Accésit en el II Certamen de Relato Corto y Cuento
"Paisajes Dormidos", 2009.
Ayuntamiento de Baños de la Encina (Jaén).
Siempre llegan sobre el mes de abril. Cualquier mañana
donde esa calma suya, de silencios y de estruendos súbitos de la serranía, su
calma te deja pensar con claridad. La quietud, y sin embargo la quietud, te
anuncia que la primavera está a punto de estallar y un sonido, y un vuelo
rápido, como el de una sombra que aparezca en los iris, atraviesa tus pies,
escuchas sonidos en delicados silbidos, y se planta ante tus ojos prendida bajo
un tejado, sobre un cable de la luz que atraviese la calle, o en el campanario.
Luego la sigues con la mirada en su raudo vuelo, semejante a la batuta de un
director de orquesta que dirija su aire tenue de abril.
Soy el violín del alba,
tu viento pluma.
Soy la golondrina
y a ti regreso, y a ti, con abril.
Que no falte nadie
a la escuela del latir.
A partir de ese día, corre la voz entre la infancia. Las
golondrinas han vuelto a Baños de la Encina. Las golondrinas han llegado. Las
golondrinas anuncian que ya falta poco para que acabe el curso. Las
golondrinas.
Todos los niños saben, que para volar y ser como una
golondrina, hay que dejarse enseñar por las golondrinas. Sobre todo, en la Cruz
de la Azucena. Lugar de charlas y de reuniones de la gente mayor de Baños, en
los días grises queda en exclusiva para la infancia. Sin temor a la vida, y
queriendo fortalecer sus alas de fantasía, se dejan llevar por las mejores
lecciones que jamás pudieran tener en cualquier otro lugar. Los días de viento
de abril, esos días de viento viajero, son para dedicarlas a las clases de vuelo.
En la Cruz de la Azucena, junto a la iglesia del Santo Cristo, cuando el viento
visita Baños lo hace fuertemente; la llovizna se estampa contra las viejas
paredes de la iglesia, crujen los árboles, sacudiéndose sus ramas de escaso
vestido y nuevo, las calles quedan desiertas.
Ya volví de África,
ya regresé a Baños.
En el camino he dejado
mares, arroyos y cantos.
Hay que ser muy valiente para no caerse.
Y aprender bien el ritmo de las golondrinas. Los espacios, las claridades, el
tiempo, las geografías de los seres vivos, los colores. Hay que ser una
golondrina. Por eso nunca temió caerse.
La semana había sido muy lluviosa en toda la
provincia de Jaén. El sol andaba jugando a las escondidas entre las nubes,
desde Cazorla, Sierra Mágina o Puerto de Tíscar. También en Sierra Morena. Al
borde de la carretera, adentrándose en Baños de la Encina, grandes
encharcamientos de agua eran aquellos días los espejos naturales de los olivos
enclavados en la tierra, como grandes peces ramificados, surgiendo de improvisadas
y frías lagunas.
Somos tus antiguos ojos,
susurraban con el viento de abril.
Tus enormes refugios
de agua sol y aceite...
Te reconocemos
desde antes del siempre...
Ella miraba sus ojos, pero él no lo sabía. Él miraba sus
manos, al volante de su viejo automóvil, pero ella no lo sabía.
-Pues no hace mucho frío.
-No, no hace mucho.
El cielo del horizonte, mostraba la grandiosidad de Sierra
Morena. La armonía del final del invierno, en sus bocanadas desperezadas, para
marcharse y dar paso a la vida, en su fluir de veredas y escorrentías, el agua
engendrada en la tierra.
Me marcharé con abril.
Pero contigo iré a donde vayas,
porque soy tu agua secreta
y esta tierra te llamará
por los lugares de tu ausencia...
-Mira, ahí está Baños- dijo ella, indicando al frente.
-¿Ese es tu pueblo? ¡Qué castillo, nunca vi uno tan
grande!- contestó él.
Y la risa.
-Te lo dije, que no hay otro más hermoso.
