no se lo cree.
-No digas chorradas, Yeboah- me dice el Pau-. Esto parece una planta de reciclaje.
-Bah, Pau...- se ofende el Toni-, no jodas, tío, que el piso tiene de todo. Y por los muebles no te preocupes, Yeboah, que te haré un buen lote a un precio de amigo.
Le pregunto al Toni que cómo funciona la calefacción. Me dice que es tecnología algo desfasada comparándola con las últimas memorias de calidades modernas, pero muy eficaz y ecológica, nada que ver con las actuales, que no paran de estropearse y contaminar la atmósfera, y que conoce a uno que me la arreglará a buen precio.
-Con cáscaras de avellanas, como la de mi oficina. En cualquier tienda de Guadmósquil puedes encontrarlas por sacos y bien baratas.
-Ah, bueno- le contesto consolado al Toni, pues ya me veía devorando avellanas para estar calentito-. Y de paso tu amigo me pondría tuberías nuevas, que estas están reventadas de hielo.
-Cuenta con un buen descuento.
Con las tonterías, nos han dado las dos y cuarto. Me quedan quince minutos si quiero que la Ángels me dé hoy de comer sus pucheros multirraciales. Le digo al Toni que me lo pensaré, y que me deje en la puerta de la pensión o me lleve a comer a su casa, para irse acostumbrando a mi indigencia una vez hipotecada mi vida.
Se ríe.
Yo, no.
Dejamos primero al Pau. En la cafetería “Chispy´s”, en donde trabaja de camarero y ya llega tarde.
-Luego nos vemos- le digo.
-Sí, tío, que hoy juega el Barsa con el Valencia- me recuerda para que no falte a nuestra cita.
-Vale, tío.
Me deja el Toni en la pensión.
La Ángels tiene visita. Visita oficial. El comedor está cerrado. Todos los huéspedes se han quedado de pronto sin hambre y les ha entrado un profundo sueño porque no hay nadie sino ellos.
-Papeles- me dice uno rápidamente al verme entrar, no vaya a ocurrir que salga yo corriendo, que ya se sabe que los negros tenemos ese pronto de correr enseguida ante un blanco.
Todos en ayunas hasta nueva orden.
-Quaye, Sarkodie, Imran, Wilson Andrés, De la Kuakju, Bahkti, Kulsharanjit...- están leyendo la lista que la Ángels les ha dado y revisado, y cuando dicen mi nombre digo:
-Ése.
Y no sé por qué lo digo ante los blancos, pues en realidad mi nombre es Negro. Así me llaman todos.
La Ángels lo confirma. Y mis papeles.
-¿Y qué haces aquí a esta hora?- me preguntan mostrándome sus relojes-. ¿Es que tú no trabajas? ¿De dónde sacas el dinero, si no?
Podría vender alfombras de Persia en invierno y alfombrillas de playa en verano, relojes falsos, taladros, polos, alhajas temporales, toallas, ventiladores, drogas blandas y duras, radiocasetes para el coche, pilas, juguetes, videocámaras para fotos, móviles de segunda mano, navajas de Albacete..., o vender mi cuerpo, como, por ejemplo, mi amigo el Sakiri, que tiene enamorado a una ricachona de Guadmósquil que lo tiene hecho un rey Baltasar todos los días del año.
-Trabajo en el Matadero Palau- les digo, pero la Ángels ya se me había adelantado y sabían de mí hasta el número de mis zapatillas de segunda mano. Investigaciones del Centro del Control.
-Ajá. Pues hoy es día laboral- contestan muy alegres pensando que me han pillado en delito negro-. Es viernes. ¿Entiendes nuestro idioma? Que es viernes te estamos diciendo. Laboral. Viernes. Lunes, martes, miércoles..., viernes..., trabajo, currelo, faena... Éste no se entera de nada, tú.
Para un negro, es de máxima importancia no estar por las calles los días laborales.
-Me pedí el día libre para buscar vivienda.
-¿Con que vivienda, eh?- parecen asombrados-. ¿El día libre? ¡Qué raro, hummm!
La libertad, en el primer mundo, es como el veneno. Si se administra poquito, hasta puede ser beneficioso. Pero a ellos les resulta demasiada dosis para un negro.
-Pues no conocemos a nadie que se pida el día libre para eso. Tu empresa es muy comprensiva con gente como tú, ¿no? Muy comprensiva. Para que luego digáis de nosotros que si esto o lo otro. Y..., si ya tienes vivienda aquí, ¿para qué buscas otra? ¿No estás a gusto en ca la Ángels, o es que te piensas traer a más gente de tu país? ¿No te parece que ya estáis demasiados? ¿Entiendes nuestro idioma? Pocos, muchos, demasiados... Éste no se entera de nada, y, la verdad, señora Ángels, sinceramente, usted antes no era así, ya no es delicada, y lo mismo mete aquí a cualquier persona sea negra, blanca o medio tintada, no sé, usted ha cambiado mucho, qué ha sido de usted, como le decía, ya usted no es delicada, sólo le falta meter también a gitanos...
La cosa se pone negra. Presiento que hoy no almorzaré. Bueno, tal vez un bocata en la comisaría; los sirven muy buenos, normalmente de fuet, por aquello de la tierra.
La Ángels los invita a un moscatel para templar los nervios de los dos agentes del Centro de Control, pero contestan que no pueden, que ya han bebido antes en otra inspección que ha tenido resultado positivo y lo han celebrado, pues han detectado una red de tráfico de familias que ya venían investigando desde hacía tiempo.
-Mi más sentida enhorabuena- los felicita la Ángels con la botella sin empezar-. Con la nueva ley de extranjería, todos corremos menos peligro.
