sábado, 26 de enero de 2013

El aplastador de flores, de Marta Antonia Sampedro


 Siempre tenía la cara de malas pulgas y todos cuantos lo conocían sabían de su odio a las flores. Paseaba por las calles y cuando se aseguraba de no ser visto por ningún hombre arrancaba de cualquier ventana una rama o una flor y allí mismo la pisoteaba tras escupirle con gran asco. Si las mujeres lo veían en esta hazaña de rencor no le importaba en absoluto porque aguantaba bien sus improperios y la cosa no llegaba nunca a más; si era hombre miraba hacia otro lado e incluso decía buenos días, buenas tardes. Vivía en la Avenida de la Ciudad por no vivir cerca del campo y así evitar toda provocación de alguna flor. 
Trabajaba en la fábrica de azúcar y se pasaba el horario laboral refunfuñando porque el azúcar no remediaba la amargura del mundo por muy barata que la vendieran, lo cual le procuraba más razones para tenerle una profunda tirria a las flores. Cuando veía por la televisión imágenes de vegetales cambiaba enseguida de canal y a regañadientes insultaba al mundo por tener tan mal gusto en su programación. Nunca se había casado aunque sí tuvo un amor hace ya de eso unos años, un amor que consideraba amor desprevenido porque cuando supo el nombre compuesto de Marió ya estaba enamorado de ella y le vino el desamor en cuanto escuchó que también se llamaba Hortensia. Este desamor le enturbió su ánimo algo más de seis meses pero jamás se arrepintió de dejar un amor tan imposible. 
Era un hombre de costumbres sencillas, por ejemplo beber agua sólo de once de la mañana a dos de la tarde, o comprobar si el ayuntamiento tenía bien numerados y actualizados los números de los edificios en las calles, de lo que se encargaba en revisar durante sus paseos; si no era correcto llenaba de reclamaciones la oficina municipal de atención al usuario. No llevaba nada bien los letreros de No pisar el césped de los jardines públicos y si veía a niños jugando a la pelota sobre las flores sentía una gran emoción pensando que el mundo tendría algún remedio con métodos contundentes y esas generaciones. 
En los despachos municipales ya estaban aburridos de contestarle sus reclamaciones. A Urbanismo, porque las raíces vegetales estropeaban la arquitectura muy agresivamente buscando salir por donde fuese; en Seguridad Vial y Sanidad porque las flores impedían buena visibilidad al volante potenciando los accidentes y el gasto sanitario; en el departamento de Bienestar Social porque habría una barbaridad de mendigos que son alérgicos a las plantas No hay caridad, y hasta en el de Cultura llevó sus reclamaciones, alegando que son ya demasiados artistas los que pintan flores y músicos y poetas que incluyen la palabra rosa jazmín o margarita en sus canciones y poemarios, sin consideración alguna a las personas que no tienen esa inclinación obsesiva. Pero desde hacía un par de meses ninguna concejalía le contestaba sus quejas. 
La ira se le subía de tono como una ópera y haciendo de tripas corazón comenzó a comprar flores y arrancarlas de los jardines para quemarlas en la chimenea y cortarlas con las tijeras maldiciendo todas las flores de la tierra; era tal su furia ante el silencio de la autoridad municipal a sus quejas y su odio. No satisfecho con estos actos planificó que puesto que revisaba diariamente los números de los edificios podría comenzar a entrar en portales y en iglesias (aunque en éstas nunca estuviese en la fachada el número de calle) y aplastar todas las flores incluidas las de plástico que adornaran sus entradas y sus altares. Plan que llevó a cabo diaria y escrupulosamente, convencido de que su colaboración a erradicar las flores tendría un día su recompensa y un gran reconocimiento. 
Al mes de no tener más actividad en su vida que la de trabajar en la azucarera y aplastar flores, en los noticieros de la televisión local no cesaban de llegar noticias de que en la ciudad no había flores ya ni en primavera y tampoco en las iglesias, acusando al municipio de tal calamidad. Una mañana, a eso de las once, la presidenta de Naturaleza y Flores acudió a una audiencia ante el alcalde de la ciudad. Era imposible que no hubiese flores, pues habían sembrado de todo tipo. El alcalde le mostró todas las facturas de la compra de semillas y horas laborales que los empleados de jardinería y parques dedicaban a que la ciudad luciese flores. Imposible no, porque es cierto que no van quedando flores, contestó la presidenta, esto no es una plaga sino un grave delito. El alcalde puso a todo su equipo municipal a trabajar con urgencia. Y en ese equipo trabajaba de administrativa de sanciones por defecaciones caninas en la vía pública y desde hacía dos años con un mes, María Hortensia. 
Solamente sabía de alguien que odiase tanto las flores como para querer exterminarlas: a él. Lo recuerda aún: cabello con brillantina, corbatas de diversidad de rayas, cejas peludas, boca pequeña, nariz no muy alada y aplastando flores entre risas. Solicitando los archivos a una compañera municipal encargada de las quejas y reclamaciones de los usuarios, buscando entre cientos de expedientes María Hortensia encontró lo que sospechaba. Era su letra, algo degradada pero la recordaba: mostraba amargura de corazón en las líneas retorcidas, soledad en las rectilíneas y analfabetismo incipiente en las faltas de ortografía. Sintió mucha pena, pero porque todavía existiera el tipo, tal era el amor que aún sentía por él. Ya con sospechoso, María Hortensia informó a la alcaldía y puesto en marcha un plan el aplastador de flores sería profundamente investigado desde primera hora del día siguiente.