-Creí que exagerabas.
La risa que hace del ser humano una especie distinta. Una
palabra que nos estremeciera en los labios, un gesto que nos despertase a la
alegría que siempre negamos perder, algún recuerdo súbito donde hayamos sido
tan dichosos, y la risa emana como un caudal escondido en nuestros sentidos.
-La mala fama de los andaluces, que exageramos.
-Ah, claro, eso es cierto. Pero esta vez, no.
En tu boca bañusca
señalada llevas a vuelo
una golondrina alegre
que todos ven,
la misma golondrina que te diera
las miradas necesarias para crecer.
Según cuentan los humanos, en marzo ya es primavera. Pero
la tierra, sabe que las estaciones no tienen más calendario que las savias
despertando a su tiempo adecuado. Y deja que asomen lirios morados, salpicados
en su caprichoso azar de minerales y luz de calor... a la llegada de abril.
Tomillos, romeros, pastos... Todo huele a vida. Porque hay tanta vida, que
estremece saber que va tomando su rumbo una vida continuada, un presente que ya
será futuro, pues quedará en nosotros para siempre.
Ella miraba sus ojos. Él no lo sabía. Él miraba sus manos
señalando sus amados espacios. Ella no lo sabía.
-Aquí nací hace muchos años- dijo ella-. Ya ves, qué
sencillo es sentirse bien en Baños.
-De sencillo, nada. Todo me parece espectacular.
-¿Acaso la belleza no es sencilla?
Soy quien te guía por estos lugares,
pero me llevan unas alas de abril.
Mira aquellos vuelos inquietos
que pintan las piedras piconeras.
Son las golondrinas.
Las golondrinas.
Y en belleza sencilla caminamos por las calles, donde la
vida está en una quietud que ya es difícil encontrar, en lugar alguno donde
pueble el ser humano. Es como el pensamiento humanizado y calmado que jamás nos
despegue del pasado. El transcurrir de los días, pareciendo idénticos al
anterior, es, sin embargo, un significado distinto a monotonía. Es vida
cotidiana, un quehacer sencillo, la causa de vivir en paz desde los fines más
próximos, hasta los remotos principios.
A la paz de Dios, Encina,
Vaya usted con Dios, Manuel,
Buenas, Lucía y la compaña.
Todas las golondrinas, necesitan compañía. Aunque sus
vuelos sean lejanos o precisamente por serlo. Volar no es un acto repentino. Ni
siquiera siendo deseo, es posible hacerlo. Requiere esfuerzo en el aprendizaje
de la niñez, atención a otros vientos, interés en diversas luces, que nos
adviertan en la vida qué puede depararnos el más ínfimo cambio inesperado.
Nadie está confiado solo. Ningún ser humano puede asegurar, que jamás necesite
a otro ser humano. Por muy distante que lo crea de su lado, de su lecho, de su
mesa o de su idea. Y a veces, en este miedo de no saber cuánto de necesarios
somos, unos contra otros levantamos las armas, abanderamos barbaridades, nos
convertimos en vuelos tiznados de sangre, alas de sangre y temor, voces de
sangre y aires de sangre. Elaboramos muros, alambramos tierras, escuchamos las
voces de los odios o permitimos el avance de los necios.
Que los olivares su nombre graben
a letra de corazón y cánticos,
con voces de esperanza
vuelo y razón de los antepasados.
De guerras y de paces, de golondrinas estrelladas contra
los vientos del acero, saben mucho los castillos y las fortalezas. También el
castillo de Baños. Este castillo omeya, milenario y cautivo de su Historia y de
representar un pueblo en armonía constante, aunque pueda intimidar con las
almenas, sus piedras pesadas, con las torres o con sus puertas de maderas
nobles, este castillo no hace a los humanos de otra materia. Continúan de igual
modo, en la paz o en la guerra. Porque en sus corazones buscan sus lugares
preferidos, los refugios más íntimos, sus imágenes guardadas en un lugar
propio, tan propio, como es el alma. Donde la vida permiso les concediera, para
volar en sus destinos.