La Ángels, es muy buena diplomática. Más le vale, porque, de no serlo, se quedaría sin esos porros que de vez en cuando solicita a ciertos huéspedes las noches de los sábados, si, de pronto, le da por preguntar por los pasillos si alguien sabe por dónde demonios anda ahora el Shahbaz, el paquistaní que la enamoró, dejándola, más tarde, por su cuarta esposa. Y sin nuestros ingresos negros y los blancos oficiales.
-De vez en cuando hay que hacer limpieza, señora Ángels- le dicen, y ella les responde, tan inocente: “Ya la hago, ya la hago, que para eso pone ahí Desratizado el día tal”.
Estoy en su lista negra, menos mal. Parecen muy satisfechos, a pesar de no haberse llevado a nadie, porque nos han recordado que el primer mundo tiene su control. Me encanta. Sin control, no es primer mundo. Si no, que se lo digan a Bush, el pobre todo el santo día recordando al primer mundo la amenaza constante que supone ser distinto y para más suplicio no cristiano. Eso, que se lo digan al pobre blanco.
En la despedida, los del Centro de Control advierten a la Ángels de que la próxima vez procure coincida el número de bicicletas aparcadas en el portal de su pensión con el número de emigrantes que en ésta vivimos. Ella les promete que así será, pero que hagan el favor de no comprobarles más, de una vez, si funcionan los faros, que se le está pegando el guiso en los fogones.
Y por fin las mesas de la Ángels se van llenando de platos y gente. Todos callados; cada cual con su secreto de estado. Del estado de su supervivencia.
Al postre, me suena el móvil. Dudo si cogerlo o no, porque es “Número desconocido”, y así se identifica el personal de oficina del Matadero cuando nos llaman para hacer más horas extras los fines de semana. Las horas extras, en el primer mundo, son muy interesantes. Los obreros tenemos que trabajar más y más para que el primer mundo explote de obesidad, consumiendo su ansiedad a través de la comida y la bebida; aun así, el resto de producción debe liquidarse porque, si no, los países se sancionan unos a otros chivándose de la posibilidad de progresar más. El primer mundo tiene, pues, dos alternativas irrenunciables para ser reconocido como tal: reventar y reventar. Exceptuando a los anoréxicos, que lo mismo les da porque de todos modos quieren morirse de hambre en el primer mundo porque no pasan hambre en el primer mundo. Lo dejo sin coger y me como el postre multirracial que la Ángels ha preparado hoy: flan. Vuelve a sonar el móvil durante el té de sobre que me bebo a falta de té de verdad. Y suena. Y suena. Y suena. Hasta que lo cojo en la habitación, preparado ya el decir que vale, que trabajaré el sábado y el domingo porque soy fiel obrero y no quiero que me despidan por no ser solidario con el primer mundo.
-Yeboah, soy Rachid.
-Hola, tío. Cómo va.
-Te llamo para que me busques un trabajo.
-¿No estabas en Almería?
-Bueno, pienso irme.
-Te iba bien, ¿no?
-Han bajado el salario a cuatro euros la hora.
El Rachid, qué alegría. El Rachid, qué bien. El Rachid es un iluso. Le dije al Rachid hace años, enfilados por la carretera hacia Murcia en busca de un pueblo donde no nos expulsaran, que la agricultura no tiene futuro para un extranjero. La industria, instalada en el primer mundo, es lo nuestro. Porque en el primer mundo ya nadie la quiere, y hay que saber aprovecharse de ello y ellos de nosotros.
-Pero si estabas empadronado, ¿no?
-¡Qué va! No me dejaron, porque dijeron que el piso donde vivía no estaba en buenas condiciones para vivir, que me buscase otro, y eso que le pagué mil al funcionario que me falsificó el papeleo. Me busqué un chalet, pero era para sacar al perro de la vieja que allí vivía. Un euro la vuelta.
Me encanta el primer mundo. A los animales los tratan bien. En eso nos parecemos mucho en las culturas. Unos los pasean, y otros los miran adornados con laurel.
Me despido del Rachid sin prometerle nada.
Son las cuatro y media de la tarde, y en Guadmósquil ya es de noche. Es tan del primer mundo que podría ser cualquier capital de Europa. Entre la niebla tropiezo con algunas personas y ellas conmigo; se espantan al verme de sopetón porque la niebla es blanca y yo soy negro. Voy dirección al locutorio.
Me saluda el Pere, que es el dueño.
-Hola Yeboah.
Me saluda el que lo lleva, el Ibrahim.
-Irás a ver el partido, ¿no?
-Claro que sí.
Llamo a unos amigos de mi familia. Viven a cuarenta kilómetros de mi pueblo, pero tienen teléfono. Para decirles que estoy bien, que se lo digan a mi familia, y también que les envié dinero hace unos días a través de un paisano para ahorrarme la comisión del envío.
La cafetería “Chispy´s” ha entrado ya en ambiente. Se nota que es viernes, que mañana habrá más gente. En ambiente de recuerdos. De recuerdos del presente. Ya han comenzado a servirse cervezas y cafés. Saludo al Pau, y a conocidos. Y sentado entre ellos escuchando hablar de los mismos temas siempre, pienso qué estarán haciendo a esas horas mis hermanos, mis padres, mis vecinos, mis recuerdos. Por qué no estoy en el instante de mi pasado, sino en este tiempo exacto en que mi corazón devora la espera en ver un partido de fútbol que me importa una mierda. Por qué noto que mato el tiempo, que no vivo este tiempo sino para matarlo. Qué demonios pinto entre estas calles frías, estos impecables espacios ajenos a mi persona donde las razas tienen el valor cuando se habla de perros. Qué pedigrí sino el de pobre tengo adherido a mí, que no me siento el tiempo para la vida y por qué he de comprender esta locura de producir para devolverlo al banco. Reflexiono tanto que vuelvo a ser un negro, y eso no me conviene, pensar como negro. Así que me pido una cerveza con 0´0 % de alcohol y una bolsa de patatas fritas bajas en calorías y me recupero enseguida disfrazado de blanco.