7 horas: el sospechoso sale de su domicilio. No lleva nada en las manos. Toma el coche. Llega a la azucarera.
15 horas: el sospechoso sale de la azucarera. Toma el coche. Lleva en sus manos una bolsa. Llega a su casa a las 15,20 horas.
17 horas: el sospechoso sale de su domicilio. Lleva en sus manos una bolsa. Procedemos a su identificación.
Él no hace nada malo, sólo pasea por la calle. Por qué me piden el carnet. En esta bolsa llevo la basura, qué va a ser.
17,35 horas: el sospechoso es identificado positivo y también una bolsa negra negativo. Se le sanciona por incumplimiento de horario de la recogida de residuos. Vía libre y vigilancia.
18 horas: el sospechoso entra en un portal que no es su domicilio. Sale sin nada en las manos.
18,17 horas: el sospechoso entra en otro portal que no es su domicilio. Sale sin nada en las manos.
18,32 horas: el sospechoso entra en otro portal que no es su domicilio. Sale sin nada en las manos.
18,50 horas: el sospechoso entra en otro portal que no es su domicilio. Sale sin nada en las manos.
19,05 horas: el sospechoso entra en una iglesia que no es su domicilio. Sale con dos velas de aproximadamente 40 cm y capuchas rojas.
La investigación duró dos días en idéntico horario y diversos lugares con informes detallados, los precisos para tener pruebas en su contra y ningún delito o robo constatado contra las flores.
Qué pruebas son las que dicen. Odio a las flores y qué. Usted seguro que también odia algo que les importe a otros. Lo que tienen que hacer es que el ayuntamiento me conteste mis escritos de quejas, porque tengo el derecho a…
 Y en ésas estaba cuando vio entrar en el despacho del jefe de la policía local a María Hortensia como si se tratase de una aparición.
-No tienes corazón- le dijo al verla lleno de soberbia.
Sigue siendo el mismo. La misma persona que reclamaba su amor todos los segundos de todos los minutos, el narciso que él solo y entero es todo flor. Y ella la misma, tan hermosa como una hortensia rosa, qué rabia doble, como una margarita abierta en la sombra de mayo, qué odio, como un jazmín aromático en la noche de agosto, qué horror. La misma que huele como las flores y tiene por pestañas pétalos de mimosa, la misma mujer que deja el destello del perfume de muchos geranios, qué espanto.
-Y tú ningún fuste- le contestó ella orgullosamente.
A las doce de la noche lo dejaron marcharse de las instalaciones policiales. No había más cargos contra él que considerar elegante la brillantina en pleno siglo XXI. Solo llegó a su casa, con pesadumbre por la inesperada aparición de Marió, pero aún le quedaban algunos claveles del portal Ocho-B de su calle y maldiciendo el día en que la conoció los abrasó en la sartén.
Cercado por sospechoso, el aplastador de flores se sintió vigilado continuamente, hecho incierto pero que lo tenía envenenado; la investigación a su persona le resultaba mucho más grave que su odio a las flores y volvió a escribir a los departamentos municipales todo su historial de enfados y advertencias de propuestas de normativas en relación al abuso que de las flores hacía el mundo. Y en vista de que el silencio seguía siendo la respuesta oficial decidió que su odio iba a ir directamente a María Hortensia, la responsable del acoso policial a su persona, chivata, nunca esperé eso de ti. En vez de matar flores y guardar el secreto de sus crímenes, se las enviaría en sobres grandes para hacerla enfurecer. Y así fue cómo ella comenzó a recibir correo de él con flores trituradas, cortadas, molidas, disecadas y aplastadas. Y él comenzó a recibir correo con las mismas flores enviadas pero ya recompuestas por las delicadas manos de ella.
Y repletos de imposibles se pasaron meses intercambiándose sobres y pensamientos de guerra silenciados, antes de que él diera el primer paso firme para ir a verla. La esperó una tarde junto a la plaza de su casa. Soportando con un pañuelo en la nariz y estornudos nerviosos el perfume de un magnolio florecido que adornaba el jardín central. Era una pena que sus flores estuviesen tan altas y no poder aplastarlas de inmediato. Ella mirando por la ventana cómo era la tarde lo vio sentado en el banco y se propuso dejarlo esperando algunas tardes más, no tantas como para que ya nunca regresara. Fueron seis tardes las que el aplastador de flores esperó encontrarse con  Marió junto al magnolio de la plaza. Una tarde le sorprendió con una agradable somnolencia el perfume del árbol. Otra, le hizo recordar cuando era pequeño y jugaba en los parques sin que el mundo importase. Y la última tarde recordó su nombre, que era Jacinto. Comenzó a llorar desconsoladamente recordando cuánto tiempo había negado su nombre por un despiste del recuerdo. Enseguida se recompuso al ver caminando hacia él a María Hortensia, tan hermosa con un vestido lila y zapatos blancos. Lentamente, hacia él. Quizás el odio sea un mal enojo que se nos descontrola en cualquier raíz, pensó antes de levantarse del banco y preguntarle a Marió si quería dar un paseo.



(C) Marta Antonia Sampedro Frutos (2012)

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