La muerte era
como la habitación a oscuras.
Frente a su lecho,
luz color anís aguado,
entremedias
de unas cortinas unidas
que hacían camino
de la gran penumbra negra
de la oscuridad
más rotunda.
Lloraba por ella misma,
lo sabía tan cierto,
y a falta de público de entierro
en las sombras figuras
esbeltas, gruesas,
altas y bajas acompañaban
su cadáver latiendo.
Entremedias de hojas de lecturas
que ya no comprendía
en su tiempo,
no estaba sola.
¡Oh, qué mujer llora
en su propio entierro!
Pérez Galdós en isa canaria
gimiendo.
¡No vale gemir
cuando mañana cantarás flamenco!
José Agustín Goytisolo animando
a un muerto.
¡Bendito el verso
que se robe al aire parado!
Miguel Hernández combatiendo.
Y Antonio Machado en silencio
se recuesta a su lado,
sonámbulo, que no muerto.
Ella sabe que el exilio de un poeta
es a veces la propia espera
de comprenderse a sí mismo
en las Letras.
El agua corre
tras la luz.
Murmuran los versos.
Las golondrinas
del patio del edificio
duermen.
Todo es quietud.
Mas las sílabas aletean
espantando tinieblas.
Duerme, niña poeta.
Entremedias de la muerte
está la vida.
Sueña que vuelas.
De la obra de la autora, "Arma de pluma”.
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