Entra la mujer blanca que siempre veo en la cafetería. Es una mujer mayor, que se pasa las horas metiendo monedas en la máquina tragaperras. Ya ni la miramos, a pesar de ser la única mujer blanca de Guadmósquil que visita este negocio. Nos tienen respeto. Respeto al negro.
El ambiente se va recalentando con la llegada del turno de mañana más horas extras de las empresas. Se comenta con emoción que hoy veremos jugar al jugador marroquí Abdel, nuevo fichaje del Barsa. Es raro, un marroquí. Normalmente, los jugadores de primera división son negros. Estrellas negras en un blanco cielo de fama. Y es que los blancos saben que los negros corremos mucho. En la historia del chiste nos tienen en cuenta.
Veo al Sakiri.
-¿Cómo te va con la novia?- le digo.
-No es mi novia- dice riéndose a carcajada limpia-. Es mi amiga. La he dejado en lo de los rayos uva.
¿Quiere ser negra la blanca mujer? No es probable.
Comienza el partido. Esperaba algo más de ambiente. Mañana será mejor porque es sábado. Pero todos tenemos la cara de cualquier día. Cara de tiempo muerto. Del tiempo que no vivimos.
Me suena el móvil. Un fijo.
-Yeboah, qué pasa con el piso, tío, que tengo a unos cuantos interesados.
El Toni espera una respuesta que aún no he pensado.
-No sé...
-Es que si no te das prisa te quedarás sin él. ¿Comienzo los papeleos o no?
-No sé...
-Pero si necesitas pensarlo más te lo reservo.
-Vale.
-¿Vale, qué?
-Que nada, que me quedo sin él.
-¡Joder, tío, se te va la cobertura!... ¡La estufa ya te la tengo localizada!
El tiempo del primer mundo tiene contador, y las respuestas de segundos pagados es tiempo de necesaria respuesta pagada.
El Barsa ha metido un gol.
El Valencia ha metido un gol.
-Me voy- le digo al Pau.
-Adiós, tío- me contesta limpiando con los carteles del menú y urgentemente el mostrador de minúsculas cucarachas rubias que se esconden bajo los platos de los cafés.
-Deja alguna viva- le digo observando los cadáveres-. La especie debe continuar.
-En invierno se les mata antes- dice el Pau-. Se les ralentiza el ánimo.
Como a los negros.
Y callejuelas arriba me marcho con el gorro hasta las orejas y a toda prisa pelado de frío. Antes de que me vean los del Centro de Control y me registren para ver dónde llevo la droga que no llevo porque haya perdido el Barsa. O antes de que me atrapen los controladores raciales y me arreen con sus blancas cadenas porque les ensucie su blanca cultura. Porque soy negro metido en un gran fantasma de niebla.
A ver qué ha hecho la Ángels de cena. Me apetece un pescado con el olor del río de mi pueblo.
No hay modo alguno de que Guadmósquil no me siga pareciendo una porquería.
Me observo por dentro, recordando que soy negro. Y qué. Soy Yeboah, me digo para no olvidarlo. Nací negro. Ellos nacieron blancos. Y qué.
Pensando que soy un inadaptado al primer mundo, que lo tengo negro. Con lo que me encanta.
El Pau me ve serio; pensativo. No es que esté impresionado, sino que, comparado con mi pueblo, Guadmósquil es una porquería. Por eso hay tanto cerdo, o será por lo contrario, que hay mucho cerdo y por eso hay porquería. No lo digo por el Toni, que el pobre me ha sacado un Marlboro y todo, sabiendo que no fumo. Lo digo, porque el primer mundo me dice que tengo que pagar por un cuchitril con proyecto de arquitecto el precio de mi trabajo de 25 años, 16 horas de 24 al día. Y eso, eso no todo el mundo puede decirlo.
Yeboah estás perdido, me digo y digo, cuando recuerdo que soy más negro que los presentes, por no decir el único.
La mayoría de mis compañeros de trabajo, viven en Las Casas Baratas. Cualquier turista que ande perdido y visite Guadmósquil, en cuanto se tropezase con Las Casas Baratas sabría eso, que es zona negra. Parece un aparcamiento de bicicletas. Y es que a los negros nos encanta hacer ejercicio, por eso las usamos para cruzar las cortinas de niebla de los inviernos yendo para la fábrica o patinar sobre el hielo como las artistas barbie de la tele. Dicen los jubilados de Guadmósquil que, hace años, antes de la emigración extranjera en la zona blanca, las empresas ponían a disposición de sus blancos empleados autobuses, con calefacción y todo, y gratis, paga la empresa. Pero ya no es necesario. Para qué, si los negros nos apañamos muy bien con las bicicletas, colaborando así a que la capa de ozono se mantenga en buenas condiciones y no se quemen al sol los turistas blancos, valga la redundancia, que bastante ozono se rompe ya con los esprais para matar las moscas que tanto molestan a los blancos. Además, nos es más fácil que a los blancos, la genética ya nos avisaba con los fémures más largos, preparados para conducir bicicletas yendo a los trabajos blancos.
Visité Las Casas Baratas no hace mucho. En una inauguración del alcalde, con el parque infantil “Derechos Humanos”. Todos lo esperábamos con emoción, porque ya sabemos defendernos en el idioma oficial de Guadmósquil.
El alcalde, nos decía en su idioma:
-Ser de aquí es un privilegio, ser de aquí es lo mejor que a nadie pueda pasarle, ser de aquí es la diferencia de no ser de otro lugar, ser de aquí como ya sabéis los que más tiempo lleváis entre nosotros es lo mejor, ser de aquí es el modo para que todos estamos en este tren de la reivindicación de la tierra de aquí, la bandera y la fe de aquí, ser de aquí...