Al-Hakam II,
de al-Andalus lejano,
califa tú fuiste y poderoso.
¡Ay, Bury Al-Hamma
de mi infancia más libre,
Castillo de los Baños,
tú me nombraste golondrina
de mis propios pasos!
La
belleza, en ocasiones, es una voz.
-¡Mira, cuántas mariposas!
Y
otras un recuerdo.
-Este es el Rumblar. En este pantano aprendíamos a nadar
desde muy chicos todos los niños bañuscos.
-¡Vaya, qué atrevidos los niños de Baños!
-¡Qué va, era muy fácil!
Planear sobre el agua, para una golondrina es tan
sencillo... Como controlar el corazón en determinados momentos de la vida, que
repentinamente nos adviertan que la fragilidad, lo que somos sin adornos, sólo
con lo puesto desnudos en madre Natura, es cosa de golondrinas. Vuelo, paz,
latido, vuelo, paz, latido...
Sábana de agua
para una golondrina.
Alas de sol para tu cara.
Reposo en mi camastro,
esta sierra que me enseñaba
el alimento más necesario:
primero a ser libre
luego a ser libre
y ahora a ser libre,
Libertad y camino...
-Se nota que ha llovido mucho.
-Sí, se nota que ha llovido mucho.
Ella
miraba sus ojos. Pero él no lo sabía. Él miraba el horizonte de encinas,
orillas y alacenas de agua y vida. Y ella lo sabía.
-Qué paz se siente en este lugar y con este aire puro.
-No es tan sólo una impresión, algo que sientas. Es la paz.
Y es el aire. Están en Baños.
La
paz que se busca, la paz que se necesita. La paz que a veces perdemos, cuando
unas alas hechas para el vuelo, por qué extraña razón, son dedicadas a vivir en
desasosiego.
-Sabes, me siento tan raro. Estos meses en zona de guerra,
han sido los peores de mi vida. Pero aquí estoy tan bien..., y tan extraño en
la paz...
-Olvida la guerra. Ahora estás muy lejos de ella...
-Sí. Olvidaré la guerra.
La guerra aparece en la Humanidad como un monstruo que lesa
de dolor hondo, inacabado e imprevisible. Atento acecha hasta en los momentos
que aún no se hayan vivido. Rompe sus alas de esperanza y de sueños, parte sus
vuelos por el universo sangriento, ensordece sus pensamientos y confunde sus
ideas a favor del terror; desestabiliza sus valores y cambian de preferencias
sus principios y sus necesidades. Cuándo se va el dolor, testigo, huella de la
guerra, es misterio para todos.
La paz es como un árbol
cuando el bosque arde en llamas.
Aislado y silencioso
languidece y se derriba.
Ponerle golondrinas,
escucharle sus lágrimas,
y el árbol no estará solo.
Y es el aire, que desde el Cerro de Navamorquín nos
recuenta uno a uno. Cerca o lejos, siempre nos busca y encuentra. Para posarse
en nuestros brazos, en los ojos y en los labios tan cansados de callarse. Se
escurre por ellos, hasta llegarnos al pensamiento más primario; arrancándonos
de los malos olvidos, de las llagas de la nostalgia; ese saber de errores y de
desgastes que sin preguntar él sabe, y que son nuestros más profundos males.
Caía la tarde como un bloque de algodón de abril. Y ella
miraba sus ojos. Sus ojos de recuerdo y guerra. Él lo sabía, y miraba su vuelo
calmado. Su vuelo corto, pero sin miedos.
Hay que ser muy valiente para no caerse
en la vida. Saber levantar el vuelo en las mejores cimas que desde la infancia
conocemos. Hay que ser, como las golondrinas.
Nada hay más fuerte
que la voz del buen recuerdo,
donde el vuelo nos forma
de alma ligera
y de tierra en silencio.
©
Marta Antonia Sampedro Frutos (2009).
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