Acudí al juzgado
una tormentosa mañana.
Hacía días
que no me encontraba
nada bien, nada mal,
no me encontraba
de nada.
Una tormentosa mañana,
a rogar la solicitud
de mi partida de nacimiento,
para saber mi género asignado.
Las leyes andaban
vestidas de carnaval
y penitencias.
La juez de guardia,
embarazada,
casándose estaba
con un tipo de corbata
y dientes de plata.
Todo rutina.
Únicamente asistían
dos de familia,
y tres guardias de seguridad.
Todos estaban esposados,
era tal la confianza.
Solicitada fue mi presencia,
como testigo desconocido,
por saber firmar sin el pulgar.
Y como fotógrafa registré,
un amor tan bien avenido.
Es bueno que los jueces
se queden con la cara de uno,
al hacer favores no públicos.
La ceremonia,
me inspiró confianza
-balanzas de la justicia-,
y un poco de ternura
sin lagrimeo excesivo.
Pregunté el género
de la criatura futura.
¿Juez, o bandido?
Con los hijos, dijo la juez,
la vida te da alegrías,
así que lo importante es:
que venga bien
el pan bajo la axila.
Y dijo el bandido:
qué bien habla.
La secretaria de nacimientos
miró mi figura
por encima de sus lentes:
¿Qué hace usted aquí?
Me suena su cara.
Mas no me impresionó.
A veces pasa,
que el registro archiva
conocidos autodidactas.
Aunque hacía mucho
que nadie me saludaba,
y eso que deambulaba
noche tras día,
buscando mi casa esta.
Una tormentosa mañana,
en donde mi cadáver
le era familiar a alguien
que yo no esperaba.
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