Le dijimos allí mismo:
-Ilmop tren truen ala putre.
Más o menos intercaladas las voces con diferentes acentos de cada país. Fue un instante muy bonito, y se emocionó mucho, hasta nos saludó con la mano, y eso que somos negros, tostados o con los ojos raros y para colmo no podemos votarle. Todo andaba estupendamente, qué detalle de palabras esa integración al primer mundo de aquí, hasta que el Mohammed, que es marroquí recién venido y presidente de la asociación ilegal “Víctimas negras del tren”, le dijo:
-¡Vaya mieggda de paggque, payasio, donde se mueggen los ninios!
Sacándole el dedo anular con ese acento francés suyo (es un hombre de mundo). Ahí se pasó el Mohammed. Todos nos callamos para ver qué más decía, conociendo la facilidad que para los idiomas tienen los árabes, también llamados en Guadmósquil moros y mojameses. La televisión local dio por terminado el reportaje. Entonces, una bandada policial apareció por debajo de la vía que cruza el parque por un lateral, y todos salimos disparados.
Decirle eso al alcalde no tiene perdón de ningún dios, encima que descenderá considerablemente el número de niños negros atropellados por el tren gracias a esta iniciativa para la integración y el bienestar negro. Desde ese día no hemos vuelto a ver al Mohammed, la asociación que presidía se ha disuelto inesperadamente, y el local cedido por “Tocinería Neus” ha cambiado su cerradura. Normal. A ver qué hacía él, que es fiel marroquí consumidor de Meca-Cola, en una asociación de negros, sino darle motivos a las autoridades para considerarlo peligroso terrorista afín a Bin Laden y un bocazas de “no a la guerra”. Dicen mis compañeros de trabajo que su bicicleta aún continúa aparcada con las ruedas pinchadas y excrementos de palomas, sin ni siquiera el cartel de “Se vende o traspasa”, ni nada. Eso, mosquea.
Aparte de este incidente sin importancia, no es mal lugar para vivir. Abre uno los ojos por la mañana, se asoma por la ventana y ¡qué lindo paisaje!, ¡como en el pueblo de uno no se está en ninguna parte! Claro que, para vivir como en el pueblo de uno, este negro no contaba con esas horas trabajadas en la industria cárnica y otras cosillas sin importancia. Conozco tanta gente que vive aquí... Todos del “Matadero y Despiece Palau, S.A.”, pero en Guadmósquil le decimos “el Matadero”, para sintetizar con sinceridad. En el Matadero, no solamente se matan animales; también se mata la energía negra, que es mucha, y eso los blancos lo saben. Es el único lugar del primer mundo en donde va bien que uno sea negro.
-Nos encanta su color- me dijeron en la entrevista de trabajo, mientras me daban un gran cuchillo y un gorro blanco-. Nosotros no somos racistas. Si sabes escribir firma aquí o moja el dedo.
Mi color, oculta mejor la sangre que dejan los animales en la piel, y si se cae un dedo entre la trituradora de morcillas o el fuet, lo mismo. Al Amerjeet le pasó, que se quedó sin cuatro dedos y nunca más se supo de ellos. Ahora anda barriendo las calles de Guadmósquil, a cambio de su silencio negro.
-Y tengo tres pagas extras- va diciéndole a sus amigos ayudándose con el pie a que la escoba corra.
Nuestro turno es diverso. Pero el mío es un turno de todo el día; es decir, que mi casa es la empresa. Tiene sus ventajas. Vivo en un lugar cualquiera, y duermo en la Pensión Ángels. Así se llama mi casera. La Ángels. Tiene un listado con nuestras nacionalidades, edades, estado civil, vacunas y números de móviles, que de vez en cuando actualiza para dárselo a Bienestar Social. Por cada emigrante que tiene bajo su techo para nuestra reinserción, recibe una indemnización, también llamada subvención. Ya ha sido denunciada en varias ocasiones por la asociación de vecinos y comerciantes del casco antiguo, por sacudir ropas por los balcones, y, aunque afirma y confirma que son de ella, nadie la cree pensando que son ropas demasiado negras para una blanca. Pero es que ella es así de solidaria y limpia. El viejo caserón de la Ángels está en una calle donde los edificios se acercan unos con otros en los inviernos y sus piedras rezuman caldo todo el año, de modo que el escaso sol que nos visita ni siquiera lo percibimos los fines de semana. Para qué. Ya venimos bronceados del vientre de nuestras negras madres. Qué gran vidente es la vida.
Quedamos con el Toni en que veremos el piso, bueno. A la una de la tarde; habrá que darse una vuelta mientras tanto; para que no coincida con el horario al público y la empresa no crea que el Toni es un obrero presometido. Me encanta la visión obrera del primer mundo con eso de lo laboral. Los blancos firman lo que han llamado contrato basura, y dicen que les quitamos los trabajos que no firman ni muertos. Y es que la firma de un negro tiene mucho valor en el primer mundo, por eso será que les privamos de tenerlos y los obligamos al desempleo.
La vuelta de espera es, con el frío que hace, a pasear velas, dice el Pau y con razón. Guadmósquil tiene aspecto de polo. De polo que nadie se coma ni en verano. Si nos metemos en otra cafetería, ninguno de los dos llegaremos a fin de mes. El banco de espera elegido está frente a la biblioteca pública. Bonito paisaje de blancos.
Por el camino ya el Toni nos va convenciendo del paisaje. Vamos en su furgoneta, donde al parecer lleva muebles que no cesan de saltar, y el ambiente de Radio Olé hace del paisaje un dulce sueño que no hay quién se lo trague.
-Aquello son los tintes de algodón Aumatell, y aquello la granja de aves del Solá...- para darle buen nivel al suelo urbano.
