Me pidió la muerta en vida
el deseo de su retrato.
Murió de noche,
al descubrir su alma vacía,
y decirle él padeciendo tanto suspiro
qué gorda, qué flaca, tan grande, tan chica,
al servirle la muerta la sopa de letras sentidas.
el deseo de su retrato.
Murió de noche,
al descubrir su alma vacía,
y decirle él padeciendo tanto suspiro
qué gorda, qué flaca, tan grande, tan chica,
al servirle la muerta la sopa de letras sentidas.
Los herederos de su tristeza
y cuatro casas hundidas,
miles de impedimentos objetaron
al color de mi tinta china
-y que a la muerta la llevase en mi coche,
a riesgo de alimañas y delincuentes
de transplantes de orquídeas-.
miles de impedimentos objetaron
al color de mi tinta china
-y que a la muerta la llevase en mi coche,
a riesgo de alimañas y delincuentes
de transplantes de orquídeas-.
Registré su hora de muerte
en un envoltorio de sacarina
tomando café en la salita.
Ningún vecino acudió en mi ayuda
-acordaron nombrarla sierva ejemplar,
dispuesta siempre con su rosario de penas-.
La mujer sin alma llena conmigo venía
como una amiga de la escuela.
Yo le daba charla negando su fallecimiento,
y al escucharme sola en versos de loca,
la radio anunció un buen día.
Sabiendo gustaba contemplar las claras aguas
de los pantanos, sobre láminas plateadas
y troncos de encinas coloqué bien su cuerpo
y su alma vacía.
La miraba de perfil, de frente;
retoqué su pose para hacerla natural,
menos evidente su cara de sorprendida
por venirle la muerte al conocer su desdicha.
Durante los bocetos de su aspecto
el sol doraba su cuerpo,
huían de ella aves y reptiles
lanzando al agua ondas
de indeseados recuerdos.
Sus labios sonrosados de muerta viva,
su cabello de maniquí marchita,
todo cuanto fuere en papel de póstumo regalo
por su muerte querida, la convirtió
en la que yo conocía antes de bordar
su dote de mentiras.
Caducó su condena de veinte mil desamores
con el mismo hombre y un día.
Finalicé el retrato en sus ojos.
Y en ellos supe que había muerto.
Su sonrisa era de viva,
cruzaba sus manos sobre las rodillas;
en un envoltorio de sacarina
tomando café en la salita.
Ningún vecino acudió en mi ayuda
-acordaron nombrarla sierva ejemplar,
dispuesta siempre con su rosario de penas-.
La mujer sin alma llena conmigo venía
como una amiga de la escuela.
Yo le daba charla negando su fallecimiento,
y al escucharme sola en versos de loca,
la radio anunció un buen día.
Sabiendo gustaba contemplar las claras aguas
de los pantanos, sobre láminas plateadas
y troncos de encinas coloqué bien su cuerpo
y su alma vacía.
La miraba de perfil, de frente;
retoqué su pose para hacerla natural,
menos evidente su cara de sorprendida
por venirle la muerte al conocer su desdicha.
Durante los bocetos de su aspecto
el sol doraba su cuerpo,
huían de ella aves y reptiles
lanzando al agua ondas
de indeseados recuerdos.
Sus labios sonrosados de muerta viva,
su cabello de maniquí marchita,
todo cuanto fuere en papel de póstumo regalo
por su muerte querida, la convirtió
en la que yo conocía antes de bordar
su dote de mentiras.
Caducó su condena de veinte mil desamores
con el mismo hombre y un día.
Finalicé el retrato en sus ojos.
Y en ellos supe que había muerto.
Su sonrisa era de viva,
cruzaba sus manos sobre las rodillas;
se untaba bronceador,
colocaba la toalla de piscina,
abrió una nevera portátil con refrescos
y chocolates de Suiza.
No se estaba quieta.
Sólo su alma vacía,
tan cerrada en vuelos
que ni siquiera posar quiso para la firma.
Pero en sus ojos vi el rastro
del lamento que no quería.
Decidí ese día que en mi coche
no viajarán más muertas,
tan sólo aquéllas que proclamen
tener los ojos vencidos
y pongan de su parte
por el bien de los sentidos.
-Retratar muertas es muy laborioso,
nadie reconoce el esfuerzo
de esta vocación mía
colocaba la toalla de piscina,
abrió una nevera portátil con refrescos
y chocolates de Suiza.
No se estaba quieta.
Sólo su alma vacía,
tan cerrada en vuelos
que ni siquiera posar quiso para la firma.
Pero en sus ojos vi el rastro
del lamento que no quería.
Decidí ese día que en mi coche
no viajarán más muertas,
tan sólo aquéllas que proclamen
tener los ojos vencidos
y pongan de su parte
por el bien de los sentidos.
-Retratar muertas es muy laborioso,
nadie reconoce el esfuerzo
de esta vocación mía
cuando resucitan-.
(C) Marta Antonia Sampedro Frutos (2003)
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