Luego, nos añade predicciones atmosféricas favorables para la compra de una vivienda:
-El clima está cambiando. Este año aún no ha nevado, y eso es una muy buena señal- para anunciarnos que el frío irá desapareciendo año tras año y, definitivamente, terminaré de pagarle al banco el piso cuando Guadmósquil sea, por fin, el Caribe. ¡Qué alegría! ¡Lo que valdrá entonces mi vivienda!
Prosigue:
-Ya sólo pasan cada quince minutos- refiriéndose a los trenes cuando cruzamos la vía a la altura del puente, para informarnos de que cada vez es menor el peligro de atropello y ruido. Menos probabilidades de ser descuartizado por los medios de transporte más modernos. ¡Una ventaja!
Con tal de no comentar nada, mientras nos aproximamos, de lo que vemos ante nosotros: las lumbres de los negros. Siento emoción. En mi pueblo, el fuego nos da miedo. No hay agua para apagarlo. Pero, aquí, en el primer mundo, hay de todo. También agua, y de diversos colores y espumas.
Pero no le presto atención al Toni. Prefiero mirar las ratas que desde el puente se observan entre los hilillos helados del río; con el frío que hace, y a nadar. Parecen negros.
La furgoneta del Toni no es atractiva especialmente para los vecinos de Las Casas Baratas. Ven “Mudanzas y Transportes Antoni”, y no se atreven a robarla, porque saben de quién se trata. Un hombre de importancia. Se nos aproxima una mujer blanca, cosa extraña en este barrio, preguntándole al Toni que quién se muda.
-Es que soy la presidenta de la comunidad del bloque seis, como ya sabes, y tengo derecho a saber quién va a venir a vivir aquí. ¿Es también de color?
El color, para el primer mundo, tiene su importancia.
-No, señora Rosa- le contesta el Toni-. De momento, el piso está libre.
-Menos mal- dice la Rosa antes de dirigirse a mí, para comunicarme: “Porque, si es para ti, ¿cuántos pensáis vivir en él? Que primero decís que dos y luego sois veinte, no os importa vivir revueltos. Y mi comunidad va en función de las personas que vayáis a vivir en el piso, vete enterando si es que eres tú, que parecéis todos iguales. Y con las visitas mucho ojo, que se llama a los del Control y se acabó”.
Los números, es tema de suma importancia en el primer mundo. Sin ellos no se llega a ninguna parte. Y menos los números negros. En las restas las cosas cambian, que dos negros menos un blanco siguen siendo dos negros de todas las maneras.
Me hago el extranjero y no le contesto. Se marcha refunfuñando, aburrida, a calentarse las manos en una de las lumbres.
Se aproxima un paquistaní, y le pregunta al Toni:
-¿Tienes algún colchón de matrimonio?
Se aproxima una negra.
-Necesito una cocina de guisar que funcione.
Y otra negra.
-La cuna que me vendiste tiene el somier roto.
Y una latina.
-Una caja de aspirinas, Toni.
El Toni no lleva encima aspirinas, pero le da un jarabe para la tos, a ver qué tal.
Y otro negro.
-Ayer tocó reintegro, Toni. Parece que andamos en suerte ya.
Reconozco a algunos, pero sólo de vista. Mis conocidos andarán en su hogar blanco, esto es, las empresas.
-Si te enteras de alguna casa para limpiar me avisas.
Luego, el Toni nos pide ayudarle a descargar los muebles que lleva. Pero que no nos preocupemos, que ya vienen a por ellos los argelinos que están saliendo del locutorio. Qué alivio.
-En el próximo viaje os traeré las torres de los ordenadores- les dice, pues al parecer ampliarán el negocio.
Y así hasta que llegamos a la vivienda.
Parece un rey mago. De los que consiguen las cosas. Si el Toni fuese negro pintado, todos los cinco de enero tendría un puesto fijo en el ayuntamiento de Guadmósquil, porque es muy versátil y además es blanco. Lo pagan bien hacer de rey, no se necesita experiencia, y está muy solicitado el puesto de rey tintado desde que los blancos se van acostumbrando a ver por sus calles a los negros, es decir, personas sin pintar. El diario local denunció en sus mejores hojas que los niños de Guadmósquil, según los últimos informes de los psicólogos de las escuelas, padecían cierta inquietud en estas fechas de regalos, pues, en los últimos años, si el rey mago negro reside en la ciudad ellos se dan cuenta, defraudando así sus ilusiones.
-Ese Baltasar es el tío que vende mecheros en el mercadillo.
-Ese Baltasar es el tío que toma café en la taberna de la Conchi, la de Granada.
-Ese Baltasar es el tío que vende cedés por los bares.
-Ese Baltasar es el tío que riega los jardines.
-Ese Baltasar conduce el caminón de la basura.
-Ese Baltasar vino el otro día pidiendo por mi escalera.
-Ese Baltasar es paleta en la obra de al lado de mi casa.
-Ese Baltasar es el tío de un compañero de mi cole.
Alguien debe remediar eso, no consentirlo, que no haya riesgo de que los niños negros puedan quedarse sin los juguetes de segunda mano que los niños blancos tiran porque no les caben en sus pisos, y esos tristes comentarios de fantasía echada a perder para los niños blancos desaparecerían con el Toni. Puede ponerse bigote, sombrero de copa o chilaba, incluso hablar en el idioma oficial de Guadmósquil, que no lo reconocen así llevase siempre el mismo camello de cartón. Los blancos, no.
En el bolsillo del Toni hay ajetreo de llaves, hasta que una de ellas abre y nada más ver la entrada el Pau y yo sentimos que el primer mundo tiene los mejores arquitectos de los continentes reconocidos y los mejores precios del mercado; negro, claro. Jadeamos, porque somos personas que tenemos conocimiento del invento de los ascensores, y cinco plantas a patita cansan hasta los negros. Siempre pensando solidariamente con los pobres, los arquitectos son los seres que más conocen a éstos, y saben que el ejercicio de subir peldaños tiene un encanto similar al aerobic. Por supuesto que, cuando el arquitecto ideó Las Casas Baratas, el concepto de negro no estaba previsto en Guadmósquil, aunque sí el de pobre, esa raza universal que las dictaduras tanto aman. Desde su gran perspectiva de ricos, los arquitectos conocen perfectamente la situación de los pobres. Y de los negros. Darwin les daría el premio a todos ellos del control exhaustivo de las especies. Por ejemplo: si los pobres, o los negros, tuviésemos unas viviendas amplias y unos cómodos hogares, la reproducción se dispararía entre nosotros, menudo índice de natalidad pobre, o negra, no soportando la sociedad blanca tal cantidad de pobres ni de negros, que bastante hay ya con los chinos. Y es que no hay nada mejor para ver la vida que estar en el lado opuesto. Por eso, yo le pondría al parque el nombre del arquitecto, en vez de ese nombre asignado que nadie sabe qué son.
El primero en entrar al cuarto de baño, es el Pau, valorando por su cuenta nuestras nulas intenciones; y aclara que no es para hacer sus necesidades, sino para comprobar si tiene. Sale peor que entra. Pero tiene. Con sus piezas relimpias, no sé de qué se queja el Pau, qué delicado a pesar de ser blanco pobre. En la pensión de la Ángels están algo sucias, pero éstas, no. Y el piso tiene puertas. Y cocina. Y salita. Y suelo. Y techo. Y una rata seca que el Toni tira por la ventana. No está mal, Yeboah, me digo, no es bueno tener prejuicios, las ratas son muy listas y se cuelan por cualquier sitio habitable. Desde las ventanas de este lado de la calle se ve la chimenea humeante de la fábrica de plásticos Phillop. Y la escuela, con la bandera algo flácida por la humedad del ambiente, que parece que tiene las listas rojas blanquecinas de agua nieve. Y, no muy lejana, la autovía, bien comunicada con las empresas de Guadmósquil si dejasen circular bicicletas.
Le digo al Toni que me encanta. Que parece que he nacido en él. El Pau no se lo cree.
-No digas chorradas, Yeboah- me dice el Pau-. Esto parece una planta de reciclaje.
-Bah, Pau...- se ofende el Toni-, no jodas, tío, que el piso tiene de todo. Y por los muebles no te preocupes, Yeboah, que te haré un buen lote a un precio de amigo.
Le pregunto al Toni que cómo funciona la calefacción. Me dice que es tecnología algo desfasada comparándola con las últimas memorias de calidades modernas, pero muy eficaz y ecológica, nada que ver con las actuales, que no paran de estropearse y contaminar la atmósfera, y que conoce a uno que me la arreglará a buen precio.
-Con cáscaras de avellanas, como la de mi oficina. En cualquier tienda de Guadmósquil puedes encontrarlas por sacos y bien baratas.
-Ah, bueno- le contesto consolado al Toni, pues ya me veía devorando avellanas para estar calentito-. Y de paso tu amigo me pondría tuberías nuevas, que estas están reventadas de hielo.
-Cuenta con un buen descuento.
Con las tonterías, nos han dado las dos y cuarto. Me quedan quince minutos si quiero que la Ángels me dé hoy de comer sus pucheros multirraciales. Le digo al Toni que me lo pensaré, y que me deje en la puerta de la pensión o me lleve a comer a su casa, para irse acostumbrando a mi indigencia una vez hipotecada mi vida.
Se ríe.
Yo, no.
Dejamos primero al Pau. En la cafetería “Chispy´s”, en donde trabaja de camarero y ya llega tarde.
-Luego nos vemos- le digo.
-Sí, tío, que hoy juega el Barsa con el Valencia- me recuerda para que no falte a nuestra cita.
-Vale, tío.
Me deja el Toni en la pensión.
La Ángels tiene visita. Visita oficial. El comedor está cerrado. Todos los huéspedes se han quedado de pronto sin hambre y les ha entrado un profundo sueño porque no hay nadie sino ellos.
-Papeles- me dice uno rápidamente al verme entrar, no vaya a ocurrir que salga yo corriendo, que ya se sabe que los negros tenemos ese pronto de correr enseguida ante un blanco.
Todos en ayunas hasta nueva orden.
-Quaye, Sarkodie, Imran, Wilson Andrés, De la Kuakju, Bahkti, Kulsharanjit...- están leyendo la lista que la Ángels les ha dado y revisado, y cuando dicen mi nombre digo:
-Ése.
Y no sé por qué lo digo ante los blancos, pues en realidad mi nombre es Negro. Así me llaman todos.
La Ángels lo confirma. Y mis papeles.
-¿Y qué haces aquí a esta hora?- me preguntan mostrándome sus relojes-. ¿Es que tú no trabajas? ¿De dónde sacas el dinero, si no?
Podría vender alfombras de Persia en invierno y alfombrillas de playa en verano, relojes falsos, taladros, polos, alhajas temporales, toallas, ventiladores, drogas blandas y duras, radiocasetes para el coche, pilas, juguetes, videocámaras para fotos, móviles de segunda mano, navajas de Albacete..., o vender mi cuerpo, como, por ejemplo, mi amigo el Sakiri, que tiene enamorado a una ricachona de Guadmósquil que lo tiene hecho un rey Baltasar todos los días del año.
-Trabajo en el Matadero Palau- les digo, pero la Ángels ya se me había adelantado y sabían de mí hasta el número de mis zapatillas de segunda mano. Investigaciones del Centro del Control.
-Ajá. Pues hoy es día laboral- contestan muy alegres pensando que me han pillado en delito negro-. Es viernes. ¿Entiendes nuestro idioma? Que es viernes te estamos diciendo. Laboral. Viernes. Lunes, martes, miércoles..., viernes..., trabajo, currelo, faena... Éste no se entera de nada, tú.
Para un negro, es de máxima importancia no estar por las calles los días laborales.
-Me pedí el día libre para buscar vivienda.
-¿Con que vivienda, eh?- parecen asombrados-. ¿El día libre? ¡Qué raro, hummm!
La libertad, en el primer mundo, es como el veneno. Si se administra poquito, hasta puede ser beneficioso. Pero a ellos les resulta demasiada dosis para un negro.
-Pues no conocemos a nadie que se pida el día libre para eso. Tu empresa es muy comprensiva con gente como tú, ¿no? Muy comprensiva. Para que luego digáis de nosotros que si esto o lo otro. Y..., si ya tienes vivienda aquí, ¿para qué buscas otra? ¿No estás a gusto en ca la Ángels, o es que te piensas traer a más gente de tu país? ¿No te parece que ya estáis demasiados? ¿Entiendes nuestro idioma? Pocos, muchos, demasiados... Éste no se entera de nada, y, la verdad, señora Ángels, sinceramente, usted antes no era así, ya no es delicada, y lo mismo mete aquí a cualquier persona sea negra, blanca o medio tintada, no sé, usted ha cambiado mucho, qué ha sido de usted, como le decía, ya usted no es delicada, sólo le falta meter también a gitanos...
La cosa se pone negra. Presiento que hoy no almorzaré. Bueno, tal vez un bocata en la comisaría; los sirven muy buenos, normalmente de fuet, por aquello de la tierra.
La Ángels los invita a un moscatel para templar los nervios de los dos agentes del Centro de Control, pero contestan que no pueden, que ya han bebido antes en otra inspección que ha tenido resultado positivo y lo han celebrado, pues han detectado una red de tráfico de familias que ya venían investigando desde hacía tiempo.
-Mi más sentida enhorabuena- los felicita la Ángels con la botella sin empezar-. Con la nueva ley de extranjería, todos corremos menos peligro.
La Ángels, es muy buena diplomática. Más le vale, porque, de no serlo, se quedaría sin esos porros que de vez en cuando solicita a ciertos huéspedes las noches de los sábados, si, de pronto, le da por preguntar por los pasillos si alguien sabe por dónde demonios anda ahora el Shahbaz, el paquistaní que la enamoró, dejándola, más tarde, por su cuarta esposa. Y sin nuestros ingresos negros y los blancos oficiales.
-De vez en cuando hay que hacer limpieza, señora Ángels- le dicen, y ella les responde, tan inocente: “Ya la hago, ya la hago, que para eso pone ahí Desratizado el día tal”.
Estoy en su lista negra, menos mal. Parecen muy satisfechos, a pesar de no haberse llevado a nadie, porque nos han recordado que el primer mundo tiene su control. Me encanta. Sin control, no es primer mundo. Si no, que se lo digan a Bush, el pobre todo el santo día recordando al primer mundo la amenaza constante que supone ser distinto y para más suplicio no cristiano. Eso, que se lo digan al pobre blanco.
En la despedida, los del Centro de Control advierten a la Ángels de que la próxima vez procure coincida el número de bicicletas aparcadas en el portal de su pensión con el número de emigrantes que en ésta vivimos. Ella les promete que así será, pero que hagan el favor de no comprobarles más, de una vez, si funcionan los faros, que se le está pegando el guiso en los fogones.
Y por fin las mesas de la Ángels se van llenando de platos y gente. Todos callados; cada cual con su secreto de estado. Del estado de su supervivencia.
Al postre, me suena el móvil. Dudo si cogerlo o no, porque es “Número desconocido”, y así se identifica el personal de oficina del Matadero cuando nos llaman para hacer más horas extras los fines de semana. Las horas extras, en el primer mundo, son muy interesantes. Los obreros tenemos que trabajar más y más para que el primer mundo explote de obesidad, consumiendo su ansiedad a través de la comida y la bebida; aun así, el resto de producción debe liquidarse porque, si no, los países se sancionan unos a otros chivándose de la posibilidad de progresar más. El primer mundo tiene, pues, dos alternativas irrenunciables para ser reconocido como tal: reventar y reventar. Exceptuando a los anoréxicos, que lo mismo les da porque de todos modos quieren morirse de hambre en el primer mundo porque no pasan hambre en el primer mundo. Lo dejo sin coger y me como el postre multirracial que la Ángels ha preparado hoy: flan. Vuelve a sonar el móvil durante el té de sobre que me bebo a falta de té de verdad. Y suena. Y suena. Y suena. Hasta que lo cojo en la habitación, preparado ya el decir que vale, que trabajaré el sábado y el domingo porque soy fiel obrero y no quiero que me despidan por no ser solidario con el primer mundo.
-Yeboah, soy Rachid.
-Hola, tío. Cómo va.
-Te llamo para que me busques un trabajo.
-¿No estabas en Almería?
-Bueno, pienso irme.
-Te iba bien, ¿no?
-Han bajado el salario a cuatro euros la hora.
El Rachid, qué alegría. El Rachid, qué bien. El Rachid es un iluso. Le dije al Rachid hace años, enfilados por la carretera hacia Murcia en busca de un pueblo donde no nos expulsaran, que la agricultura no tiene futuro para un extranjero. La industria, instalada en el primer mundo, es lo nuestro. Porque en el primer mundo ya nadie la quiere, y hay que saber aprovecharse de ello y ellos de nosotros.
-Pero si estabas empadronado, ¿no?
-¡Qué va! No me dejaron, porque dijeron que el piso donde vivía no estaba en buenas condiciones para vivir, que me buscase otro, y eso que le pagué mil al funcionario que me falsificó el papeleo. Me busqué un chalet, pero era para sacar al perro de la vieja que allí vivía. Un euro la vuelta.
Me encanta el primer mundo. A los animales los tratan bien. En eso nos parecemos mucho en las culturas. Unos los pasean, y otros los miran adornados con laurel.
Me despido del Rachid sin prometerle nada.
Son las cuatro y media de la tarde, y en Guadmósquil ya es de noche. Es tan del primer mundo que podría ser cualquier capital de Europa. Entre la niebla tropiezo con algunas personas y ellas conmigo; se espantan al verme de sopetón porque la niebla es blanca y yo soy negro. Voy dirección al locutorio.
Me saluda el Pere, que es el dueño.
-Hola Yeboah.
Me saluda el que lo lleva, el Ibrahim.
-Irás a ver el partido, ¿no?
-Claro que sí.
Llamo a unos amigos de mi familia. Viven a cuarenta kilómetros de mi pueblo, pero tienen teléfono. Para decirles que estoy bien, que se lo digan a mi familia, y también que les envié dinero hace unos días a través de un paisano para ahorrarme la comisión del envío.
La cafetería “Chispy´s” ha entrado ya en ambiente. Se nota que es viernes, que mañana habrá más gente. En ambiente de recuerdos. De recuerdos del presente. Ya han comenzado a servirse cervezas y cafés. Saludo al Pau, y a conocidos. Y sentado entre ellos escuchando hablar de los mismos temas siempre, pienso qué estarán haciendo a esas horas mis hermanos, mis padres, mis vecinos, mis recuerdos. Por qué no estoy en el instante de mi pasado, sino en este tiempo exacto en que mi corazón devora la espera en ver un partido de fútbol que me importa una mierda. Por qué noto que mato el tiempo, que no vivo este tiempo sino para matarlo. Qué demonios pinto entre estas calles frías, estos impecables espacios ajenos a mi persona donde las razas tienen el valor cuando se habla de perros. Qué pedigrí sino el de pobre tengo adherido a mí, que no me siento el tiempo para la vida y por qué he de comprender esta locura de producir para devolverlo al banco. Reflexiono tanto que vuelvo a ser un negro, y eso no me conviene, pensar como negro. Así que me pido una cerveza con 0´0 % de alcohol y una bolsa de patatas fritas bajas en calorías y me recupero enseguida disfrazado de blanco.
Entra la mujer blanca que siempre veo en la cafetería. Es una mujer mayor, que se pasa las horas metiendo monedas en la máquina tragaperras. Ya ni la miramos, a pesar de ser la única mujer blanca de Guadmósquil que visita este negocio. Nos tienen respeto. Respeto al negro.
El ambiente se va recalentando con la llegada del turno de mañana más horas extras de las empresas. Se comenta con emoción que hoy veremos jugar al jugador marroquí Abdel, nuevo fichaje del Barsa. Es raro, un marroquí. Normalmente, los jugadores de primera división son negros. Estrellas negras en un blanco cielo de fama. Y es que los blancos saben que los negros corremos mucho. En la historia del chiste nos tienen en cuenta.
Veo al Sakiri.
-¿Cómo te va con la novia?- le digo.
-No es mi novia- dice riéndose a carcajada limpia-. Es mi amiga. La he dejado en lo de los rayos uva.
¿Quiere ser negra la blanca mujer? No es probable.
Comienza el partido. Esperaba algo más de ambiente. Mañana será mejor porque es sábado. Pero todos tenemos la cara de cualquier día. Cara de tiempo muerto. Del tiempo que no vivimos.
Me suena el móvil. Un fijo.
-Yeboah, qué pasa con el piso, tío, que tengo a unos cuantos interesados.
El Toni espera una respuesta que aún no he pensado.
-No sé...
-Es que si no te das prisa te quedarás sin él. ¿Comienzo los papeleos o no?
-No sé...
-Pero si necesitas pensarlo más te lo reservo.
-Vale.
-¿Vale, qué?
-Que nada, que me quedo sin él.
-¡Joder, tío, se te va la cobertura!... ¡La estufa ya te la tengo localizada!
El tiempo del primer mundo tiene contador, y las respuestas de segundos pagados es tiempo de necesaria respuesta pagada.
El Barsa ha metido un gol.
El Valencia ha metido un gol.
-Me voy- le digo al Pau.
-Adiós, tío- me contesta limpiando con los carteles del menú y urgentemente el mostrador de minúsculas cucarachas rubias que se esconden bajo los platos de los cafés.
-Deja alguna viva- le digo observando los cadáveres-. La especie debe continuar.
-En invierno se les mata antes- dice el Pau-. Se les ralentiza el ánimo.
Como a los negros.
Y callejuelas arriba me marcho con el gorro hasta las orejas y a toda prisa pelado de frío. Antes de que me vean los del Centro de Control y me registren para ver dónde llevo la droga que no llevo porque haya perdido el Barsa. O antes de que me atrapen los controladores raciales y me arreen con sus blancas cadenas porque les ensucie su blanca cultura. Porque soy negro metido en un gran fantasma de niebla.
A ver qué ha hecho la Ángels de cena. Me apetece un pescado con el olor del río de mi pueblo.
No hay modo alguno de que Guadmósquil no me siga pareciendo una porquería.
Me observo por dentro, recordando que soy negro. Y qué. Soy Yeboah, me digo para no olvidarlo. Nací negro. Ellos nacieron blancos. Y qué.
Pensando que soy un inadaptado al primer mundo, que lo tengo negro. Con lo que me encanta.
(C) Marta Antonia Sampedro Frutos. Vic (Barcelona). Verano del 2004.
2 comentarios:
Es un excelente relato. Me sorprende que no hayáis recibido ningún comentario aún. Felicitaciones, la seguiré desde el otro lado del océano.
Gracias, Solange. Recibe saludos desde este lado de ese océano.
Marta Antonia Sampedro.
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